“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

25/4/12

La historia del Doctor Levi

Bajo la lluvia @ Leonid Afremov
Gidón Levi

El doctor Heinz Levi no era un clásico sobreviviente del holocausto.  Nada de campos de exterminio, nada de número tatuado en el brazo.  Incluso nada de campo de concentración.

El doctor Levi era un refugiado, y era mi padre.

Me parece que la mayor parte de su vida la vivió en su carácter de refugiado, a pesar de que por supuesto él lo negaba.  Sesenta años vivió en Israel, y a Israel nunca vino.  Nunca vino de verdad. Es cierto que en el día de la independencia sacaba cuidadosamente la bandera del armario y la colgaba en el balcón.  Es cierto que su vida acá fue bastante buena.  Pero en retrospectiva me parece que nunca encontró acá su lugar.  Él incluso no trataba de revivir acá la Europa que dejó atrás, y dudo de que le haya encontrado acá un reemplazo.

El traje y la corbata los guardó en el armario.  Los reemplazó por los abultados pantalones cortos en el agobiante verano.  También el latín que aprendió dejó atrás, con la excepción de un proverbio que solía siempre repetirnos.  Incluso el doctorado en Leyes de la Universidad de Praga se quedó acá sin uso alguno.

Cuando llegó acá solo, luego de un terrible traqueteo en el mar que se extendió por largos meses en un desvencijado barco de inmigrantes ilegales, incluyendo encarcelamiento en Beirut, él se vio obligado a arrastrar sus piernas de casa en casa en la ciudad de Hertzlyía ofertando sus mercancías: pasteles centro-europeos, que horneaba en una pastelería suya y de su hermano, los cuales cargaba en su bicicleta.  Guapo y habilidoso, y con título de Doctor.  Pero seguramente no era lo que se proponía cuando tejió sus sueños.
Hoy, que recordamos el Holocausto, es necesario recordar a aquellos, que si bien no sufrieron todas sus atrocidades, el Holocausto sin embargo cambió sus vidas hasta dejarlos irreconocibles; tal vez hasta arruinarlos completamente.

El Holocausto produjo la creación del Estado de Israel y el agrupamiento de una gran parte de sus sobrevivientes en él.

Pero no todos encontraron en Israel su lugar en el mundo; algunos fueron sentenciados a una vida en exilio en su nueva patria.  Así lo fue mi padre.

Mi padre nació en la aldea de Satz, en la región de los Sudetes. (Región europea que abarcaba parte de Alemania, Polonia y la actual República Checa.  N. del T.). Un total y absoluto“ieke” (judío de origen alemán; puntilloso y ordenado.  N. del T.).  Dejó atrás de sí Europa, sus padres, su prometida y su futuro promisorio como fiscal de distrito; “landes gerichtrat”, como estaba escrito en sus papeles de la pensión que recibió de Alemania muchos años después de llegar acá.
De la casa de sus padres alcanzó a rescatar solamente una alfombra persa que se fue desmoronando con los años, y una pintura al óleo de un jarrón con flores que cuelga en una pared de mi casa hasta el día de hoy.
En Israel le dieron el nombre hebreo Tzví, y luego de algunos años de repartir pasteles y también diarios, se incorporó como funcionario en la empresa “Jerut”, propiedad de la confederación israelí de trabajadores, la Histadrut, en la que trabajó hasta su jubilación.  Allí lo llamaban “Doctor Levi”, en una mezcla de reconocimiento, distanciamiento y burla.  Todos sus colegas eran de Europa Oriental, y a él le resultaba difícil relacionarse con ellos.
Luego de largos años de escasez llegó la indemnización de Alemania, lo que nos permitió una relativa prosperidad.  A los 53 años de edad comenzó mi padre a manejar su primer automóvil, que era por supuesto de fabricación alemana, y lo cuidaba como si cuidara a un niño.
A su ciudad natal nunca regresó.  Se negaba a hacerlo, en una actitud que por ese entonces me parecía incomprensible.  Siempre explicaba que nada había quedado allí.  Que no había a qué o a quién regresar.  La aldea alemana luego se volvió checa.  Él rehusaba hablar acerca de lo que dejó y lo que tuvo que atravesar, y yo no preguntaba.  Hoy, que tengo la comezón de saber (y no sé casi nada), ya es tarde.
Hacia acá llegó mi padre casi como un judío asimilado, y al judaísmo raramente trató de conectarse tampoco en Israel.  Dudo que haya conocido la diferencia entre Shavuót y Sucót (Fiestas religiosas judías.  N. del T.).  Tampoco trató de conectarse a su israelidad.  Dudo que haya conocido la diferencia entre jumus y tejina. (Manjares típicos de medio oriente. N. del T.).  Nunca los probó.
Incluso su apellido escribía distinto a lo normalmente aceptado: Loewy.  Leía el Jerusalem Post.  Votaba por MAPAI (Partido Laborista de centro-derecha.  N. del T.) y permaneció extranjero.  Una vez al año viajaba con mi madre de vacaciones…a Alemania, por supuesto.
¿Qué quedó en mí de su extranjerismo?  ¿En qué me modeló su carácter de refugiado, y cómo influenció mi visión del mundo?  ¿Hijo de refugiado como yo?  Ese es un tema para otro artículo.
Hoy solamente voy a recordar al Doctor Levi, quien fue mi querido padre, y a quien el Holocausto invirtió el curso de su vida, e incluso la atrofió, sin remedio.
Traducción del hebreo: Rolando “El Negro" Gómez / Especial para La Página