Amelia Castillo / Jarrón (17-03-2003) |
Nota: Este es un mensaje que recibí por vía electrónica y que he querido compartir con mis amigos. Me tomé la licencia de ponerle el título, que fué extraído del mensaje mismo
Jorge Barbich Duprat
Nosotros tenemos la costumbre de reaccionar tarde, ellas son más perspicaces para cada detalle de la vida. Como siempre, preparan el terreno para darnos una sorpresa al final, probablemente, porque saben lo incapaces que podemos ser los hombres para vivir la cotidianeidad.
El reencuentro será espectacular, así, como cada vez que abrimos la puerta de nuestra casa y buscamos en silencio los ruidos familiares de nuestra compañera en algún rinconcito. Nunca demostramos la felicidad sentida al verlas haciendo algo para nosotros, para la humanidad (como los hijos), construyendo con sus mentes, espíritus y desde el interior de la biología tan frágil en la fantasía machista y tan poderosa en el terreno de la creación.
Hace unos días me enteré sobre la muerte de la esposa de mi mejor amigo, se fue "Luli", su esposa. Recuerdo mi actuación como Cupido en los años de recorrido por la juventud interminable sobre los senderos tortuosos de la argentinidad, por eso le escribí algo salido de los recuerdos marcados a fuego en el arcaico sistema electrónico de primera generación, ese alimentado a máquina de escribir de cinta bicolor negra y roja o a pura pluma y tinta en tintero de cerámica. Le escribí algo que deseo compartir con usted ya que coinciden los tiempos compartidos, el amor dibujado y pintado al óleo, el recuerdo que no se separará de la carne y los olores flotando en los ambientes compartidos.
A mi amigo Carlos:
Fueron años reunidos por un amor lleno de experiencias novedosas. Cada día de sus vidas eran dibujados con pinceles especialmente preparados con anticipación, no usaban acuarelas, sino, óleos sobre superficies firmes donde sabían que era imposible borrar el resultado de las creaciones cotidianas.
Eran tímidos, primerizos, inauguraban cada suspiro al encontrarse y mirarse. Ellos se exploraron con la curiosidad de dos entidades que desconocían los contornos del otro, hicieron del amor a Dios una superestructura para apoyarse cuando llegasen a viejos.
No conocían la traición, porque eran inocentes a pesar de la picardía donada por la vida, por el tránsito de esos caminos iniciados en épocas arcaicas en las cuales se comunicaban a través de la intuición y el deseo.
Ambos supieron esperar, arropados por sus creencias, el momento del matrimonio como punto de largada de la gran carrera del modelaje de una familia. Metidos en una sociedad con atavismos contemporáneos, un conjunto de seres humanos saltando sobre los sentimientos de otros, traicionando, abandonando querencias, una civilización lanzada a la perdida de la tradición clásica del matrimonio, sin embargo, mantuvieron ese calor de la fotografía del compañerismo, esas del pasado lindo, del registro de instantes en blanco y negro.
Siento sus abrazos y caricias durante los momentos de grandes tragedias. Estuvieron uno al costado del otro rozándose con gestos respetuosos, formales, mezclados con toda la pasión posible.
Carlos sobrevive tristezas inmensas, con el corazón arrugado, perdido en un universo donde entregó toda su existencia al contrato formal y escrito que las parejas legalizan en los estrados municipales, y del otro que tanto valor le dieron y que se ilumina en sus espíritus frente al creador tan amado por ellos.
La supervivencia de uno de ellos demuestra la necesidad que tiene el hombre por proyectar aquello que moldeó durante toda su presencia terrenal y que armonizó al lado de un super amor. Luli prepara, ahora, el camino a recorrer. Lo limpia, le coloca señales, pequeños indicadores para que el resto no se pierda en las encrucijadas o al transitar bosques nebulosos. Ella hace el camino más fácil, ya que se llevó en sus carnes todo el dolor de su pequeño plantea, limitado por los satélites familiares.
Se encontrarán en algún momento, pero antes, quien permanece, deberá terminar los detalles de la vida personal y de la que transcurrieron juntos. Aún falta mucho por correr.
Aunque llueva, haga frío, las calles se llenen de pedazos de hielo caídos a diestra y siniestra, aunque falten las luminarias de las esquinas, ella seguirá enviando señales para encontrarse en algún rinconcito, buscará motivos para sentarse a la grupa de la moto de colección, abrazando la esperanza de su media vida, acariciándose en las espaldas de su única pasión. Se van a encontrar poco a poco.
Nos vemos, Luli. Entre tanto, Carlos va agarrado de tu mano, yendo.