“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

27/3/12

La lingüística del siglo XIX

Hay consenso entre los historiadores de la lingüística en considerar que el nacimiento de la lingüística “científica” en el mundo occidental tuvo lugar a principios del siglo XIX. En efecto, a lo largo de ese siglo los hechos del lenguaje se empezaron a analizar de manera cuidadosa y objetiva, y se comenzaron a ser explicados a partir de hipótesis inductivas (es decir, hipótesis que derivaban de esos hechos).

La gramática especulativa de los escolásticos y de sus sucesores de Port Royal puede considerarse “científica” de acuerdo a cómo se entendía en ese tiempo el “conocimiento seguro”: sus demostraciones causales de por qué las lenguas eran como eran estaban basadas en principios que se suponían universalmente válidos. Este modo de pensar, sin embargo, entró en crisis a finales del siglo XVIII, cuando se produjo una insatisfacción general respecto de las explicaciones a priori y las llamadas explicaciones lógicas, y comenzó entonces a surgir una preferencia por el razonamiento de tipo histórico. Este cambio de “mirada” no se restringió al estudio del lenguaje sino que se extendió al estudio de todas las instituciones humanas, bajo la evidencia de que todas ellas se hallaban sujetas a evolución y cambio.

Otro aspecto sociocultural de envergadura para entender el desarrollo de la lingüística durante el siglo XIX fue el romanticismo, que se desarrolló a finales del siglo XVIII, con epicentro en Alemania. Tal movimiento fue una reacción contra el clasicismo y el racionalismo del siglo precedente, y llevó a los intelectuales y estudiosos de la época a indagar en la propia historia y la propia literatura en búsqueda de nuevos cánones de valores literarios. En Alemania, por ejemplo, esto se reflejó en un importante interés por el estudio de las lenguas germánicas antiguas (gótico, antiguo alto alemán, etc.). Herder (1744-1803) sostuvo que existe una conexión estrecha entre lengua y carácter nacional, idea que profundiza W. Humboldt (1767-1835) en su tesis acerca de que cada lengua tiene su estructura distintiva propia, que refleja y condiciona los modos de pensamiento del pueblo que la usa.

En términos generales puede decirse que la ciencia lingüística durante este siglo estuvo marcada por los logros de las ciencias naturales y de la historia (romanticismo) en un primer momento; luego será la psicología la ciencia que impacte fuertemente en la lingüística influida (en los Neogramáticos) y más tarde, entrando en el siglo XX, la sociología (Meillet/Saussure).

La tradición gramatical india

Uno de los principales factores del desarrollo de la lingüística del siglo XIX –a la que algunos autores, como Lyons, denominan genéricamente como la “filología comparativa”- fue sin lugar a dudas el descubrimiento y la toma en consideración de la tradición gramatical india o hindú por estudiosos europeos.

Distintos historiadores de la lingüística coinciden en señalar que hay dos aspectos en los cuales la lingüística india puede considerarse superior a la gramática tradicional occidental: en los estudios sobre fonética y sobre la estructura interna de la palabra. Los estudios gramaticales indios parecen haber tenido su origen en la necesidad de preservar intacto no sólo el texto, sino también la pronunciación de los himnos védicos, cuya precisa y segura recitación se consideraba esencial para su eficacia en el ritual hindú. Se considera que la clasificación hindú de los sonidos fue más detallada, segura y sólidamente basada en la observación y el experimento que cualquier otra en Europa. Sólo en las últimas décadas del siglo XIX la ciencia fonética en Europa alcanzó relevancia, por la influencia del descubrimiento y la traducción de los tratados lingüísticos hindúes.

El más importante gramático indio fue Panini (siglo V o IV antes de Cristo), aunque parece haber habido una extensa tradición gramatical anterior (Panini menciona en su gramática a 68 predecesores importantes, Mounin, 1989: 70). La gramática del sánscrito de Panini ha sido caracterizada como claramente superior a toda gramática conocida, debido a su exhaustividad (habida cuenta de que se restringía a la estructura interna de las palabras), su consistencia interna y su economía. Está constituida por 4.000 aforismos o sutra, “cuyo encadenamiento y formulación  configuran un conjunto de rigor algebraico” (Mounin, pág. 70).

La influencia de las rigurosas descripciones fonéticas de los gramáticos indios no se hace sentir inmediatamente en el trabajo fonético de los europeos: el comparatismo naciente del siglo XIX reflexiona casi siempre sobre las letras y no sobre los sonidos. Sólo entre 1850 y 1875 la fonética recibirá consideración de la lingüística y se incorporará decididamente en los estudios sobre el cambio lingüístico. Tampoco influye inmediatamente el conocimiento por parte de los europeos de la morfología transparente del sánscrito: por ejemplo, se retoma con entusiasmo la noción de raíz de la palabra (en tanto parte central que porta el significado madre) pero no se la emplea para realizar descripciones más rigurosas, sino que se concibe de una manera metafórica, determinada por el espíritu de época –las ciencias naturales, especialmente la botánica- : la raíz es el germen vivo, fecundo. Según W. Schlegel, “las lenguas flexivas son lenguas orgánicas porque encierran un principio vivo de desarrollo y crecimiento y porque son las únicas (...) que tienen una vegetación abundante”. En cambio, las no flexivas poseen palabras que si bien son raíces “son raíces estériles, que no producen plantas ni árboles”1 .

El comparatismo

Es un hecho conocido que diferentes lenguas pueden parecerse a otras en distintos grados. Por ejemplo, el español y el italiano son muy semejantes en vocabulario y en gramática: evidentemente esto se debe a que son lenguas “emparentadas” que derivan de una lengua común: el latín. Del mismo modo encontramos semejanzas entre el alemán y el inglés, muchas más de las que podemos encontrar entre el inglés y el chino: decir que dos lenguas están relacionadas equivale en lingüística a decir que han evolucionado de una lengua individual anterior y que por lo tanto pertenecen a una misma “familia de lenguas”. La mayoría de las lenguas de Europa y algunas de Asia pertenecen a la familia indoeuropea; dentro de esa familia hay diferentes “ramas” o subfamilias, por ejemplo, las lenguas romances (francés, español, italiano, catalán, rumano, portugués, etc.), las lenguas germánicas (alemán, inglés, sueco, etc.), las lenguas eslavas (ruso, polaco, checo, etc.), etcétera.


La lingüística de la primera mitad del siglo XIX se conoce con el nombre de comparatismo, por su interés en la comparación y el establecimiento de familias de lenguas y la búsqueda de las lenguas primitivas. Este propósito principal de los lingüistas de este tiempo encontró una fuerte motivación no tanto dentro de la lingüística, sino en disciplinas vecinas: el método comparativo se había mostrado exitoso en la anatomía, la biología y la paleontología. La palabra clave de la nueva ciencia lingüística es “organismo”, que se ha perfilado ya en las metáforas y comparaciones mencionadas en el apartado anterior. El propósito de los comparatistas es, sobre la base del conocimiento del sánscrito y de sus similitudes con el griego y el latín, extender la comparación de las lenguas principales y poder proporcionar soluciones para dilucidar la genealogía de las lenguas.

Un pionero de los estudios comparatistas es Rasmus Rask (1787-1832), un filólogo danés cuya obra inicial fue una gramática del antiguo islandés. Puede considerarse el primer comparatista, dado que estudió las relaciones entre el islandés, las lenguas escandinavas y germánicas, griego, latín, lituano, eslavo y armenio. Su obra, sin embargo, permaneció por largo tiempo desconocida y recibió poca atención, probablemente porque sus trabajos fueron escritos en danés y no en una lengua “principal”. 

La figura central y que más ha trascendido es la de Franz Bopp (1791-1867), a quien se ha denominado el “padre de la lingüística”. Oriundo de Maguncia, estudió en París con filólogos de renombre el persa, el árabe, el hebreo y el sánscrito. Su primera monografía publicada se tituló “El sistema de conjugación del sánscrito en comparación con el del griego, latín, persa y germánico”. Considera la lengua como un organismo vivo, piensa que el sánscrito no es la lengua madre, sino sólo más antigua que el griego y que el latín; postula la existencia de una lengua primitiva (y única) de la que derivarían las demás lenguas. Su idea es que el sánscrito –por su morfología cristalina- permite remontarse al primer estado de lengua, a las primeras palabras (que serían raíces monosilábicas). Bopp significa un corte de navaja respecto de toda la tradición gramatical anterior: para él las lenguas merecen estudiarse por sí mismas, como objeto y medio de conocimiento y ya no como un modo de acceso al conocimiento. Su modernidad se hace evidente cuando se constata que este pensamiento es justamente el que cierra el Curso de Lingüística General de F. de Saussure:  “la lingüística tiene por único y verdadero objeto la lengua considerada en sí misma y por sí misma”. 2

W. von Humboldt (1767-1835) es otra de las figuras descollantes de la primera parte del siglo XIX. Fue diplomático, lo cual le permitió residir en distintos países, funcionario del gobierno, alcanzó la jerarquía de ministro y, entre otros logros, fundó la Universidad de Berlín. Humboldt fue un intelectual preocupado por todos los problemas de su tiempo y sus publicaciones reflejan esa diversidad de intereses: sólo escribe dos trabajos estrictamente técnicos, no filosóficos, sobre el lenguaje (sobre la lengua vasca y sobre el problema del dual).

Los temas de Humboldt son diversos: por un lado,  la descripción del organismo de las lenguas, al que denomina también estructura. Sus escritos permiten descubrir un interés tipológico, el deseo de una clasificación de lenguas de acuerdo con sus estructuras. Por otro lado, esencialmente le interesa la formación de las lenguas, el poder remontarse a sus orígenes, a lo cual, en su pensamiento, puede llegarse más por consideraciones metafísicas que lingüísticas.

Para Humboldt el lenguaje es un don natural, una propiedad innata, específica del hombre (hombre y lenguaje nacen a la vez). Por otra parte, considera que la lengua es el órgano que forma el pensamiento, que expresa y conforma el espíritu nacional, la visión de mundo propia de ese pueblo, convicción que refleja con nitidez su ideología netamente romántica. Así, la diversidad de las lenguas es una prueba de la diversidad de las mentalidades.
Un lingüista sobresaliente del siglo XIX es Schleicher (1821-1867), quien fue el primero en aplicar sistemáticamente la técnica de la reconstrucción de lenguas, que explicamos más adelante. Schleicher cierra el período dominantemente comparatista y es reconocido por el rigor de su método, por la concepción de la fonética real (es decir, aquella que efectivamente se refiere a las articulaciones y ya no a las letras) y por haber proporcionado por primera vez en la historia de la lingüística un estudio descriptivo e histórico de una lengua popular no literaria –el lituano– analizada a partir de sus formas orales.

Schleicher tiene un lugar central en los estudios comparatistas por sus trabajos de reconstrucción del indoeuropeo: la técnica empleada para reconstruir una forma del indoeuropeo consistía en reunir todas las formas de una palabra sobrevivientes en las lenguas indoeuropeas, por ejemplo: sánscrito, ašvas, griego, hippos, lat. equus, iranio, aspa, etc.Luego aplicar las leyes de correlación establecidas de una lengua a otra: sánscrito š = latín qw;  etc., para después determinar las formas que representan los estadios más arcaicos, basándose en leyes de evolución fonética.

Schleicher, que fue en primer lugar botánico y que encarnó de manera paradigmática la impronta de las ciencias naturales en la lingüística, lleva la tesis de la lengua como organismo a su formulación más fuerte: para él, la lengua es una obra de la naturaleza, un organismo natural; por lo tanto, la lingüística no es una ciencia humana, sino una ciencia natural. Por otra parte, es importante destacar que este estudioso asimiló rápidamente la teoría de la evolución de las especies de Darwin (1859) y la trasladó y aplicó en su concepción biologista de la lengua: esta evoluciona como un organismo, es decir, las lenguas nacen, se desarrollan, declinan y mueren. Esta concepción ha sido objeto de justificada crítica, debido a que entraña la exclusión de lo social, en tanto aspecto constitutivo de las lenguas, y a su empleo para justificar la postergación y extinción de lenguas minoritarias o en peligro. 

Los neogramáticos

El nombre de “neogramáticos” (estrictamente, “jóvenes gramáticos” – Junggrammatiker-) era un apodo de raíz política que adoptaron un grupo de jóvenes lingüistas que trabajaban en Leipzig (Alemania). El apodo designaba en el argot estudiantil a los oyentes reacios a las enseñanzas de un renombrado filólogo de la época, Curtius. La crisis con la lingüística anterior se debió a la insatisfacción respecto de los modos de explicar las faltas de correspondencia entre los sonidos de un estado de lengua a otro: frecuentemente los cambios se podían explicar en términos de “leyes fonéticas”; sin embargo, cuando tales correspondencias no se daban, las anomalías se explicaban mediante hipótesis indemostrables, generalizaciones sin consistencia o referencias al sánscrito, al que, según los jóvenes lingüistas, se le concedía una atención excesiva.

La esencia de la teoría de los neogramáticos fue presentada de manera sumaria en un artículo programático incluido en una publicación fundada por dos de sus mayores representantes, H. Osthoff (1847-1909) y K. Brugmann (1849-1919). En ese famoso artículo afirmaron que todos los cambios fonéticos, en tanto procesos mecánicos, ocurren a partir de reglas que no tienen excepción dentro del mismo dialecto, y que el mismo sonido se desarrollará en el mismo contexto siempre de la misma manera. Es decir, que dan a las leyes fonéticas un carácter absoluto, las excepciones pueden explicarse también a partir de reglas, que solamente tienen que ser descubiertas. Así la fonética recibió un gran impulso en esta etapa, impulso que se vio potenciado por el énfasis de los neogramáticos en las lenguas vivientes y en su posición tajante respecto de la inadecuación de las letras para dar información acerca de la pronunciación de las lenguas muertas.

Un nombre que es preciso citar dentro de este movimiento es el de Hermann Paul (1846-1921) y su obra Principios de la Historia de la lengua (1880), que mereció varias ediciones hasta 1920. Con este nombre debe asociarse la segunda tesis de los neogramáticos: para ellos la lingüística es una ciencia histórica. De allí que junto con un interés explícito por la aplicación rigurosa de las leyes fonéticas, se otorgue una importancia capital a la investigación de todos los estados de lengua intermedios entre un punto de partida y un punto de llegada determinados, y no ya a la búsqueda de la lengua originaria o los períodos más antiguos.

Las afirmaciones de Schleicher acerca de los períodos prehistóricos e históricos de las lenguas y sus metáforas sobre la “juventud” y “vejez” de las lenguas son blanco de críticas virulentas por parte de los neogramáticos. Para estos la lengua no es un organismo supraindividual con impronta biológica –como en Humboldt y en Schleicher– sino que simplemente tiene existencia en los individuos que conforman una comunidad de habla. Por último, debe mencionarse el psicologismo de los neogramáticos: para ellos la psicología, que se convirtió en la “ciencia estrella” de las ciencias humanas de la época, es un instrumento de investigación para estudiar las relaciones entre lengua y pensamiento y para dar cuenta de la psicología del individuo creador aislado.

La obra de los neogramáticos, por último, fue relevante en el campo de los estudios dialectológicos, que se convirtieron en un campo central de estudio, debido a que las variantes regionales pueden ayudar a explicar el cambio lingüístico, en tanto representan la última etapa en la diversificación de la gran familia indoeuropea. Es interesante notar que, sin embargo, fueron investigadores de la dialectología, como H. Schuchardt y J. Gilliéron (responsable del atlas lingüístico de Francia) quienes formularon las críticas más importantes a la concepción universalista de las leyes fonéticas de los neogramáticos: los cambios en las formas fonéticas de las palabras, sostuvieron, pueden ocurrir por factores que no afectan categorías de sonidos sino palabras individuales: las palabras pueden desviarse de su desarrollo fonético esperable por diversos factores como el choque homonímico, la extensión o reducción excesiva, cercanía o coincidencia con palabras tabús, etimologías populares o falsas, préstamos de dialectos de mayor prestigio, etc. Tales sucesos son individuales y altamente variables y su conocimiento y sistematización sólo puede explicarse a partir del conocimiento de los factores contextuales, que no pueden predecirse.

La escuela idealista o estética

Los llamados miembros de la escuela idealista o estética enfatizaron el papel del hablante individual como originador y difusor de los cambios lingüísticos. Su líder era K. Vossler, de la Universidad de Munich, quien adscribía a las ideas sobre la naturaleza del lenguaje de Humboldt y del filósofo italiano B. Croce. Como Humboldt, enfatizaba el carácter individual y creativo de la competencia lingüística de los hablantes.

Los idealistas compartían con los neogramáticos la orientación histórica en el estudio de las lenguas, pero explicaban la evolución a partir de criterios muy diferentes: todos los cambios lingüísticos comienzan con innovaciones en los hábitos lingüísticos individuales y estas innovaciones pueden dar lugar a alteraciones, que son imitadas por otros y difundidas. Los idealistas, a diferencia de los neogramáticos, que insistían en la “necesidad ciega” de los cambios fonéticos, destacaron el papel consciente del individuo en estos procesos de cambio. La lengua es primariamente expresión del individuo y el cambio lingüístico es el trabajo consciente de los individuos, que generalmente está motivado por consideración estéticas.

Recapitulación

La lingüística comparativa e histórica del siglo XIX es considerada la etapa inicial de la ciencia lingüística porque fue capaz de elaborar una teoría y una metodología de investigación a partir de las cuales estudiar la historia de las lenguas. Si bien estuvo muy concentrada en la investigación de la gran familia indoeuropea, el trabajo de los lingüistas de este siglo proporcionó un marco de análisis que -más allá de las críticas- dio importantes resultados para el conocimiento de otras familias de lenguas. Además, se produjeron importantes avances en el campo de la fonética, especialmente, el reconocimiento teórico y práctico del principio de que las letras (en el sistema de escritura alfabética) son meramente símbolos para los sonidos en la lengua hablada correspondiente. Por último, a partir del siglo XIX, se avanzó hacia un entendimiento más correcto de la relación entre lenguas y dialectos: el estudio intensivo de la historia de las lenguas clásicas y modernas de Europa dejó en claro que los varios “dialectos” regionales no son versiones imperfectas y distorsionadas de las lenguas literarias estándar, y que las diferencias entre “lenguas” y “dialectos” estrechamente relacionados eran en su mayor parte más políticas y culturales que lingüísticas.

Notas
 
1 Cfr. Mounin, 1989:164.
2 F. de Saussure, Curso de Lingüística General, pág. 364