“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

20/5/13

Socialismos y filosofías

Mario Bunge ✆ Bob Row
Mario Bunge
  • (…) el socialismo se propone poner en práctica la hermosa consigna de la Revolución Francesa de 1789, que hasta ahora no ha pasado de ser aspiración: Liberté, égalité, fraternité
Los plurales que figuran en el título nos recuerdan que hay más de un socialismo y más de una filosofía. En efecto, los idearios y movimientos llamados socialistas van del socialismo libertario al dictatorial. Con la filosofías ocurre otro tanto: las hay claras y serias como la aristotélica, claras y vacías como la de Wittgenstein, confusas pero con un grano de verdad, como el materialismo dialéctico, y herméticas y ridículas como el existencialismo.

El título de esta nota plantea un segundo interrogante: ¿qué relación puede haber entre  un movimiento político, con su ideología concomitante, y una doctrina que trata de ideas más bien abstractas, como las de ser y devenir, argumento válido y falacia, conocimiento y error, bien y mal? El liberal clásico y el socialista libertario negarán que haya tal relación,  mientras que el socialista autoritario exigirá la subordinación de la filosofía a su ideología.

El típico profesor de filosofía, que no se arriesga pensando ni actuando, se pronunciará por  la neutralidad cuando goce de libertad, y por el partidismo más servil cuando así se lo exija quien le paga. En cambio, el filósofo auténtico, el que  prefiere abordar  problemas nuevos  a enseñar soluciones envejecidas, se atreverá a pensar en la relación entre filosofías y políticas,  porque es un problema tan descuidado como importante para ambos términos de la relación de marras.

Entre  nosotros,  sólo  José  Ingenieros  se  atrevió  a  abordar  este  problema:  lo  hizo  en  Emilio Boutroux y la filosofía universitaria en Francia (Buenos Aires: Cooperativa Editorial  Limitada, 1923). Este libro, que lo convirtió en el precursor mundial de la sociología de la filosofía, apareció al mismo tiempo que emergió la    reacción antipositivista , encabezada  en  Buenos  Aires por Coriolano  Alberini,  discípulo  del  neohegeliano  Giovanni  Gentile,  colaborador  de  Mussolini  y ministro de su gobierno.

(En realidad, se llamó antipositivismo a la reacción contra el cientificismo, o sea, el programa de Condorcet y otros ilustrados, de abordar todos los problemas del conocimiento con ayuda del método científico. Desde 1960, el anti-cientificismo es parte no sólo de las ideologías derechistas como la de Hayek, sino también del pseudo-izquierdismo  que nos  llega de París, el que no entiende que la política sin ciencia social es improvisada y por tanto irresponsable y condenada al fracaso. Esto   lo mostraron tanto la trágica aventura  boliviana del Che como las costosas revoluciones de Mao en el poder.)

Por algo, Ingenieros fue uno de los primeros socialistas argentinos y el fundador de la Revista de filosofía,  así como el primer expositor en francés y español de la psicología científica (biológica y experimental) y uno de los críticos más elocuentes de la psicología acéfala y especulativa que aun predomina en el país bajo la protección de las filosofías anticientíficas y pseudofilosofías que se enseñan en nuestras facultades de humanidades y ciencias sociales.

Quedamos, pues, en que la política y la filosofía están relacionadas entre sí. Esta no es novedad para un marxista, quien ve intereses económicos y contradicciones dialécticas hasta en la sopa. Y debiera ser obvia para quienquiera que se ponga a pensar en los supuestos filosóficos de la acción política, sea contenciosa o administrativa.

Se  practica  una  filosofía  realista,  y  no  irrealista,  cuando  se  admite  que  lo  que  se  aspira  a construir,  cambiar  o  gobernar  existe  o  puede  existir  realmente;  se  es  materialista,   y   no espiritualista, cuando se sobre-entiende que no hay ideas fuera de cerebros, y cuando se admite que lo primero que hay que hacer para sobrevivir es obtener medios de sustento y protección; y se es  humanista  y  no  nihilista,  deontologista  ni  utilitarista,  cuando  se  procura  el  bien  ajeno además del propio.

Con los valores sucede otro tanto: Los valores filosóficos como la verdad, el bien y la justicia, son los más sensibles a la política. Baste recordar la mentira noble o razón de Estado ; el nihilismo moral que preconizaba Nietzsche;  la equiparación utilitaria de verdad con eficacia y del bien con la utilidad; y la afirmación de Hayek, de que la justicia social es un espejismo.

En suma, todo político filosofa, aunque casi siempre lo hace tácitamente y a veces toma meras tonterías  por  verdades  profundas,  como  mi  primo  Manolito  quien,  a  la  edad  de  diez  años, anunció que cierto oscuro escriba catalán [Eugenio D Ors], que publicaba bajo  el  pseudónimo Xenius, era  más  inteligente que  Platón  porque  él, Manolito,  lo entendía  a  Platón  pero  no  a Xenius.

Pero  no  divaguemos:  vayamos  derecho  al  grano,  que  es  el  problema  de  la  relación  entre socialismo y filosofía. Por lo pronto ¿de qué clase de socialismo estamos hablando?  De todo ideario o movimiento que se proponga favorecer a los de abajo, reemplazado la explotación por la cooperación, el privilegio por la justicia social y la opresión por la participación.

Irónicamente, el socialismo se propone poner en práctica la hermosa consigna de la Revolución Francesa de 1789, que hasta ahora no ha pasado de ser aspiración: Liberté, égalité, fraternité. Los socialistas tibios o nominales, al igual que los liberales, han destacado el primer miembro de esta  admirable  tríada,  como  si  la  libertad  pudiera  reinar  entre  desiguales;  los  comunistas destacan la igualdad, como si ésta pudiera  coexistir  con el  despotismo;  sólo los anarquistas aprecian por igual a los tres miembros de la célebre triada; pero, al proponerse abolir el Estado, preconizan tácitamente un retorno al estado salvaje. Y  la fraternidad o solidaridad no puede darse entre los de arriba y los de abajo,  ni puede  imponerse, ni debiera  confundirse  con la caridad.

En suma, cada de los tres miembros de la triada libertad-igualdad-fraternidad depende  de  los otros dos, al modo en que los lados de un triángulo se dan a la vez. Más aun, el triángulo político no es autónomo, sino que descansa sobre el cuadrado  trabajo-salud-educación-seguridad. El diagrama  siguiente  sugiere  el  socialismo  como  democracia  integral,  o  sea,  expansión  de  la democracia, del terreno político a todos los demás campos de la acción humana.

Suponiendo que se haya convenido en los objetivos, ¿cómo lograrlos? La respuesta clásica es que hay dos medios: el pacífico o democrático, que proponen los socialistas democráticos, y el violento o revolucionario, que procuran imponer los socialistas  autoritarios. Nótese que en el primer caso se trata de proponer, y en el segundo de imponer. Y quien propone está dispuesto a discutir, mientras que quien impone clausura el debate.  De aquí  que la filosofía asociada  al comunismo   el  marxismo  dogmático    haya  suprimido  muchas  más  ideas  que  las  que  ha generado o prohijado. En efecto, los  marxistas dogmáticos han pretendido imponer sus ideas, casi todas anticuadas, tanto por su admiración por Hegel el proto-post-moderno como por su descuido de la matemática.

Esto explica el   que los marxistas rechazaran por burguesas todas las grandes  innovaciones científicas del siglo XX, con excepción de las que  generó la investigación del pasado. En efecto, ha  habido eminentes estudiosos  marxistas o semi-marxistas  del  pasado  social,  pero  no  ha habido  matemática,  física,  química,  biología,  psicología,   sociología,  politología,  ni  siquiera economía, que fuesen a la vez marxistas, rigurosas y originales.

Por su parte, aunque el socialismo democrático ha sido tolerante, no ha creado muchas ideas. Esto ha ocurrido, ya porque se ha empeñado en permanecer filosóficamente neutral, ya porque no ha abrazado con entusiasmo  a  la  ciencia.  Es  así  que  muchos   famosos   charlatanes postmodernos se han autodenominado socialistas. No debieran quitarnos el sueño, porque son pocos  e  incomprensibles.  De  hecho,  en  las  ciencias  propiamente  dichas  no  abundan  los dogmáticos, porque la investigación original requiere  libertad de búsqueda  y de expresión, así como la búsqueda de pruebas de algún tipo.
La tabla siguiente es un resumen muy simplificado de la cuestión que nos ocupa:

Nótese la distinción privado/público, inexistente bajo el totalitarismo, que todo lo incluye en  el Estado. La diferencia entre el totalitarismo de izquierda y el de derecha es que el primero tiende a favorecer a los trabajadores, mientras que el de derecha actúa en defensa de los explotadores, de modo que lleva eventualmente a la agresión militar.

Lamentablemente, los marxistas han solido confundir socialización con estatización. Esto les ha llevado a despreciar el cooperativismo, que es socialista porque auna la propiedad colectiva con el autogobierno. Este es el núcleo del socialismo cooperativo que preconizó Louis Blanc en su exitoso libro L organisation du travail (París: Société de l Industrie Fraternelle, 1839).

El   socialismo   concebido   como   democracia   integral   presupone   la   distinción   entre   tres subsistemas  en  toda  sociedad:  el  económico  (producción,  comercio  y  finanzas),  el  cultural (creación  y  difusión  de  bienes  culturales,  desde  recetas  culinarias  y  planos  de  viviendas  a poemas y teoremas), y el político (lucha por el poder y ejercicio del mismo en todos los grupos sociales, de la familia y la empresa a la Nación).

La democracia integral preconiza la participación de todos en el gobierno de los tres subsistemas mencionados, o sea, tanto la propiedad como la administración de los mismos. Los socialismos escandinavos, que son tan prósperos como estables, lo practican. En cambio, el economicismo, que  privilegia  al  subsistema  económico,  tanto  en  su  versión  neoliberal  como  en  su  versión comunista, se ha hundido como un buque escorado por mala distribución de su carga. Los tres subsistemas  mencionados  existen  e  interactúan  en  el  mismo  nivel.  (V.  mi  Filosofía  política (Gedisa, 2009.)

Finalmente, pasemos de la filosofía política a la filosofía total, que incluye a la ontología (teorías del  ser  y  del  devenir),  la  gnoseología  (teorías  del  conocimiento),  la  semántica  (teorías  del significado y de la verdad) y la filosofía práctica   teorías del valor, de la acción, de la moral y de la política. La lógica fue absorbida hace tiempo por la matemática.

La filosofía marxista ignora a la ciencia aunque profesa amarla. Su ontología combina la confusa dialéctica hegeliana con un trozo del materialismo decimonónico; su gnoseología es empirista y carece de metodología; y su ética es utilitaria. Es tan escueta, tosca y anticuada, que ha dado de comer  a  un  sinnúmero  de  comentaristas,  ninguno  de  los  cuales  ha  hecho  contribuciones originales ni ha ayudado  al nacimiento de nuevas  ciencias, como la  microfísica, las biologías evolutiva y molecular, la neurociencia cognitiva, o siquiera la sociología.

Evidentemente, un régimen socialista democrático no debe imponer ninguna filosofía  particular en la esfera privada. Pero, en su calidad de buen administrador de los bienes  culturales que debieran ser comunes, tiene la obligación de favorecer el avance de todas las ramas del arte y del conocimiento, el científico y el filosófico entre ellas. Ahora bien, la filosofía avanza solamente cuando  investiga  y  cuando  interactúa  con  las  demás  ramas   del  conocimiento,  desde  la matemática y la física hasta la ingeniería y la medicina. Estas, a su vez, no se desarrollan en un vacío  filosófico,  sino  que  prosperan  al  calor  de  las  filosofías  ilustradas,  y  se  estancan  o retroceden ante los ataques de las oscurantistas. En mi Evaluating Philosophies (Springer, 2012) he argüido que el conocimiento avanza a fuerza de investigar dentro de la matriz esbozada en el diagrama siguiente:

El materialismo en cuestión no está contaminado por los dislates de la dialéctica  hegeliana  y afirma  que  lo  material  se  da  a  varios  niveles,  del  físico  al  social;  el  realismo  concomitante coincide con el objetivismo; el sistemismo afirma que cuanto existe es un sistema o parte de un sistema;  el  cientificismo,  que  el  enfoque  científico  es  el  más  fértil;  y  el  humanismo,  que  el principio moral supremo es Disfruta de la vida y ayuda a disfrutarla. Este principio se opone tanto al individualismo como al globalismo, en particular el estatismo. Además de reemplazar el culto de la muerte por el de la vida feliz y útil, implica al secularismo, aunque no impone el ateísmo.

Lamentablemente,  las  facultades  de  humanidades,  en  particular  las  nuestras,  ignoran   el pentágono que empolla ideas nuevas, en particular las que resultan más o menos  verdaderas por ser realistas y sistémicas, por cumplir el programa cientificista, y que no dañan por ajustarse al humanismo. En efecto, en esas escuelas predominan hoy quienes repiten o comentan textos herméticos o retrógrados, como los de Hegel, Nietzsche, Heidegger y sus imitadores.

En resumen, el socialismo auténtico, a diferencia del nominal y del dictatorial, combina la democracia con la cooperación y con la libertad para pensar y actuar en provecho de todos excepto los parásitos. Realiza así las aspiraciones de los filósofos más avanzados de la Ilustración: Holbach, Diderot y Helvétius.

Mario Bunge es el más importante e internacionalmente reconocido filósofo hispanoamericano del siglo XX. Físico y filósofo de saberes enciclopédicos y permanentemente comprometido con los valores del laicismo republicano, el socialismo democrático y los derechos humanos, son memorables sus devastadoras críticas de las pretensiones pseudocientíficas de la teoría económica neoclásica ortodoxa y del psicoanálisis charlacanista.