Máximo Gorki ✆ Mikhail Nesterov |
Malaya Nikitskaya es una calle tranquila, con fincas
arboladas, hasta donde, en ocasiones, se acercaba Stalin en los primeros años
treinta. La casa del número 6, justo en la esquina con Spiridónovka, se halla
frente a una iglesia que muestra en su fachada un pórtico neoclásico, de
columnas corintias y paredes amarillas. La finca tiene un arco de entrada y un
muro bajo culminado por una reja modernista, que, como el resto de la casa, fue
ideada por el maestro del modernismo ruso, Fiódor Shéjtel. Fue la mansión de un
banquero, Stepan Riabushinski, y, tras la revolución bolchevique, instalaron
aquí la editorial del Estado, Gosizdat, y se fundó la Unión de Escritores
de la URSS.
Es el lugar donde Máximo Gorki vivió sus últimos cinco años
de vida: se encuentra en el barrio de Tverskaya de Moscú. Aquí lo visitaban
dirigentes revolucionarios, poetas, ráfagas perdidas de su dura juventud, y
vinieron a verle Romain Rolland y Bernard Shaw, y escribió La vida de Klim
Samguin, cuando ya su vida era como un vapor renqueante avanzando por el Volga.
Cuando se instaló en ella, en 1931, era ya un hombre mayor: tenía 63 años, pero
eso no le impidió convertir su casa en uno de los centros culturales más
relevantes del Moscú revolucionario. Allí se guardan ahora sus libros, sus papeles,
las carpetas que acumuló al final de su vida. Aquí recibió Gorki a Stalin,
Voroshílov y Kaganovich, en 1932, cuando todavía nadie esperaba los lutos y el
escalofrío de una nueva guerra.
Penetrar en esa casa es adentrarse en los destellos de una vida dedicada a la literatura y la revolución. En una salita de la planta baja, un cuadro donde Gorki nos mira desde detrás de sus antiparras; al lado, en otra habitación, se ve una máquina de escribir portátil, modelo Corona, que utilizaba P. P. Krychkov, secretario de Máximo Gorki. La fabricaba desde 1912 la casa Corona Typewriter Company, de Nueva York, y es el modelo plegable, con maletín para facilitar su transporte. Está encima del escritorio que utilizaba Krychkov, y, tras él, se ve una mesita con tres teléfonos: uno, negro; los otros dos, de gancho. Detrás, un enorme y feo sofá-librería. Una fotografía de Gorki, todavía joven, escribiendo a máquina, completa la mesa, parcialmente cubierta con una vitrina bajo la que se aprecian tarjetas y sobres, uno con matasellos de Freiburg, del 15 de septiembre de 1931, vayan a saber por qué. Junto a la pared, otro enorme sofá de alto respaldo, y dos librerías acristaladas, con libros, y la Revista de la URSS, CCCP. Además de Krychkov, también el hijo del escritor trabajaba en ese pequeño despacho.
La escalera que sube al piso superior sorprende con su fea
baranda modernista de piedra, que, entonces, parecía hermosa, y que culmina en
una lámpara de bronce con forma de medusa. Está construida con mármol verde de
Estonia, y Fiódor Shéjtel quiso plasmar en ella una ola marina, como si fuera
la vida. Muchos, la consideran una obra maestra, construida por el arquitecto,
con motivos marineros, a principios del siglo XX. Por el resto de la casa,
evocaciones marinas, conchas y caballitos de mar en puertas y paredes. Shéjtel
construyó también la tumba de Chéjov, amigo tan apreciado por Gorki, en el
monasterio de Novodévichi.
Arriba, el comedor tiene dispuesta una mesa para diez
comensales, y cuenta, además, con un piano de cola, dos butacas de cuero junto
a una mesita, y un gran sofá, sin olvidar un armario para la vajilla. La
biblioteca se halla junto al comedor, también con un sofá y dos butacas, y
tiene todas las paredes forradas de estanterías con libros, y una mesa redonda
en el centro: sin embargo, las celosas cuidadoras de la casa impiden entrar en
la biblioteca para husmear los libros.
Aquí y allá, pueden verse las esculturas orientales que
tanto gustaban al escritor, y el abrigo de Gorki: negro, cruzado, con grandes
solapas, que se expone junto con sus botas largas y dos bastones. Su habitación
tiene una cama individual, una butaca y cinco sillas (¿para qué querría Gorki
cinco sillas en su alcoba?), además de un armario de luna. En la mesita, una
fotografía de su nieta mayor, Marfa, vástago de su hijo muerto en 1934. En la
pared, una imagen de Il Sorito, pintada por Nikolai Benua, la villa donde
Gorki vivía en Sorrento, y un armario japonés con pequeños recuerdos: un
dragón, un florero, un reloj indio, el estuche para las cerillas. En el
despacho donde Gorki trabajaba, una mesa con sus gafas, el tintero, el tampón
del papel secante, una colección de lápices y carpetas. Esa pasión por acumular
lápices debía recordarle los años en que aprendió a leer y escribir navegando
en un vapor por el Volga, mientras trabajaba en las cocinas del barco, gracias
al esfuerzo de un veterano de los fogones que trabajaba con él.
Máximo Gorki ✆ Nikolay Bogdanov-Belsky |
Los lápices de Gorki están cuidadosamente alineados, junto a
un abrecartas y unas tijeras, un documento, sus gafas, la pluma y el tintero.
Delante de su mesa, una butaca para leer o para acomodar a las visitas. Un
pequeño retrato de Stendhal, y un sofá. El despacho es similar a los que tuvo
en Sorrento y en la villa Teseli, en Foros, Crimea. Era un hombre metódico, que
trabajaba desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde. En las otras
dependencias, se ven colecciones de fotografías, recortes de periódicos,
dibujos. En una imagen, Gorki habla a una muchedumbre, en 1929; en una segunda,
de 1935, aparece con jóvenes vestidas de marineros, que le miran embobadas. En
otra, posa ante la cámara junto a Stalin y Voroshílov, en 1931, y todavía lo
vemos en su terraza, en la casa de Sorrento, en 1932, en la que sería su última
visita a Italia. En otra escena de 1935, Gorki aparece en la tribuna del
mausoleo de Lenin, en la plaza Roja, y saluda con el sombrero a los
manifestantes, y, más allá, a dos metros, se halla Stalin, que también saluda
con su casaca blanca y gorra de plato, o, como quiso Pablo Neruda, “con blusa
blanca, con gorra gris de obrero”.
*****
Alekséi Maksímovich Peshkov, Gorki, nació en Nizhni
Nóvgorod, entre el Volga y el Oká, en 1868. Es la ciudad que vio nacer también
a Sverdlov, Bulganin, y a Vladímir Shújov, el ingeniero de la torre Shábolovka,
de Moscú, que, después del triunfo de octubre, transmitía al mundo la voz de la
revolución bolchevique. Su infancia, pobre y miserable, transcurre entre la
muerte de su padre, cuando Gorki apenas tenía cinco años y la de su madre, a
los diez. A los nueve años, Gorki pudo ir, brevemente, a la escuela: es la
Rusia de la guerra contra los turcos, y donde, ese mismo año, Tólstoi publica Ana
Karenina. Gorki vivía entonces en casa de su abuelo paterno, quien le hizo
ver que, con diez años, debía ya empezar a ganarse la vida, a recorrer el mundo
y los oficios. “Sabes, Leksei, tú no eres ninguna medalla, y, en mi cuello, no
tienes sitio, será mejor que salgas a ganarte la vida”, le dijo su abuelo. Así,
aquel niño analfabeto se convertirá en zapatero, en pinche de sórdidas cocinas,
en panadero, vendedor ambulante, marinero en el Volga, imaginero, ferroviario,
vagabundo, salinero, oficinista. Vagabundeando por el sur del Imperio zarista,
recorrerá Ucrania y las provincias occidentales, el Mar Negro, el Volga.
Con diecisiete años, Gorki va a Kazán, en el Tartaristán,
donde habían estudiado Tólstoi y Lenin, y allí descubre el conocimiento, la
cultura, el gusto por aprender, que le atrapará para siempre, cuando ya la
pasión revolucionaria se ha apoderado también de su voluntad. Pero, entonces,
nada era fácil: la vida miserable de los trabajadores de la Rusia zarista
revienta sus manos y su corazón, y con diecinueve años, en 1887, intenta
suicidarse, desanimado por las dificultades de la lucha revolucionaria. Las
secuelas de ese acto afectarán a su salud durante el resto de su vida.
Su interés por la literatura le llega por el influjo de
Vladímir Korolenko, a quien había conocido en Nizhni Nóvgorod. El escritor y
revolucionario Korolenko estuvo desterrado en esa ciudad, en 1885, tras haber
cumplido seis años de deportación, y el encuentro entre ambos abre un nuevo
mundo para Gorki, que empieza a escribir y consigue publicar sus primeros
relatos con poco más de veinte años. Sus primeras obras las escribe en la
última década del siglo XIX, ya con más de treinta años, mientras se interesa
también por las cuestiones políticas, la corrupción de los funcionarios
imperiales, la explotación de los trabajadores, las duras condiciones de vida
de la población rusa. En 1898, Gorki es detenido por la policía, por sus
actividades revolucionarias, y empieza a ser un escritor de cierto renombre. En
ese año, se funda el POSDR, con sólo nueve delegados en Minsk, y con los
principales dirigentes revolucionarios, como Lenin y Mártov, desterrados en
Siberia. En 1900, ya frecuenta a Chéjov, y a León Tolstoi: con el primero lo
recordamos hoy en una fotografía donde Gorki parece un mujik abstraído,
silencioso, junto al médico y escritor; en otra, permanece en pie junto a Tólstoi,
en el jardín de la casa de la ulitsa Lva Tolstovo. Ese mismo año, Gorki
conoce a Maria Feodorovna Andreieva, en Sebastopol. Es una famosa actriz,
que milita en secreto en el POSDR. Comparten su vida, y Maria acompañará a
Gorki a Estados Unidos, y a Capri. Esa apasionada mujer dejará unas memorias,
publicadas en 1961, y se especula con que, tal vez, inspiró a Bulgakov el
personaje de su Margarita. Todavía mantendría Gorki otra relación sentimental,
además de la que tuvo con la madre de sus hijos, Katerina Peshkova: con Maria
Budberg, una fascinante mujer.
La creación del POSDR ofrece un nuevo instrumento para la
acción política, y Gorki se incorpora al partido. Sabe que su militancia
política irá de la mano de la persecución por la policía zarista. En 1901, el
escritor va al exilio en Crimea, forzado por la represión policial, y, al año
siguiente, Korolenko renuncia a su condición de miembro de la Academia de
Ciencias de San Petersburgo en protesta por la negativa del zar Nicolás II a
que Gorki fuese nombrado miembro de la Academia. En 1906, el exilio le lleva a
Alemania y a Estados Unidos. Cuando se dirige a Estados Unidos, intentan
impedirle la entrada por “anarquista”. Consigue superar los obstáculos, pero no
puede evitar que los periódicos de Hearts lancen una campaña contra él, con la
excusa de que viaja con una mujer con quien no está casado. Pasa un verano
norteamericano, en el macizo Adirondack, al norte de Nueva York. Su fama en
Estados Unidos aumenta considerablemente las cifras que cobra por derechos de
autor, y Gorki envía dinero a Lenin para publicar periódicos y colaborar con
los círculos revolucionarios. Al año siguiente, se instala en Capri, donde
vivirá hasta 1913, en esa finca donde lo vemos en una fotografía, de 1908, en
la terraza de la casa, sonriente, observando a Lenin, que lo ha visitado y
juega al ajedrez con el médico Aleksandr Bogdánov, todos con un aire de
exiliados a quienes les falta Rusia. Allí vive Gorki gracias a sus derechos de
autor, con modestia, ayudando al partido bolchevique, financiándolo, y
atendiendo a cualquier ruso perseguido que visitase Capri. Allí le dirigen
centenares de manuscritos autores de toda condición: obreros, soldados, incluso
prostitutas, y Gorki lee con paciencia sus textos, tratando de ayudar a quienes
sueñan con convertirse en escritores. Lo mismo hará después en Sorrento, tras
la revolución bolchevique.
Su actividad literaria es intensa. Ya ha publicado La
madre, Los bajos fondos, El canto del petrel, entre más de una decena
de obras, y su universo se encuentra entre los pobres que soportaban ateridos
las nieves rusas, los hambrientos que recorrían las tierras interminables de
Rusia en busca de cualquier sustento. Los relatos recogidos en Los
vagagundos son un espejo de los personajes que Gorki había conocido,
rebeldes, buscavidas, menesterosos de todas las desgracias, como el Alexander
Ivanovich Konovalov que, con cuarenta años, se ahorca de la llave de la estufa
en la cuadra de la cárcel (personaje que, curiosamente, se llama igual que un
viceprimer ministro de Kerenski y organizador de la rebelión de Kronstadt
contra el gobierno bolchevique); o como el ladrón y borracho Grichka
Tchelkache, que merodea por el puerto y muere en la playa, solo, bajo la
lluvia. Ese mundo de desgraciados, pobres, vagabundos, había sido el suyo, y,
durante toda su vida, Gorki recordará a esos personajes, que llenan sus libros.
Se había convertido ya en un escritor famoso, y sus libros suscitan atención en
Europa y Estados Unidos. Su agente en Europa es el equívoco Parvus, amigo de
Trotski, compañero de Rosa Luxemburgo, Plejánov, Axelrod, polemista con
Berstein. Sin embargo, Gorki rompe con él, a quien acusa de malgastar el dinero
de sus derechos de autor. Parvus acabará viviendo, antes de morir en 1925, en
un castillo en el lago Wannsee, que después pasará a manos de Goebbels.
La madre, escrita
parcialmente en Estados Unidos, se convierte en una de las novelas más leídas
del siglo XX, publicada por millones de ejemplares. Pelagueia Nilovna y Pável
Vlásov, las figuras centrales de la novela, se convirtieron en personajes
universales. Esa madre Pelagueia Nilovna, analfabeta, maltratada por
su marido borracho, es una mujer silenciosa, vencida, hasta que su hijo trae
nuevas ideas, atrapadas en las páginas de los libros que lee, ocultándolos.
Después, llegan nociones del socialismo, de la libertad, de la justicia, hasta
que Pável es encarcelado. Son los arrabales de Moscú, los suburbios míseros
donde los obreros son explotados, se embrutecen en las tabernas, y golpean a
sus mujeres y sus hijos, pero en el personaje de Pável anida la revolución. El
libro es un arma extraordinaria para quienes quieren cambiar la vida y la
historia, y las organizaciones obreras alemanas, francesas, norteamericanas,
empiezan a publicar la novela, que tendrá millones de lectores en todo el
mundo, como expresión de la voluntad proletaria de conquistar la dignidad y la
revolución. En Rusia, la novela es censurada, perseguida, aunque se publica en
parte, y contribuirá a mantener la esperanza y a organizar la resistencia al
corrupto poder imperial. La madre es una obra sencilla, aunque en
ella, a veces, los trabajadores utilizan un vocabulario que no corresponde a la
realidad, un lenguaje más propio del escritor que de los obreros embrutecidos y
analfabetos. Sirvió de inspiración para Brecht, cuya Madre Coraje bebe
de Gorki, como él bebió de Gógol. Gorki, cuya pasión es Rusia, permanece atento
al mundo: también se fijó en la lejana y pobre España, protestando contra la
farsa judicial y el asesinato de Francesc Ferrer i Guàrdia. Escribe sin cesar,
y combate el capitalismo, el colonialismo, cualquier forma de opresión, ataca
con dureza el antisemitismo.
Finalmente, la soñada revolución triunfa, aunque Gorki crea
que el momento no ha llegado aún. El triunfo bolchevique inaugura un período
difícil, donde la revolución se juega su existencia, y Gorki polemiza con
Lenin, con Trostki, se pelea con el gobierno bolchevique, creyendo que su
política destruirá el partido. Los calificativos que utiliza para atacar a
Lenin y a los bolcheviques son muy duros, sin concesiones: “Creyéndose los
napoleones del socialismo, los leninistas aceleran y rematan la destrucción de
Rusia”. En medio de una guerra civil, mientras veinte países capitalistas se
aprestan a enviar tropas para aplastar la revolución, los viejos
revolucionarios polemizan, discrepan, se pelean, sin perder de vista los
acontecimientos que se suceden a velocidad vertiginosa. En julio de 1918,
Zinóviev, dirigente en Petrogrado, pide a Lenin que cierre el periódico de Gorki, Vida
nueva, a lo que el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo accede.
Moura Budberg anota: “Fue un duro golpe para Gorki”. El periódico de Gorki se
había opuesto a la toma del poder por el partido bolchevique, al considerar que
era demasiado prematuro. Gorki es un comunista de ideas propias.
No obstante, Gorki sigue trabajando: lanza un viejo proyecto
de principios de siglo, que consistía en editar las mejores obras del
pensamiento humano, si era necesario adaptadas a un lenguaje más sencillo. Él
mismo se había puesto a reescribir el Fausto de Goethe, y quería dar
a conocer a campesinos y obreros las obras de Homero, Hipócrates, Shakespeare,
Newton, Pávlov, Jack London, Yáblochkov, Séchenov, Saltykov-Shedrín y muchos
otros. En 1919 se publica en Moscú el catálogo de esas ediciones, pero la guerra
civil, la falta de papel, tinta, imprentas, dificultan la publicación. La
guerra con los polacos, la destrucción de la guerra civil, el hambre, los
serios problemas del Sovnarkom para controlar el inmenso territorio
del país, el atentado de Kaplán contra Lenin, todo conspira contra la
revolución.
Gorki no está satisfecho, y muestra su oposición a las
medidas de Lenin y de los bolcheviques. En octubre de 1921, Gorki sale de
Petrogrado y viaja a Helsingfors, como llamaban a Helsinki, y, después, a
Berlín. Estaba muy débil: llegó a un sanatorio de la Selva Negra alemana, San
Blasien, casi sin vida. Su hijo adoptivo, Zinovi Alexéievich Péshkov (hermano
menor de Sverdlov, el dirigente bolchevique) lo conforta, y, poco a poco, Gorki
se recupera: incluso escribe a Lenin dando cuenta de la laboriosidad alemana.
Después, en abril de 1925, se va a vivir a Sorrento, mientras avanza en la
escritura de sus memorias: ya había publicado Mi infancia y Por
el Mundo, y, en 1922, Mis universidades. Gorki, criticado por los suyos,
los revolucionarios, es también atacado por los “blancos”, y por la prensa
conservadora en Europa, que le acusan de vivir en el lujo más escandaloso, de
poseer palacios y de despilfarrar millones, incluso de haber robado colecciones
del Ermitage, o de haber sido un agente alemán: todo era mentira. La vida en
Sorrento es tranquila, pero le falta Rusia, convertida ya en la Unión
Soviética. También le controla el régimen de Mussolini, cuya policía infiltra
un cocinero en la casa de Gorki, y llega a realizar un registro incautando
documentos. Después, Gorki se instala en Posillipo, cerca de Nápoles, en la
villa Galotti, donde empieza a escribir La vida de Klim Samguin, que Gorki
consideraba su obra más importante. Podemos imaginar a Gorki y Walter Benjamin
conversando en Italia, aunque nunca se encontraran, después de todo, fue junto
a Sorrento, en Capri, que también acogió a Gorki, donde conoció Benjamin a Asja
Lacis, la “letona bolchevique de Riga”, uno de los motivos que le llevarán a
viajar a Moscú a finales de 1926, cuyas impresiones nos dejó en su Diario
de Moscú.
En 1924, cuando muere Lenin, Gorki reflexiona sobre la
grandeza del dirigente bolchevique, y llega a la conclusión de que, en las
disputas entre ambos en los años de la revolución, Lenin llevaba razón. Pasa
dificultades, hasta el punto de que, en 1925, decide vender su colección de
jades. En 1929 vuelve definitivamente a la URSS, y se instala en Moscú, en esa
casa de la ulitsa Malaya Nikitskaya, que le facilita el gobierno
soviético. Al año siguiente muere su hijo Máximo, como había muerto también su
pequeña hija Katiuchka, frutos de su relación con Katerina Peshkova. Después,
en esos años, pese a su delicada salud, todavía viaja a Berlín, con intención
de dirigirse a Amsterdam para el Congreso Internacional contra la guerra que
debía celebrarse allí, en el verano de 1932, organizado por Rolland y Barbusse,
pero el gobierno holandés niega la entrada a la delegación soviética. Vuelve,
por última vez, a Sorrento, en octubre de 1932, y pasará allí unos meses.
Finalmente, retorna a Rusia, de nuevo, en mayo de 1933, en el vapor Jean
Jaurès, para hacer el trayecto entre Nápoles y Odessa. Es uno de los ciudadanos
más célebres de la Unión Soviética, un escritor comunista, tan conocido como
Lenin o Stalin.
En 1934, preside el I Congreso de escritores soviéticos,
donde Andrei Zhdanov establece las tesis del “realismo socialista”, aunque la
denominación fue obra de Gorki. En su discurso inaugural, Zhdanov califica a
Gorki de “gran escritor proletario”, y recuerda los logros de la revolución
(“la liquidación de las clases parásitas, la eliminación del desempleo, la
erradicación de la miseria en las aldeas, la desaparición de los tugurios
urbanos”), constatando que la “URSS se ha convertido en un país de avanzada
cultura socialista”, mientras Isaak Bábel, en una festiva y relajada
intervención habla de que “la vulgaridad es contrarrevolución”. Se inicia
entonces el camino que dejará en la periferia del socialismo a escritores como
Bulgakov, Alekxei Tólstoi, Pilniak, y otros, y que dificultará el quehacer
incluso de Shostakóvich o Eisenstein, recurriendo a la imposición de los
doctrinarios, aunque no por ello Zhdanov dejaba de anunciar que el realismo
socialista debía contribuir a la lucha contra la propiedad y al triunfo del
socialismo. En 1935, Gorki se halla ya muy enfermo, y aunque tenía previsto
viajar a París para un nuevo congreso permanece en la villa Teseli, en Crimea,
hasta que en junio va a Moscú para recibir a Rolland. Vuelve a Crimea, hasta
que el 26 de mayo de 1936 lo trasladan a Moscú, gravemente enfermo. Muere el 18
de junio, en el hospital del Kremlin, tras dos semanas de agonía. Después,
André Gide llegó a Moscú para pronunciar un discurso fúnebre, junto a Stalin, y
Gorki fue enterrado en la muralla de la plaza Roja, junto a Kirov, John Reed,
Sverdlorv, Dzerzhinski, y, donde, después, enterrarían a Nadezhda Krúpskaia,
Stalin, Voroshílov, Kalinin, Clara Zetkin o Gagarin. Al día siguiente de
su muerte, L’Humanité escribía: “Millones de trabajadores lloran a
Gorki”. Así era.
Los personajes de sus obras eran los mismos hombres y
mujeres que Gorki había conocido a lo largo de sus días como obrero en los
oficios más diversos: trabajadores de las fábricas, mendigos, vagabundos,
pobres de todas las desgracias. Eran la misma Rusia menesterosa que la
revolución bolchevique levantó del fango y la desesperación, aunque llegasen
también después tiempos difíciles, duros y terribles, como en los años de la
guerra de Hitler. Recorriendo la belleza de Rusia, “las riberas del Volga,
doradas por el otoño y bordadas de seda”, el escritor-obrero, como denominaron
a Gorki, dejó libros que fueron leídos por millones de soviéticos y de otros
países del mundo. En 1938, el director soviético Mark Semionovich Donskoi
empezó a rodar su trilogía basada en los tres volúmenes de sus memorias. Gorki,
que en ruso significa amargo, desgraciado, no ahorró críticas a la revolución,
a Lenin y Trotski, polemizó con los bolcheviques, recibió ataques de Kámenev y
Zinóviev, en los difíciles días de la revolución y del comunismo de guerra,
pero estuvo siempre con los suyos, junto a la gente común, la “gente de vida
oscura”, como se denominaba a sí misma y a su familia la madre Pelagueia
Nilovna.
Aunque vivió durante quince años fuera de Rusia, y vio otros
mundos distintos al eslavo, el universo de Gorki era profundamente ruso: era el
reflejo de la melancolía de los seres humanos derrotados que había conocido en
su infancia y su juventud, de los campos rusos, los ríos interminables, las
nieves eternas, la pobreza y miseria a la que el capitalismo había reducido la
condición humana, pero también las fábricas oscuras en donde soñaban con la
revolución, de los obreros sucios que surgían “al anochecer, cuando la fábrica
vomitaba gente, como si fuera escoria”, que después se pondrían en marcha en
multitudes deslumbrantes. Pocos escritores han conocido una fama semejante a la
de Gorki, en todo el mundo. Su celebridad era abrumadora, pero no dejó de ser
nunca un hombre sencillo, honesto, accesible para todos, próximo, modesto. Los
lápices de Gorki conservados en su mesa son los del esfuerzo por el
conocimiento, por la ilustración y la libertad. Igual que creyó ver en la
sonrisa triste de Chéjov el “sutil escepticismo” de quien conocía “el precio de
las palabras, el precio de los sueños”, fue el hombre que sonreía viendo a
Lenin jugar al ajedrez en Capri, el niño que navegaba en las sentinas de un
vapor del Volga, el que guardaba los lápices que le recordaban los lejanos días
en que aprendió a leer.
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