Entre paros y
cacerolazos
Especial para La Página |
El marco económico
que facilitó el surgimiento del kirchnerismo ya no es tan favorable. El
estancamiento del PBI, el freno en la creación de empleo y la aceleración de la
inflación ilustran más los límites del modelo que las adversidades
internacionales. En el 2013 habrá una recuperación, pero sin la intensidad del
rebote que sucedió al
bajón del 2009. Es improbable el retorno al intenso crecimiento que hubo en el período de superávit fiscal, alto tipo de cambio y estabilidad de precios.
bajón del 2009. Es improbable el retorno al intenso crecimiento que hubo en el período de superávit fiscal, alto tipo de cambio y estabilidad de precios.
El intervencionismo
neo-desarrollista persiste, pero con iniciativas poco efectivas y muy tardías.
La expropiación parcial de YPF se concretó con la depredación del subsuelo ya
consumada y la pesificación de la economía comenzó con los dólares ya fugados.
El gobierno mantiene la prioridad de impulsar el consumo, pero sin revertir la
parálisis de la inversión. Multiplica, además, el gasto público sin introducir
la reforma impositiva requerida para solventar esas erogaciones.
Estas contradicciones
explican la reaparición de tendencias al ajuste, que el oficialismo presenta
como simples correctivos de sintonía fina. Las jubilaciones continúan
postergadas y resurge el propósito de fijar estrictos techos a los aumentos
salariales. Perón transitó por un camino semejante en 1955 (Congreso de la
Productividad) y en 1973 (Pacto Social).
Es evidente que
cualquier medida en esa dirección acentuaría la enorme desigualdad social que
afloró en los connatos de saqueo de Navidad. Estas tensiones nunca se
aproximaron a la explosión de hambruna de 1989 o el 2001 y esta vez fueron
nítidamente incentivadas por los punteros de la oposición justicialista. Pero
con simples denuncias de conspiración, el gobierno cierra los ojos ante la
realidad de los marginados que sufren el hacinamiento, la precarización del
empleo y el tormento del transporte, mientras receptan una obscena publicidad
que convoca al hiperconsumo.
El oficialismo sabe
que su capacidad para lidiar con las tensiones en aumento depende de la
autoridad presidencial. Por eso buscó durante el 2012 afianzar esa preeminencia
con numerosas campañas. Reactivó especialmente la demanda por Malvinas con
mayor sostén latinoamericano, retomando un problema de interés nacional. Pero
difunde verdades a medias. Su acertada denuncia del colonialismo no se extendió
a los florecientes negocios mineros y petroleros de las compañías inglesas, que
operan dentro del territorio argentino.
CFK utiliza el enorme
activo electoral que obtuvo al demoler a sus adversarios de la oposición
derechista. Consiguió una diferencia de votos que supera los récords de Perón.
El kirchnerismo logró el reconocimiento simultáneo de varios sectores sociales.
Aprobación de los industriales por los subsidios, de las clases medias por el
consumo, de los obreros por la recuperación de los salarios, de los ruralistas
por la reconciliación con agro-sojeros y del progresismo por los derechos
democráticos. También recepta la sensación colectiva de desahogo, que sucedió
al fin de la pesadilla vivida durante el colapso de la convertibilidad.
Pero este sólido
respaldo no estabilizó al kirchnerismo, que enfrentó en el año pasado numerosos
momentos de debilidad y desorientación. Contrapesó ese deterioro con la masiva
conmemoración del 9 D y el acto de retorno de la Fragata, mientras continúa
construyendo su base de sustentación. Ese cimiento se nutre de funcionarios (La
Campora), movimientos sociales (Evita, Tupac Amaru), núcleos intelectuales
(Carta Abierta), estructuras de comunicación (6- 7- 8), agrupaciones
sectoriales (Gelbard-empresarios) y aliados políticos (Nuevo Encuentro).
En las elecciones del
2013 el gobierno testeará las posibilidades de intentar la re-reelección o en
su defecto designar un sucesor, reproduciendo los mecanismos utilizados por
Lula con Dilma. Las internas primarias y obligatorias le sirvieron en el 2011
para retomar el control de los aparatos y las candidaturas. Ahora probará qué
grado de independencia consiguió del Justicialismo o con qué nivel de
resignación debe aceptar la futura jefatura de Scioli.
Pero en los últimos
meses se ha verificado también el resurgimiento de la derecha, que logró reunir
el 8 N una multitud comparable a las marchas de Blumberg y los agro-sojeros.
Reaparecieron las demandas conservadoras con cuestionamientos al control de
cambios y a la restricción de las importaciones, junto a exigencias de corte
del gasto social y críticas a la relación oficial con Fidel y Chávez.
Con la humilde
petición de “ser escuchados” los manifestantes exhibieron un programa
neoliberal, que los ubica en las antípodas de la actitud adoptada por la clase
media en el 2001. Ya no golpean las puertas de los bancos, ni se solidarizan
con los desamparados. Los caceroleros tienen dificultades de representación
política, pero demuestran gran capacidad para impulsar la agenda derechista.
Afortunadamente
irrumpió un contrapeso a esos planteos con el paro del 20 N. La primera huelga
general bajo el kirchnerismo contó con el apoyo espontáneo de los trabajadores.
El gobierno atribuyó el éxito de la medida a la disuasión creada por los
piquetes, pero no explicó por qué razón esos cortes lograron tanta efectividad.
El secreto simplemente radicó en la escasa concurrencia laboral que generó la
voluntad de protestar. El malhumor social contra el impuesto al salario se verificó
también en la alta incidencia lograda por el paro en los gremios que
boicotearon la medida.
La clase trabajadora
volvió a recuperar protagonismo y comienzan a insinuarse parecidos con la época
de Ubaldini frente a Alfonsín o la UOM frente a Isabel. El gobierno ha quedado
afectado por su propia estrategia de atomizar las centrales gremiales. Al
debilitar la autoridad de los burócratas, facilita el renacimiento del
sindicalismo combativo que actúa en las bases.
Pero este nuevo polo
de resistencia social puede frustrarse si continúa el vaciamiento que generan
Moyano y Michelli al sumar caceroleros, ruralistas y hombres de la
partidocracia a las movilizaciones de protesta. La escasa concurrencia que tuvo
el acto del 19 D ilustra cómo ese cambalache destruye la credibilidad de los
reclamos populares.
Viejas y nuevas
decepciones
Los intelectuales
kirchneristas provenientes del peronismo tradicional consideran que los logros
del gobierno superan todo lo conocido, luego de “rescatar al país de una crisis
terminal”. Divorcian este resultado del contexto internacional favorable, de la
cirugía que introdujo el colapso económico y de las conquistas que impuso la
rebelión del 2001. Simplemente atribuyen al peronismo un don natural para
reconstruir a la Argentina de sus periódicos descalabros. (5)
Con esa
generalización evitan definir qué tipo de peronismo prevalece en la actualidad.
Esa identidad incluye a Evita e Isabel, a John William Cooke y López Rega o a
Cámpora y Menem. Suelen presentar estas diferencias como simples matices de un
movimiento que imaginan equivalente a la condición nacional. Ocultan las
experiencias justicialistas de terrorismo estatal (1974-75) y neoliberalismo
(década del 90) y resaltan la ingobernabilidad imperante en los mandatos de la
UCR.
La preeminencia del
peronismo genera creencias de inexorabilidad semejantes a las vigentes en otros
países de prolongada gestión unipartidaria (Suecia entre 1937 y 1976, Japón
desde 1945 hasta los 90, México durante siete décadas). Lo único cierto es que
el peronismo acumula una experiencia de simbiosis con el estado, que facilita
su reciclaje.
Pero las expectativas
de eternización omiten la profunda mutación registrada en la relación de ese
movimiento con los trabajadores. La devoción de los años 50 y el entusiasmo de
los 70 se diluyeron con las frustraciones creadas por Isabel y Menem. El
kirchnerismo intuye esta fractura y busca desembarazarse de esas impresentables
herencias.
Por el contrario las
cúpulas del PJ y la CGT consideran oportuno retomar las fuentes e impugnan la
“traición del gobierno a la doctrina peronista”. Pero en el mejor de los casos,
esa invocación suscita indiferencia. Para el grueso de la población rememora la
corrupción de Barrionuevo, las barras bravas del Momo Venegas, los remedios
truchos de Zanola y la buena vida del criminal Pedraza.
La mayoría de los
intelectuales kirchneristas comparten el distanciamiento oficial de la
estructura justicialista y reivindican el nuevo sustento progresista del
oficialismo. Ponderan ante todo la reconstrucción del estado con políticas que
limitan los excesos del mercado. (6)
Pero ocultan quiénes
han sido los principales beneficiarios de ese intervencionismo. Basta revisar
los niveles de rentabilidad que tuvieron las grandes empresas en la última
década para conocer a esos ganadores. La propia presidenta reconoció, por
ejemplo, que las utilidades remitidas al exterior han superado en el último
decenio los promedios del período precedente.
Para algunos
teóricos, el carácter populista de la gestión actual constituye uno de sus
grandes méritos. Rechazan la connotación peyorativa de ese término y lo
identifican con el sostén de un liderazgo, que canaliza demandas mayoritarias
por vías informales. (7)
Pero con esta
rehabilitación se justifica también el control ejercido desde arriba, para
contener la radicalización de los oprimidos. Fue exactamente lo que hizo
Kirchner al principio de su mandato con el manejo de los planes sociales.
Las caracterizaciones
elogiosas del populismo incluyen numerosas indefiniciones, para presentarlo
como modalidad política abierta a cualquier desemboque. Con ese pragmático
criterio se ajusta la evaluación del gobierno a lo requerido por cada
coyuntura, soslayando contradicciones y capitulaciones.
Las nuevas teorías ya
no ponderan genéricamente el protagonismo del pueblo. Resaltan más bien la
capacidad del populismo para articular las demandas de actores sociales
diferenciados. Pero la naturaleza clasista de esos conglomerados continúa
omitida. Ricos y pobres, acaudalados y marginados, explotadores y explotados
son colocados en un mismo campo de intereses convergentes. Cristina es vista -
al igual que Perón en el pasado- como la síntesis de ese empalme poli-clasista.
Pero olvidan que si esa comunión permitiera disolver los antagonismos sociales,
CFK gobernaría sin los arbitrajes que erosionan su gestión.
El progresismo K
también supone que las contradicciones del proyecto en curso serán manejables,
si el gobierno refuerza su transversalidad pos-peronista (8). Pero esta
evolución socialdemócrata también extingue los resabios contestatarios de la
tradición nacionalista y empuja al kirchnerismo hacia la órbita de partidos
convencionales que el progresismo cuestiona. Muchos militantes esperan evitar
ese resultado “profundizando el modelo”, con medidas igualitarias de
redistribución del ingreso. (9)
Pero olvidan que esa
inequidad es intrínsecamente recreada por la acumulación capitalista y que el
kirchnerismo se amolda a esa exigencia, adoptando medidas pro-empresariales a
costa de los ingresos populares. La ley de ART diseñada por la UIA, la
reapertura del canje exigida por los fondos buitres, el congelamiento de
jubilaciones demandado por los acreedores o la devastación del subsuelo
impuesto por las compañías mineras son las evidencias más recientes de ese
curso.
Estas medidas son
frecuentemente presentadas como el precio a pagar en la “batalla contra las
corporaciones”. Pero se acepta delegar en el gobierno la potestad para
establecer quién es el enemigo o el aliado de cada momento. Clarín, Techint y
Cirigliano son los adversarios de esta coyuntura, mientras otros grupos se
enriquecen a todo vapor.
El progresismo K
sigue la hoja de ruta que diseña el Ejecutivo. Por esta razón es crítico de
ciertas corporaciones y benevolente con otras, mientras la desigualdad se
perpetúa al compás de la reproducción capitalista.
¿Solo dos campos?
Los sectores más
progresistas del kirchnerismo justifican la reconstrucción del viejo estado,
señalando que “era lo máximo factible en ese momento”. Consideran que el
gobierno “se ubica a la izquierda de la sociedad” y estiman que dentro de esa
administración se libra una disputa entre proyectos radicalizados y
conservadores. Propugnan inclinar la balanza hacia el primer curso, resaltando
que el oficialismo tiende a optar por esa dirección, en los momentos de
conflicto con la derecha. (10)
Los defensores de
este enfoque destacan acertadamente que el poder no se reduce al gobierno y que
existe un contexto favorable para la obtención de conquistas. Pero olvidan que
esos logros no pueden consolidarse si son concedidos desde arriba, sofocando
las resistencias que emergen en forma independiente. El progresismo K carece de
esa autonomía y promueve la subordinación a las directivas de CFK.
Por eso votaron la
ley anti-terrorista, aceptan la mega-minería, avalaron el negocio de los
concesionarios ferroviarios, se opusieron al paro del 20 de noviembre,
cuestionan la lucha contra el impuesto a los salarios, ocultan la postergación
de los jubilados y silencian el atropello de la nueva ley de ART. Su proclamada
intención de radicalizar el gobierno no incluye ninguna batalla en los terrenos
que exigiría ese avance.
Lo mismo ocurre con
las alianzas que exige el Ejecutivo. Cierran los ojos ante los acuerdos con los
gobernadores derechistas, incluso frente a los personajes que sintetizan lo
peor del menemismo (como Carlos Soria). Actualmente afrontan la dura
perspectiva de aceptar la regresiva candidatura de Scioli.
Habitualmente
justifican esas capitulaciones con el argumento del “mal menor”, olvidando que
las pequeñas resignaciones conducen a convalidar las desgracias mayores. Suelen
afirmar “hay dos bandos y corresponde tomar partido”, como si todo el escenario
nacional se redujera a los conflictos entre el oficialismo y la derecha no
gubernamental. Esta simplificación oculta las coincidencias de ambos sectores
en muchas áreas y olvida que la restrictiva división en dos campos sólo
prevalece en las coyunturas de agudo enfrentamiento. Lo habitual es la
existencia de muchas opciones.
También resaltan la
necesidad de “avanzar desde adentro” con “críticas constructivas” y alertan
contra la utilización reaccionaria de las objeciones al gobierno. Pero lo que
favorece a la derecha no son las críticas, sino la perpetuación del
capitalismo. El progresismo K soslaya este tema, porque confía en la
elasticidad de este sistema para absorber mejoras sociales, bajo el timón de un
gobierno reformista.
Algunos autores
consideran que el kirchnerismo está recreando los viejos intentos de síntesis
entre el peronismo y la izquierda (11). Esta convergencia quedó abruptamente
bloqueada en el pasado por los reflejos conservadores del justicialismo, ante
situaciones de radicalización popular o coyunturas económicas críticas. No hay
ningún indicio en la trayectoria de Cristina dentro del PJ o en Santa Cruz que
sugiera modificaciones en ese patrón de comportamiento.
La convergencia
actualmente imaginada con la izquierda dista mucho de los intentos anteriores.
En los años 60 o 70 muchos sectores del peronismo adoptaban conductas
revolucionarias e incorporaban aspectos del marxismo a sus doctrinas. Por el
contrario, los vestigios actuales de Cooke, la JP o Montoneros que sobrevuelan
la superficie kirchnerista son puramente conmemorativos.
Es cierto que existe
un ponderable rescate cultural de los valores e ideales de esa época y una
reapropiación del lenguaje contestatario del peronismo, que irrumpió en la
resistencia como un “hecho maldito del país burgués”. Esta tradición se
observa, por ejemplo, en la orgullosa reivindicación de pertenecer a una
“mierda oficialista”. Pero en lo sustancial existe un abismo entre la
expectativa anti-capitalista que tenía el peronismo de izquierda y la
resignación pro-capitalista que domina en el kirchnerismo.
Ninguna modalidad de
socialismo tiene cabida en este espacio. A diferencia de Chávez o Evo, CFK
rechaza explícitamente la vieja aspiración de una Patria Socialista y la nueva
apuesta por el socialismo del siglo XXI. Este posicionamiento ideológico indica
límites infranqueables, que el progresismo K prefiere ignorar.
Vea también en ‘La Página de Omar Montilla’:
Notas
5) Coscia Jorge, “El kirchnerismo expresa lo mejor del
peronismo”tn.com.ar/6-11-2012 O´Donnel Pacho. “La historia rescatará al actual
gobierno” www.elsolquilmes.com.ar,
8-10-2012
6) Felleti Roberto, “El abandono de la dependencia” La
Nación 26-2-2012.
7) Laclau Ernesto, “La real izquierda es el kirchnerismo”,
Página 12, 2-10-2011.
8) Feinmann José Pablo, “La más habilitada para que el
peronismo deje de ser peronismo es Cristina”, Clarín, 27-12-2011. Laclau
Ernesto, “Los medios se han transformado en el principal partido opositor”,
Página 12, 14-10-2012. Laclau Ernesto, “Discurso, antagonismo y hegemonía en la
construcción de identidades políticas”, Tres pensamientos políticos, UBA
Sociales publicaciones, Buenos Aires 2010, (pag 41-70)
9) Jozami Eduardo, “Bajo el signo de la igualdad”, Página
12, 15-1-2012.
10) Estas tesis son postuladas por Martín Sabatella, Carlos
Heller y Luis D’Elia. Algunos intelectuales de este espacio se han reunido en
torno al grupo Argumentos. Grimson Alejandro, “Más argumentos para el debate”
argumentos12.blogspot.com/ 2012, 16-1-2012.
11) Anguita Eduardo, “Izquierda y peronismo: los 70 y el
presente”, tiempo.infonews.com, 22-2-2012.