“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

23/2/15

El multiculturalismo y sus dilemas

Multiculturalismo ✆ Sara
Immanuel Wallerstein   |   En los días que corren, está muy extendido por todo el mundo un debate muy apasionado en torno a algo llamado multiculturalismo. Tanto los que lo proponen como quienes lo impugnan parecen estar bajo la ilusión de que el multiculturalismo es algo muy nuevo. Pero no tiene nada de nuevo. El multiculturalismo es tan viejo como la existencia de las culturas humanas. Y siempre ha estado sujeto a un apasionado debate.

Donde quiera que residan grupos humanos, siempre ha habido quienes de algún modo se consideran más indígenas de la región que otros. Los indígenas han tendido a utilizar una retórica de pureza cultural, que ellos consideran que es profanada o está amenazada por otros que son marginales o de nuevo arribo a la región, y que como tal tienen menos derechos que los grupos indígenas (o ningún derecho, para el caso). La respuesta de este último grupo ha sido reclamar alguna de las versiones del multiculturalismo. Es decir, han argumentado en favor de acordar derechos iguales para todos (o casi todos) los residentes, sea que compartan o no algunas de las prácticas culturales de la población autodefinida indígena.

Los humanos siempre se están movilizando, por muchas razones. Una de ellas es la devastación ecológica del área de la cual se salieron. Otra es la atracción hacia un estándard de vida más alto en alguna otra parte. Una tercera motivación es que por alguna razón se les persigue y expulsa del área de donde salen. La realidad es que, si rastreamos las líneas de descendencia lo suficiente lejos hacia el pasado, nadie se encuentra donde alguna vez estuvieron sus ancestros. Todos somos migrantes. Nadie de nosotros somos indígenas a menos que suprimamos la realidad histórica.

Con toda seguridad, en las décadas recientes este punto ha ocasionado las más agudas contiendas, por dos simples razones. Los avances tecnológicos en transportes y comunicaciones vuelven mucho más fácil migrar más lejos y más pronto que en épocas anteriores. Y la polarización del sistema-mundo es mucho mayor, haciendo que sea considerablemente más tentador para las personas de los países más pobres el mudarse a países más ricos.

Además, el hecho de que vivamos en medio de la crisis estructural del sistema-mundo moderno ha significado que la tasa de desempleo real aumentara muy abruptamente. Por tanto, la búsqueda de chivos expiatorios ha provocado que se mire a los migrantes como la supuesta causa de las altas tasas de desempleo de los países más ricos.

La tendencia de trepar la escalera de riqueza de los países se aplica por supuesto a personas del Sur Global que migran al Norte Global. Digamos de México a Estados Unidos, de Marruecos a Francia, de Filipinas a Japón. Aplica también a regiones mucho más abajo en la escalera de la riqueza. Digamos de Guatemala a México, de Mozambique a Sudáfrica, de Paraguay a Brasil. En cualquier caso, siempre hay una reacción del país receptor exigiendo la exclusión o la expulsión de los inmigrantes, y lo ostensible es que sea para conservar los empleos en el país receptor, y también para conservar la llamada cultura indígena.

La retórica contra el multiculturalismo sirve (y se intenta que sirva) para hacer que los votantes de izquierda en cualquier país respalden a quienes utilizan el lenguaje xenofóbico de la derecha y de los movimientos de extrema derecha. Y sin duda es frecuente que logren hacer esto. La retórica a favor del multiculturalismo sirve (e se intenta que sirva) para lograr que los votantes relativamente centristas respalden a los movimientos más hacia la izquierda como baluarte respecto de la xenofobia. Y sin duda es frecuente que así suceda.

¿Qué es lo que sabemos que ocurre en realidad en casi todos los países? De un modo u otro, todos los países son multiculturales. Es decir, hay grupos o personas que mantienen prácticas culturales distinguibles. Tienen diferentes religiones, lenguajes o costumbres matrimoniales. Estas costumbres diferentes se buscan con diferentes grados de diligencia. En los periodos que no son demasiado estresantes en términos económicos, hay un buen margen de interacción afable entre personas de diferentes grupos, y con frecuencia y un grado considerable de matrimonios entre éstos, haciendo que las distinciones entre los grupos sean todavía menos importantes o más difíciles de discernir.

Sin embargo, en otros momentos de estrés económico, los temas xenofóbicos crecen en importancia en el discurso popular y con frecuencia conducen a agudas contiendas. Los hijos de los matrimonios entre los grupos son forzados a jurar lealtad a uno u otro grupo. Los países se tornan más proteccionistas. La libertad legal de movimiento entre las fronteras se vuelve más difícil. Hay un considerable incremento en la violencia de todo tipo.

Con toda seguridad, necesitamos distinguir entre diferentes situaciones en términos de demografía. Ha habido zonas en las que una población existente quedó sumergida por una población inmigrante relativamente grande y fuerte que barrió (o subordinó por completo) a los grupos que ahí existían. Piensen en los taínos de las islas del Caribe o los fidjianos que enfrentaron una inmigración hindú en el Pacífico.

Y también existen inmigraciones de personas acaudaladas del Norte Global hacia las zonas donde pueden comprar la tierra anhelada. Por lo general elevan los costos y fuerzan a los grupos que ahí habitaban a pasar a existencias marginales. Esto ocurre ahora por todo el planeta en las zonas que son climáticamente más deseables.

Los reclamos de los grupos indígenas en pos de mantener sus patrones culturales y sus valores colectivos tienen una tonalidad bastante diferente en el caso de ser una resistencia a la inmigración de grupos que están al fondo de una escala social que cuando se trata de personas que se sitúan en la cúspide de esa escala. Y aquí surgen los dilemas.

¿Somos acaso capaces de entender y actuar ante esta distinción? ¿Podemos emprender políticas sensiblemente diferentes en cada uno de estos casos? ¿Podemos, en efecto, respaldar la inevitable y deseable forma de un multiculturalismo que sea la base de un intercambio pacífico de valores culturales? ¿O sucumbiremos a las limpiezas étnicas xenofóbicas por todo el mundo?

Traducción del inglés por Ramón Vera Herrera
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