La
persistencia de la memoria
✆ Salvador Dalí |
Especial para La Página |
Si seguimos las indicaciones de Nicolás Abbagnano en su Diccionario
de Filosofía podemos considerar que la diferencia entre imaginación
y fantasía se basa en una distinción moderna establecida por los racionalistas
franceses en su lógica de Port Royal, que pasan a considerar la fantasía como una
imaginación sin regla o freno. Kant, en esta misma línea consideraría que la
fantasía es la imaginación en cuanto que produce imágenes sin quererlo. Desde
el polo opuesto, el romanticismo exalta la fantasía en su carácter de imaginación
creadora. Podemos constatar en todos los casos un elemento común, que es
atribuir a la fantasía un carácter transgresor con respecto a las reglas
ordinarias del conocer. Esta cuestión se
valora negativamente desde una epistemología realista en su versión más clásica, en la medida en que considera que se quiere sustituir el mundo real por otro irreal.
valora negativamente desde una epistemología realista en su versión más clásica, en la medida en que considera que se quiere sustituir el mundo real por otro irreal.
Pero lo que centrará mi trabajo teórico sobre la fantasía es
la vinculación que podemos establecer a través de ella entre las nociones de imaginario,
de simbólico y de deseo. La tradición psicoanalítica es la que ha elaborado más
esta noción de fantasía, y esto desde el nuevo horizonte abierto por Freud
hasta las brillantes aportaciones de Melaine Klein, Jacques Lacan o Jean
Laplanche .
Se la concibe en esta línea como un elemento estructurante de la vida del sujeto, en el sentido de que su actividad es la que modela y organiza el psiquismo desde el deseo. Para entrar en este planteamiento de la fantasía y sus vicisitudes, nos orientaremos por lo que dicen Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis en su riguroso y clarificador Diccionario de psicoanálisis. Lo primero que sugieren es la dificultad de traducción al francés del término alemán phantasie (que es el originario freudiano), porque éste tiene un sentido excesivamente amplio que le da una cierta ambigüedad, ya que se refiere a la vez a la facultad y al producto de la actividad. La traducción francesa elegida mayoritariamente es fantasme, que le da al término una resonancia más limitada pero más específicamente psicoanalítica y que quedó plenamente consolidada por la corriente lacaniana ( en contra de la opinión de Daniel Lagache, que quería traducirlo por fantasie, que refleja mejor para él este doble aspecto de actividad creadora y de sus producciones). La definición propuesta por Laplanche y Pontalis es muy interesante: "Guión imaginario en el que se halla presente el sujeto y que representa, en forma más o menos deformada por los procesos defensivos, la realización de un deseo y, en último término, un deseo inconsciente. La fantasía se presenta bajo distintas modalidades: fantasías conscientes o sueños diurnos; fantasías inconscientes que descubre el análisis como estructuras subyacentes a un contenido manifiesto, y fantasías originarias."
La teoría psicoanalítica habla de lo que Freud llamaba la
novela familiar del neurótico, que es el resultado de la narración imaginaria
que el neurótico se inventa sobre su historia familiar, es decir, que siendo
una verdad-a-medias adquiere desde el punto de vista psíquico un peso absoluto
en el psiquismo del sujeto. Los factores que intervienen en la formación de
esta narración son variados: deseo edípico, confrontación con el progenitor del
mismo sexo, rivalidad fraterna. Pero no sólo el neurótico sintomático el que
realiza esta novela imaginaria, sino cualquier ser humano en la solución
subjetiva de su devenir edípico. Esto nos lleva a la formulación radical del
psicoanálisis, planteada por Freud y por Lacan, de cuestionar los límites
entre el sujeto psíquicamente normal y el sujeto anormal, para acabar afirmando
que todos tenemos una estructura clínica que, latente o manifiesta, siempre
estará presente. La implicación es que incluso los sujetos supuestamente
normales tienen una estructura neurótica ( histérica, obsesiva o
fóbica) perversa o psicótica ( esquizofrénica, paranoica o melancólica).
La estructura puede manifestarse o no, según la determinación biografía de cada
sujeto, pero desde este planteamiento todos arrastramos, en mayor o menor
medida, alguna ficción sobre nuestra propia historia familiar, que sería uno de
los aspectos que configurará nuestra fantasía personal.
Laplanche y Pontalis son autores que han trabajado a fondo
el tema del estatuto ontológico de la fantasía a partir de la obra de Freud,
sobre todo con su estudio sobre las fantasías originarias,
que para él tienen un carácter universal. Estas serían la de la escena
originaria, la de la castración y la de la seducción, cuya función es dar una
respuesta al niño a los enigmas que se le presentan respecto a su propio origen
(la escena originaria fantaseada del acto sexual de los padres) a la diferencia
sexual (fantasía de castración de la niña) y del propio despertar de la
sexualidad (la fantasía de ser seducido por el progenitor del otro sexo). Son
fantasías que funcionarían como una especie de esquemas que imponen su ley al
imaginario y que son irreductibles a la experiencia individual. Freud
parece considerar que las fantasías inconscientes individuales lo que hacen es
llenar las lagunas de estas fantasías originarias universales, que por otra
parte están sometidas a la represión originaria que constituirá las base del
inconsciente. Serían una especie de prehistoria mítica de la especie que se
mantendría de forma inconsciente como huellas amnésicas heredadas; pero el
problema que se le presenta a Freud es el de cómo justificar estas
herencias arcaicas filogenéticas sin caer en la teorización de un inconsciente
colectivo, precisamente en el momento en que sostiene la batalla teórica más
dura con Jung. La explicación dada por Freud (que no resulta convincente para
Laplanche y Pontalis), es que deben ser comprendidas como una prehistoria en la
historia del sujeto, en el sentido de una preestuctura que es actualizada y
transmitida por la fantasía de los padres. En todo caso es evidente que el niño
fantasea sobre unas cuestiones que despiertan su curiosidad, que podemos
aceptar que son a grandes rasgos las que define Freud, por lo menos en un
marco cultural compartido.
Las definiciones que Freud va haciendo del término fantasía a
lo largo de su obra son variadas pero siempre se la considera como una
formación psíquica nuclear, sea consciente o inconsciente. Por un lado, nos
dice, tenemos fantasías inconscientes, que son el contenido primario y
latente de lo que se manifiesta secundariamente en los sueños y en los síntomas
de los histéricos, que se ocultan por la censura de la represión y sólo son
accesibles de manera indirecta, a través de la construcción en el análisis. Por
otro lado están las fantasías conscientes, que van desde las ensoñaciones
diurnas hasta las sexuales, cuya formulación más dura es la de los perversos.
Pero Freud considera que las fantasías son básicamente inconscientes y
este origen es decisivo para entender cual es su destino, ya que aunque son
incapaces de volverse conscientes se aprovechan de este sistema para
manifestarse por vía indirecta. También queda clara su relación compleja con el
deseo ya que también aparecen en la narración mecanismos defensivos que lo
distorsionan.
Freud tiene un texto paradigmático sobre la formación de la
fantasía que es Pegan a un niño, en el que Freud analiza un caso clínico de fantasía
de flagelación que padece una niña, y cuyo proceso se inicia entre los cinco o
seis años. En la primera fase hay en él un proceso asociativo que
transforma una escena en la que un padre pega a un niño en otra en la que
el padre pega al niño odiado por mí. La segunda fase implica la transformación
de esta fantasía en otra que produce un goce masoquista y que muestra que yo
soy golpeada por mi padre. La tercera fase implica otra transformación
importante, ya que la persona que pega permanece indeterminada, ya no es el
padre. Las últimas fantasías producen una intensa excitación sexual a la niña,
que se resuelve con la masturbación. La pregunta freudiana es cuál es el cambio
a través del cual una fantasía sádica se transforma en una fantasía sexual
masoquista. Sin entrar en los detalles me interesa aquí señalar que con este
ejemplo clínico Freud muestra la continuidad entre fantasías conscientes e
inconscientes, ya que en este caso la sujeto recuerda la primera y tercera fase
y es la segunda la que cae bajo los efectos de la represión, precisamente
porque es la que tiene un carácter incestuoso que sirve como enlace entre
la primera y la tercera.
La fantasía es para el psicoanálisis uno de los destinos
posibles de la pulsión, que es el término que utiliza Freud para referirse a la
versión humana del instinto, cuya característica es que no tiene un objeto
específico y natural propio, El ser humano, que por sus características de
desvalimiento está completamente supeditado al Otro Primordial ( la Madre),
pierde este objeto esencial al entrar en el orden simbólico. El objeto de la pulsión
es, por tanto, un objeto perdido ya que se refiere a una especie de incesto
mítico. El yo se opone entonces a la pulsión de tres maneras: con la represión,
con la sublimación y con la fantasía y ésta última opción implica interiorizar
el objeto prohibido distorsionando la imagen a la que está ligada; con esto la
pulsión se orientará entonces hacia alguien que nos recuerde al objeto oculto
de nuestra fantasía, sin que ni siquiera seamos conscientes de ello. Si
recordamos la página introductoria de la famosa novela de Lawrence Durrell
titulada Justine hay una cita de Freud en la que dice que en una relación
sexual siempre intervienen cuatro personas. Lo cual quiere decir que aparte de
las personas reales implicadas están las fantaseadas por sus participantes
reales. En una de las mejores películas de Woody Allen, Delitos y faltas, hay
un viejo profesor judío de filosofía que tiene un magnífico discurso la
imposibilidad del amor, en el que dice que las personas amadas nos recuerdan a
los que amamos en nuestra infancia, pero a las que a la vez les exigimos
corregir sus defectos y todo lo injusto que hicieron con nosotros. Creo que es
una explicación muy lúcida de lo que puede ser la fantasía amorosa y también de
la imposibilidad de que la relación de pareja sea armónica ( que es lo que
pretende decir Lacan con su provocadora expresión de que no hay relación sexual).
Hay en Freud una búsqueda cada vez más insistente del origen
de la estructura y los contenidos de la fantasía y esto le lleva al estudio del
mito, que más allá del planteamiento positivista (que lo considera un
estadio superado y primitivo del conocimiento humano) contiene siempre para él un
núcleo de verdad. Verdad que no es evidentemente de carácter fáctico sino de
carácter psíquico, como es el expresado en su estudio “Tótem y tabú” donde el
Padre de la horda posee a todas las mujeres y tiene aterrorizados a sus hijos,
que acaban uniéndose entre ellos para matarle.
La palabra mito no es casual, ya que el contenido tiene
clara relación con el enigma de los orígenes, al que aporta una representación
y una solución (es interesante constatar que los estudios históricos de Mircea
Elíade confirman esta visión del mito como modelo ejemplar sobre los orígenes). Aunque Freud acepta que biológicamente es insostenible
buscar una fundamentación al mito, también considera que es necesario mantener
una crítica radical a la teoría jungiana
del inconsciente colectivo, que se basa en una concepción de los arquetipos a
los que se accedería a partir de una imaginación creadora captadora de símbolos
innatos y universales. A pesar de las dificultad de construir una teoría
propia sobre estos mitos colectivos Freud recoge un material muy
rico, relacionado básicamente con la religión, pero también con la tragedia (Edipo,
Electra, Antígona) o con el drama ( Hamlet). Lacan elabora un estudio muy
interesante sobre este último y más en general sobre el
mito individual del neurótico, que define de la siguiente manera: “Una cierta representación objetivada de una
gesta que expresa de modo imaginario las relaciones fundamentales características
de cierto modo de ser humano en una época determinada; si lo comprendemos como
la manifestación social latente o patente, virtual o realizada, plena o vaciada
de su sentido, de este modo de ser, es indudable que podemos volver a encontrar
su función en la vivencia misma de un neurótico”.
Jacques Lacan toma como referencias para esta formulación el ejemplo del Hombre
de las ratas, que es el ejemplo freudiano paradigmático de una neurosis
obsesiva, y también del de Goethe, que extraerá de sus escritos
autobiográficos. En ambos casos, dice, hay unos elementos comunes que adquieren
un carácter mítico y sobre los que desarrollan su neurosis particular. Estos cuatro
elementos, que también reflejan la actitud existencial del hombre moderno, son:
el Padre, la Madre, el Yo ( a relación narcisista) y la Muerte.
Hay que hacer también una breve referencia a otra gran
psicoanalista, Melanie Klein, que también da a la fantasía un lugar clave en su
teoría. Para ella las fantasías inconscientes son determinantes del estado
psíquico del sujeto y la expresión mental de sus pulsiones, que buscan un
objeto en el que concretarse. La fantasía adopta también según su análisis la
función de activarse como un mecanismo de defensa que se pone en marcha contra
peligros internos, que pueden ser emociones negativas o incluso otras fantasías
de carácter destructivo. Laplanche y Pontalis consideran
que aunque Melanie Klein asigne un papel muy importante a la fantasía no por
ello deja de plantearlo en un término convencional, ya que las considera que
pueden actuar como percepciones falsas de los objetos, por lo que nos separan
del mundo real. Tenemos entonces con Melanie Klein (y por supuesto en el
psicoanálisis más convencional) una línea que sigue la formulación básica de
Sartre: la percepción debe separarse de lo imaginario en nuestro conocimiento
de la realidad.
Pero para Laplanche y Pontalis, así como para Castoriadis y
Lacan, esta separación entre percepción, por un lado, y fantasía, por otra, no
aparece tan clara por el papel configurador del imaginario en la propia
interpretación de la percepción.
El tema de la fantasía es una de las problemáticas
privilegiadas de Jacques Lacan., ya que recorre transversalmente muchos de sus
seminarios y Escritos , siendo el centro absoluto de uno de ellos, Kant
con Sade, donde llega a formalizarla en una fórmula que la
relaciona con el sujeto dividido y con el llamado objeto a. No voy a explicar
lo que significan ambos términos en el discurso lacaniano porque este trabajo
no es una introducción a Lacan, pero sí hacer una breve aproximación para que
podamos entender de lo que hablamos. Partimos de una paradoja, que es que
el sujeto es anterior al Orden simbólico y al mismo tiempo es su efecto. Cuando
constituimos este Orden simbólico, perdemos nuestra realidad natural y dejamos
de ser un organismo biológico para pasar a constituirnos como ser hablante, con
lo cual quedamos constituidos como sujetos de la enunciación. Hablamos de lo
que nos pasa, de lo que tenemos e ilusoriamente de lo que somos, ya que nuestro
ser, que es la sustancia natural, lo perdemos con la alineación que implica
entrar en el mundo del lenguaje, que es el del Otro simbólico. Quedamos
atrapados en este Otro simbólico, ya que nos inscribimos en un mundo de
significaciones (que es el de la lengua, la ley y la familia en una
determinada línea de filiación) que nos conduce a ocupar un lugar
establecido. Pero esta inscripción en el orden simbólico no es absoluta, ya que
queda un resto, que es lo que Lacan llama el objeto a (a del autre de pequeño
otro) y que es lo más singular y la causa de nuestro deseo, el sujeto del
deseo que de alguna manera recoge lo que es anterior al lenguaje. El orden
simbólico tiene la función de posibilitarnos construir la realidad a través de
un discurso simbólico que habla de ella, porque nos separa de lo real, que es
lo traumático insoportable que el sujeto humano no puede asumir en su
socialización, que no puede tolerar y que le produce angustia. El objeto
a, que es lo que queda de lo real, es dónde se sitúa el núcleo de nuestro goce
y también el agujero alrededor del cual gira la pulsión. Aquí hay que entrar en
la diferencia lacaniana entre goce y placer, en la que éste último, siguiendo a
Freud, significa la eliminación de la tensión, ya que todo organismo busca su homeostasis,
es decir, un equilibrio mínimo sin perturbaciones desagradables. Pero Freud
constatará (sobre todo a partir de los dos textos “Más allá del principio del
placer” y “El problema económico del masoquismo”) que el sujeto humano busca la
excitación y también la repetición, aunque le produzca dolor. El término que
introducirá Freud a partir de esta reflexión será el de pulsión de muerte, como
tendencia a la repetición y, paradójicamente, a la aniquilación de lo vivo para
pasar a un estado de reposo absoluto. Pero el mismo Freud constatará falla en
esta formulación, ya que lo que buscan los humanos en la sexualidad no es la
eliminación de la tensión sino la estimulación y la excitación, que ya es opera
como una fuente de satisfacción. Lacan introduce la noción de goce ( jouissance
en el original francés ) para referirse a una satisfacción del exceso puede
estar vinculado al dolor y en su límite a lo insoportable. El filósofo
esloveno. Slavoj Žižek, va más lejos al identificar el goce con la
pulsión de muerte, dando a este término un sentido nuevo, con lo que nos
encontramos con una nueva paradoja 55: porque este goce
absoluto que buscamos y que hemos perdido al inscribirnos en el lenguaje no ha
existido nunca, con lo cual perdemos algo que solo tenemos como un efecto
retroactivo. En realidad la pérdida que lo constituye sólo puede entenderse
desde la dimensión simbólica: el símbolo es justamente una presencia hecha de
ausencia. En esta línea Lacan trabajará lo que ha aprendido de Jacobson: los
mecanismos básicos del lenguaje son la condensación y el desplazamiento, de las
que surgirán la metáfora y la metonimia. En realidad Freud ya había hablado de
estas figuras, pero dándoles una relación inversa, ya que para Freud el
desplazamiento da lugar a la metáfora y la condensación a la metonimia. Lacan,
afinando en el tema a partir las aportaciones de la lingüística,
considera la cuestión con este matiz de diferencia. La metáfora es entonces una
condensación, donde colocamos la parte en el lugar del todo porque es la
sustitución de una palabra por otra. La metonimia es un desplazamiento en la
que vamos de un lugar a otro porque es la conexión de una palabra con otra y en
la primera el sentido se produce a partir del sinsentido, ya que hay una
sobreimposición de significantes que mantiene un hilo de continuidad. Y aquí
Lacan saca conclusiones fundamentales sobre el psiquismo humano relacionadas
con la cuestión de la falta, consecuencia de la represión, que es la que
posibilita el deseo, como producto del límite establecido por la anterior. La
inscripción del ser humano en el Orden simbólico lo transforma en un sujeto
divido, ya que por una parte es consciente y por otra inconsciente, que es
adonde apunta finalmente el deseo, que es la diferencia entre lo que lo que
pedimos ( la demanda ) y lo que encontramos ( que no se corresponde nunca
con el objeto imposible que buscamos ). Lo que posibilita y hace indestructible
al deseo es que su objeto en el fondo está vacío, ya que su única existencia
posible es ir desplazándose de un objeto a otro sin satisfacerse nunca
plenamente, ya que siempre es deseo de Otra Cosa. Y paralelamente a esta
metonimia del deseo, que se va desplazando de un lugar a otro, están las
metáforas del inconsciente (síntoma, sueño) que lo que hacen es colocar un
significante en el lugar del otro, que está reprimido.
Esbozando este proceso es cómo podemos entender el lugar
nuclear que da Lacan a la fantasía, que nos proporciona un escenario imaginario
que articulan lo simbólico y lo real. La fantasía tiene elementos imaginarios
que se articulan simbólicamente con significantes y siguiendo las reglas del
lenguaje y en el que está presente lo real (ya que el objeto a es su resto, que
no es ni simbolizable ni representable). Pero el deseo se sostiene en la
fantasía porque lo que hace ésta es encerrar el sujeto en el objeto a, porque
lo que hace es transformar el goce en placer adecuándolo al deseo. A partir de
aquí Lacan formula su noción de la fantasía fundamental, que tiene la función
de dar a cada ser hablante una respuesta inconsciente frente al trauma y al
vacío con el que nos encontramos al inscribirnos en el orden simbólico y
enfrentarnos al enigma del deseo del Otro ( ¿ que quiere de mí mi Madre, cuya
mirada me dice que quiere algo que no le puedo dar ?). Lo que hay de
insoportable en nuestro deseo es justamente lo que nos pone en contacto con
este resto cuya proximidad con lo real traumático nos produce angustia. Pero lo
mismo que nos angustia es lo que posibilita el deseo, el objeto a, aunque sea
siempre su causa innombrable. La fantasía cubre el espacio vacío dejado por el
objeto natural perdido, que nos permite reconstruirla desde esta Otra escena. Sólo
podemos acceder una realidad articulada por el lenguaje y necesitamos una
fantasía desde la que elaborar la ficción que nos permita simbolizarla. La
realidad se sostiene, en algún sentido, desde esta Fantasía fundamental,
ya que la verdad del sujeto está en el inconsciente y no en el yo, que es una
pura construcción imaginaria, una ilusión. Esto es lo que Lacan defiende en su
ética, en su no ceder al deseo, en su llevar al yo donde está el Ello (en
contra de la interpretación convencional del psicoanálisis ortodoxo de llevar el
Ello donde está el yo.
La fantasía tiene en la tradición psicoanalítica las
características siguientes: hay una escena y unos personajes (el papel del
sujeto puede ir cambiando de rol) que desarrollan una acción que se manifiesta
a través del verbo empleado y que se asocian a una parte delimitada del cuerpo,
que son los bordes, el resto del goce del viviente que perdemos al entrar en la
mediación de la palabra. El lenguaje nos ha vaciado de goce y éste solo queda
en los bordes del cuerpo, en las zonas erógenas donde aparece una pulsión sin
objeto. Pulsiones que formulamos a través de la demanda simbólica., en unas
imágenes que se articulan en un argumento perverso (que es diferente del
argumento de un perverso, porque éste lo concreta en el mundo real) que en la
medida que es consciente produce vergüenza y es vivido como algo que nos llega de
forma extraña e involuntaria y que produce afectos ambivalentes de placer y
sufrimiento.
Slavoj Žižek desarrollará, a partir de la teoría lacaniana,
toda una elaboración que vincula a ejemplos concretos y a situaciones actuales.
Lo primero que señala es la necesidad de mantener este espacio vacío, que es el
que nos separa de lo real y nos permite nuestra construcción simbólica de la realidad 56 desde la cual
ésta puede ser formulada y asumida. Es decir, que la fantasía no es por tanto
una forma de escapar a la realidad, sino, por el contrario, una forma de
posibilitarla al permitir separarnos de lo real insoportable. Žižek considera
que la fantasía fundamental de cada sujeto es el mito primordialmente reprimido 57, que es una
sombra espectral y no un conjunto de ensoñaciones diurnas vinculadas a nuestras
formulaciones simbólicas y que nos permiten soportarlas. La fantasía, nos dice,
representa el pecado del goce y al mismo tiempo la narrativa mítica de cómo
éste se perdió. Para entender mejor lo que quiere decir utilizaré un ejemplo
concreto utilizado por el mismo Slavoj Žižek nos propone: hay una ensoñación
masculina, nos dice, y que además es visible en el cine, que consiste en
representar a la mujer como una máquina sexual, mientras que la ensoñación
femenina es, por el contrario, la de un macho animal. La fantasía sexual
masculina quiere que la mujer sea un objeto sexual y la fantasía sexual
femenina quiere un macho potente que la satisfaga. Pero esta ensoñación de cada
sexo por su lado, dice Žižek, simplemente complementa la ideología de que es
posible una relación sexual armónica. Pero lo reprimido aquí es lo que es
insoportable, que es la imposibilidad de la relación sexual armónica y en este
sentido la fantasía reprimida es imaginarse la pareja ideal como un simio
copulando con una cibermujer. Slavoj Žižek utiliza también el ejemplo de
la última película de Stanley Kubrick, Eyes Whide Shut, para poner de
manifiesto el carácter ilusorio de la fantasía, ya que su realización no lleva
a un éxtasis sino más bien a una experiencia vacía y fatua. Experimentar la
fantasía sirve para ver su esterilidad: la sofisticada orgía colectiva es
totalmente aséptica. Como dice Žižek, atravesar la fantasía sólo sirve para
manifestar su estupidez.
En “Los siete velos de la fantasía”
la presenta a través de la metáfora de los siete velos: El primer velo nos
muestra que la posición del sujeto en la fantasía es la de ser sólo el
sujeto de la enunciación, que es el sujeto vacío que la explica.. No
tiene porqué ser además el protagonista de la narración, ya que el sujeto
que fantasea no tiene porque coincidir no con el protagonista, el yo del
enunciado. El segundo velo que presenta es que la fantasía no es la proyección
del deseo sino la condición que lo hace posible, por lo que la escena que monta
la fantasía no es la de la satisfacción sino la de la construcción del deseo. A
través de la fantasía aprendemos a desear, ya que su espacio tiene que dejar un
vacío en la medida en que posibilita el deseo, cuya condición es la falta. El
tercer velo que la fantasía que tiene un carácter intersubjetivo radical, ya
que el Otro siempre está implicado, ya que el objeto a, causa del deseo, es el
núcleo de la fantasía es el que me hace percibirme como digno del deseo del
Otro. La pregunta original alrededor de la cual se articula la fantasía no es
¿Qué quiero yo? sino ¿Qué quieren los otros de mí? la fantasía es mi
respuesta al enigma, al enigma de qué soy para los otros. Lo que fantaseo es lo
que el Otro ve en mí, es decir, su deseo. El cuarto velo que la fantasía
siempre tiene un carácter narrativo, que contamos para ocultar el antagonismo
reprimido, la ruptura radical de la Unidad originaria. El quinto velo muestra
que lo que es importante en la narración de la fantasía no es que tenga un carácter
transgresor sino la propia instauración de la ley, el acto mismo de lo que
llama la castración simbólica, que es la aceptación de la pérdida primordial
que permite la constitución del Sujeto, su entrada en el orden simbólico. El
sexto velo plantea que lo que encontramos siempre en la fantasía es una mirada
imposible porque el sujeto es a la vez el que mira y el que es mirado. El
séptimo velo dice que la fantasía debe ser implícita, debe mantener una
distancia con la textura simbólica que la sostiene, lo cual quiere decir que
siempre es una mentira. Aquí podemos incluir al arte como fantasía, en cuanto
que hay una distancia, en cuanto que la obra artística no se presenta como
real.
Otro tema interesante que plantea Žižek es la relación de la
fantasía con la realidad virtual del ciberespacio. En un artículo titulado “¿Es
posible atravesar la fantasía en el ciberespacio?”
desarrolla el tema de una manera muy sugerente, ya que Slavoj Žižek cuestiona
el tópico de que el ciberespacio sea el universo posible para la realización de
nuestras fantasías más íntimas. Precisamente para Žižek lo que pone de
manifiesto el ciberespacio es que el ser humano ha perdido su ser, su sustancia
vital al integrarse en el orden simbólico, el Gran Otro y por esto no es extraño,
continua, que la mayoría de fantasías que se ponen en escena sean masoquistas,
ya que se trata de sentirse vivo a través del dolor. Y también que sean
pasivas, ya que en este lugar que es el ciberespacio no somos un agente libre y
espontáneo, como podría parecer porque siempre estamos a merced del Otro, ya
que la interfaz está totalmente determinada, porque que mi relación con el otro
siempre está mediatizada por la maquinaria digital interpuesta ( que es la que
ocupa el lugar del Gran Otro que genera también un orden simbólico, aunque sea
con una estructura laberíntica, Ahora bien, continua Žižek, lo que sí nos
permite el ciberespacio es atravesar nuestra fantasía, en el sentido de que si
nuestra fantasía fundamental es inaccesible ( no podemos hablar de ella) el
ciberespacio nos permite escenificarla y ganar alguna distancia con respecto a
ella. Y este atravesar la fantasía fundamental es, de alguna manera el objetivo
del psicoanálisis, ya que distanciarnos de ella significa liberarnos de su
determinación y dejar de ser un esclavo de ella. Žižek plantea otra vez que la
categoría de lo real tal coma la usa es justamente lo opuesto a la realidad, ya
que la realidad social, que es la única posible, se sostiene en una
ficción narrativa, en una fantasía social. Por lo tanto también nuestra
percepción de la realidad está condicionada por la fantasía, que es quién
decide que es la realidad y ésta no es lo que está afuera sino lo que uno
constituye como tal: lo no aceptado, el resto, esto es lo real.
Cornelius Castoriadis, por su parte, nos plantea, una
doble batalla respecto al tema de la fantasía. Por una parte contra los
supuestos planteamientos realistas que van desde Sartre hasta las principales
corrientes psicoanalistas, desde la llamada psicología del yo hasta Melanie
Klein. Recoge la aportación de Laplanche y Pontalis pero les critica su poca
radicalidad y su incapacidad para entender la actividad fantaseadora como
producto del imaginario radical, que es la única raíz de todas nuestras
representaciones, incluida la percepción. Para él no tiene sentido contraponer la
percepción a la fantasía porque ambas surgen de la misma matriz psíquica, que
es el flujo que configura las representaciones, acompañadas siempre de un
afecto e insertadas en un proceso intencional. La impresión de los sentidos se
convierte en percepción-representación en función de una elaboración compleja
que surge de este imaginario radical de la psique y las fantasías participan
también de este proceso como huellas de nuestras percepciones anteriores.
Castoriadis recoge la expresión freudiana de fantasías
compensadoras del deseo para nombrar las fantasías conscientes ( la religión,
el arte ...) que intentan compensar esta falta primordial del ser humano.
Castoriadis considera que ésta surge de la carencia de algo que tuvimos y que
nos dio plena satisfacción. Pero éste es uno de los puntos centrales en que
Castoriadis diverge también radicalmente con Lacan y sus seguidores 60 al
considerar que esta falta no tiene ninguna relación con el significante ni con
un objeto perdido. Castoriadis no está de acuerdo con el papel determinante que
Lacan da a la lingüística y considera que en ningún caso puede aceptarse que el
inconsciente está estructurado como un lenguaje. No es el inconsciente, dice
Castoriadis, el que funciona como un lenguaje, sino el consciente y el
preconsciente. y los tres están atravesados por el imaginario radical. Es
absurdo, dice, querer entender el inconsciente desde las reglas de la lógica y
la lingüística ( la metáfora y la metonimia), ya que ambas son una
formalización del funcionamiento psíquico y no sus elementos constitutivos.
Tampoco acepta que esta carencia básica del ser humano sea resultado
estructural de un objeto perdido, como dice Lacan, y no porque no halla falta
sino porque no hay objeto perdido, ya que lo que se ha perdido es un estado,
que sería el de la fusión originaria en el Todo, con el que formamos primordialmente
una Unidad indiferenciada ( Mónada psíquica).. Para Castoriadis la separación
entre el afuera/ adentro es un mecanismo defensivo que se va estableciendo
desde el imaginario, con lo cual inicialmente el exterior es vivido
inicialmente como una cloaca en la que tiramos lo que no queremos, lo que no
toleramos en nuestro interior. Son creaciones imaginarias, parciales, en las
que poco a poco se va estableciendo el esquema triádico: sujeto, objeto, otro.
A partir de aquí Castoriadis desarrolla una crítica a la teoría lacaniana del
deseo, remitiéndose inicialmente a Platón para recordar que, tal como dice éste
en El Banquete, se puede desear también aquello de lo que no se carece, en el
sentido de querer mantenerlo. Por lo tanto, en contra de lo que dice Lacan, el
deseo no remite exclusivamente a la carencia, a la falta, y es siempre la
búsqueda de satisfacción de algo que ya hemos tenido y a lo que queremos
volver, por lo que presupone siempre una imagen, ya que para existir tiene que
haberse realizado con anterioridad.
El deseo absoluto, continua Castoriadis, es el de volver a
este estado anterior a la primera separación, como nos recuerda la nostalgia de
lo orígenes que Mircea Elíade muestra a lo largo de su obra en los mitos e
incluso la continuidad del ser que Georges Bataille descubre tanto en lo
sagrado como en el erotismo61. Pero
también hay que considerar la crítica que hace Freud a la búsqueda
ilusoria de estados oceánicos ( de disolución del sujeto) cuya función no es
otra que la de encontrar una salida (regresiva) para evitar el dolor. Aunque
Freud quizás no compartiría plenamente este punto de vista sí le daría la razón
en dos aspectos: En primer lugar en que originalmente el yo incluye todo;
luego, desprende de sí un mundo exterior.. En segundo lugar en que la
vida psíquica la conservación de lo pretérito es la regla.
A partir de estas teorizaciones Castoriadis concluye que en
la fantasía el sujeto no ocupa un lugar en la escena fantaseada porque se
identifica con toda la escena en su totalidad,, ya que ella misma representa en
su conjunto esta Unidad. Estas fantasías compensadoras de carácter consciente
son sobre todo las elaboradas desde el imaginario social: creaciones
imaginarias que permiten una salida a partir de la sublimación de las pulsiones
(arte, religión...) y que en caso de fracaso conduce a las salidas privadas
(neurosis). Pero lo que no acaba de explicar es cuál es la relación entre las
pulsiones sexuales que hay que sublimar con este deseo de recuperar el estado
perdido: la Unidad originaria. Para Lacan y sus seguidores el vínculo es tan
contundente como perturbador: esta supuesta unidad no es otra cosa que el Goce
del Otro, de carácter mítico, que es el de una relación sexual incestuosa
imposible. No hay Unidad perdida porque no siquiera ha existido una originaria
fusión con la Madre, ya que ésta siempre ha estado marcada por una ausencia, ya
que un deseo apunta siempre a otro lugar como el niño percibe frente a la
Madre.
Quizás podríamos definir la fantasía, siguiendo la sugerente
expresión de Mannoni, como la Otra escena de nuestro psiquismo, puesto que,
consciente o inconscientemente es la red desde la cual damos una significación emocional,
desiderativa a las percepciones y por lo tanto, desde la que construimos la
realidad. Lo que aporta la tradición psicoanalítica, desde Freud a Castoriadis,
pasando por Meliane Klein y Jacques Lacan es muy interesante pero no dejan de
ser especulaciones, que como tales son muy discutibles. La metapsicología de
Freud, como el mismo reconoce, es una construcción teórica no directamente
contrastable, desde la que explicar los procesos mentales que generan la
conducta. Freud se centra, por otra parte, en las fantasías sexuales y sobre
ellas aporta análisis imprescindibles pero quizás con este enfoque
reduccionista limita el campo de la interpretación de la fantasía. También
Jacques Lacan y Melanie Klein son dos mentes brillantes que desarrollan
líneas muy radicales en un sentido profundo pero parcial. Estos dos
psicoanalistas son, sin duda, los que han aportado a esta tradición elementos
más creativos y sugerentes. Pero han generado escuelas que precisamente por ser
lo que son caen en el dogmatismo y en el sectarismo, aunque sin negar que
también han producido estudios y análisis que merecen tenerse en cuenta. En el
caso de la tradición lacaniana hay una reflexión filosófica polémica pero muy
potente que es la del ya repetidamente citado Slavoj Žižek.
No hay que ceñirse por tanto de manera exclusiva a la
perspectiva psicoanalítica sobre la fantasía, aunque continuo afirmando que es
la que realiza los trabajos teóricos más interesantes sobre el tema. A
Castoriadis también hay que tenerlo en cuenta de manera crítica porque el
imaginario radical es la supuesta clave absoluta para entenderlo todo y
volvemos otra vez a la pretensión desmesurada de pretender haber descubierto la
fórmula mágica a partir de cual crear un sistema teórico completo.
Aunque Castoriadis es muy interesante en sus argumentaciones
no deja de ser reduccionista en sus conclusiones, tanto en su teoría del imaginario
radical como en la de la Unidad originaria perdida. Hay en los dos casos ( el
de Lacan y el de Castoriadis) una doble intuición muy penetrante, que es
la del papel del sentimiento de falta en el ser humano y la existencia de un
deseo que nunca acaba de satisfacerse. Lo que ocurre es que esta realidad, tan
profunda y compleja, no tiene una respuesta definitiva como la que pretende dar
cada uno de estos autores. Podemos concluir, esto sí, que la fantasía es una
creación simbólico-imaginaria que tiene que ver con esta carencia, que quiere
cubrirla de alguna manera.
Hay una última aportación, imprescindible, vinculada al
psicoanálisis pero regulada desde los descubrimientos de las neurociencias, que
es la de Ansermet y Magistretti. Plantean que la percepción deja una huella que
se transforma en imagen mental ( del que dirán, por influencia lacaniana que adopta
el papel del significante); que sigue una dinámica propia que lo puede alejar
completamente de la percepción inicial. Es a partir a partir de este
proceso que se va tejiendo la red de las fantasías, tengan éstas un carácter
consciente o inconsciente. En nuestra relación con el mundo tenemos
percepciones que nos conectan con el entorno en el que estamos insertos y al
mismo tiempo hay una información interna que nos llega desde nuestra mente y
que parte de nuestras fantasias y que da un significado emocional a lo que
percibimos. Aquí salgo del psicoanálisis para continuar con otra aportación de
la neurociencia, la de Antonio Damasio, que plantea que hay en nuestra mente un
depósito de conocimiento, que es el que hacemos valer en nuestra interpretación
de las percepciones y que debe mantenerse separado del de la fantasía. Este
depósito está formada, igual que la propia fantasía, y desde un punto de vista
neuronal, por lo que él llama unas representaciones disposicionales, que
es la potencialidad latente que nos permite construir ideas y pensamientos
desde las que entender lo percibido.
En todo caso la vida humana está tejida de fantasías que
vienen a ser guiones imaginarios a la vez que simbólicos, ya que aunque son
básicamente imágenes tienen algo de narrativo, de lingüístico. Estos guiones
imaginarios no tienen que ver únicamente con el deseo sino también con la ley
por lo que tienen de imperativo para el sujeto. El erotismo, entendido como lo
que la sexualidad humana tiene de singular, está vinculado al imaginario y a la
fantasía. Esto es cierto en un sentido social porque hay un imaginario
colectivo y fantasías más comunes en el seno de cada sociedad y que lo
diferencia de lo biológico, de lo natural. Pero también hay algo de singular
que está vinculado a este resto que deja la socialización en cada sujeto. Freud
ha insistido en la importancia de la sexualidad y ha considerado las fantasías
como relacionadas con ella y aquí recoge uno de los aspectos que el ser humano
tiene de más extraño, de más peculiar.
¿Porqué la sexualidad, que es una inclinación biológica,
tiene este poder sobre la condición humana ? ¿ Porqué el deseo como
producto social está tan vinculado a la sexualidad ? ¿ Porqué las
fantasías humanas son básicamente sexuales ? En todo caso Freud es muy certero
cuando define la pulsión como algo que está en la frontera entre lo somático y
lo psíquico y Lacan también nos da una pista cuando nos dice que la entrada en
el Orden simbólico nos deja un agujero que deja un círculo alrededor de las
zonas erógenas.
La función de lo simbólico es construir una estructura
social a través de la lengua y de la institución social y esta estructura es
una red solidificada, dura, en la que nos inscribimos y que interiorizamos y
nos permite un vínculo con el mundo humanizado. Es el Otro simbólico al que nos
anclamos una vez perdido el Otro primordial, la Madre.
El imaginario social son estas creencias que va
tejiendo el orden simbólico en un marco social determinado y que van
constituyendo una ideología, que viene a ser una fantasía social. Pero es la
dimensión subjetiva del imaginario y de la fantasía la que me parece que tiene
más interés porque es la red fluida en la que vamos tejiendo nuestros deseos,
que es lo que nos mueve, lo que nos hace salir de la pasividad. Esta red es
necesaria pero tiene sus peligros porque puede convertirse en un obstáculo
cuando nos conduce a la ilusión o delirio o cuando nos encierra en el círculo
vicioso del narcisismo.