Franz Kafka & Felice Bauer ✆ Oscar Grillo |
Parece el comienzo de una película de Wes Anderson. Estamos
en Praga. Es el 13 de agosto del año 1912. Un joven escritor de 29 años, que
está a punto de publicar su primera obra, se dirige a la casa de su amigo para
leerle unas cosas que, con mucha dificultad, estuvo escribiendo y
reescribiendo: una serie de prosas breves que piensa publicar en poco tiempo
más. Es algo que hacen siempre: juntarse, reír un poco y compartir lo que
produjeron. Un día normal en el planeta Tierra. Sin embargo, el joven escritor
entra a la casa de su amigo y algo nuevo sucede: se encuentra con una
desconocida. Una muchacha unos años menor que él, tiene 25. No le llama mucho
la atención. Ella es de Berlín, está de paso en Praga y se quedó en esa casa de
pura casualidad porque al otro día bien temprano viaja a Budapest. No hablan
mucho ya que los dos son algo tímidos. En lo único que coinciden es en el deseo
de realizar un viaje a Palestina: los dos sienten una atracción por ese lugar
debido a los relatos familiares.
Cuando vuelve a su casa cerca de la medianoche, el joven escritor abre su diario, con el que tiene una relación obsesiva, y anota lo siguiente: "Día desperdiciado. Perdido durmiendo y acostado." Un tiempo después, el 20 de septiembre para ser exactos, el joven escritor decide escribirle a esa muchacha que conoció en la casa de su amigo. Toma un papel que tiene el membrete de la Compañía de Seguros Contra Accidentes de trabajo, que es donde pasa horas interminables trabajando en algo que detesta y que le quita tiempo para dedicarse a la creación y perfeccionamiento de su ficción, y escribe lo siguiente: "Señorita: ante el caso muy probable de que no pudiera usted acordarse de mí en lo más mínimo, me presento de nuevo: me llamo Franz Kafka, y soy el que le saludó a usted por primera vez una tarde en casa del señor director Brod, en Praga."
Cuando vuelve a su casa cerca de la medianoche, el joven escritor abre su diario, con el que tiene una relación obsesiva, y anota lo siguiente: "Día desperdiciado. Perdido durmiendo y acostado." Un tiempo después, el 20 de septiembre para ser exactos, el joven escritor decide escribirle a esa muchacha que conoció en la casa de su amigo. Toma un papel que tiene el membrete de la Compañía de Seguros Contra Accidentes de trabajo, que es donde pasa horas interminables trabajando en algo que detesta y que le quita tiempo para dedicarse a la creación y perfeccionamiento de su ficción, y escribe lo siguiente: "Señorita: ante el caso muy probable de que no pudiera usted acordarse de mí en lo más mínimo, me presento de nuevo: me llamo Franz Kafka, y soy el que le saludó a usted por primera vez una tarde en casa del señor director Brod, en Praga."
Ahí está: chico conoce a chica. Sería una comedia romántica
de lo más clásica si no fuera porque el encuentro entre Franz Kafka y Felice
Bauer, según dijo con certeza en El otro proceso de Kafka el pensador búlgaro
Elías Canetti, es uno de los grandes acontecimientos de la literatura.
Kafka y Felice tienen, en principio, una relación epistolar.
Las cartas van y vuelven de Praga a Berlín a un ritmo infernal. Él, con el
nivel de entrega que ya es muy común en cuanto a su relación con la escritura,
escribe una, dos, tres, cuatro cartas por día donde relata su cotidianeidad
laboral, emocional y hogareña y le pide a Felice que haga lo mismo. Le pide
descripciones de su casa, del lugar donde trabaja, de sus amigos, de sus
compañeros de oficina, quiere estar con ella a través de su mirada.
Generalmente comienza a redactar las cartas por las noches, luego de cenar, y
termina de escribir cuando el sol empieza a asomar el hocico, completamente
agotado. A veces les dedica el tiempo libre que tiene en el trabajo y que no es
mucho.
En la carta fechada el 1 de noviembre de 2012 dice:
"Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados. Pero el no escribir me hacía estar por los suelos, para ser barridos. Ahora bien, desde siempre mis energías han sido lamentablemente escasas, y el resultado natural de esto, aunque yo no lo haya reconocido abiertamente, ha sido la necesidad de hacer economías por todos lados, de probarme un poco en todos los terrenos, con objeto de preservar unas fuerzas a duras penas suficientes para lo que me parecía el principal fin mío."
Resulta extraño pensar que todo ese tiempo que Kafka le
dedica a este vínculo a la distancia no fue utilizado para poder dedicarse más
y mejor a su literatura pero así es él: productivo en su contradicción. Son
siete meses de ese tráfico de palabras de amor y neurosis hasta que se produce
el primer encuentro. En ese período leímos que
Kafka publica su primera obra, Meditación, escribe de un
tirón La condena, y arranca con una
historia con la cual se divierte por el asco que le produce: La metamorfosis.
Nicholas Murray dice, en Literatura y pasión, que
"en esta primera fase de la relación la intención más profunda de Kafka era establecer una conexión, un canal de comunicación, entre la eficiencia y la salud de ella y su propia indecisión y debilidad. Este fue un período magnífico para la escritura de Kafka y el amor epistolar por Felice le proporcionaba una energía suficientemente distante como para que su sensibilidad permaneciera lúcida, no perturbada por un contacto demasiado cercano."
Pero las cartas siguen. El flujo de escritura es un magma
caliente que nunca detiene su calor e intensidad. Y es, para ser sinceros, uno
de los períodos más productivos de la literatura occidental. Como dijo Ricardo
Piglia en su programa de la Televisión Pública dedicado a Borges: "Kafka y Borges son los escritores del
siglo XX. Está lo kafkiano y lo borgiano: uno sabe lo que es eso."
Desde 1912 hasta que la relación tiene su punto final, en
1917, tiempo durante el cual se vieron muy pocas veces, Felice recibe más de
quinientas cartas. Y ahí podemos ver que, además de los textos mencionados,
hacen su aparición El fogonero, El
proceso, América, Informe para una academia, En la colonia penitenciaria, y
una serie larga de cuentos inigualables. Eso sin contar los vaivenes de la
relación amorosa que tuvo, como toda relación intensa, encuentros,
desencuentros, insensateces y un grado de locura y obsesión que por momentos,
en la lectura, se vuelven intolerables, lo que nos da una idea del grado de
intimidad y apertura emocional que están expuestos en cada una de las cartas.
También podemos ver los desencuentros que tuvo el escritor
con su salud, su vegetarianismo resistido por su padre, y los momentos de
internación que tuvo que realizar. Y por otra parte, podemos deconstruir al
modo en el que lee Kafka. Un lector paciente, entregado y absolutamente fiel,
ya que siempre habla por largos períodos de tiempo del mismo libro. A veces
puede ser uno de Balzac o de Gustav Flaubert o la Biblia. Y es sumamente interesante
ver dónde pone el ojo Kafka cuando habla de estos autores: pequeñas escenas
significativas, objetos casi imperceptibles y maneras sugestivas de los
personajes son los que le causan un candor y un placer extremo.
En su excelente libro El
último lector, Ricardo Piglia se ocupa de este epistolario increíble en el
capítulo llamado "Un relato sobre Kafka". Dice:
"La escritura de esas cartas permite analizar los procedimientos de la escritura de Kafka en todo su registro, pero también es una estrategia de lectura la que está en juego. Kafka convierte a Felice Bauer en la lectora en sentido puro. La lectora atada a los textos que cambia de vida a partir de lo que lee (esa es la ilusión de Kafka). Se trata a la vez de un aprendizaje y de una iniciación. Felice es casi una desconocida, un personaje en muchos sentidos inventado por las cartas mismas. Y, al mismo tiempo, es la construcción de una de las más persistentes y extraordinarias figuras de lector que podemos imaginar, presente como todo lector en su ausencia."
Es cierto lo que dice Piglia sobre la construcción de Felice
como personaje central de la biografía de Kafka. Sobre todo porque en esta
marea de cartas no hay ninguna de las respuestas de ella. Podemos inferirlas,
imaginarlas y armarnos de ese material de los sueños respecto a lo que provenía
de su parte. Pero lo cierto es que ella aparece sólo como un nombre, una
depositaria del mundo interior que desbordaba Kafka con todas sus
imposibilidades imaginarias sobre lo que significaba su trabajo como escritor.
Ahora, todo esto está al alcance de los lectores argentinos
porque acaba de aparecer en la mesa de novedades, gracias a la bella y cuidada
edición en tapa dura de la editorial española Nórdica, Cartas a Felice en un tomo suculento de más de 800 páginas. Con una
traducción de Pablo Sorozábal, que no cae en españolismos, y algunos detalles
interesantes que enriquecen el valor de esta nueva aparición de un libro que
tuvo su primera edición en 1967: tiene exhaustivas notas al pie que permiten
contextualizar cada momento, borradores de cartas, algunos dibujos de Kafka,
cartas de Max Brod, la madre de Kafka y otras personas más que intervinieron en
la relación, una foto de él junto a Felice donde se lo ve más contento que
ella, postales, una imagen de un sobre que tiene manuscrita la letra de Kafka,
dos apéndices con gacetillas que Kafka adjuntó a sendas cartas y una cronología
de toda la relación.
En el transcurso del vínculo amoroso entre Kafka y Felice
ellos se separaron y reconciliaron en varias ocasiones. Sobre todo por las
inseguridades, impulsos irresistibles y manías de Kafka. Al parecer ella estaba
desesperada por entablar matrimonio y esa esperanza le dio la resistencia
necesaria para soportar las idas y vueltas de un hombre cuyo mayor sueño era vivir
en un sótano, completamente aislado, para poder escribir tranquilo.
Después de la ruptura final, Felice logró lo que quería: se
casó con un próspero hombre de negocios alemán, se mudó a Suiza en 1931 y a
Estados Unidos en 1936. En el año 1955, luego de varios pedidos insistentes,
aceptó entregar las cartas que le había mandado Kafka durante su relación para
que se publiquen. Cinco años después, en 1960, Felice Bauer muere por causas
naturales en la ciudad de Rye, New York.
Para Kafka lo que vendría sería otro gran amor (no sería el
último), y un nuevo epistolario, con Milena Jesenská, el arduo trabajo de
concluir alguna de sus obras, de luchar con su frágil salud, presenciar el
horror de la Primera Guerra Mundial y la escritura de uno de sus textos más famosos,
perturbadores y descarnados: Carta al padre. Pero esa es otra historia. Una
historia que ya conocemos todos.
Kafka por Benjamin
Franz Kafka es tan relevante para la literatura de Occidente
que cada generación debe tener un crítico que se ocupe de él y ver qué parte de
sus escritos sigue produciendo significados, símbolos y pliegues en lo real.
Para confirmarlo ahí este esa gloria llamada Kafka, por una literatura menor de
Gilles Deleuze y Félix Guattari, publicado en el año 1975 y que tal vez sea el
mejor libro de crítica literaria de los últimos 40 años. En este caso se ocupó
de las obras de Kafka uno de los lectores más sagaces, impredecibles e
inteligentes que hubo: hablamos de Walter Benjamin. Entonces tenemos al alcance
de la mano un libro donde dos potencias se saludan. La editorial Eterna
Cadencia acaba de publicar Sobre Kafa. Textos, discusiones, apuntes, que tiene
una edición de Hermann Schweppenhäuser y traducción, prólogo y notas de Mariana
Dimópulos.
¿Qué podemos ver en este encuentro? Por un lado, que
Benjamin no pudo acercarse todo lo que hubiera deseado a Kafka. El libro
muestra a un crítico que tiene mucho interés por el aspecto mítico-religioso,
lo referido a su origen judío en la literatura de Kafka y que se preguntó sobre
la vida de este autor que le parecía misterioso como sólo puede serlo aquello
que causa demasiada atracción. Dice:
"La obra de Kafka es profética. Las singularidades sumamente precisas de las que está repleta la vida tratada en esta obra deben ser entendidas por el lector sólo como pequeños signos, indicios y síntomas de desplazamientos que el escritor siente abriéndose paso en todas las relaciones, sin poder él mismo adaptarse a los nuevos órdenes."
Por otra parte, se puede ver el desmantelamiento de una
maquinaria y luego su puesta en funcionamiento. Es decir, de qué manera el
lector que es Benjamin va construyendo e hilvanando sus ideas para montar un
concepto que responda a lo que una obra muestra y oculta, con mayor o menor
grado de intencionalidad, en la página. En ese sentido, la parte dedicada a los
apuntes tiene un valor documental porque son las esquirlas o materias primas
que luego serían utilizadas en textos futuros. En la página 161 se lee la
siguiente anotación: "La obra de
Kafka: la enfermedad del sano sentido común. También del refrán."
Pero no es sólo mediante el lápiz y las anotaciones que
Benjamin logra montar sus relaciones paranoicas conceptuales. También está el
intercambio, la pequeña ayuda de sus amigos. Benjamin trafica y pelea
impresiones con gente como Gershom Scholem, Werner Kraft, Theodor W. Adorno y
Bertolt Brecht. Ahí están las discusiones como forma reveladora de pensamiento
colectivo.
Las primera parte del libro, llamada "Textos", es
lo que publicó Walter Benjamin en algunas revistas literarias de la época y que
constituyen lo poco que pudo abordar la obra de Kafka: un recordatorio en el
décimo aniversario de su muerte, un análisis de La construcción de la muralla
china y una reseña de la biografía de Kafka escrita por su traidor amigo Max
Brod. En la página 53 hay algo interesante: "Lo olvidado –con esta noción
nos enfrentamos a un nuevo umbral de la obra de Kafka– no es algo puramente
individual. Cada olvido se mezcla con lo olvidado del mundo prehistórico,
establece con él conexiones innumerables, inciertas, cambiantes, formando
siempre nuevos engendros. El olvido es el receptáculo del que sale a la luz ese
mundo intermedio e inagotable en las historias de Kafka."
Por último, hay que destacar el trabajo de Mariana Dimópulos
en las notas al pie de página, que logran poner en perspectiva histórica y
detallar las referencias casi imperceptibles que de otra forma hubieran pasado
inadvertidas y que ayudan a comprender mejor la red de links por las cuales
transita Walter Benjamin en este libro.
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