“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

21/1/13

Anatomía del kirchnerismo - II

Claudio Katz
 
Entre paros y cacerolazos

Especial para La Página
 El marco económico que facilitó el surgimiento del kirchnerismo ya no es tan favorable. El estancamiento del PBI, el freno en la creación de empleo y la aceleración de la inflación ilustran más los límites del modelo que las adversidades internacionales. En el 2013 habrá una recuperación, pero sin la intensidad del rebote que sucedió al
bajón del 2009. Es improbable el retorno al intenso crecimiento que hubo en el período de superávit fiscal, alto tipo de cambio y estabilidad de precios.

 El intervencionismo neo-desarrollista persiste, pero con iniciativas poco efectivas y muy tardías. La expropiación parcial de YPF se concretó con la depredación del subsuelo ya consumada y la pesificación de la economía comenzó con los dólares ya fugados. El gobierno mantiene la prioridad de impulsar el consumo, pero sin revertir la parálisis de la inversión. Multiplica, además, el gasto público sin introducir la reforma impositiva requerida para solventar esas erogaciones.

 Estas contradicciones explican la reaparición de tendencias al ajuste, que el oficialismo presenta como simples correctivos de sintonía fina. Las jubilaciones continúan postergadas y resurge el propósito de fijar estrictos techos a los aumentos salariales. Perón transitó por un camino semejante en 1955 (Congreso de la Productividad) y en 1973 (Pacto Social).

 Es evidente que cualquier medida en esa dirección acentuaría la enorme desigualdad social que afloró en los connatos de saqueo de Navidad. Estas tensiones nunca se aproximaron a la explosión de hambruna de 1989 o el 2001 y esta vez fueron nítidamente incentivadas por los punteros de la oposición justicialista. Pero con simples denuncias de conspiración, el gobierno cierra los ojos ante la realidad de los marginados que sufren el hacinamiento, la precarización del empleo y el tormento del transporte, mientras receptan una obscena publicidad que convoca al hiperconsumo.

 El oficialismo sabe que su capacidad para lidiar con las tensiones en aumento depende de la autoridad presidencial. Por eso buscó durante el 2012 afianzar esa preeminencia con numerosas campañas. Reactivó especialmente la demanda por Malvinas con mayor sostén latinoamericano, retomando un problema de interés nacional. Pero difunde verdades a medias. Su acertada denuncia del colonialismo no se extendió a los florecientes negocios mineros y petroleros de las compañías inglesas, que operan dentro del territorio argentino.

 CFK utiliza el enorme activo electoral que obtuvo al demoler a sus adversarios de la oposición derechista. Consiguió una diferencia de votos que supera los récords de Perón. El kirchnerismo logró el reconocimiento simultáneo de varios sectores sociales. Aprobación de los industriales por los subsidios, de las clases medias por el consumo, de los obreros por la recuperación de los salarios, de los ruralistas por la reconciliación con agro-sojeros y del progresismo por los derechos democráticos. También recepta la sensación colectiva de desahogo, que sucedió al fin de la pesadilla vivida durante el colapso de la convertibilidad.

 Pero este sólido respaldo no estabilizó al kirchnerismo, que enfrentó en el año pasado numerosos momentos de debilidad y desorientación. Contrapesó ese deterioro con la masiva conmemoración del 9 D y el acto de retorno de la Fragata, mientras continúa construyendo su base de sustentación. Ese cimiento se nutre de funcionarios (La Campora), movimientos sociales (Evita, Tupac Amaru), núcleos intelectuales (Carta Abierta), estructuras de comunicación (6- 7- 8), agrupaciones sectoriales (Gelbard-empresarios) y aliados políticos (Nuevo Encuentro).

 En las elecciones del 2013 el gobierno testeará las posibilidades de intentar la re-reelección o en su defecto designar un sucesor, reproduciendo los mecanismos utilizados por Lula con Dilma. Las internas primarias y obligatorias le sirvieron en el 2011 para retomar el control de los aparatos y las candidaturas. Ahora probará qué grado de independencia consiguió del Justicialismo o con qué nivel de resignación debe aceptar la futura jefatura de Scioli.

 Pero en los últimos meses se ha verificado también el resurgimiento de la derecha, que logró reunir el 8 N una multitud comparable a las marchas de Blumberg y los agro-sojeros. Reaparecieron las demandas conservadoras con cuestionamientos al control de cambios y a la restricción de las importaciones, junto a exigencias de corte del gasto social y críticas a la relación oficial con Fidel y Chávez.

 Con la humilde petición de “ser escuchados” los manifestantes exhibieron un programa neoliberal, que los ubica en las antípodas de la actitud adoptada por la clase media en el 2001. Ya no golpean las puertas de los bancos, ni se solidarizan con los desamparados. Los caceroleros tienen dificultades de representación política, pero demuestran gran capacidad para impulsar la agenda derechista.

 Afortunadamente irrumpió un contrapeso a esos planteos con el paro del 20 N. La primera huelga general bajo el kirchnerismo contó con el apoyo espontáneo de los trabajadores. El gobierno atribuyó el éxito de la medida a la disuasión creada por los piquetes, pero no explicó por qué razón esos cortes lograron tanta efectividad. El secreto simplemente radicó en la escasa concurrencia laboral que generó la voluntad de protestar. El malhumor social contra el impuesto al salario se verificó también en la alta incidencia lograda por el paro en los gremios que boicotearon la medida.

 La clase trabajadora volvió a recuperar protagonismo y comienzan a insinuarse parecidos con la época de Ubaldini frente a Alfonsín o la UOM frente a Isabel. El gobierno ha quedado afectado por su propia estrategia de atomizar las centrales gremiales. Al debilitar la autoridad de los burócratas, facilita el renacimiento del sindicalismo combativo que actúa en las bases.

 Pero este nuevo polo de resistencia social puede frustrarse si continúa el vaciamiento que generan Moyano y Michelli al sumar caceroleros, ruralistas y hombres de la partidocracia a las movilizaciones de protesta. La escasa concurrencia que tuvo el acto del 19 D ilustra cómo ese cambalache destruye la credibilidad de los reclamos populares.

Viejas y nuevas decepciones

 Los intelectuales kirchneristas provenientes del peronismo tradicional consideran que los logros del gobierno superan todo lo conocido, luego de “rescatar al país de una crisis terminal”. Divorcian este resultado del contexto internacional favorable, de la cirugía que introdujo el colapso económico y de las conquistas que impuso la rebelión del 2001. Simplemente atribuyen al peronismo un don natural para reconstruir a la Argentina de sus periódicos descalabros. (5)

 Con esa generalización evitan definir qué tipo de peronismo prevalece en la actualidad. Esa identidad incluye a Evita e Isabel, a John William Cooke y López Rega o a Cámpora y Menem. Suelen presentar estas diferencias como simples matices de un movimiento que imaginan equivalente a la condición nacional. Ocultan las experiencias justicialistas de terrorismo estatal (1974-75) y neoliberalismo (década del 90) y resaltan la ingobernabilidad imperante en los mandatos de la UCR.

 La preeminencia del peronismo genera creencias de inexorabilidad semejantes a las vigentes en otros países de prolongada gestión unipartidaria (Suecia entre 1937 y 1976, Japón desde 1945 hasta los 90, México durante siete décadas). Lo único cierto es que el peronismo acumula una experiencia de simbiosis con el estado, que facilita su reciclaje.

 Pero las expectativas de eternización omiten la profunda mutación registrada en la relación de ese movimiento con los trabajadores. La devoción de los años 50 y el entusiasmo de los 70 se diluyeron con las frustraciones creadas por Isabel y Menem. El kirchnerismo intuye esta fractura y busca desembarazarse de esas impresentables herencias.

 Por el contrario las cúpulas del PJ y la CGT consideran oportuno retomar las fuentes e impugnan la “traición del gobierno a la doctrina peronista”. Pero en el mejor de los casos, esa invocación suscita indiferencia. Para el grueso de la población rememora la corrupción de Barrionuevo, las barras bravas del Momo Venegas, los remedios truchos de Zanola y la buena vida del criminal Pedraza.

 La mayoría de los intelectuales kirchneristas comparten el distanciamiento oficial de la estructura justicialista y reivindican el nuevo sustento progresista del oficialismo. Ponderan ante todo la reconstrucción del estado con políticas que limitan los excesos del mercado. (6)

 Pero ocultan quiénes han sido los principales beneficiarios de ese intervencionismo. Basta revisar los niveles de rentabilidad que tuvieron las grandes empresas en la última década para conocer a esos ganadores. La propia presidenta reconoció, por ejemplo, que las utilidades remitidas al exterior han superado en el último decenio los promedios del período precedente.

 Para algunos teóricos, el carácter populista de la gestión actual constituye uno de sus grandes méritos. Rechazan la connotación peyorativa de ese término y lo identifican con el sostén de un liderazgo, que canaliza demandas mayoritarias por vías informales. (7)

 Pero con esta rehabilitación se justifica también el control ejercido desde arriba, para contener la radicalización de los oprimidos. Fue exactamente lo que hizo Kirchner al principio de su mandato con el manejo de los planes sociales.

 Las caracterizaciones elogiosas del populismo incluyen numerosas indefiniciones, para presentarlo como modalidad política abierta a cualquier desemboque. Con ese pragmático criterio se ajusta la evaluación del gobierno a lo requerido por cada coyuntura, soslayando contradicciones y capitulaciones.

 Las nuevas teorías ya no ponderan genéricamente el protagonismo del pueblo. Resaltan más bien la capacidad del populismo para articular las demandas de actores sociales diferenciados. Pero la naturaleza clasista de esos conglomerados continúa omitida. Ricos y pobres, acaudalados y marginados, explotadores y explotados son colocados en un mismo campo de intereses convergentes. Cristina es vista - al igual que Perón en el pasado- como la síntesis de ese empalme poli-clasista. Pero olvidan que si esa comunión permitiera disolver los antagonismos sociales, CFK gobernaría sin los arbitrajes que erosionan su gestión.

 El progresismo K también supone que las contradicciones del proyecto en curso serán manejables, si el gobierno refuerza su transversalidad pos-peronista (8). Pero esta evolución socialdemócrata también extingue los resabios contestatarios de la tradición nacionalista y empuja al kirchnerismo hacia la órbita de partidos convencionales que el progresismo cuestiona. Muchos militantes esperan evitar ese resultado “profundizando el modelo”, con medidas igualitarias de redistribución del ingreso. (9)

 Pero olvidan que esa inequidad es intrínsecamente recreada por la acumulación capitalista y que el kirchnerismo se amolda a esa exigencia, adoptando medidas pro-empresariales a costa de los ingresos populares. La ley de ART diseñada por la UIA, la reapertura del canje exigida por los fondos buitres, el congelamiento de jubilaciones demandado por los acreedores o la devastación del subsuelo impuesto por las compañías mineras son las evidencias más recientes de ese curso.

 Estas medidas son frecuentemente presentadas como el precio a pagar en la “batalla contra las corporaciones”. Pero se acepta delegar en el gobierno la potestad para establecer quién es el enemigo o el aliado de cada momento. Clarín, Techint y Cirigliano son los adversarios de esta coyuntura, mientras otros grupos se enriquecen a todo vapor.

 El progresismo K sigue la hoja de ruta que diseña el Ejecutivo. Por esta razón es crítico de ciertas corporaciones y benevolente con otras, mientras la desigualdad se perpetúa al compás de la reproducción capitalista.

¿Solo dos campos?

 Los sectores más progresistas del kirchnerismo justifican la reconstrucción del viejo estado, señalando que “era lo máximo factible en ese momento”. Consideran que el gobierno “se ubica a la izquierda de la sociedad” y estiman que dentro de esa administración se libra una disputa entre proyectos radicalizados y conservadores. Propugnan inclinar la balanza hacia el primer curso, resaltando que el oficialismo tiende a optar por esa dirección, en los momentos de conflicto con la derecha. (10)

 Los defensores de este enfoque destacan acertadamente que el poder no se reduce al gobierno y que existe un contexto favorable para la obtención de conquistas. Pero olvidan que esos logros no pueden consolidarse si son concedidos desde arriba, sofocando las resistencias que emergen en forma independiente. El progresismo K carece de esa autonomía y promueve la subordinación a las directivas de CFK.

 Por eso votaron la ley anti-terrorista, aceptan la mega-minería, avalaron el negocio de los concesionarios ferroviarios, se opusieron al paro del 20 de noviembre, cuestionan la lucha contra el impuesto a los salarios, ocultan la postergación de los jubilados y silencian el atropello de la nueva ley de ART. Su proclamada intención de radicalizar el gobierno no incluye ninguna batalla en los terrenos que exigiría ese avance.

 Lo mismo ocurre con las alianzas que exige el Ejecutivo. Cierran los ojos ante los acuerdos con los gobernadores derechistas, incluso frente a los personajes que sintetizan lo peor del menemismo (como Carlos Soria). Actualmente afrontan la dura perspectiva de aceptar la regresiva candidatura de Scioli.

 Habitualmente justifican esas capitulaciones con el argumento del “mal menor”, olvidando que las pequeñas resignaciones conducen a convalidar las desgracias mayores. Suelen afirmar “hay dos bandos y corresponde tomar partido”, como si todo el escenario nacional se redujera a los conflictos entre el oficialismo y la derecha no gubernamental. Esta simplificación oculta las coincidencias de ambos sectores en muchas áreas y olvida que la restrictiva división en dos campos sólo prevalece en las coyunturas de agudo enfrentamiento. Lo habitual es la existencia de muchas opciones.

 También resaltan la necesidad de “avanzar desde adentro” con “críticas constructivas” y alertan contra la utilización reaccionaria de las objeciones al gobierno. Pero lo que favorece a la derecha no son las críticas, sino la perpetuación del capitalismo. El progresismo K soslaya este tema, porque confía en la elasticidad de este sistema para absorber mejoras sociales, bajo el timón de un gobierno reformista.

 Algunos autores consideran que el kirchnerismo está recreando los viejos intentos de síntesis entre el peronismo y la izquierda (11). Esta convergencia quedó abruptamente bloqueada en el pasado por los reflejos conservadores del justicialismo, ante situaciones de radicalización popular o coyunturas económicas críticas. No hay ningún indicio en la trayectoria de Cristina dentro del PJ o en Santa Cruz que sugiera modificaciones en ese patrón de comportamiento.

 La convergencia actualmente imaginada con la izquierda dista mucho de los intentos anteriores. En los años 60 o 70 muchos sectores del peronismo adoptaban conductas revolucionarias e incorporaban aspectos del marxismo a sus doctrinas. Por el contrario, los vestigios actuales de Cooke, la JP o Montoneros que sobrevuelan la superficie kirchnerista son puramente conmemorativos.

 Es cierto que existe un ponderable rescate cultural de los valores e ideales de esa época y una reapropiación del lenguaje contestatario del peronismo, que irrumpió en la resistencia como un “hecho maldito del país burgués”. Esta tradición se observa, por ejemplo, en la orgullosa reivindicación de pertenecer a una “mierda oficialista”. Pero en lo sustancial existe un abismo entre la expectativa anti-capitalista que tenía el peronismo de izquierda y la resignación pro-capitalista que domina en el kirchnerismo.

 Ninguna modalidad de socialismo tiene cabida en este espacio. A diferencia de Chávez o Evo, CFK rechaza explícitamente la vieja aspiración de una Patria Socialista y la nueva apuesta por el socialismo del siglo XXI. Este posicionamiento ideológico indica límites infranqueables, que el progresismo K prefiere ignorar.

Vea también en ‘La Página de Omar Montilla’:


Notas

5) Coscia Jorge, “El kirchnerismo expresa lo mejor del peronismo”tn.com.ar/6-11-2012 O´Donnel Pacho. “La historia rescatará al actual gobierno” www.elsolquilmes.com.ar,  8-10-2012
6) Felleti Roberto, “El abandono de la dependencia” La Nación 26-2-2012.
7) Laclau Ernesto, “La real izquierda es el kirchnerismo”, Página 12, 2-10-2011.
8) Feinmann José Pablo, “La más habilitada para que el peronismo deje de ser peronismo es Cristina”, Clarín, 27-12-2011. Laclau Ernesto, “Los medios se han transformado en el principal partido opositor”, Página 12, 14-10-2012. Laclau Ernesto, “Discurso, antagonismo y hegemonía en la construcción de identidades políticas”, Tres pensamientos políticos, UBA Sociales publicaciones, Buenos Aires 2010, (pag 41-70)
9) Jozami Eduardo, “Bajo el signo de la igualdad”, Página 12, 15-1-2012.
10) Estas tesis son postuladas por Martín Sabatella, Carlos Heller y Luis D’Elia. Algunos intelectuales de este espacio se han reunido en torno al grupo Argumentos. Grimson Alejandro, “Más argumentos para el debate” argumentos12.blogspot.com/ 2012, 16-1-2012.
11) Anguita Eduardo, “Izquierda y peronismo: los 70 y el presente”, tiempo.infonews.com, 22-2-2012.