“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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13/5/12

Prohibido el Día de la Madre

Gloria Gaitán

Especial para Gramscimanía
No estoy proponiendo que se suprima el día de la madre, solo quiero socializar el hecho de que en el año 2002, inmediatamente después de que tomó posesionó como presidente de Colombia Alvaro Uribe Vélez y luego, a partir del año 2005, cuando la confiscación de mis bienes personales pasaron a manos de la Universidad Nacional de Colombia, me tienen prohibido, junto con mi familia,  el acceso a la tumba de mis padres y de mi abuela: Jorge Eliécer Gaitán, Amparo Jaramillo de Gaitán y Manuela Ayala de Gaitán. Por esta razón, desde hace 10 años, me ha sido imposible,  el día de la madre, depositar una ofrenda floral en sus tumbas. Nos está terminantemente prohibido el acceso y todo esto ante la indolencia general. Cuando se han hecho los reclamos legales respectivos ellos dicen que las puertas están abiertas como para cualquier visitante, pero en el momento en que intentamos llegar al Patio de la Tierra, en el monumento que se erige en homenaje a mi padre y donde están sus tumbas, nos cierran la puerta y nos impiden entrar, lo que ha quedado registrado, incluso, por Noticias Uno.

20/10/10

No lo puedo evitar: no puedo vivir sin ella

En Amphissa, Grecia Central, otoño de 1977
No lo puedo evitar. Sólo pienso en ella. Su recuerdo no me persigue porque lo tengo instalado a sus anchas en mi corazón, en mi hígado, en todas mis entrañas. Brota a través de mis humores. Ella está allí, muy adentro, por eso mana con tanta facilidad a través de mis lágrimas incesantes.

Ella, mi Amelita, la mujer que amé durante tantos años, me dejó en este mundo sin antes advertirme seriamente de las consecuencias de su partida. Sólo tenía informaciones o referencias que desestimaba, porque nunca pensé que ella iba a morir primero que yo. A ella le aterrorizaba la idea de que estas aspiraciones que yo tenía se cumplieran, pero yo no hacía caso de estas argumentaciones, porque siempre me parecieron absurdas.

No lo puedo evitar. No puedo vivir sin ella. Respirar, comer, andar, ir por aquí y por allá, ¿es vivir? Amelita está en todos los detalles de mi vida,… ¡y son tantos!, todos llenos de amor, porque ella lo derrochó muy ordenadamente. ¿Qué puede llamarme la atención sin pensar que sólo con ella quería vivir este pedazo de vida que me queda?

Ni los viajes, ni el dinero, ni el alcohol, me servirían de algo, porque lo primero los hice con ella; lo segundo jamás me ha sido fácil tenerlo y lo tercero nunca ha sido un buen consejero para mí. Por eso viajar sin que ella esté a mi lado, ya no me es atractivo; hacer dinero a estas bajuras de mi vida es tarea dificultosa y recurrir a las delicias de Baco, no me apetece.

Sólo tengo la certeza de que ella ya no estará físicamente conmigo. Sus frágiles huesos, su carme, sus nervios, están enterrados en un lugar que juntos escogimos, casi como un acto lúdico, para estar juntos “por toda la eternidad”.

Sólo tengo la certeza de la incertidumbre. Ya nada me parece ni cierto ni falso, ni bello ni feo, ni atractivo ni asqueroso, ni lejos ni cerca, ni de día ni de noche. ¿Cuál es el mejor momento? ¡Cualquiera!

Nada puedo hacer sin antes tener su asentimiento, como siempre fue. Pienso entonces, ¿qué hubiera hecho o dicho Amelita? Y como fueron tantos años tejiendo esta red de amor, siempre tengo la certidumbre de su conformidad. Pero ella nunca me dijo que yo iba a sufrir cuando ella muriera, y no lo hizo, no porque estuviera insegura de mi inmenso e intenso amor, sino simplemente porque no quería anticiparme a estas tristezas.

Como no tengo solución para esta situación que estoy viviendo, como no tengo remedios para mis dolores, como no tengo paz con mis angustias, ¿qué debo hacer? De poco o nada me servirían los consejos bienintencionados de los que me conocen, por eso no los pido porque no los necesito.

Mi pena es intransferible. Mientras pueda respirar, en el aire que entre o que salga de mis pulmones estará siempre mi Amelita. ¡Así de fácil!

Con Amelita en Amphissa

En el otoño de 1977, Amelita y yo emprendimos un largo viaje por toda Grecia que nos condujo por islas, caminos y lugares llenos de historia, sembrados de añoranzas previamente digeridas. Fue así como llegamos a Amphissa (Anfisa), lo que era y es hoy una pequeña ciudad de la Grecia central, de aproximadamente 7000 habitantes, y se la recuerda porque anualmente se celebraba allí una festividad muy importante en honor a Baco.

Vista de la ciudad y el valle de Amphissa
En el valle donde se encuentra Amphissa hay grandes olivares, una raíz histórica notable y su riqueza son unas minas de bauxita, cuyo mineral es exportado desde el cercano puerto de Itea, y para ello se atraviesa todo el valle para llegar a las fábricas de aluminio.

Cuando llegamos a Amphissa, el maltrecho Simca 1000 que teníamos sufrió un desperfecto, y lo llevamos a un taller en la periferia de la ciudad. Amelita esperó pacientemente que el mecánico que se encargaba del asunto, terminara. Como me pareció tan curiosa esa forma de presionar, no desperdicié la ocasión y tomé esa –para mí— bella fotografía, donde se puede ver a mi Amelita, de espaldas, sin más alternativa que todo quedara resuelto, para marcharnos y seguir el viaje, nunca planificado, que nos conduciría, quién sabe a dónde.
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Nos dejan, y sin querer, dejamos

Jorge Barbich Duprat

Mirando la foto, donde está Amelita, por supuesto, reconozco su desazón. Da la espalda a los ojos que están a punto de fijarla en una superficie de papel, que al conservarla correctamente, en aquellos años, podría ser vista hasta por futuros antropólogos, esos husmeadores de las próximas ruinas de nuestra civilización.

26/9/10

Se adelantó unos pasos, así son todas las mujeres

Amelia Castillo / Jarrón (17-03-2003)
Nota: Este es un mensaje que recibí por vía electrónica y que he querido compartir con mis amigos. Me tomé la licencia de ponerle el título, que fué extraído del mensaje mismo

Jorge Barbich Duprat

Nosotros tenemos la costumbre de reaccionar tarde, ellas son más perspicaces para cada detalle de la vida. Como siempre, preparan el terreno para darnos una sorpresa al final, probablemente, porque saben lo incapaces que podemos ser los hombres para vivir la cotidianeidad.

El reencuentro será espectacular, así, como cada vez que abrimos la puerta de nuestra casa y buscamos en silencio los ruidos familiares de nuestra compañera en algún rinconcito. Nunca demostramos la felicidad sentida al verlas haciendo algo para nosotros, para la humanidad (como los hijos), construyendo con sus mentes, espíritus y desde el interior de la biología tan frágil en la fantasía machista y tan poderosa en el terreno de la creación.

Hace unos días me enteré sobre la muerte de la esposa de mi mejor amigo, se fue "Luli", su esposa. Recuerdo mi actuación como Cupido en los años de recorrido por la juventud interminable sobre los senderos tortuosos de la argentinidad, por eso le escribí algo salido de los recuerdos marcados a fuego en el arcaico sistema electrónico de primera generación, ese alimentado a máquina de escribir de cinta bicolor negra y roja o a pura pluma y tinta en tintero de cerámica. Le escribí algo que deseo compartir con usted ya que coinciden los tiempos compartidos, el amor dibujado y pintado al óleo, el recuerdo que no se separará de la carne y los olores flotando en los ambientes compartidos.

21/6/10

La tarea de escribir

Este florero es una pieza única: 
torneada, pintada y horneada por Amelita

¡Cuán trabajosa me resulta la tarea de escribir! No puedo concentrarme en un tema específico y esa debilidad trae como consecuencia un bloqueo intelectual que me impide producir un texto escrito. Trato en este momento de hacer algo para resolver este problema, y simplemente me dedico a teclear sin ningún plan preconcebido, sólo tratar de hacer algo para ver cómo puedo afrontar esta situación.

Por lo demás, si bien reconozco que tengo este impedimento, no me preocupa en exceso. Reconozco también que la situación personal que vivo, abrumado por la tristeza, es un factor importante. Pero el precio que tendría que pagar para superar esta situación es demasiado alto: Tendría que olvidarme de Amelita, tendría que sepultar sus recuerdos, tendría que tender un manto, una cortina que me permita ocultar mis sentimientos. No estoy dispuesto a pagar ese precio; es más, no estoy en condiciones de hacerlo.

Pública y privadamente siempre manifesté el amor que sentía y practicaba, por y para mi Amelita. Ahora que ella ya no me acompaña más en este mundo, sólo me resta seguir, como se dice, los dictados de mi corazón, que me dice que no debo ni puedo olvidarla, porque sus recuerdos y su ejemplo son el mejor alimento para mi espíritu, atormentado y muy dolido.

No sé cuánto tiempo estaré así. No me importa saberlo; pero trataré de escribir cualquier cosa. A ella le hubiera agradado mucho.

31/5/10

Volver a empezar,… de nuevo ¡Otra vez!


Algunos de mis lectores han notado que desde hace algunos meses había dejado de escribir. Primero fue mi traslado definitivo de Caracas para Choroní, lugar donde esperaba iba a encontrar la tranquilidad, la paz necesaria para comenzar a vivir junto a mi esposa los días que le restaran a nuestras vidas. ¡Vana ilusión! A partir de enero de este año, comencé a transitar un camino para mí desconocido e inesperado: la enfermedad y muerte de mi Amelita.


Muy difícil ha resultado para mí reponerme de estos duros golpes que inmerecidamente, así lo creo, he recibido. Muy pocos son los que podrán entender la situación en la que me encuentro, porque pocos también son los que han vivido un gran amor. Yo sabía que la quería, que la amaba intensamente, que con ella era muy feliz; pero no sabía que todo lo había sido en grado superlativo.

Se imaginarán los consejos que he recibido de mi familia y de mis amigos para “superar” esta crisis emocional que se ha apoderado de mí. Los agradezco todos porque presumo que han sido formulados de muy buena fe. El problema es que al amor por Amelita no lo quiero profanar con el olvido. Sería inmensamente cruel olvidarla para curar mis heridas, porque no hay otra forma en que la pueda arrancar de mi piel, de mi alma…, y no lo quiero ni lo puedo hacer, ni lo haré.


No quiero tampoco dilapidar su herencia de amor con el olvido, la resignación, la conformidad y el consuelo. De ella me quedan además de sus bellas piezas de cerámica --forjadas con sus frágiles manos y fraguadas en su inmenso corazón--, nuestros hijos, que fueron moldeados a su imagen y semejanza, y los nietos, que seguramente contribuirán a hacer más llevadero este gran dolor que horada mis sentimientos.

Me reservo en lo más íntimo de mí otros calificativos, revelaciones y consideraciones acerca del amor que durante casi 38 años nos mantuvo en una perfecta comunión de carne, huesos y espíritu, porque sólo a mi pertenecen e importan.

Ahora sólo me queda la tarea de tratar de sobreponerme a esta mi tragedia, a mi desgracia particular, y volver a comenzar a escribir, como un homenaje a su memoria. Ella siempre me acicateaba con sus comentarios, me animaba mucho: trataré de seguir complaciéndola.