Foto: Daniel Barenboim |
Berlín), Rubinstein fue el primer solista que condujo. El argentino tenía 25 años. El polaco, 80. Pero tal vez la más importante lección para Barenboim fue el amor a los libros y a un lado intelectual de la profesión, algo a veces descuidado por otros músicos. Rubinstein decía que no tenía amigos pianistas porque el único libro que tienen es la sección amarilla.
Como solista y como director Barenboim prefiere el
repertorio clásico o romántico (Beethoven, Mozart, List), aunque sus gustos van
desde Bach hasta Schönberg o Carter. Preocupado por el tono y sus matices, es
conocido por un controvertido manejo de tempos. Presentadas en Lodz las sonatas
de Schubert (en sol mayor, D 894 y en si bemol mayor, D 960), diferenciadas en
colores y sonoridades, le dieron una gran oportunidad de gozar y deleitar al
público. Pero entre sus amores destaca la afección a la música de Wagner. Para
él, aunque el autor de El anillo del nibelungo (el argentino acaba de dirigir
la famosa tetralogía: el 2013 fue declarado el Año de Wagner) fue un feroz
antisemita (¡su panfleto Das Judenthum in der Musik!) y un apologeta de la
superioridad teutona, no es su culpa que también lo amara Hitler o que
–incluso– su música sonaba cuando la gente iba a las cámaras de gas. Hay que separar
su postura y su obra. Como argumentaba otro gran amigo de Barenboim, el
académico palestino Edward
W. Said (1935-2003), otro gran wagnerista, su música se niega a llevar el
mensaje ideológico que se le imponía. Pero en 2001 Barenboim provocó un gran
escándalo en Israel rompiendo la informal prohibición (vigente incluso desde
los 30) y tocando a Wagner allá. Lo tildaron de... pro nazi y antisemita
(¡sic!). Dice que no quiere forzar a nadie –y menos a los sobrevivientes del
Holocausto– a escucharlo, pero no cesa en su afán de instalarlo en las escenas
allí.
No sólo sus gustos musicales provocan rechazo de los
conservadores: es un activista por la paz y un luchador por los derechos de los
palestinos. También crítico de la ocupación y la colonización israelí: El muro
que acaba de construirse recuerda al gueto de Varsovia. El muro es de los que
prohíben a Wagner. La misma célula en la mente que no les deja resolver el
conflicto es la que hace que no puedan admitir que esa música, que provoca
asociaciones tan terribles en algunos, a otros no les produce nada ( Página/12,
18/8/04). Insiste en que el conflicto palestino-israelí no tiene una solución
militar. Como Said, es partidario de un Estado binacional. En 2008 fue el
primer israelí en aceptar la nacionalidad palestina. Con Said lo unía la pasión
por la música (a menudo a cuatro manos tocaban a su amado Schubert), por la
política y por el activismo que unía estas dimensiones (también escribían
libros a cuatro manos: Paralelismos y paradojas). En 1999 fundaron la
West-Eastern Divan Orchestra (WEDO), compuesta por músicos árabes e israelíes,
tomando el nombre de un poemario de Goethe, fruto de su admiración por la
cultura árabe. La inauguraron en Weimar, símbolo de lo mejor y lo peor en la
historia alemana: la ciudad de Goethe, Schiller o Bach, y un lugar en cuya
vecindad se erigió el campo de Buchenwald. Hoy Barenboim trata de ampliar el
proyecto: a finales de octubre anunció que dejará sus funciones en La Scala de
Milán para centrarse en la WEDO e inaugurar en Berlín una escuela de música
(Barenboim-Said Akademie).
Edward Said en su último libro (Sobre el estilo tardío)
apunta que Glenn Gould, el famoso pianista canadiense, como pocos músicos logró
irrumpir en el imaginario común: un poco por su conocida excentricidad, pero
más porque de un virtuoso, se volvió un intelectual, una observación que se
aplica al mismo Barenboim. Como pianista tan diferente de Gould, aquí los dos
se parecen, aunque el argentino va mucho más allá actuando como un verdadero
intelectual público: es activista, conferencista, escritor y un comprometido
publicista. Como Said, lamenta que la eliminación de la música de los programas
escolares resulta en que los intelectuales ya tienen una escasa formación
musical; critica a los mismos músicos por descuidar la literatura, cuando
escuchar música es solo otra forma de leer. En sus libros evoca a filósofos
como Spinoza, mientras su wagnerismo lo acerca a los pensadores como Adorno. Su
postura destaca frente a la miseria intelectual en Israel: contrario a los
intelectuales del poder que caminan al ritmo de las marchas militares, él marca
su propio tempo. Subraya que también en la política el tiempo es un factor
decisivo: criticando por ejemplo los acuerdos de paz de Oslo (1993), decía que
fueron ejecutados demasiado rápido primero, y luego demasiado lento. No teme
pronunciarse sobre otros temas: en 2010 en La Scala, frente al presidente
italiano, criticó los recortes a la cultura (37 por ciento), fruto de la
austeridad. Un placer escucharlo cuando habla. Y más cuando toca.
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