11 de setiembre ✆ Latuff |
Especial para La Página |
Muy
pocos ciudadanos estadounidenses saben que junto a la conmemoración de la
tragedia del WTC en Nueva York, acá en el sur también tenemos razones para el
recuerdo y la tristeza cada once de septiembre. Muy pocos recordarán que fue su
propio gobierno, encabezado por Nixon y Kissinger, el que financió y preparó un
golpe de estado un once de septiembre de 1973, en un pequeño país de América
del Sur para derrocar a un gobierno constitucional encabezado por el presidente
Salvador Allende. Se trató, claro está, de una felonía más a las que nos tiene
acostumbrados la Casa Blanca en todo el planeta.
Último discurso de Allende |
En Chile, contra lo que creía el filósofo, se ha impuesto la ley del más fuerte. Toda la violencia desatada aquel día ha tenido como corolario la prolongación del poder de los poderosos. La dictadura de Augusto Pinochet fue capaz de reinstalar en nuestro país el viejo orden oligárquico bajo ropajes neoliberales. Un puñado de familias concentra todo el poder económico y político, domesticando a la muchedumbre en el consumo suntuario. La desigualdad se ha entronizado entre nosotros, perpetuando la injusticia de siglos.
Durante treinta y nueve años hemos asistido a la tragedia de una cruenta dictadura con su secuela de cadáveres, torturados, desaparecidos; pero también a la farsa de una democracia que ha sido incapaz de restituir, mínimamente, un sentido ético y cívico en el seno de nuestra sociedad. El esclarecimiento de muchos crímenes de lesa humanidad cometidos en nuestro suelo sigue siendo una dolorosa tarea pendiente. El país ha sido conducido a la amnesia, al olvido interesado de su propia herida. El olvido se impone por doquier cuando los culpables andan sueltos e impunes.
Durante treinta y nueve años hemos asistido a la tragedia de una cruenta dictadura con su secuela de cadáveres, torturados, desaparecidos; pero también a la farsa de una democracia que ha sido incapaz de restituir, mínimamente, un sentido ético y cívico en el seno de nuestra sociedad. El esclarecimiento de muchos crímenes de lesa humanidad cometidos en nuestro suelo sigue siendo una dolorosa tarea pendiente. El país ha sido conducido a la amnesia, al olvido interesado de su propia herida. El olvido se impone por doquier cuando los culpables andan sueltos e impunes.
La memoria es abolida en cada supermercado y en cada programa de la televisión que enaltece la figura de nuestros uniformados, desplegando la escenografía tricolor de “fondas y ramadas” para que la muchedumbre ebria de patriotismo no recuerde los “campos de concentración”, los allanamientos masivos en poblaciones, los miles de torturados y desaparecidos. La televisión nos muestra al señor alcalde ensayando unos pasos de cueca, olvidando que ese señor fue agente uniformado de organismos de seguridad del dictador. Decir verdades incómodas no está de moda y no es “políticamente correcto”, pero es indispensable decirlas a las nuevas generaciones, los herederos de este país.
Último discurso de Salvador Allende