“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/1/09

Chávez, Chopin y el drama palestino



Władysław Szpilman, cuya novela “El Pianista” sirvió de inspiración a Román Polanski para dirigir la película homónima, nunca se habría imaginado que la situación que vivió pudiera repetirse nuevamente, y que para mayor crueldad quienes ahora hacen el papel de verdugos fueron aquellos mismos que tuvieron que soportar las atrocidades del régimen nazi. El pianista judío fue obligado por las circunstancias a vivir en el ghetto de Varsovia [*], pero éste al menos contó con la protección de un oficial alemán que le salvó la vida y le permitió contarla. A este personaje singular nadie pudo salvarlo de la muerte, en un campamento para prisioneros de Rusia en 1.952.

El ghetto de Varsovia tenía una extensión de seis kilómetros y medio, tenía un alto muro protegido con alambradas de púas y en el llegaron a habitar más de 400 mil judíos, que terminarían rebelándose en el año 1943. Antes de que esto sucediera, los ocupantes alemanes permitieron el funcionamiento de la comunidad y para ello llegaron a reconocer a la Judenrat, que era una organización de los pobladores que se ocupaba no sólo de los asuntos religiosos y de beneficencia, era, “mutatis mutandi”, una especie de municipalidad que funcionaba dentro de una inmensa prisión, como lo es hoy el territorio de Gaza. La dirección del ghetto, a cargo de la Judenrat, era la responsable directa por el funcionamiento de los servicios que debería tener una ciudad, pero como la Judenrat estaba dominada por los judíos ricos, terminó siendo utilizada, no para ayudar a la comunidad, sino para satisfacer las exigencias de los alemanes. No es casual entonces que en Varsovia, miles de jóvenes pobres muy bien organizados se levantaron contra el ejército invasor alemán, movimiento que estaba dirigido por Mordejai Anielewicz, sionista de izquierda de sólo 23 años de edad, convertidos de un día para otro en combatientes de un ejército que libró una guerra asimétrica, largamente heroica y dignamente comparable con los actuales milicianos de Hamás


El “ghetto” de Gaza ahora es sometido a un bombardeo incesante, y como el movimiento Hamás se ha “diluido” entre la población, los invasores disparan indiscriminadamente contra cualquier blanco móvil, haciendo caso omiso de todas las convenciones internacionales que regulan la guerra, llegando al extremo de bombardear escuelas patrocinadas por la ONU, causando decenas de muertos, obviamente la mayoría de ellos niños y niñas. La pregunta que todos se hacen es la siguiente: Los bombardeos aéreos se realizan para “neutralizar” posiciones enemigas; pero ¿cómo se justifica que la destrucción que reportan los medios de comunicación señalan a escuelas, hospitales, mezquitas, casas, etc., como blancos que son objetos de la destrucción? ¿Es menester utilizar los tanques de la capacidad que tienen las tropas invasoras para acabar con una escuela y asesinar a 40 niños y niñas? ¿A qué fin sirven las bombas de racimo, cuyo escalofriante despliegue reseñan gráficamente los medios audiovisuales?

El pianista de Varsovia, ante el bombardeo inclemente que sufría la ciudad por parte de la Luftwaffe  (Fuerza Aérea de Alemania) pudo emitir “en vivo” a través de la radio estatal polaca el Nocturno Nº 20 en Do sostenido menor obra póstuma del compositor, también polaco, Fryderyk Franciszek (Frédéric) Chopin, cuyas notas se ahogaban ante la lluvia de fuego que caía del cielo. La difusión de la música, ante el remedo de infierno que era impuesto a Varsovia, fue un bálsamo momentáneo que mitigó tanto sufrimiento, tanto dolor y tanta angustia, ya de por sí inenarrables. En este marco se inscribe la decisión del presidente Chávez de expulsar al embajador de Israel en Venezuela, que de seguro no detendrá los cañones, ni las bombas, ni evitará las muertes que seguramente los criminales de guerra aposentados en Tel Aviv continuarán causando; pero ante la tragedia, esta demostración de valentía servirá para indicarle a los que sufren que alguien, en representación de un pueblo digno, y en algún punto de este planeta que se llama Venezuela, vibra con tanto sufrimiento, con tanto dolor y con tanta angustia.

Nota:

[*] Ghetto es el nombre de un barrio de Venecia, en el que antiguamente funcionaba una fundición de hierro y que en esa época se encontraba alejado de la ciudad. Fue destinado posteriormente para “alojar” a  los judíos, de allí que en lo sucesivo por la evolución diacrónica de las palabras, tal nombre se utilizó para designar a los lugares en los que habitaba la comunidad judía, fundamentalmente en el este de Europa y Rusia. Hoy día un “ghetto”, por la misma evolución lingüística, es todo aquel espacio de una ciudad o país que está destinado para albergar determinados grupos étnicos, culturales, religiosos, sociales o económicos (o todas o en parte juntas). Del significado original, sólo queda el nombre de la esquina noroeste de Venecia, porque los judíos ya no viven en “ghettos” sino que éstos a su vez han pasado a usarlos para vivan otros, como sucede en Gaza. El Ghetto de Venecia ha sido notable también porque allí desarrolló William Shakespeare su obra “El Mercader de Venecia”

Władysław Szpilman interpreta el Nocturno Nº 20 en Do sostenido menor, Op. Posth.,  de Chopin