“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

13/9/12

Baruch Spinoza, un poema y la debilidad que causa la tristeza

Baruch Spinoza ✆ Bible Dudes 
Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
Esta semana me he encontrado con un poema de Jorge Luis Borges que me recordó la filosofía de Spinoza. La filosofía de Spinoza habla sobre las "facies totius universi". He leído solamente una vez la ‘Ética’ del pensador, hombre con sangre española o portuguesa.

Cuenta Bernard Malamud que un personaje ideado por él mismo sintió remordimiento después de haber invertido en el tomo de Spinoza. Yo compraré el libro y lo releeré para entender mejor de qué habla ‘Un ciego’, que es un poema de Borges que sé que vive en las páginas del amigo de Juan de Prado, del desterrado de las sinagogas. Dice el poema así:


"No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo".

Decía Spinoza que hay dos grandes motores del mundo (he relacionado a Spinoza con Aristóteles), a saber: la naturaleza y la substancia. Hay una substancia de la cual se desprenden todas las cosas y hay una naturaleza que controla todas las cosas. Cuando Borges dice que el espejo tiene cara y que él mismo tiene una cara que no ve, nos está diciendo que todas las cosas del mundo están hechas de la misma cosa.

Este utensilio filosófico, de nombre "tautología" (cosa, cosa, cosa), sirve para que mejoremos nuestra conciencia, en la cual vive el Infierno y el Cielo, es decir, el Mal y el Bien. Spinoza nos propone que eliminemos de nuestra panoplia cognoscitiva temores y miedos, es decir, tristezas (no hay Mal o Bien: hay actos buenos y malos). ¿La relatividad de Einstein nació en la Relatividad de Spinoza? No, no lo sé.

¿Qué era la tristeza para Spinoza? Era la reducción de nuestro campo de acción. Cuando nos comparamos con los demás nos damos cuenta de nuestra debilidad, y así, llegamos a la tristeza. Cuando nos roban o cuando algo nos falta también sentimos tristeza. Todo esto acaece así porque no sabemos distinguir cuáles son nuestras potencias y cuáles son nuestras pasiones. Las pasiones son producidas por el exterior (se doblan mis rodillas, no mi razón, pensó Montaigne), mientras que las potencias habitan en nosotros mismos (‘in interiori homine habitat veritas’).

Para saber qué cosas nos hacen tristes y qué cosas nos ponen alegres, Spinoza aconseja esto: derribar las tesis que tenemos sobre la conciencia, sobre los valores y sobre el dolor (Deleuze argumenta que estas tesis hacen que Spinoza sea hermano de Nietzsche, y Althusser sostiene que sólo Spinoza ha filosofado de verdad antes de Marx). ¿Qué es la conciencia? Borges responde con vigor, es decir, con otra racionalidad, o sea, con un poema:
"no sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira".

Todos nuestros valores son ancianos (Pound decía que somos medievales con dejos renacentistas) y habitan una vieja conciencia social. Estas herrumbres nos entristecen, nos cansan, nos limitan, impiden eso a lo que Spinoza llamaba ‘conatus’. El ‘conatus’ es la persistencia en uno mismo (ser), y nuestro ser está hecho de una esencia o substancia, de afectos y de relaciones, de lentitudes y velocidades.

Dice Deleuze, citando a un experto en etología, que las garrapatas viven en un mundo de tres afectos: afecto luminoso, afecto olfativo y afecto calorífico (el místico vive de purgas, de alucinaciones y de empatías, y el artista de "vino, sentimiento, guitarra y poesía", según un verso de Machado el Menor). La garrapata sube una rama para iluminar su visión, y después olfatea a su presa, y después salta sobre ella para comer del lugar más apetitoso o caluroso. ¿Cuáles son los afectos que mueven al hombre? Dice el poema:
"Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos. Un destello
me alcanza. He vislumbrado tu cabello
que es de ceniza o es aún de oro".

La luz ("sombra", "destello") y el calor ("ceniza", "oro") son cosas que nos mueven, y aparentemente somos menos que las garrapatas, somos más pobres y ciegos que los insectos. La garrapata distingue bien cuáles son los objetos con los que puede incrementar su campo de acción, pero el ser humano no lo sabe. Compuestos y descompuestos, alimentos y venenos son entes fáciles de discernir en el mundo animal, pero no en el reino de los espíritus.

Los hombres confunden las causas y los efectos (Schopenhauer los odiaba), la libertad con la oportunidad y a Dios con la moral (Rescher ha hecho un bello estudio sobre la suerte, la fortuna y el destino). Cuando Dios le dijo a Adán que no podía comer la manzana, el torpe Adán entendió que dicha orden era una ley y no conocimiento.

Cuando hacemos que el conocimiento sea ley inquebrantable hacemos que la razón se nuble y que no piense en que las cosas son meros objetos hechos de química y de física, y no objetos celestiales. Tal vez la manzana hecha jugo le hubiera caído mejor a Adán, que no conocía la Ranitidina. Borges, lector asiduo de Spinoza, aclara estos dilemas:
"Repito que he perdido solamente
la vana superficie de las cosas".

Para Spinoza la superficie de las cosas se expresaba mediante funciones y modos. El hombre, dice el pensador, es el más potente de los modos finitos. Borges, a su vez, veía el interior de las cosas, veía sus muchos modos, veía en su interior (todo interior es un exterior seleccionado y todo exterior es un interior proyectado). Borges, ciego, dijo:
"El consuelo es de Milton y es valiente,
pero pienso en las letras y en las rosas.
Pienso que si pudiera ver mi cara
sabría quién soy en esta tarde rara".

Borges no veía su cara en la cara del espejo, pero sí veía las "facies totius universi" ("su alma del infinito parece espejo", dice Darío cantándole a Whitman). Seguiré vigilando a mis alumnos, que están sufriendo con un examen que les impuse, con uno que me permitió redactar esta humilde reflexión, inspirada en la filosofía de Marco Aurelio, que también pensaba mucho en la composición del mundo.