David Hume ✆ Allan Ramsay |
Especial para La Página |
El estudio de la semiótica y del arte sirve para que
tengamos conciencia de lo que hacemos. Al generar sendos contenidos, al pasar
de un tono a otro o de un estilo grave a uno lúdico, perdemos la perspectiva, y
empezamos a colocar palabras en donde no van, objetos en donde no lucen y a
hacer muchas aberraciones estéticas más.
Saber qué significa una expresión no sólo alegórica, sino
filológicamente, es tener conciencia creadora. Saber razonar con las imágenes y
con las palabras nos ayuda a hacer razonamientos cortos, que los largos siempre
son incómodos. Lo que más falta en el mundo de la comunicación masiva es el
buen gusto, mejor conocido como "juicio
estético". El juicio es lo que actúa en nuestro entendimiento en última instancia. Cuando ya no hay teorías justificantes, métodos guiadores, sistemas ordenadores o parámetro alguno entonces deviene el juicio, el gusto.
estético". El juicio es lo que actúa en nuestro entendimiento en última instancia. Cuando ya no hay teorías justificantes, métodos guiadores, sistemas ordenadores o parámetro alguno entonces deviene el juicio, el gusto.
Es menester pasar luengas horas mirando el gran arte para
educar nuestros sentidos, que siempre son groseros. Meditamos con los ojos
cerrados, y estamos acostumbradísimos a ello. Contemplamos con los ojos
abiertos, y casi no sabemos realizarlo. ¿Por qué, por qué somos tan débiles
para observar? Porque vivimos en una filosofía no superada, en la filosofía de
Renato Descartes, el gran filósofo que negaba una existencia que antelara a la
personalidad.
Los alumnos de historia del arte, o los que van para
curadores o comentaristas de eternidades, o los que sólo quieren ver mejor para
vivir mejor, tienen que menguar sus ímpetus interpretativos psicológicos
exponiéndose al empirismo, y sobre todo al inglés. Vamos a logar dos objetivos
(entender un poco qué es la contemplación y qué la filosofía de Hume) de un
tiro único contemplando una pintura de Allan Ramsay,
llamada ‘Retrato de David Hume’, que fue esbozada hacia el año 1766 con el
método indirecto, consistente en poner sobre un fondo blanco una capa de
castaño rojizo, acción pictórica idónea para imitar los tonos de la carne,
llamados "pasiones".
David Hume también comprendió el método indirecto, pues
pensaba que era imposible conocernos limpiamente, solitariamente, mansamente.
Cada vez que buscamos nuestro "yo", pensaba Hume, algún sentimiento o
emoción se interpone. Los artistas plásticos que por ventura trabajan en los
medios de comunicación muchas veces desconocen los artes mentados, buscando,
así, la ansiada objetividad o fidelidad. ¿Qué vemos primero en el retrato, un
hombre o un sentimiento? La retina siempre estará invadida de sentimientos, de
emociones, de afectos. Entonces, lo primero que vemos es un sentimiento.
Hume hizo tratados sobre la moral en los que intentó
discernir las diferencias que hay entre afectos tan similares como el odio y la
ira, el amor y la fe. Hume, en el retrato, transmite serenidad, que traducida
al lenguaje intelectual se llama "lucidez". Sólo las aguas tranquilas
dejan pasar bien la luz, es decir, sólo una inteligencia sosegada se solaza con
las ideas, luces del hombre. Pero para transmitir tales sentimientos fue
imperioso que el artista trabajara mucho en la ocultación de los detalles, de
la mano de obra, de la tormenta.
Uno no sabe, argüía Valéry, cuáles fueron los sudores, los
préstamos, las indecisiones, las dudas y los esfuerzos de un pintor. Nadie ve
que detrás del hermoso traje hay sangre de sastre, diría Marx. Nadie sabe que
detrás de la mirada serena de Hume hay esfuerzos titánicos de ordenación.
Parece que el Hume retratado o retractado y resignado al tiempo podría
representar aquella bella prosa de Cervantes que dice:
"Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una
fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad,
sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte
en la mitad de la carrera de su vida".
¿Qué aprendemos del retrato de Hume, que representa
perfectamente la prosa de Cervantes, que representa con magnificencia los
valores griegos, los cuales promovían virtudes como la templanza, la fuerza y
la prudencia, formas del pensamiento utilísimas para afrontar los ciegos golpes
de la fortuna? Aprendemos que los sentimientos humanos son un conglomerado, una
conjunción de tiempos pasados. Creemos que saltamos de época en época,
olvidándonos, así, de que no saltamos, sino acumulamos épocas.
En Hume hay un griego supersticioso (los oros lo dicen), un
romano retórico (los libros debajo del brazo lo dictan), un medieval (el
peinado halo lo delata), un renacentista (la suavidad de las manos lo impone),
un cartesiano (los ojos "idos" lo anuncian) y un moderno (ser retratado
lo demuestra). Ramsay, el artífice responsable del retrato, con su labor dejó
encubierta dicha mescolanza. Y lo hizo echando mano de los
"universales". Un universal es el color, aunque los antropólogos
culturales, con su jerga estructuralista, digan lo contrario.
Roja es la sangre en todos los hombres, y el rojo
representará eternamente la vida, pero no una vida biológica, si se permite el
pleonasmo conceptual, sino un vitalismo orteguiano o nietzscheano, es decir,
una búsqueda de la vivacidad más que de la vida. Calderón de la Barca diría que
el "oro, nieve y grana" del traje de Hume es digno de ser castigado
por la naturaleza, que ve en el ser humano un ser de demasiados planes. ¿Qué
más? ¿No ha sido la gordura o el peso un signo útil para comunicar pesadez,
solidez, o mejor aún, posición aristocrática en el mundo?
Hume es un color brillante sobre uno oscuro, o una estrella
sobre la noche, o un charco de sangre, o una pasión sobre soledad, o un
filósofo en la nada, o David Hume pintando el palimpsesto empírico. Veblen, el
economista, diría que Hume es un burgués coronado por la suerte que quiere
demostrar su inutilidad en el mundo, su condición de artista, de filósofo
creador de doctrinas epistemológicas, que son pinturas nuevas para percepciones
nuevas.
Hume, con cara de juez o de espectador juicioso, sería un
maniquí para Carlyle. Para cada persona el retrato será una cosa diferente,
pero no el rojo, ni la serenidad, ni la lucidez. Con los ojos abiertos
aprendemos que el rostro del retrato es el simple pretexto particular para
hablar del universo.