Pier Paolo Pasolini ✆ Autorretrato con flor |
El año que viene se cumplirán cuarenta años sin Pier Paolo
Pasolini. En el comienzo del Año Pasolini
es el momento oportuno para plantearse qué nos dejó en legado a quienes
pretendemos aprender de él.
I. Lo primero que
nos dejó es una mirada. Pasolini tenía la particularidad de mirar hacia
donde no debía. Esto era muy evidente en Roma en 1950. En esa fecha las
barracas estaban creciendo más allá del centro de histórico, mezclándose con
las muy degradas barriadas obreras. Era una realidad evidente, pero no entraba
en la política de la derecha. Pero Pasolini vivía al lado de las barracas y
decidió mirarlas, mirar a los que vivían ahí y mirar en qué condiciones lo
hacían. Y decidió escribir Ragazzi di vita y Una vita violenta,
y convertirse en un defensor de los más desfavorecidos. Su proximidad vital
—fundada en su pulsión por estos muchachos— le hizo ver los cambios que se
producían en la población de las barracas y la homologación que lentamente
estaba logrando la civilización del consumo entre los más desposeídos.
II. En segundo lugar, como fiel seguidor de Antonio Gramsci
—desde 1947 hasta su muerte—, Pasolini propuso una revolución cultural y
moral, como primer deber de un intelectual de izquierdas.
En La religione
del mio tempo (1961), escribió en uno de sus mejores poemas (“La
riqueza”) que “en este mundo que no posee
/ ni siquiera la consciencia de la miseria, / alegre, duro, sin siquiera fe / yo era
rico, poseía”. ¿Por qué era rico Pasolini? Porque a él le pertenecía algo
que era relativamente independiente de las victorias políticas y
económicas de la clase obrera. Era propietario de los bienes públicos de
la cultura, como las bibliotecas, las galerías, los museos, los instrumentos de
todo tipo de estudios, los frescos de Masaccio y de Piero della Francesca,
etcétera. El mundo cultural profundo —inmaterial como es— hacía a Pasolini más
rico que a los ricos, que despreciaban precisamente la cultura que Pasolini
reivindicaba. Esta concepción de “la
riqueza humana” era muy parecida a la de Marx cuando hablaba de “un hombre
rico en necesidades”, plenamente creativo y cuya riqueza se basaba en la
multiplicidad de actividades y relaciones sociales (y no en la mera posesión de
bienes materiales). La lectura de estos versos de Pasolini muestra con claridad
aquello que, en los tiempos difíciles, mantenía a los indignados vivos y
resistentes.
III. En tercer
lugar está el Pasolini corsario. El discurso de Pasolini era claro: en algún
momento de los años sesenta había aparecido la sociedad de consumo, que suponía
una auténtica revolución antropológica. El consumo aparecía como un
prefigurador de identidades poderosísimo. Los consumidores eran aparentemente
todos iguales, pero en realidad eran sumamente diferentes: las diferencias de
clase seguían estando allí (aunque tendían a ser olvidadas). El caso más grave
era el de la juventud de las barriadas. La televisión les ofrecía modelos de
comportamiento que no podían alcanzar. Esto generó una violencia estructural
que acabó dando lugar al amoralismo más absoluto.
Además, se tiende a confundir progreso (sociocultural) y
desarrollo (estrictamente económico). El consumo es el fin de un mundo. El
problema es que volver atrás no es posible. Uno de sus últimos poemas acaba
así: “¡Viva la lucha comunista por los
bienes necesarios!”.
Mucho tiempo después de su muerte, su discurso entroncó con
el discurso político del decrecimiento económico.
Pero para avanzar por este camino —lleno de dificultades—
hay que aprender a mirar con agudeza a nuestro alrededor y a proponer una
nueva cultura, tanto para nosotros como para la sociedad en su conjunto.
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