“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

2/4/13

Semiótica poética / El corazón es el padre de todos los símbolos

Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
Apuntes para la clase de semiótica- Los estudios semiológicos no son nuevos y juro que los que dicen lo contrario arderán en las llamas que imaginó el maestro William Blake. Un símbolo es un ‘verbo mental’ o ‘verbus mentis’, según los latinistas medievales y Roger Bacon. Wittgenstein, lingüista, sostuvo que la palabra "mente" es problemática porque tiene connotaciones espiritualistas, porque nos hace pensar en la soñada unión entre el cerebro y el alma, unión razonada por Descartes y burlada por Spinoza. La mente, a la cual llamaremos "inteligencia", esto es, aparato crítico capaz de adecuarse a los objetos del exterior (‘adaequatio intellectus ad rem’), siempre está funcionando, pero no siempre está moviéndose. En un bello texto de Martin Heidegger llamado ‘¿Qué quiere decir pensar?’ podemos elucidar que Heidegger no pensaba algo: pensaba "en" algo.

La semiótica estudia los vehículos del pensamiento, el modo en el que nuestra inteligencia se proyecta, forma, recorta e interpreta las palabras, los conceptos, las sensaciones y las imágenes del mundo. ¿Qué argucias tienen los astros o los dioses para forjar símbolos o nombres? ¿Qué se dispara cuando oímos el nombre del amante? Según Platón los nombres vienen de la zona celeste (Pródico creía que la religión, nominalismo metafísico, nace de las adoraciones que los ignorantes prodigan hacia los astros y cosas útiles), y según Aristóteles los nombres se crean arbitrariamente. Sea como sea, fue la retórica la madre de la semiótica y de la estilística, ya que la retórica servía para hacer que la razón más débil pareciera la razón más fuerte.

Un argumento falaz o arbitrario, bajo la protección retórica, parece verídico y eterno. La retórica se viste de sonidos. Una entonación, como decía Borges, hace poemas. Una visión satírica, por ejemplo, rompe mitos y extrae enfermedades ahí en donde todo parece saludable ("todo vicio, con nombre de decencia", dictamina un poema de Villarroel). Leamos al elocuente Macaulay, al sardónico y satírico Macaulay, iconoclasta, quiero decir, experto en vislumbrar iconos y en desarmarlos: "Hablar de gobiernos esencialmente protestantes o fundamentalmente cristianos es como hablar de un modo de hacer compotas esencialmente protestante o de una equitación fundamentalmente cristiana". Macaulay, como los marxistas, como Balibar, como Althusser, como Lenin, sabía que la política, subsidiaria de la retórica, es la mayor productora de símbolos en el mundo.

Hay una amalgama hecha de una idea política y de una religiosa en la expresión "gobiernos esencialmente protestantes". La religión, según Croce, es una cosmovisión, y la política es una técnica para hacer que dicha cosmovisión se haga realidad. ¿Qué hacemos? Desarmando, como el argelino J. Derrida, un texto, un logocentrismo. Las compotas se hacen con tal técnica y se cabalgan caballos con cierta técnica criolla o sajona, y Macaulay, semiótico satírico, une lo que jamás había estado unido (une equinos con luteranos) para sacar a la luz la incoherencia de un discurso político u "oficial".  Estudiar, según Marx, la religión, es como estudiar la historia de las posturas ideológicas, es ver cómo el idealismo medieval luchó contra el realismo griego, es ver cómo el hebraísmo se fusionó con el helenismo, y es, en fin, penetrar en nuestra psicología, en la abigarrada configuración de nuestra psicología.

Paul Valéry, tocado por los dioses, pues era poeta en el estricto sentido de la palabra y prosista en el moderno sentido del término, ha dicho: "Sólo el catolicismo ha ahondado en la vida anterior; ha hecho de ella un deporte, un culto, un arte, un fin, y ha logrado –por vía sistemática, por operaciones definidas, por el uso regulado de todos los medios, por eliminaciones, asociaciones, progresiones, periodos– organizar, subordinar, dirigir las formas mentales, crear puntos fijos en el caos". Con el anterior razonamiento debemos tener cuidado, porque la fe no es un método sociológico para penetrar en el hombre o en la sociedad. El semiótico, como el estructuralista, busca las capas del inconsciente como el topógrafo busca capas en el suelo y subsuelo. Mientras más atrás vayamos, más burdos o desfigurados serán los objetos de estudio que encontraremos. De los intrincados razonamientos modernos de Russell y de Lyotard sobre las matemáticas y la política pasaremos a las vulgaridades pitagóricas, y de las leyes constitucionales francesas pasaremos a los gritos de guerra salomónicos, y de los sonidos articulados de Rubén Darío iremos hasta la poesía rural de Hesíodo.

¿Cómo excavar en el lenguaje o cómo practicar una arqueología del saber? Usando la poesía, ya que todo poeta posee una inteligencia precientífica, una capaz de leer las viejas señales del mundo, acto que nosotros, hombres de ciudad, ya no podemos ejecutar. ¿Qué le importa al semiótico? Lo perdurable, los posibles signos y símbolos inmutables, los universales soñados por los lingüistas, los arquetipos deseados por los antropólogos, los "modos de producción" históricos añorados por los economistas y sociólogos. La palabra oral fue anterior a la escrita y James Joyce, primitivo hombre culto (uso la dicotomía alemana entre civilidad y cultura), lo sabía, y por tal hacía poesías del jaez siguiente (poema XXXIV): "Sleep now, O sleep now,/ O you unquiet heart!/ A voice crying ‘sleep now’./ Is heard in my heart". Del "duerme" o "sleep", quiero decir, de la noción de espacio, pasamos a la del tiempo con el término "now", y de ahí a la interjección onírica, y luego al "corazón inquieto", que en el silencio, que en el temor o angustia retumba, suena.

Respiro, pienso, escribo… Aquello de "oír al corazón", parece, es un símbolo que no nos resignaremos a olvidar mientras el corazón marque el ritmo de nuestra existencia. "El corazón lo sabe", dice Dámaso, sabe que la vida impide dormir, que impide descansar, y que tal "agonía es la bárbara agonía/ del que quiere evitar lo inevitable", como dice nuestro poeta Campoamor. Parece que la Revelación de Dios, según los medievales, que son padres de nuestra ‘civitas’, llega al corazón antes que a la cabeza. ¿No ha dicho San Juan de la Cruz que al buscar a Dios iba "sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía"? Y Shakespeare, en ‘A vuestro gusto’, ha escrito: "Hay regocijo en el cielo/ cuando las cosas del suelo/ acordes y unidas son. / Recibe a tu hija querida,/ oh duque, y une su vida/ al que está en su corazón". Transcribo la traducción de una edición barata que llevo en la memoria, sépase. ¡Es el corazón el padre de todos los símbolos! Un semiótico es un ‘polymathés’, un enciclopedista que sabe todo lo humano.