“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

6/8/10

Receta de jengibre, limón y coliflor para una larga vida


Omar Montilla

Mi suegro, de nombre Ángel Rafael Castillo, murió justamente el día de su cumpleaños, el 18 de noviembre de 1993. Vivió sus 92 años sin mayores contratiempos en su salud, hasta que un día, algo dentro de su cuerpo empezó a fallar. Se trataba, con toda la simpleza del caso, de que el mecanismo que permitía la regeneración constante de los leucocitos ya no pudo seguir cumpliendo su cometido y el Viejo Castillo se enfrentó a lo inevitable: la enfermedad y finalmente su muerte, la que sobrevino digamos que alegremente, pues se encontraba rodeado de verdad, verdad, del afecto de toda su familia; afecto que ni él ni los demás se habían atrevido mutuamente a manifestarse durante su larga vida.


Así, a medida que avanzaba el deterioro de su salud, mi suegro se enfrentó, digo yo que con serena valentía, a su muerte programada. Por eso, se pudo permitir aconsejar y dejar mensajes a todos y cada uno de los miembros de su familia.




Los pocos, pero verdaderos amigos que lo visitaron en el lecho en el que agonizaba, tuvieron la oportunidad de despedirse de él y recibir también mensajes en los que recordaba los mejores momentos que habían compartido y demás menudencias dignas de ser conversadas en confianza.

Ante la muerte inminente, todos los que estábamos a su lado hicimos una “cadena energética” cuyos extremos se asían a sus magras muñecas. Esta energía adicional le permitió esperar, el día de su partida, a su esposa que cumplía con los sagrados deberes en su casa: orar, quemar incienso, encender velas, y… Llegó mi suegra cuando el Viejo Castillo sólo podía balbucir algunos sonidos, apenas imperceptibles, que eran “traducidos” por algunas de sus nietas a todos los presentes.

Esa larga vida, condimentada por varios matrimonios, uniones extraconyugales y aventuras ocasionales dejó sus frutos: hijos, nietos y biznietos, cuya cuantía aún no ha sido precisada con exactitud. Para sostener ese ritmo de vida mi suegro nunca descuidó su alimentación ni abusó del alcohol ni del tabaco. Se diría que cuidaba atentamente de su salud, para poder acometer la actividad que con certeza era una de las razones que lo mantenían con vida, que no era otra que la de “cumplir como hombre”.

El documento que muestro, que encontré ordenadamente entre los papeles del Viejo Castillo, no tiene fecha, pero se encuentra con otros cuyas fechas oscilan entre 1935 y 1939, lo que hace suponer que la data del mismo está entre esos dos extremos. Se trata de una receta escrita por alguien versado en las artes de la medicamentación, y en ella se recomienda la utilización de jengibre, limón y coliflor, con las formas, medidas y oportunidades en que deben ser utilizados.

Hay que destacar el cuidado que tenía mi suegro en ordenar y conservar sus cosas; y seguramente la atención que le pudo haber prestado a esas recomendaciones, que no dudamos que efectivamente así fue, a juzgar por su  larga y fecunda vida. Sólo me resta por averiguar para qué cosa se pretendía subsanar o mejorar con tal receta. He consultado entre los facultos de Choroní, pero ninguno hasta ahora me ha podido responder con certeza. Me jugaré la última carta, no vacilaré más e iré a consultar a mi gran amiga Lourdes Rodríguez.