►Deutsch |
►English |
Consciente de la aceleración temporal y política que la
victoria de Syriza ha impuesto, el discurso de Podemos sobre Europa es, por un
lado, de solidaridad sincera y de alta consideración hacia la victoria de los
demócratas griegos, mientras que, por otro lado, es un juicio de prudencia —la
línea marcada por Tsipras puede fracasar en el breve intervalo que la separa de
las citas españolas—.
Pero la prudencia no es ambigüedad. En efecto, a nadie se le escapa que nada sería más peligroso que una postura ambigua no solo respecto a la negociación que se ha abierto entre Grecia y Europa, sino sobre todo respecto a las políticas que la Europa de la troika ha desarrollado hasta ahora. Cualquier ambigüedad en este terreno debe ser eliminada —y así ha sido en los hechos si juzgamos a partir de lo que hemos visto en los últimos meses—, pues existen dos europas y hay que situarse en una u otra. La ciudadanía sensata sabe que no se podrá ganar en España si no es a la luz de un frente ya abierto por Syriza y que ha de ampliarse en Europa. Las políticas de la deuda, los temas vinculados a la soberanía y a la cuestión atlántica sólo pueden entrar en consideración en el espacio europeo.
Pero la prudencia no es ambigüedad. En efecto, a nadie se le escapa que nada sería más peligroso que una postura ambigua no solo respecto a la negociación que se ha abierto entre Grecia y Europa, sino sobre todo respecto a las políticas que la Europa de la troika ha desarrollado hasta ahora. Cualquier ambigüedad en este terreno debe ser eliminada —y así ha sido en los hechos si juzgamos a partir de lo que hemos visto en los últimos meses—, pues existen dos europas y hay que situarse en una u otra. La ciudadanía sensata sabe que no se podrá ganar en España si no es a la luz de un frente ya abierto por Syriza y que ha de ampliarse en Europa. Las políticas de la deuda, los temas vinculados a la soberanía y a la cuestión atlántica sólo pueden entrar en consideración en el espacio europeo.
Cabía esperar una gran atención —y así empezamos a
comprobarlo— a las propuestas tácticas y a las políticas del equipo
económico-financiero de Syriza. Con independencia de los juicios sobre el valor
de las propuestas, éstas se decantan por la cooperación transnacional y
el abandono de la demagogia antieuropea de las “viejas” izquierdas, una
demagogia que en cualquier caso nunca ha sido fuerte en Podemos. No cabe duda
de que la apuesta de Syriza se formula en términos de defensa de la soberanía
nacional —contra la troika, contra Merkel, etc.—, pero en la práctica implica
la aceptación bastante evidente de una intervención política dentroy contra la
Unión tal y como esta es dirigida. En esta línea, la principal opción hoy es la
de una coalición de los PIIGS y de
las fuerzas de una nueva izquierda para dar un vuelco al statu quo de
la Unión. Asimismo, esta parece ser la única opción al alcance de Podemos para
ganar las elecciones.
Tratemos de considerar las cosas con mayor profundidad.
Hasta ahora el enfrentamiento en Europa se ha producido entre una Europa neobismarkiana, neoliberal y
eminentemente conservadora y una Europa democrática, constituyente y
atenta a las exigencias de las y los trabajadores, de las clases medias
empobrecidas y de los jóvenes precarios o en paro, de las mujeres, de los
inmigrantes y refugiados, de los viejos y nuevos excluidos. Una alternativa por
así decirlo, porque a partir de la crisis de 2008 la Europa bismarkiana se ha impuesto con
contundencia, dejando a la otra Europa un espacio marginal, de protesta y a
veces incluso de lamento desesperado. Sin embargo, cuando la situación parecía
quedar terminantemente cerrada para las reivindicaciones de justicia y para las
revueltas contra la miseria, se ha presentado una alternativa encabezada
por Grecia. Ahora se trata de afirmarla y de organizarla precisamente en
los terrenos en los que se había impuesto la iniciativa reaccionaria.
La primera cuestión, la primera dificultad, es la de la
deuda. La Europa de la troika quiere hacer pagar la deuda a las multitudes
europeas, de tal forma que la capacidad de pagarla se convierte en el rasero de
la democracia así como del grado de europeísmo. Pero todos aquellos que se
mueven en un frente democrático piensan, por el contrario, que ese rasero es
infame porque las deudas que hoy se imputan a los pueblos han sido contraídas
por quienes han gobernado durante estos años. Estas deudas han engordado a las
clases dirigentes, no solo mediante la corrupción, la evasión o los favores
fiscales, el gasto demencial en armamento, las políticas industriales en
provecho no del trabajo, sino para someter a éste a la renta financiera e
imponer a los modos de vida la precariedad y una incertidumbre asfixiante. Cada
hombre, cada mujer, cada trabajador ha tenido que reconocerse culpable de una
deuda, de un gravamen financiero del que no era responsable. Ha llegado el
momento de decir en voz alta que no han sido los ciudadanos sino los
dueños del poder, los hombres del proyecto neoliberal, los políticos de “centro”,
de las “grandes coaliciones” cada vez más extremistas y exclusivas los que han
creado una deuda de la que se han apropiado exigiendo, además, un
reembolso indebido. Contra esa condición servil para los pueblos (no solo para
los pueblos del sur de Europa, sino también para los de Centroeuropa y sobre
todo de Europa del Este) la nueva izquierda, a través de Syriza, pide un
rescate –una conferencia europea sobre la deuda, esto es, una sede
constituyente para un nuevo sistema de solidaridad, para establecer nuevos
criterios de medida y cooperación fiscal y para las políticas del trabajo.
Podemos puede aportar a este proyecto un respaldo enorme.
Todos sabemos que detrás de estos temas se abre un proyecto
de transformación profunda de las relaciones sociales. Una vez más, nace desde
Europa y en Europa un proyecto de libertad, de igualdad, de solidaridad, un
proyecto que podemos llamar antifascista, porque repite la pasión y la fuerza
de las luchas de la Resistencia. La alianza entre Podemos y Syriza, y el apremio
a confluir en esa alianza dirigido a todas las nuevas izquierdas europeas,
puede construir el modelo de una Unión democrática, construida a partir de la
solidaridad más allá y contra el mercado. A partir de esta base, solo se puede
hacer una política fiscal reduciendo o aboliendo la deuda consolidada hasta
ahora e instaurando y homogeneizando, para el futuro, criterios progresivos de
fiscalidad en toda la zona euro. Los temas centrales del Estado de bienestar
–educación, asistencia médica, sistema de pensiones y políticas de vivienda,
pero también el trabajo doméstico y el trabajo de cuidados– deben desarrollarse
de manera homogénea en el plano europeo, acompañando la gran innovación de una
“renta básica de ciudadanía” decente, generalizada y homogénea. Todo esto abre
una batalla constituyente allí donde estos nuevos derechos de solidaridad
pueden ser reconocidos, donde el común se torna en elemento central
de organización económico-social.
Pero para conquistar estos objetivos se ha de indicar
el terreno en el que luchar, y este solo puede ser el espacio europeo en su
totalidad. Se abre así el tema central alrededor del cual se han acumulado
muchos equívocos: el terreno de la cesión de soberanía. Ya ha habido traspasos
de soberanía y estos se han hecho siempre a favor de los poderes neobismarckianos del capitalismo
financiero. En este terreno, atacando demagógicamente estas cesiones de
soberanía, nacen y se desarrollan peligrosamente en Europa las derechas
nacionalistas. Sin embargo, resulta extraño ver cómo esas posiciones asoman a
veces —o son miradas con buenos ojos— también entre los miembros de Syriza, de
Podemos y de otras fuerzas de la “nueva Europa” que están formándose. Hay que
ser claros a este respecto; cada uno de los países que han entrado en la Unión,
y con mayor motivo los que han entrado en el euro, ya no poseen una soberanía
plena. Y esto es bueno. Detrás de la soberanía nacional se han desarrollado
todas y cada una de las tragedias de la modernidad. Y si queremos seguir
hablando de soberanía en un sentido moderno —y clásico—, es decir, de un poder
“en última instancia”, tiene que quedar claro que este se identifica cada vez
más con Fráncfort, o para ser más precisos, con la torre del BCE. Nos
encontramos en una situación en la que reina una peligrosa duplicidad que es
preciso reconocer. Necesitamos a Fráncfort, necesitamos una moneda europea, si
no queremos ser presa de los poderes financieros-globales, de las políticas de
EEUU así como de los demás colosos continentales que están afirmándose frente a
Europa. Pero, por otra parte, tenemos que recuperar a Fráncfort para la democracia
e imponerle las razones de los pueblos. Dicho de otro modo, Fráncfort debe ser
asaltada por Europa; primero por los movimientos y luego, gradualmente, por la
mayoría de las democracias europeas y de un Parlamento europeo transformado en asamblea
constituyente. Con la globalización se ha impuesto en todas partes la
centralidad de un gobierno monetario de zonas continentales, siendo Europa una
de estas zonas continentales. No cabe imaginar una batalla política más
esencial que la que lleva al control democrático del gobierno de la moneda
europea. Esta batalla simboliza hoy la toma de la Bastilla.
Por otra parte, es evidente que solo planteando el problema
del control sobre el vértice monetario y político de Europa, e insistiendo por
ende en la disolución de las viejas soberanías monocráticas puede abrirse, de
manera productiva, el tema del federalismo, que es otro paso esencial en la
construcción de una nueva Europa. Un federalismo que no solo quiere
que las naciones europeas se recompongan en un diálogo constitucional, sino
también y sobre todo una articulación de todas las naciones, de todas las
poblaciones y lenguas que quieren sentirse cultural y políticamente autónomas, dentro
de un cuadro unitario, esto es, federal. No son tanto los PIIGS los que desean
esto; son Escocia, Cataluña, el País Vasco y todas las demás regiones que
exigen autonomía y una capacidad efectiva de decidir sobre su constitución
política y social. El federalismo pasa a ser clave en la construcción de
Europa. La cuestión de la soberanía solo puede plantearse y utilizarse en
términos de pluralidad, accediendo a las dinámicas que articulan un franco
federalismo para los años venideros.
Aquí se entiende una vez más que sólo la izquierda —la nueva
izquierda que parte de la radicalidad democrática de los movimientos emergentes
de lucha y se organiza con arreglo a líneas de emancipación (Syriza y Podemos)—
puede imponer la Unión Europea no como instrumento de dominio sino como
objetivo democrático. Izquierda-Europa-radicalidad democrática: este
dispositivo cobra cada vez más importancia para la definición de la defensa de
los intereses de las clases trabajadores y para la emancipación frente a la
pobreza de las y los ciudadanos. Hay una larga y sucia tradición de izquierdas
soberanistas a la que hay que poner fin, al igual que hay que derrotar a las
experiencias populistas que utilizan los sentimientos nacionales y los
transforman en pulsiones fascistas (nacionalistas, identitarias,
aislacionistas). Solo una izquierda europeísta, profundamente transformada por
la radicalidad democrática de los movimientos emergentes contra la austeridad,
puede construir una Europa democrática.
Aquí se abre otro problema, que podemos denominar la
“cuestión atlántica”. Se trata de un problema a menudo eludido o excluido del
debate, como si resultara obvio que el proceso de unificación europea tuviera
que desarrollarse bajo la atenta protección de Estados Unidos. Europa fue
auspiciada dentro de la Resistencia antifascista para superar las guerras que
hasta mediados del siglo pasado la habían destrozado a la par que empobrecieron
y humillaron a sus pueblos. Contra esa condición se construyeron en la
postguerra europea y en la Transición española los primeros fermentos de un
discurso europeo, sabiendo que la paz significaba la posibilidad de democracia,
mientras que la guerra ha significado siempre fascismo y militarismo. Tras la
caída del Muro de Berlín, la unidad europea ha perdido también las
características del último frente contra el mundo soviético y el expansionismo
ruso. Así las cosas, el objetivo de una Unión Europea se ha autocentrado y
reorganizado en torno a un marco de civilización, de estructuras jurídicas
propias y de autonomía en el ámbito global.
Pero ahora Europa está rodeada de guerras. Todo el
Mediterráneo, tan profundamente vinculado no solo al sur, sino a toda
Europa debido a los movimientos migratorios y por relaciones
esenciales de política energética e intercambios comerciales, está atravesado
por una única línea de guerra, de fascismos y dictaduras. Es una línea que se
extiende hacia Oriente Próximo y hace de Europa un actor peligrosamente
expuesto a movimientos bélicos que tienen una importancia y una conducción
globales. Además, en la frontera Este de Europa se está desarrollando una
guerra entre pueblos rusófonos, con responsabilidades que hay que remitir a
cuestiones de control global que se contraponen al interés de los pueblos
europeos. Desde esta perspectiva, la soberanía de Europa —no ya la soberanía
imaginaria de cada país, sino la real de una Unión que está construyéndose— se
proyecta sobre la OTAN y es usurpada por esta. ¡Esta es la verdadera cesión de
soberanía que han padecido las naciones europeas! Cuando Tsipras propone, de
manera simbólica, la necesidad de abordar este problema, toca una fibra
fundamental de las estructuras europeas. Introduce a un problema al que todos
debemos responder, sin hacernos la ilusión de que pueda resolverse de inmediato
pero sin negar su existencia y su impacto central. De lo que hablamos aquí es
de la relación de la Unión con la paz o la guerra, con una paz no solo dentro
de Europa, sino también en sus fronteras. Por otra parte, es evidente que
la “cuestión atlántica” no es un problema que atañe solo a la paz y a la
guerra, sino que es una cuestión que se remonta al sistema de control y/o de
poder de mando sobre las estructuras productivas y financieras de la propia
Europa.
Así pues, para no ser hipócritas, para hablar claro, para
dar un empujón adicional a los procesos de construcción de una fuerza política
de la izquierda europea, pongamos de nuevo sobre la mesa algunos problemas que
no pueden dejar de plantearse. ¿Qué dice o hace Podemos sobre la inmigración,
sobre los refugiados? Pero también —repitiendo y precisando la pregunta— sobre
la OTAN, sobre los conflictos regionales en curso en los limes de la
Unión? Si estos temas son considerados “perdedores” en el plano electoral, ¿hay
que intentar evitarlos y/o responder con ejercicios retóricos para salir del
paso? No, de ninguna manera. En este ámbito, es muy difícil adoptar como
eslogan el “primero se toma el poder, y luego se discute el programa”. Los
temas de la paz y de la guerra no pueden ser considerados secundarios. Tomar
posiciones sobre ellos significa esclarecer sin ambages cuál es la orientación
fundamental del grupo dirigente de Podemos no solo sobre la cuestión de la paz
y de la guerra, sino también sobre las cuestiones que remiten a la reforma y a
un proyecto constituyente que afecta a toda Europa. El valor y la seriedad con
la que Tsipras ha planteado todo el contexto de las temáticas que hoy son
importantes para la construcción de una Europa fuera de la troika son los
mismos que nos permiten plantear también un dispositivo “fuera de la OTAN”. Los
movimientos y los gobiernos de una nueva izquierda saben que tienen que asumir
estos problemas como centrales. Sin ambigüedades y siendo conscientes de que la
coyuntura global misma puede contribuir hoy a su solución. De hecho, lo que a
estas alturas piden los ciudadanos del mundo es una Europa democrática en el
conjunto de la nueva realidad global, porque Europa es vista como una realidad
que puede renovar una tradición democrática de larga trayectoria, aprovechando
la luz que Syriza y Podemos han encendido, como esperanza de reforma y
superación del capitalismo.
Los movimientos europeos quieren ser incluidos en la
iniciativa política continental que el eje Podemos-Syriza puede crear/está
creando en el ámbito europeo. Esa iniciativa constituye en particular un punto
de atracción para las nuevas izquierdas y la nueva radicalidad democrática en
formación en el sur de la Unión. Tanto el ritmo como el grado de articulación
de este proceso dependerán de la marcha actual del gobierno de Syriza y del
próximo éxito electoral de Podemos. Todos juntos podemos organizar una ruptura
constituyente en el ámbito europeo.
http://blogs.publico.es/ |