Foto: Ernesto Laclau |
La última vez que compartí unos días con Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, poco antes de su inesperada muerte en Sevilla, ya comenzábamos
–y yo lo intentaba con un interés especial– a pensar en Podemos como una
encrucijada diferente en la realidad política europea. Una de las diferencias
más decisivas en la experiencia política de Podemos era precisamente el “factor
Laclau”. Recuerdo aún aquellos días de Huelva, y las primeras aproximaciones
teóricas que yo intentaba exponer frente a ellos y la habitual distancia
irónica de Ernesto y el claro interés de Chantal Mouffe por los detalles más
precisos y mejor definidos del asunto... Podemos. Este “asunto”, entre otras
novedades, participaba de una singularidad que exigía su propia indagación, tal
como yo ya había podido sugerirlo en el programa 6, 7, 8 de la televisión
argentina.
A saber, Podemos era una construcción política que
encontraba su especial inteligibilidad si se tenía como referencia teórica la
obra de Ernesto, en particular su gran desenlace: La Razón Populista. Por
supuesto no se trataba, como le gusta plantearlo a la derecha argentina en
términos de “asesoramiento” de “intelectuales K”, era una cuestión mucho más
verdadera y real, la propia realidad en el proceso de construcción de la
experiencia Podemos reclamaba la lectura del texto de Laclau, porque sólo a
partir de ella ciertos elementos constitutivos de la misma encontraban su
explicación estructural.
Sólo leyendo a Laclau y a Mouffe se puede ver en Podemos algo más que una estrategia política electoral. Y dada la gran complejidad de la obra de Ernesto, ya que la necesidad de conocer a Derrida, a Lacan, a Gramsci, a Heidegger, a Wittgenstein se presenta como exigencias previas en su abordaje, no es casual que haya sido en las nuevas generaciones post 15M que ese encuentro teórico haya sido posible. Por fin la nueva izquierda no retrocede en su mirada sobre Latinoamérica, ni con respecto a los desafíos de gran complejidad teórica que el término populismo implica, si se lo quiere pensar en su lógica pertinente; ni en volver a plantearse, vía Laclau, una verdadera “autonomía” de la experiencia política en tanto superficie de inscripción de distintas prácticas discursivas, susceptibles de vehiculizar una nueva “voluntad colectiva” experimentada por un sujeto, el pueblo, cuya existencia no está dada de antemano ni tampoco está garantizada su acción transformadora en el proceso histórico.
Sólo leyendo a Laclau y a Mouffe se puede ver en Podemos algo más que una estrategia política electoral. Y dada la gran complejidad de la obra de Ernesto, ya que la necesidad de conocer a Derrida, a Lacan, a Gramsci, a Heidegger, a Wittgenstein se presenta como exigencias previas en su abordaje, no es casual que haya sido en las nuevas generaciones post 15M que ese encuentro teórico haya sido posible. Por fin la nueva izquierda no retrocede en su mirada sobre Latinoamérica, ni con respecto a los desafíos de gran complejidad teórica que el término populismo implica, si se lo quiere pensar en su lógica pertinente; ni en volver a plantearse, vía Laclau, una verdadera “autonomía” de la experiencia política en tanto superficie de inscripción de distintas prácticas discursivas, susceptibles de vehiculizar una nueva “voluntad colectiva” experimentada por un sujeto, el pueblo, cuya existencia no está dada de antemano ni tampoco está garantizada su acción transformadora en el proceso histórico.
Salvo que la “cadena de equivalencias” como articulación de
las diferentes demandas insatisfechas conquiste la situación hegemónica y su
frontera antagónica en el “significante vacío” que amarra la totalidad
heterogénea. Esta descripción típicamente laclausiana se percibe en distintas
decisiones de Podemos: apartarse del imaginario tradicional de la izquierda y
sus inercias históricas y ofrecer de entrada una opción antagónica que en
Europa sólo suele manejar la ultraderecha, la Casta o el Pueblo; a la vez que
generar la condición de que a partir de los Círculos sectoriales las diferentes
demandas se vayan articulando, sin retroceder con respecto a los
contradictorios y tensos juegos de la jungla mediática y reconociendo la
dimensión “afectiva” que participa de un modo decisivo en las nominaciones y
liderazgos de la política. Esta mezcla de insolencia plebeya y de desafío intelectual,
y de audacia en el desencadenamiento de un poderoso dispositivo de
resignificación de la transición española tuvo como condición de posibilidad,
entre otros, pero de un modo singularmente privilegiado, el texto de Laclau. No
se trata de una relación antecedente-consecuente, Laclau y Podemos es más bien
un encuentro sincrónico que, a su vez y curiosamente, ha inducido a una cierta
intriga mucho más respetuosa hacia el “peronismo” maldito y hacia Jacques
Lacan.
A modo de recuerdo-homenaje, evoco aquí que cuando conocí a
Ernesto, al estrechar su mano, me dijo sonriendo: “Lacan y Perón un solo
corazón”. Por negarme a quitar ese chiste se estropeó, en una editorial
argentina importante, la primera edición de Para una izquierda lacaniana. En
cualquier caso, ese chiste vehiculizaba mucho más de lo que podía imaginar en
aquel entonces. Lo cierto es que por primera vez un pensador argentino, cuyo
núcleo de sentido en la política no fue sólo mayo del ’68 y sí Gramsci, la
experiencia italiana, el exilio y el pensar de nuevo la Argentina y su
movimiento popular, y Borges y Lacan, ha sobredeterminado al acontecimiento
político más importante de las ultimas décadas en Europa.
El mismo lo tendría que haber visto.