“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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4/11/14

Los lápices de Máximo Gorki | Los guardaba porque le recordaban los lejanos días en que aprendió a leer

Máximo Gorki
Mikhail Nesterov

Higinio Polo
Malaya Nikitskaya es una calle tranquila, con fincas arboladas, hasta donde, en ocasiones, se acercaba Stalin en los primeros años treinta. La casa del número 6, justo en la esquina con Spiridónovka, se halla frente a una iglesia que muestra en su fachada un pórtico neoclásico, de columnas corintias y paredes amarillas. La finca tiene un arco de entrada y un muro bajo culminado por una reja modernista, que, como el resto de la casa, fue ideada por el maestro del modernismo ruso, Fiódor Shéjtel. Fue la mansión de un banquero, Stepan Riabushinski, y, tras la revolución bolchevique, instalaron aquí la editorial del Estado, Gosizdat, y se fundó la Unión de Escritores de la URSS.
 
Es el lugar donde Máximo Gorki vivió sus últimos cinco años de vida: se encuentra en el barrio de Tverskaya de Moscú. Aquí lo visitaban dirigentes revolucionarios, poetas, ráfagas perdidas de su dura juventud, y vinieron a verle Romain Rolland y Bernard Shaw, y escribió La vida de Klim Samguin, cuando ya su vida era como un vapor renqueante avanzando por el Volga. Cuando se instaló en ella, en 1931, era ya un hombre mayor: tenía 63 años, pero eso no le impidió convertir su casa en uno de los centros culturales más relevantes del Moscú revolucionario. Allí se guardan ahora sus libros, sus papeles, las carpetas que acumuló al final de su vida. Aquí recibió Gorki a Stalin, Voroshílov y Kaganovich, en 1932, cuando todavía nadie esperaba los lutos y el escalofrío de una nueva guerra.