Especial para La Página |
En un ejemplar del diario “El País” aparecido hace un tiempo
Mario Vargas Llosa plantea que la causa de la degradación de la enseñanza
pública en países como Francia está en el Mayo del 68 y más particularmente en
la influencia de las ideas de Michel Foucault. El planteamiento no es nuevo, ni
la pseudo argumentación tampoco. Pero más que entrar en el tema de Mayo del 68
quiero centrarme en lo que plantea Michel Foucault sobre la escuela (en
relación a su análisis del poder) y lo haré partiendo de la crítica de Vargas
Llosa. Y no sólo por lo apasionante del tema de la enseñanza pública, tan
actual en nuestro país, sino también para resituar a Michel Foucault y a sus
ideas respecto al tema de la educación y, algo más ampliamente, del poder.
Vayamos por partes. Intentaré resumir las ideas que expone
Vargas Llosa en el artículo, que escribe después de contemplar en un documental
el terrorífico escenario de la enseñanza pública en Francia, justo después de
leer un libro (no dice cual) de Michel Foucault; éste plantea las perversas
ideas que han tenido como efecto esta degradación actual de la escuela pública
en Francia y otros países. La ideas que expresa son las siguientes:
1) Para Michel Foucault la
institución escolar es una estructura de poder para reprimir y domesticar el
cuerpo social a fin de introducir sutiles mecanismos para mantener los
privilegios y los grupos dominantes en el poder. La liberación de los instintos
libertarios pasa por hacer pedazos cualquier forma de autoridad, especialmente
la del docente.
2) Mayo del 68 fue un divertido
carnaval de niños bien ( No entro aquí en la crítica de este tópico porque me
parece que ya ha sido suficientemente cuestionado y criticado pero ya pone de
manifiesto que lo que quiere Vargas Llosa no es argumentar sino contentar a la
galería que esperan escuchar cosas de este estilo.
3) La autoridad no es el poder
sino “el prestigio y crédito que reconoce a una persona o institución por su
legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia,” Pero en la
cultura, y sobre todo en la educación, ya no queda autoridad, se lamenta Vargas
Llosa.
4) Muchos maestros, continua, se
lo creyeron, y así cavaron su propia fosa. Entonces suspender a un alumno,
hacerlos repetir o simplemente poner notas se considera una transmisión de la
ideología jerárquica, individualista, egoísta, clasista y racista (sic).
5) La consecuencia de todo ello,
concluye Vargas Llosa, es reforzar la división de clases. Porque en Francia
había, antes del Mayo del 68, una igualdad de oportunidades que permitía
promocionar socialmente, dice, a cualquiera que se lo mereciera, fuera cual
fuera la clase social de origen. La enseñanza privada y las clases altas son
entonces la que han salido ganando, y las clases populares las perdedoras; éste
sería el colofón de la argumentación.
6) Respecto a Michel Foucault,
afirma con ironía Vargas Llosa, podemos decir que fue el que consiguió gracias
a su influencia que los pobres sigan siendo pobres y los ricos sigan siendo
ricos. Triste y paradójico destino para un filósofo libertario, concluye.
El artículo pone de manifiesto el eco y la promoción que
pueden tener artículos tan demagógicos por la pluma de quién los escribe y la
búsqueda de argumentaciones interesadas. Entrar a rebatirlo se merecería un
largo escrito que no voy ha hacer, ya que lo que me interesa es entrar en el
tema de Foucault y su relación con el tema del que nos habla Vargas Llosa, la
institución escolar. Pero tampoco me privaré de algunos comentarios rápidos
para desmontar lo tramposo y superficial del discurso.
Para empezar “la autoridad” en el sentido del que nos habla
es, evidentemente, lo que todos los profesores quisiéramos tener pero mucho me
temo que tanto hoy como ayer es algo muy difícil de conseguir. Más bien lo que
reclaman Vargas Llosa y muchos otros de su cuerda es el puro y simple
autoritarismo, es decir el poder basado en el miedo, que es lo que predominó en
otros tiempos. Esta sinceridad es lo que se echa a faltar en este tipo de
discursos y hay que decirlo claro para saber a que atenerse. Por otra parte
mezcla este tema con otro diferente que es el de las notas, suspensos y
repeticiones de curso. El tema de las avaluaciones de los alumnos es
suficientemente complejo como para liquidarlo en términos simples. Y los
problemas actuales de la enseñanza secundaria afectan igual a la enseñanza
pública que a la privada, que mucho que estos la maquillen.
Mención aparte es la apología del antiguo sistema escolar
francés, que presenta como el paraíso de la igualdad de oportunidades. Libros
como El fin de la escuela ( Michel Éliard), muy crítico por cierto con las
últimas reformas aparentemente progresistas, ya nos plantean una reflexión
seria y polémica que desmontar tópicos como el que defiende Vargas Llosa,. Como
plantea lúcidamente el autor la igualdad de oportunidades es imposible en el
capitalismo y lo que hay que defender como una conquista de los trabajadores es
la igualdad de derechos de los jóvenes a la educación. Sociólogos como Daniel
Cohen nos ha mostrado también la contradicción entre el modelo universalista
republicano y la existencia de escuelas para la formación de élites procedentes
de las clases dominantes, secular en Francia Esto sin entrar, por supuesto, en
la cínica afirmación de que es la práctica basada en las ideas de Mayo del 68 y
de Foucault las que han aumentado en países como Francia las desigualdades
sociales. Pero de lo que no quiere hablar Vargas Llosa es de la causa real, que
es la lógica capitalista. Es un liberal que con todos sus privilegios se
encuentra muy cómodo en el sistema. Y le interesa, para cumplir su función
ideológica, tirar pelotas fuera.
Pero debo reconocer que el artículo me plantea un punto que
para mí si es problemático, que es el papel que ha jugado Michel Foucault y sus
ideas sobre el poder y la sociedad disciplinaria en la actual crisis del
sistema escolar. De entrada hay que decir, que en contra de la etiqueta que le
pone Vargas Llosa, Michel Foucault no es un autor libertario sino un
intelectual de izquierdas inclasificable. En contra de lo que plantean algunos,
que consideran a Foucault como un impostor sin coherencia política, yo creo que
la trayectoria teórica y práctica de Foucault lo sitúan dentro de la tradición
de izquierdas, al mismo nivel que gente de su generación como Castoriadis,
Althusser o Manuel Sacristán con todas sus diferencias. Foucault tuvo errores
políticos (como su defensa de la revolución en Irán o de los maoístas en
Francia) y tenía sus rarezas personales pero mantuvo un compromiso personal con
la defensa de la emancipación de los oprimidos que me parece innegable. Por
ello pienso que desde la tradición de izquierdas nos hemos de referirse a su
persona y a su pensamiento de forma crítica pero respetuosa.
No voy a hacer aquí un análisis exhaustivo del tema pero sí
comparar dos escritos suyos. El primero es una conversación que Michel Foucault
mantiene con unos estudiantes franceses de educación secundaria el año 1971
(aparecido en español en la edición de Julia Valera y Fernando Alvarez.Uría
titulada “Microfísica del poder”). El segundo son unas entrevistas a Foucault
realizadas una década más tarde, poco tiempo antes de morir, recogida por
Gregorio Kaminsky en su selección de textos El yo minimalista y otras
conversaciones.
En la entrevista a los estudiantes éstos y Foucault critican
efectivamente la represión en los institutos como un mecanismo disciplinario
básico de la sociedad capitalista. El tono es algo excesivo, propio de la
época, pero lo que se refleja claramente es que éstos serían los mejores
alumnos para un profesor crítico, ya que son reivindicativos al mismo tiempo
que inquietos y críticos. No son el tipo de jóvenes nihilistas, hedonistas y
consumistas con los que tenemos la batalla perdida (o casi) en las aulas. Son
jóvenes que denuncian la represión que se ejerce sobre ellos por su posición
crítica respecto al funcionamiento del sistema escolar. ¿Que critican? la
transmisión de un saber dirigido hacia el conformismo social, que habla del
pasado pero que no dice nada sobre el presente.
Hay que señalar aquí el extraordinario papel que ha tenido
Foucault en dar la voz a los excluidos: no sólo los locos y los presos sino
también a estos jóvenes de la enseñanza secundaria. Como es habitual en él les
da la palabra, se dirige a ellos directamente y no a los que dicen
representarlos. ¿Pero que defiende Foucault al hablar con ellos? Quizás
Foucault cae en uno de sus defectos que es que queda claro lo que critica pero
no lo que defiende. Lo que afirma es que hay que cambiar a la vez la conciencia
pero no dice gran cosa, más allá de que hay que contraponer experiencias
alternativas a las utopías. En todo caso sí que hay de fondo la terrible
ilusión de la Revolución Cultural China, que Foucault, cuya fascinación le
enganchó en forma de referencia idealizada, cuando hoy sabemos que fue una
manipulación utilizada por Mao Tse Tung en su lucha por el poder y que llevó a
una violencia arbitraria y sistemática contra amplios sectores de la población.
El fondo teórico que hay aquí es por supuesto, el mensaje
que cristalizó en 1975 con la publicación “Vigilar y castigar”: la denuncia de
una sociedad disciplinaria, aunque más tarde dirá que se refería a la formación
de un dispositivo generado en el siglo XVI y no totalmente a la sociedad
actual. Pero creo que esta denuncia llevó a Foucault a un callejón sin salida,
como en parte reconocerá más tarde. En todo caso era lo suficientemente lúcido
para no caer en la ingenuidad de defender una sociedad sin relaciones de poder,
que por otra parte cada vez aparecían como la trama de las relaciones de poder.
Creo que Foucault tuvo la honestidad ética de no caer en posiciones como la de
Agustín García Calvo, que para mí son la esencia del “alma bella” hegeliana:
denunciar el Poder para instalarse en la comodidad de la denuncia.
La entrevista la realizan Raúl Fornet-Betacourt, Helmunt
Becker y Alfredo Gómez-Muller en el Boston College el 20 de enero de 1984, unos
meses antes de su muerte, en octubre del mismo año. Foucault se justifica
diciendo que respecto al tema del análisis del poder ha sido malinterpretado y
él es en parte responsable de este malentendido porque no se expresó
ambiguamente, ya que él mismo no tenía las ideas claras sobre el tema como las
tiene en este momento.
Resumiré las afirmaciones más interesantes de Foucault:
1) El poder es siempre una
relación, que consiste en dirigir la conducta del otro en una dirección
determinada. El poder no es malo porque es parte de las relaciones humanas.
2) El poder es un conjunto de
juegos estratégicos que cuando son abiertos y reversibles no tienen unos
efectos de dominio sobre el otro. En la sexualidad existen estos juegos y
forman parte de la pasión que la define. También en la institución escolar, y
aquí nos interesa más. Las relaciones de poder entre los profesores y los
alumnos es necesaria pero es negativa cuando se transforma en autoritarismo, es
decir, en una autoridad arbitraria del profesor sobre el alumno.
3) Las técnicas de gobierno, al
nivel que sean, implican una relación de poder que cuando son abusivas y niegan
los derechos y las libertades de aquellos sobre los que se ejerce.
4) Hay que diferenciar por tanto
en el análisis del poder tres campos diferentes: las relaciones estratégicas,
las técnicas de gobierno y los estados de dominación. Las dos primeras son
inevitables pero hay que evitar que cristalicen en el tercero.
Podemos pensar a partir de aquí tres cosas sobre estas
afirmaciones de Foucault: que finalmente acaba justificando lo que en principio
criticó: las relaciones de poder ; que plantea un juego retórico de palabras
que no conduce a ningún sitio; que abre unas vías de investigación
ético-políticas que hay que continuar trabajando desde la izquierda. En todo
caso e sinteresante ver la manera como Foucualt teoriza al final de su vida, en
los últimos semninarios, la genealogía del sujeto y de la gobernabilidad. Es interesante
para desarrollar el tema de como se transforman las sociedades disciplinarias
en sociedad de control y como afecta esto al regimen de enseñanza: formación
permanente, evaluación del profesorado y de los centros, competencias.
Personalmente pienso que la opción correcta es la última y
que hay abierto un camino de investigación sobre las bases teóricas de uno de
los pensadores de la izquierda más interesantes de la segunda mitad del siglo
XX final de su vida no tiene nada de nostálgico ni de esteticista: plantea una
reflexión ética necesaria y compatible con un planteamiento político de
izquierdas.