“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

1/2/15

Historiografía y movimientos sociales en El Salvador [1811-1932] – Un balance preliminar

José Feliciano Ama,
líder de la insurrección de 1932
Carlos Gregorio López Bernal
Este trabajo pretende hacer un balance historiográfico preliminar sobre el estado de los estudios sobre movimientos sociales en El Salvador, de 1811 a 1932. Para seleccionar los casos de estudio se procedió a partir de dos criterios básicos: primero, la importancia que tuvo la movilización, tanto en el momento de su acaecimiento como en la historiografía salvadoreña; segundo, la cantidad y calidad de los estudios al respecto, considerando tendencias historiográficas, abordajes, fuentes e interpretaciones. Se discuten los factores que a lo largo del tiempo han condicionado las diferentes interpretaciones sobre los mismos hechos.

Los movimientos sociales en América Latina se asocian con los momentos de mayor intensidad de la conflictividad social, independientemente de cómo esta se manifieste. Esta es la tesis que subyace, por ejemplo, en la sugerente compilación de estudios que hizo Fernando Calderón a mediados de la década de 1980. La emergencia de movilizaciones sociales se relaciona con crisis que provocan o agravan los problemas sociales y que impulsan a la organización de distintos actores.

Fernando Calderón define los movimientos sociales como: “acciones colectivas con alta participación de base, que utilizan canales no institucionalizados y que, al mismo tiempo que van elaborando sus demandas, van encontrando formas de acción para expresarlas y se van constituyendo en sujetos colectivos”.1 La definición de Calderón es lo suficientemente amplia como para dar cabida a los casos que aquí se estudiarán, en tanto ve el problema como proceso, abre la posibilidad de un estudio en perspectiva histórica.

Una situación conflictiva lleva a determinados actores a realizar “acciones colectivas” que evidencian cierto grado de organización. Tales actores parten de una agenda -lo que quieren cambiar, mantener o rescatar-, la cual condiciona sus formas de lucha y los objetivos de la movilización, los cuales pueden variar; desde los que buscan cambios revolucionarios, otros que pretenden mejorar las condiciones de vida de los involucrados; los que simplemente tratan de mantener un estado de cosas, hasta aquellos casos en que se buscaría restituir derechos ya perdidos.

Estas consideraciones ayudan a entender por qué se decidió incorporar en este análisis las luchas independentistas y los levantamientos indígenas, que en principio parecen no ajustarse a lo que normalmente se entiende por movimientos sociales. Una acotación adicional; este trabajo se distancia del reduccionismo marxista que daba una excesiva importancia a la economía y la clase social en la configuración y expresión de los movimientos sociales. Por el contrario, al incorporar la etnicidad y las problemáticas del poder local, se pretende ver más allá de los determinantes económicos y de clase.2 El estudio de los movimientos sociales ayuda a entender mejor la sociedad que los produce, las causales de las disputas, la rigidez o flexibilidad de las estructuras de poder y los mecanismos de procesamiento del conflicto de que se dispone.

Francisco Sánchez, antes de ser fusilado en la plaza de Juayúa.
Su asesinato fue de los primeros que realizaron los militares
para infundir temor entre la población
Foto del MUPI

La cantidad y diversidad de estudios sobre un movimiento indica su trascendencia y el impacto que este ha tenido en la memoria colectiva. Un mismo hecho puede ser interpretado de maneras muy distintas, dependiendo de quiénes escriban sobre él, del contexto en que lo hagan, de las fuentes con que cuenten y de las filiaciones político-ideológicas que tengan. De estos problemas trata el análisis historiográfico; a menudo los conflictos del pasado reencarnan en la historia que se escribe, para dar argumentos en las luchas del momento en el cual están inmersos los estudiosos; con lo cual se corre el riesgo de que historia y memoria se confundan. La independencia, las rebeliones indígenas del siglo XIX -especialmente, la de Anastasio Aquino-, y el levantamiento de 1932, son hitos importantes en la historia republicana salvadoreña. Pero igualmente han sido objeto de fuertes controversias, en tanto que su interpretación ha estado condicionada a las agendas y visiones políticas del momento en que se escribe sobre ellos.

Conclusiones

Esta revisión historiográfica refleja un desarrollo desigual de los estudios históricos en El Salvador. Las dos vertientes predominantes en la historiografía sobre los movimientos de independencia se fundamentan más sobre filiaciones ideológicas y narrativas argumentativas que sobre un análisis objetivo y fundamentado en fuentes. Aunque en los últimos años han aparecido algunos trabajos con enfoques interesantes, no se centran específicamente sobre las movilizaciones, y su impacto es aún muy limitado.82 En todo caso, por la naturaleza del tema, las interpretaciones que más se difunden entre la población son las que se transmiten por medio de la escuela y las fiestas cívicas de la independencia. Diferentes son los casos de los estudios sobre revueltas indígenas del siglo XIX y el levantamiento de 1932. De ser temas marginales y de estrechas propuestas interpretativas, las revueltas indígenas se han convertido en un importante campo de investigación, al grado que ya no es posible entender la historia política y social del siglo XIX sin su consideración. De las prejuiciadas interpretaciones liberales, en las que primaban las contraposiciones ideológicas y el racismo, y las de izquierda que trataban de convertir a los indios en “rebeldes” cuasirevolucionarios, se ha pasado a ver a los indígenas como actores sociales con agendas propias, vinculados, pero no sometidos a las facciones de elites y a los caudillos. Asimismo, se han incluido las variables regionales y las causales asociadas a las movilizaciones, con lo cual se enriquece el análisis.

Algo parecido ha sucedido con el 32; aunque desde un primer momento fue objeto de debate, las primeras interpretaciones dependían mucho de la ideología y los prejuicios. Sin embargo, en la última década, el planteamiento de nuevas preguntas de investigación, el acceso a nuevas fuentes y la adopción de marcos interpretativos más imaginativos y flexibles han enriquecido enormemente su comprensión.

No obstante, las obvias diferencias entre los casos considerados, todos han sido objeto de polémicas y de “usos políticos” y memoriales de los eventos del pasado. Y es que de un modo u otro, independencia, movilizaciones indígenas o el levantamiento de 1932, han sido retomados a posteriori e interpretados en función de agendas político-ideológicas del presente. De diferente manera, todos los casos se vinculan con la construcción de identidades, ya sean nacionales, étnicas o de clase.

En resumen, esta revisión muestra un considerable avance de la historiografía salvadoreña en las últimas dos décadas, pero este sigue siendo asimétrico e intermitente. En algunos casos, se dispone de un amplio y variado repertorio bibliográfico; en otros, apenas se ha comenzado a hacer intentos de nuevos acercamientos. Este desbalance es producto de condicionamientos objetivos, por ejemplo, disponibilidad de fuentes y recursos para la investigación, pero también de la forma como la comunidad académica vinculada a El Salvador ha venido construyendo su agenda de investigación.

Carlos Gregorio López Bernal es salvadoreño, doctor en historia por la Universidad de Costa Rica (UCR) y docente e investigador de la Licenciatura en Historia de la Universidad de El Salvador.