Discurso
de José Revueltas a los perros ✆ Santiago Solís |
Recuerdo insistentemente a José Revueltas sin barba ni
bigote, con traje y corbata, como lo vi por primera ocasión alrededor de 1946 o
1947, de la mano de mis padres. José estaba con su primera esposa, Olivia
Peralta, tan semejante a mi madre, nacidas el mismo año, ambas maestras
normalistas, las dos casadas con escritores y recuerdo que se trataban con
familiaridad y afecto. Estuve en presencia de un hombre lleno de vida,
optimista, cariñoso, luego de una brutal guerra donde el Ejército Rojo derrotó
al poderío nazi. Era el comienzo de la Guerra Fría, el punto más alto del
comunismo ruso y el principio del fin de la URSS.
Revueltas era marxista-leninista y, como lo definió Jaime
Labastida, “fue un hombre complejo, contradictorio y luminoso”. Cuando el comunismo
mexicano le demandó que retirara obras como El cuadrante de la soledad y Los
días terrenales y modificara su visión ética y estética, el intelectual entra
en crisis. El PC de aquella época consideraba que su obra no era optimista sino
derrotista. Había que ver al trabajador con certeza triunfal, bajo la lógica
del estalinismo y el recetario del realismo socialista.
José aceptó por un tiempo el realismo socialista y es probable que le haya pesado más de lo que podemos suponer. En lo personal, conservo un hecho: cuando en 1962 escribía mi primer libro de cuentos fantásticos, Hacia el fin del mundo, lo que hice fue mostrárselos a Revueltas. Me dijo: “Están bien escritos, ¿pero, muchacho, por qué haces evasión?” En esa época, el compromiso en el arte ejercía mucha influencia. Lo extraño es que yo pensaba (pienso) que mis textos eran (son) una crítica al capitalismo desde una perspectiva de literatura fantástica, más cerca de Orwell que de Gorki, algo no bien visto. Kafka no encajaba en los altares del estalinismo y Borges era condenado por La Habana.
José aceptó por un tiempo el realismo socialista y es probable que le haya pesado más de lo que podemos suponer. En lo personal, conservo un hecho: cuando en 1962 escribía mi primer libro de cuentos fantásticos, Hacia el fin del mundo, lo que hice fue mostrárselos a Revueltas. Me dijo: “Están bien escritos, ¿pero, muchacho, por qué haces evasión?” En esa época, el compromiso en el arte ejercía mucha influencia. Lo extraño es que yo pensaba (pienso) que mis textos eran (son) una crítica al capitalismo desde una perspectiva de literatura fantástica, más cerca de Orwell que de Gorki, algo no bien visto. Kafka no encajaba en los altares del estalinismo y Borges era condenado por La Habana.
Una característica de Revueltas era la ausencia de vanidad.
Contaba solamente con su talento literario y valor político, el que había
mostrado desde que casi niño fue a parar tras los muros de agua y que mantuvo
hasta culminar su vida en otra cárcel, Lecumberri, donde supo del apando. Fue
un hombre apasionado por la revolución socialista. La izquierda perfecta. El
suyo fue un marxismo capaz de asimilar otras formas de pensamiento compatibles
y positivas, como las ideas de Sartre, quien como antes los surrealistas
intentaron hacer la mezcla ideal: la vida y el arte, la revolución y la
estética. Como el francés, había llegado a la pureza intelectual. El
problema soviético fue la ausencia de crítica. El marxismo en manos de Stalin
se hizo monolítico y apareció el culto a la personalidad.
Revueltas dio su propia lucha: creó primero una organización
espartaquista, leninista. Finalmente escribió una obra maestra del socialismo
mexicano: El ensayo sobre un proletariado sin cabeza. El 68 lo encontró
preparado para vislumbrar con más claridad un posible camino al legítimo
marxismo-leninismo, una vía menos brutal al comunismo.
Quizá Pepe no se dio cuenta, pero su gran camino estaba
trazado en cuentos y novelas prodigiosas. Dejó aquí y allá artículos y llamados
a integrar un auténtico partido comunista. Le preocupaban los errores del
socialismo real. Cuando Emmanuel Carballo y Rafael Giménez Siles llevaron a
cabo la primera edición de sus obras completas, José pidió con timidez las
políticas. Los editores no escucharon.
Es importante mencionar el amor que Pepe sentía por sus
hermanos, particularmente por Fermín y Silvestre. La muerte de ambos es una
historia triste que supo enfrentar. Vale la pena leer o releer los párrafos
llenos de pasión que escribió sobre el alcohol del músico, lo equipara al de
Poe, es atroz y creativo, pero consume al artista. A Silvestre lo quemaba la
bebida y el arte. José estaba peor: sufría, además del arte y el alcohol, la
militancia.
Jamás olvidaré su muerte, el velorio en Gayosso, esperando
la llegada de su hija Andrea, la tristeza de Emma, su última mujer, unos amigos
y muchos jóvenes que tal vez no lo habían leído, pero respetaban su entereza y
lealtad a un marxismo crítico e incorruptible. En el entierro, Rosaura
Revueltas pidió que permitiéramos hablar al secretario de Educación Pública,
entre gritos y jalones el ataúd de Pepe fue devorado por la tierra del Panteón
Francés, mientras Martín Dosal le reclamaba al burócrata su presencia. Fue un suceso
natural en la agitada vida del luchador político notable y escritor de genio.
A José Revueltas lo consumieron fuegos internos y externos.
http://www.excelsior.com.mx/ |