Momentos lastimosos de una traición continuada
Omar Montilla
Nunca he sido ni seré un modelo inmaculado de persona, ni de militante revolucionario, pero siempre he tenido nortes, normas de conducta, sustentos éticos y morales que me impiden “salirme del carril”. Por eso siempre he tenido interés por averiguar, saber qué o cuales elementos influyen en la aceptación subjetiva de la conciencia, sin hacer juicios de valor sobre la apariencia de lo que más nos incomoda. A lo largo de todos estos años, he visto acumularse en el camino de la historia de nuestro país y como trastos sin pilas, a personajes que aparentaban ser modelos de rectitud, de perseverancia revolucionaria, maestros de la dignidad, teóricos insuperables.
Estos personajes, a veces en forma progresiva, para ocultar las apariencias o súbitamente porque no tenían otra escapatoria, se pasan al “otro bando” y asumen una conducta sorprendente y repulsiva. Sin pretender adentrarme en los vericuetos de la psicología de ese aspecto de la miseria humana, siempre me ha llamado la atención, porque a muchos de ellos los he visto a mi lado, los he tratado, he conversado con ellos, y ahora los veo allá, tan lejos, que francamente me produce alteraciones, una tal repugnancia que me procuran grandes sentimientos de desprecio, que yo no los justifico porque pienso que se comportan de modo indecoroso y despreciable, sin escrúpulos de ningún tipo. Para asumir su indigno papel no escatiman en sus escritos o en sus intervenciones públicas para proferir injurias, insultos, provocaciones, dicterios, maldiciones, mentiras a granel, se involucran en conspiraciones, justifican los intentos de magnicidio contra el presidente de la República y otras menudencias más. Pero lo que más sorprende es que nunca declaran o revelan ese secreto que tan celosamente guardan, ¿cual es la razón que los motivó a asumir esa conducta?.
Este sería el caso típico de un síndrome, que se entiende por el conjunto de síntomas o señales que en sí muestran ciertos significados, es decir son elementos que aportan datos semiológicos, que nos permiten extraer conocimientos o formarnos una idea de una situación compleja. Esos datos pueden ser de dos tipos: denotativos y connotativos, vale decir, hay algunos que los podemos descifrar a simple vista porque son tan evidentes, tan obvios, que no necesitan mayores explicaciones ni desgarramientos del intelecto; mientras que los otros, requieren de cierto bajage cultural o científico para interpretarlos, pues concurren en tiempo y forma, y con variadas causas o etiologías. El síndrome es un conjunto, es un todo, mas que eso, una totalidad, por eso se dice que es “plurietiológico”, porque tales manifestaciones semiológicas pueden ser producidas por diversas causas. Hay muchas tipos de síndromes, pero el que nos atañe es el llamado “síndrome del converso”.
No voy a detallar las actitudes, ni las conductas de Pompeyo Márquez, porque lamentablemente todos somos testigos de las volteretas que ha dado, sobretodo en el lastimoso declive de su vida. Mientras que otros venezolanos asumieron un papel muy digno ante la historia, cuando se aproximaba el momento de la rendición de cuentas al creador, como son los casos de Luis Beltrán Prieto Figueroa y Arturo Uslar Pietri, Pompeyo Márquez escribe, como impudoroso desmemoriado, cosas como ésta: “Desde el año 36 he vivido semidictaduras como cuando la transición dirigida por López Contreras, dictaduras militares abiertas como
En Venezuela son dramáticos estos casos, como el de Enrique Núñez Tenorio, quien durante lo que llama Pompeyo “momentos represivos” de los gobiernos de Betancourt y Leoni, persiguió sin clemencia a sus propios camaradas, apresándolos, torturándolos y matándolos, para tratar de borrar todo vestigio que le recordase, inútilmente, su traición. Mientras más ejecutasen esa conducta obsesiva y delirante, más grave y profundo se convertía el mal, del cual sufrían en secreto y sin posibilidad de olvido. Esas víctimas, son para Pompeyo, culpables de su infortunio porque son una “…consecuencia de la lucha insurreccional contra Betancourt-Leoni” [2]
Pompeyo Márquez conoce más que nadie en este país lo que es una “tendencia totalitaria, autoritaria” porque la vio en otros y la practicó el mismo. Por eso, para borrar sus traiciones se las endilga a Chávez, que con “los derechos sociales de los trabajadores y sectores populares” ha tenido particular esmero, de allí su tremendo impacto en la sociedad que se traduce en un sólido apoyo, no sólo electoral, sino emocional. Mientras eso pasa con su enemigo de hoy, se regodea en la impudicia con aquellos que ayer lo persiguieron, lo encarcelaron y lo marginaron. Lástima que en su senectud, cuando va, como dice el tango, “cuesta abajo en la rodada”, da este espectáculo, con un guión tan repetitivo y consabido, que no merece sino la compasión y la repulsa de todos, de los “de allá” y de los “de acá”
Notas:
[1] Nathalie Hadj: “El síndrome del converso”: http://www.ub.es/geocrit/b3w-437.htm
[2] Algo típico del síndrome del converso es la tendencia al “olvido”, por eso ni siquiera menciona a alguien que todavía está vivo, como Carlos Andrés Pérez, el más feroz de los criminales de aquella época “olvidada”.