Especial para La Página |
Tres
conceptos son necesarios para comprender el kichnerismo: reconstrucción del
estado capitalista, régimen neo-populista y gobierno de centroizquierda. Estas
nociones clarifican el ciclo actual y contribuyen a gestar un proyecto
superador desde la izquierda.
Capitalismo serio con
burguesías subsidiadas
El
Kirchnerismo emergió bajo los efectos de la rebelión del 2001 y se abocó a
restaurar el estado cuestionado por esa sublevación. Recompuso un organismo
desarticulado por la extinción de la moneda, la paralización de las fuerzas
represivas y la conversión de escuelas en comedores sociales. Actuó en un marco
signado por la evaporación de los contratos y la pulverización del sistema
político.
Entre el 2003 y el 2007 Kirchner restableció
el funcionamiento de la estructura estatal que garantiza los privilegios de las
clases dominantes. Pero consumó esa reconstitución ampliando la asistencia a
los empobrecidos, promoviendo avances democráticos y aceptando mejoras sociales.
La
emergencia quedó superada en un contexto de altos precios de las exportaciones
y repunte cíclico de la rentabilidad. El gobierno reforzó entonces su política
económica neo-desarrollista, priorizando el consumo y favoreciendo a los
sectores agro-industriales en desmedro de los financistas.
El
oficialismo busca gestar desde ese momento un “capitalismo serio” supervisado
por el estado. Espera generar un círculo virtuoso de bienestar y equidad,
contrapuesto al “anarco-capitalismo” neoliberal. Pero no aclara dónde se ha
logrado implantar ese modelo. En los países europeos prevalece el ajuste para
socorrer a los bancos y en las economías asiáticas se exprime brutalmente a la
fuerza trabajo. Todas las variantes de capitalismo regulado se basan en la competencia,
el beneficio y la explotación, es decir en tres rasgos antagónicos con la
igualdad.
La
idealización oficial del intervencionismo incluye otra expectativa: asegurar la
continuidad del crecimiento con incentivos al consumo. Pero también el
capitalismo estatista necesita sostener la demanda con rentabilidad e
inversión. No puede auto-propulsarse sólo con mejoras del poder adquisitivo.
La
ingenuidad keynesiana suele omitir ese condicionamiento o el predominio de
empresarios que exigen ganancias y auxilios del estado para reducir costos.
Este patrón de lucro suele desmentir todas las fantasías socialdemócratas sobre
el comportamiento benevolente de los capitalistas.
El
kirchnerismo también apuesta a recrear la burguesía nacional como protagonista
de la acumulación. Pero los grupos concentrados fugan capital en lugar de
invertir, engrosan sus patrimonios con subvenciones estatales y mantienen su
rentabilidad con remarcaciones de precios.
Este
comportamiento ha conducido a la reaparición de la inflación y el bache fiscal.
También recobran visibilidad las tensiones derivadas del mono-cultivo sojero,
el extractivismo mega-minero, la pérdida del auto-abastecimiento petrolero y el
estancamiento de la reindustrialización. Estos problemas son consecuencias del
propio modelo y no meros resabios de los 90[1].
El
gobierno espera corregir estos desequilibrios gestando un funcionariado con
suficiente habilidad y poder para disciplinar a las grandes empresas. Pero las
firmas foráneas mantienen las mismas prerrogativas de la década pasada y la
vieja burguesía nacional ha decrecido, en comparación con los segmentos
exportadores más internacionalizados.
Los
reguladores kirchneristas no han logrado contrapesar ninguna de esas
tendencias. Subsiste la histórica carencia de una burocracia eficiente y
reaparece un “capitalismo de amigos” rodeado de coimas.
Comparaciones con el
primer peronismo
El
régimen político kirchnerista se asienta en el liderazgo presidencial, la
gravitación de mecanismos delegativos y la influencia de organismos
para-institucionales. Preserva todas las normas constitucionales vigentes desde
1983, pero con mayor apego a las tradiciones populistas que a los basamentos republicanos.
En
ambas modalidades persiste la subordinación de la soberanía popular a los controles
que ejercen las clases dominantes a través de su poder económico, judicial o
mediático. Se puede votar periódicamente, pero no desafiar los privilegios
sociales de los acaudalados[2].
Pero
el molde político informal de la última década sintoniza con mecanismos de
gestión gubernamental más afianzados y presenta varias semejanzas con lo
ocurrido durante el primer peronismo. El kirchnerismo se forjó en un contexto
económico favorable e introdujo mejoras sociales, con la intención
industrialista de revitalizar la autonomía nacional. Al igual que en los años
40 se consolidó en un fuerte choque con la oposición, que ha fortalecido la
autoridad presidencial.
El
protagonismo actual de Cristina es arrollador. Ejerce su arbitraje tironeada
por grupos capitalistas concentrados que exigen ajuste y movimientos sociales
que reclaman con acciones directas. CFK recurre a la misma oscilación que Perón
para lidiar con esta encrucijada[3].
Pero
el kirchnerismo desenvuelve modalidades neo-populistas mucho más atenuadas que las
vigentes durante el peronismo clásico. No busca la centralidad de la industria
sino su rehabilitación, en una economía recentrada en torno a la exportación de
bienes primarios. No confronta con Estados Unidos, sino que intenta recuperar
la independencia tradicional de la política exterior que diluyó el menemismo.
No apuesta al comando argentino de la zona, sino a una coordinación subordinada
a la estrategia brasileña. El viejo nacionalismo ha quedado amoldado a un
proyecto más acotado de regionalismo consensuado.
Esta
moderación obedece ante todo a una diferencia de origen con el justicialismo.
Perón nunca enfrentó la catástrofe económico-social o el descreimiento político
que irrumpieron en el 2001. Tampoco rige en la actualidad la virulenta
oposición militar-golpista, que radicalizaba todas las confrontaciones con el
peronismo.
Pero
la principal diferencia entre ambos procesos es la relación con la clase
trabajadora. En los años 50 la masa obrera obtuvo logros económico-sociales
inéditos para un país latinoamericano. Estas conquistas coronaron una intensa
industrialización por sustitución de importaciones, que facilitó la enorme
gravitación del proletariado y su posterior
integración como la “columna vertebral” del justicialismo.
El
kirchnerismo surgió, por el contrario, en un escenario signado por la regresión
industrial y la fractura de los trabajadores en segmentos formales y
precarizados. Esta división persiste al cabo de una década de regulación
neo-desarrollista, puesto que la recuperación significativa del empleo y los
salarios se limitó al sector registrado. Ya no rigen los avances sociales
generalizados que cohesionaban a la clase obrera. Se recompuso el nivel de vida
de los “incluidos” y se estabilizó el empobrecimiento de los “excluidos”.
También
la clase media quedó subdividida en sectores recuperados y sumergidos. La
expectativa de ascenso social se ha evaporado ante la magnitud de las
desigualdades. Esa segmentación sepultó la vieja escuela pública y disolvió los
servicios compartidos de salud.
El
kirchnerismo se amolda a esta fractura y busca desembarazarse de la incidencia
t que mantuvo tradicionalmente el movimiento obrero dentro del peronismo.
Intenta congraciarse con los capitalistas para estabilizar un régimen desligado
de las demandas sociales. Es cierto que favoreció inicialmente la
reconstitución de los sindicatos, pero con el propósito de debilitar a los
piqueteros. Cuando los gremios recuperaron su peso, el oficialismo se embarcó
en una política de fractura de las centrales sindicales[4].
Estos
choques con los sindicatos no son novedosos y han signado la historia del
peronismo, desde la liquidación del laborismo hasta las pugnas con el
vandorismo. Las confrontaciones siempre incluyeron disputas por la conducción y
los privilegios, entre burocracias estatales, partidarias y sindicales. Pero la
tensión actual tiene un trasfondo más definido. El neo-populismo kirchnerista
pretende eliminar la obstrucciones a la estabilización hegemónica, que impuso la
insurgencia obrera durante el peronismo clásico. Esta meta requiere a su vez un
tipo de gobierno muy diferente a ese modelo justicialista.
Democratización y
regimentación
El
gobierno kirchnerista presenta un perfil de centroizquierda. Se asemeja a otras
administraciones sudamericanas que contemporizan con los movimientos sociales,
sin modificar las transformaciones regresivas que introdujo el neoliberalismo.
Comparte con Lula-Dilma Rousseff o Tabaré Vásquez-Pepe Mujica una ubicación
política igualmente distanciada de la derecha represiva, librecambista y
pro-norteamericana (Piñera, Calderón-Peña, Uribe-Santos) y del antiimperialismo
radical (Chávez, Evo).
En
muchos planos los presidentes de centroizquierda se asemejan a los viejos
gobiernos socialdemócratas por sus agendas amoldadas al entorno capitalista y por
sus políticas disuasivas de las demandas populares.
El
kirchnerismo se aleja del nacionalismo burgués clásico (Perón) y de sus
derivaciones reaccionarias (Isabel) o neoliberales (Menem). Retoma el proyecto
de la renovación que encabezó Cafiero a mitad de los 80, cuando se buscó
introducir dentro del peronismo los parámetros del período alfonsinista.
Para
construir su nueva identidad el gobierno atenuó la simbología tradicional del
justicialismo. Se conmemora más el fallecimiento de Evita o la victoria de
Cámpora que el 17 de octubre. No hay muchas citas del General y la melodía de
la marcha peronista ha quedado ensombrecida por el cancionero latinoamericano.
Se ha congelado, además, el papel del PJ a favor de un proyecto transversal.
Pero el nacimiento de la nueva criatura se demora y en las situaciones críticas
reaparece la frenética búsqueda de respaldo justicialista.
Últimamente
Cristina ha ensayado con más decisión la construcción de una fuerza socialmente
alejada de la clase obrera y basada en segmentos de la clase media, el
funcionariado joven y los sectores empobrecidos. Logró una significativa
aproximación de la intelectualidad progresista, que estaba enemistada con el
peronismo desde la traumática experiencia de los 70.
La
peculiar combinación de neopopulismo y centro-izquierdismo en curso se expresa
en el contradictorio aliento oficial de la democratización y la regimentación
de la vida política. Los ecos de la insurgencia del 2001 se verifican en el
primer terreno y la recomposición del poder estatal se corrobora en el segundo
campo. El mismo gobierno que facilita el ensanchamiento de ciertos derechos
democráticos, acota la ampliación de esas conquistas. Este doble movimiento se
verifica especialmente en la esfera de los derechos humanos.
Kirchner
reabrió los juicios a los genocidas, anuló los indultos y facilitó el
encarcelamiento de los principales criminales de la dictadura (Videla,
Menéndez, Astiz, Acosta). Revirtió décadas de impunidad y permitió que ya
existan 378 represores condenados. El año pasado se aceleraron los mega-juicios
(ESMA, La Perla. Tucumán) y comenzó la indagación de los cómplices civiles de
la dictadura (como Blaquier). Se han recuperado muchos nietos y se instaló una
gran difusión escolar y mediática de lo ocurrido con los desaparecidos.
Estos
avances democratizadores se extendieron a otros campos con la introducción de
nuevos derechos (matrimonio igualitario, voto a los 16 años, libre acceso al
historial clínico, identidad de género, muerte digna), mientras crece la
demanda por legalizar el aborto. La iglesia no ha podido frenar esas
conquistas.
Pero
esta secuencia de libertades no se proyecta a ningún terreno que pueda afectar
la marcha de los negocios, los compromisos externos o las alianzas con
políticos reaccionarios. Por eso se introdujo la ley anti-terrorista exigida
por el Departamento de Estado, que brinda a los jueces un instrumento para
criminalizar la protesta social. Se intentó también un proyecto X de espionaje
de la militancia y persisten 5000 procesamientos de luchadores sociales.
Lo
más preocupante es la veintena de víctimas fatales registradas en protestas
populares durante los últimos tres años. En los casos más traumáticos (Mariano
Ferreira, Parque Indoamericano, aborígenes QOM, campesinos del MOCASE, gatillo
fácil en Bariloche, activistas de Jujuy y Rosario, el gobierno deslindó
responsabilidades y descargó culpas sobre las patotas, los gendarmes o los
funcionarios menores. Pero es evidente que nadie puede actuar en ese tipo de
situaciones sin alguna protección oficial. El propio Poder Ejecutivo montó,
además, absurdas denuncias contra dirigentes de izquierda (por “quemar los
trenes”), propició la represión de los críticos de la mega-minería y encubre
causas inconvenientes (responsables políticos del asesinato de
Kosteki-Santillán).
La
misma dualidad se observa en torno a la ley de medios, a partir de la ruptura
que generó el conflicto agro-sojero en la alianza del gobierno con los grandes
grupos de la comunicación. Allí apareció el respaldo oficial a un proyecto de
democratizador de los medios, que habían propiciado en soledad varias
organizaciones sociales.
Como
la ley aprobada afecta principalmente al grupo Clarín (recorte de licencias,
exigencia de desinversión, control estatal del papel prensa), la poderosa
corporación resiste con furiosas campañas y obstrucciones en la justicia. Ha
logrado bloquear desde hace tres años la implementación de la nueva norma.
Pero
el principal efecto de esta confrontación es el conocimiento logrado por la
población de la manipulación informativa. Este aprendizaje es decisivo en una
época signada por el dominio televisivo de la actividad política. Se ha podido
notar que los principales comunicadores no actúan con independencia,
profesionalidad u objetividad. Aprovechan su condición de personajes conocidos (más
que los diputados) e influyentes (más que los ministros), para construir
realidades virtuales divorciadas de los acontecimientos reales. Se ha tornado
más visible como moldean un sentido común distorsionado, fijando la agenda
pública al servicio de sus empleadores privados.
El
kirchnerismo sólo buscó contrapesar el pasaje de Clarín a la oposición con la
multiplicación de voces oficialistas. Por eso reparte la publicidad oficial
entre seis grupos privados afines que forjan sus futuros emporios. Para
facilitar este objetivo el gobierno también obstaculiza la aplicación de la
ley. Congeló el otorgamiento de licencias de los medios comunitarios y paralizó
el plan técnico requerido para ampliar la variedad de fuentes informativas.
Pero su disputa con los grandes medios ha creado un escenario que objetivamente
favorece la democratización del derecho básico a la información.
Otro
terreno semejante de confrontación y consiguiente esclarecimiento popular se
avecina en torno a la justicia. Durante mucho tiempo el oficialismo utilizó la
protección de los tribunales (causas Oyarbide, manejo de Ciccone,
enriquecimientos de altos funcionarios). Pero con el escandaloso favoritismo de
la Cámara Civil y Comercial hacia Clarín, el amparo al predio robado por la
Sociedad Rural en Palermo y el encubrimiento del negocio de la trata (crimen de
Marita Verón) se ha desatado un fuerte conflicto, que abre caminos para una
democratización del poder judicial.
Entre paros y
cacerolazos
El
marco económico que facilitó el surgimiento del kirchnerismo ya no es tan
favorable. El estancamiento del PBI, el freno en la creación de empleo y la
aceleración de la inflación ilustran más los límites del modelo que las
adversidades internacionales. En el 2013 habrá una recuperación, pero sin la
intensidad del rebote que sucedió al bajón del 2009. Es improbable el retorno
al intenso crecimiento que hubo en el período de superávit fiscal, alto tipo de
cambio y estabilidad de precios.
El
intervencionismo neo-desarrollista persiste, pero con iniciativas poco
efectivas y muy tardías. La expropiación parcial de YPF se concretó con la
depredación del subsuelo ya consumada y la pesificación de la economía comenzó
con los dólares ya fugados. El gobierno mantiene la prioridad de impulsar el
consumo, pero sin revertir la parálisis de la inversión. Multiplica, además, el
gasto público sin introducir la reforma impositiva requerida para solventar
esas erogaciones.
Estas
contradicciones explican la reaparición de tendencias al ajuste, que el
oficialismo presenta como simples correctivos de sintonía fina. Las
jubilaciones continúan postergadas y resurge el propósito de fijar estrictos
techos a los aumentos salariales. Perón transitó por un camino semejante en 1955
(Congreso de la Productividad) y en 1973 (Pacto Social).
Es
evidente que cualquier medida en esa dirección acentuaría la enorme desigualdad
social que afloró en los connatos de saqueo de Navidad. Estas tensiones nunca
se aproximaron a la explosión de hambruna de 1989 o el 2001 y esta vez fueron
nítidamente incentivadas por los punteros de la oposición justicialista. Pero
con simples denuncias de conspiración, el gobierno cierra los ojos ante la
realidad de los marginados que sufren el hacinamiento, la precarización del
empleo y el tormento del transporte, mientras receptan una obscena publicidad
que convoca al hiperconsumo.
El
oficialismo sabe que su capacidad para lidiar con las tensiones en aumento
depende de la autoridad presidencial. Por eso buscó durante el 2012 afianzar
esa preeminencia con numerosas campañas. Reactivó especialmente la demanda por
Malvinas con mayor sostén latinoamericano, retomando un problema de interés
nacional. Pero difunde verdades a medias. Su acertada denuncia del colonialismo
no se extendió a los florecientes negocios mineros y petroleros de las compañías
inglesas, que operan dentro del territorio argentino.
CFK
utiliza el enorme activo electoral que obtuvo al demoler a sus adversarios de
la oposición derechista. Consiguió una diferencia de votos que supera los
récords de Perón. El kirchnerismo logró el reconocimiento simultáneo de varios
sectores sociales. Aprobación de los industriales por los subsidios, de las
clases medias por el consumo, de los obreros por la recuperación de los salarios,
de los ruralistas por la reconciliación con agro-sojeros y del progresismo por
los derechos democráticos. También recepta la sensación colectiva de desahogo,
que sucedió al fin de la pesadilla vivida durante el colapso de la
convertibilidad.
Pero
este sólido respaldo no estabilizó al kirchnerismo, que enfrentó en el año
pasado numerosos momentos de debilidad y desorientación. Contrapesó ese
deterioro con la masiva conmemoración del 9 D y el acto de retorno de la
Fragata, mientras continúa construyendo su base de sustentación. Ese cimiento
se nutre de funcionarios (La Campora), movimientos sociales (Evita, Tupac
Amaru), núcleos intelectuales (Carta Abierta), estructuras de comunicación (6-
7- 8), agrupaciones sectoriales (Gelbard-empresarios) y aliados políticos
(Nuevo Encuentro).
En
las elecciones del 2013 el gobierno testeará las posibilidades de intentar la
re-reelección o en su defecto designar un sucesor, reproduciendo los mecanismos
utilizados por Lula con Dilma. Las internas primarias y obligatorias le
sirvieron en el 2011 para retomar el control de los aparatos y las
candidaturas. Ahora probará qué grado de independencia consiguió del
Justicialismo o con qué nivel de resignación debe aceptar la futura jefatura de
Scioli.
Pero
en los últimos meses se ha verificado también el resurgimiento de la derecha,
que logró reunir el 8 N una multitud comparable a las marchas de Blumberg y los
agro-sojeros. Reaparecieron las demandas conservadoras con cuestionamientos al
control de cambios y a la restricción de las importaciones, junto a exigencias
de corte del gasto social y críticas a la relación oficial con Fidel y Chávez.
Con
la humilde petición de “ser escuchados” los manifestantes exhibieron un
programa neoliberal, que los ubica en las antípodas de la actitud adoptada por
la clase media en el 2001. Ya no golpean las puertas de los bancos, ni se
solidarizan con los desamparados. Los caceroleros tienen dificultades de
representación política, pero demuestran gran capacidad para impulsar la agenda
derechista.
Afortunadamente irrumpió un contrapeso a esos
planteos con el paro del 20 N. La primera huelga general bajo el kirchnerismo
contó con el apoyo espontáneo de los trabajadores. El gobierno atribuyó el
éxito de la medida a la disuasión creada por los piquetes, pero no explicó por
qué razón esos cortes lograron tanta efectividad. El secreto simplemente radicó
en la escasa concurrencia laboral que generó la voluntad de protestar. El
malhumor social contra el impuesto al salario se verificó también en la alta
incidencia lograda por el paro en los gremios que boicotearon la medida.
La clase trabajadora volvió a recuperar
protagonismo y comienzan a insinuarse parecidos con la época de Ubaldini frente
a Alfonsín o la UOM frente a Isabel. El gobierno ha quedado afectado por su
propia estrategia de atomizar las centrales gremiales. Al debilitar la
autoridad de los burócratas, facilita el renacimiento del sindicalismo
combativo que actúa en las bases.
Pero
este nuevo polo de resistencia social puede frustrarse si continúa el
vaciamiento que generan Moyano y Michelli al sumar caceroleros, ruralistas y
hombres de la partidocracia a las movilizaciones de protesta. La escasa
concurrencia que tuvo el acto del 19 D ilustra cómo ese cambalache destruye la
credibilidad de los reclamos populares.
Viejas y nuevas
decepciones
Los
intelectuales kirchneristas provenientes del peronismo tradicional consideran
que los logros del gobierno superan todo lo conocido, luego de “rescatar al
país de una crisis terminal”. Divorcian este resultado del contexto
internacional favorable, de la cirugía que introdujo el colapso económico y de
las conquistas que impuso la rebelión del 2001. Simplemente atribuyen al
peronismo un don natural para reconstruir a la Argentina de sus periódicos descalabros[5].
Con
esa generalización evitan definir qué tipo de peronismo prevalece en la
actualidad. Esa identidad incluye a Evita e Isabel, a John William Cooke y
López Rega o a Cámpora y Menem. Suelen presentar estas diferencias como simples
matices de un movimiento que imaginan equivalente a la condición nacional.
Ocultan las experiencias justicialistas de terrorismo estatal (1974-75) y
neoliberalismo (década del 90) y resaltan la ingobernabilidad imperante en los
mandatos de la UCR.
La
preeminencia del peronismo genera creencias de inexorabilidad semejantes a
las vigentes en otros países de
prolongada gestión unipartidaria (Suecia entre 1937 y 1976, Japón desde 1945
hasta los 90, México durante siete décadas). Lo único cierto es que el
peronismo acumula una experiencia de simbiosis con el estado, que facilita su
reciclaje.
Pero
las expectativas de eternización omiten la profunda mutación registrada en la
relación de ese movimiento con los trabajadores. La devoción de los años 50 y
el entusiasmo de los 70 se diluyeron con las frustraciones creadas por Isabel y
Menem. El kirchnerismo intuye esta fractura y busca desembarazarse de esas
impresentables herencias.
Por
el contrario las cúpulas del PJ y la CGT consideran oportuno retomar las
fuentes e impugnan la “traición del gobierno a la doctrina peronista”. Pero en
el mejor de los casos, esa invocación suscita indiferencia. Para el grueso de
la población rememora la corrupción de Barrionuevo, las barras bravas del Momo
Venegas, los remedios truchos de Zanola y la buena vida del criminal Pedraza.
La
mayoría de los intelectuales kirchneristas comparten el distanciamiento oficial
de la estructura justicialista y reivindican el nuevo sustento progresista del
oficialismo. Ponderan ante todo la reconstrucción del estado con políticas que
limitan los excesos del mercado[6].
Pero
ocultan quiénes han sido los principales beneficiarios de ese intervencionismo.
Basta revisar los niveles de rentabilidad que tuvieron las grandes empresas en
la última década para conocer a esos ganadores. La propia presidenta reconoció,
por ejemplo, que las utilidades remitidas al exterior han superado en el último
decenio los promedios del período precedente.
Para
algunos teóricos, el carácter populista de la gestión actual constituye uno de
sus grandes méritos. Rechazan la connotación peyorativa de ese término y lo
identifican con el sostén de un liderazgo, que canaliza demandas mayoritarias
por vías informales[7].
Pero
con esta rehabilitación se justifica también el control ejercido desde arriba,
para contener la radicalización de los oprimidos. Fue exactamente lo que hizo
Kirchner al principio de su mandato con el manejo de los planes sociales.
Las
caracterizaciones elogiosas del populismo incluyen numerosas indefiniciones,
para presentarlo como modalidad política abierta a cualquier desemboque. Con
ese pragmático criterio se ajusta la evaluación del gobierno a lo requerido por
cada coyuntura, soslayando contradicciones y capitulaciones.
Las
nuevas teorías ya no ponderan genéricamente el protagonismo del pueblo.
Resaltan más bien la capacidad del populismo para articular las demandas de
actores sociales diferenciados. Pero la naturaleza clasista de esos
conglomerados continúa omitida. Ricos y pobres, acaudalados y marginados,
explotadores y explotados son colocados en un mismo campo de intereses
convergentes. Cristina es vista - al igual que Perón en el pasado- como la
síntesis de ese empalme poli-clasista. Pero olvidan que si esa comunión
permitiera disolver los antagonismos sociales, CFK gobernaría sin los
arbitrajes que erosionan su gestión.
El
progresismo K también supone que las contradicciones del proyecto en curso
serán manejables, si el gobierno refuerza su transversalidad pos-peronista[8].
Pero esta evolución socialdemócrata también extingue los resabios
contestatarios de la tradición nacionalista y empuja al kirchnerismo hacia la
órbita de partidos convencionales que el progresismo cuestiona.
Muchos
militantes esperan evitar ese resultado “profundizando el modelo”, con medidas
igualitarias de redistribución del ingreso[9].
Pero
olvidan que esa inequidad es intrínsecamente recreada por la acumulación
capitalista y que el kirchnerismo se amolda a esa exigencia, adoptando medidas
pro-empresariales a costa de los ingresos populares. La ley de ART diseñada por
la UIA, la reapertura del canje exigida por los fondos buitres, el
congelamiento de jubilaciones demandado por los acreedores o la devastación del
subsuelo impuesto por las compañías mineras son las evidencias más recientes de
ese curso.
Estas
medidas son frecuentemente presentadas como el precio a pagar en la “batalla
contra las corporaciones”. Pero se acepta delegar en el gobierno la potestad
para establecer quién es el enemigo o el aliado de cada momento. Clarín,
Techint y Cirigliano son los adversarios de esta coyuntura, mientras otros
grupos se enriquecen a todo vapor.
El
progresismo K sigue la hoja de ruta que diseña el Ejecutivo. Por esta razón es
crítico de ciertas corporaciones y benevolente con otras, mientras la
desigualdad se perpetúa al compás de la reproducción capitalista.
¿Solo dos campos?
Los
sectores más progresistas del kirchnerismo justifican la reconstrucción del
viejo estado, señalando que “era lo máximo factible en ese momento”. Consideran
que el gobierno “se ubica a la izquierda de la sociedad” y estiman que dentro
de esa administración se libra una disputa entre proyectos radicalizados y
conservadores. Propugnan inclinar la balanza hacia el primer curso, resaltando
que el oficialismo tiende a optar por esa dirección, en los momentos de
conflicto con la derecha[10].
Los
defensores de este enfoque destacan acertadamente que el poder no se reduce al
gobierno y que existe un contexto favorable para la obtención de conquistas.
Pero olvidan que esos logros no pueden consolidarse si son concedidos desde
arriba, sofocando las resistencias que emergen en forma independiente. El
progresismo K carece de esa autonomía y promueve la subordinación a las
directivas de CFK.
Por
eso votaron la ley anti-terrorista, aceptan la mega-minería, avalaron el
negocio de los concesionarios ferroviarios, se opusieron al paro del 20 de
noviembre, cuestionan la lucha contra el impuesto a los salarios, ocultan la
postergación de los jubilados y silencian el atropello de la nueva ley de ART.
Su proclamada intención de radicalizar el gobierno no incluye ninguna batalla
en los terrenos que exigiría ese avance.
Lo
mismo ocurre con las alianzas que exige el Ejecutivo. Cierran los ojos ante los
acuerdos con los gobernadores derechistas, incluso frente a los personajes que
sintetizan lo peor del menemismo (como Carlos Soria). Actualmente afrontan la
dura perspectiva de aceptar la regresiva candidatura de Scioli.
Habitualmente
justifican esas capitulaciones con el argumento del “mal menor”, olvidando que
las pequeñas resignaciones conducen a convalidar las desgracias mayores. Suelen
afirmar “hay dos bandos y corresponde tomar partido”, como si todo el escenario
nacional se redujera a los conflictos entre el oficialismo y la derecha no
gubernamental. Esta simplificación oculta las coincidencias de ambos sectores
en muchas áreas y olvida que la restrictiva división en dos campos sólo
prevalece en las coyunturas de agudo enfrentamiento. Lo habitual es la
existencia de muchas opciones.
También
resaltan la necesidad de “avanzar desde adentro” con “críticas constructivas” y
alertan contra la utilización reaccionaria de las objeciones al gobierno. Pero
lo que favorece a la derecha no son las críticas, sino la perpetuación del
capitalismo. El progresismo K soslaya este tema, porque confía en la
elasticidad de este sistema para absorber mejoras sociales, bajo el timón de un
gobierno reformista.
Algunos
autores consideran que el kirchnerismo está recreando los viejos intentos de
síntesis entre el peronismo y la izquierda[11]. Esta convergencia
quedó abruptamente bloqueada en el pasado por los reflejos conservadores del
justicialismo, ante situaciones de radicalización popular o coyunturas
económicas críticas. No hay ningún indicio en la trayectoria de Cristina dentro
del PJ o en Santa Cruz que sugiera modificaciones en ese patrón de
comportamiento.
La
convergencia actualmente imaginada con la izquierda dista mucho de los intentos
anteriores. En los años 60 o 70 muchos sectores del peronismo adoptaban
conductas revolucionarias e incorporaban aspectos del marxismo a sus doctrinas.
Por el contrario, los vestigios actuales de Cooke, la JP o Montoneros que
sobrevuelan la superficie kirchnerista son puramente conmemorativos.
Es
cierto que existe un ponderable rescate cultural de los valores e ideales de
esa época y una reapropiación del lenguaje contestatario del peronismo, que
irrumpió en la resistencia como un “hecho maldito del país burgués”. Esta
tradición se observa, por ejemplo, en la orgullosa reivindicación de pertenecer
a una “mierda oficialista”. Pero en lo sustancial existe un abismo entre la
expectativa anti-capitalista que tenía el peronismo de izquierda y la
resignación pro-capitalista que domina en el kirchnerismo.
Ninguna
modalidad de socialismo tiene cabida en este espacio. A diferencia de Chávez o
Evo, CFK rechaza explícitamente la vieja aspiración de una Patria Socialista y
la nueva apuesta por el socialismo del siglo XXI. Este posicionamiento
ideológico indica límites infranqueables, que el progresismo K prefiere
ignorar.
El enojo elitista de la
derecha
La
derecha acompañó la reconstrucción kirchnerista del estado, pero posteriormente
se embarcó en una confrontación frontal con el gobierno. Esta oposición no se
limita a la esfera retórica o cultural. Cuestiona el modelo neo-desarrollista a
favor de un esquema neoliberal proclive al endeudamiento externo, la apertura
comercial y el recorte del gasto social[12].
Los
conservadores utilizan descaradamente los medios de comunicación para difundir
engaños que superan todo lo imaginable. En su campaña por impedir la aplicación
de la ley de comunicación audiovisual restauraron un tono de revanchismo
ideológico gorila que parecía perimido. Presentan las normas de desinversión
anti-monopólicas como atropellos a la libertad de prensa y celebran la
complicidad de los jueces con las grandes empresas, como actos de independencia
republicana. Con la misma impudicia defienden los privilegios de los altos
magistrados.
También
esgrimen el fantasma de la “chavización” del gobierno, como una desgracia de
consecuencias irreversibles. Retoman el lenguaje infantil de la guerra fría
para advertir contra el contagio bolivariano y por eso vivieron el último
triunfo electoral de Chávez como una derrota en casa[13].
Los
derechistas omiten que Argentina ya vivió el escenario venezolano hace sesenta
años. También silencian la total lejanía de Cristina hacia los ideales
socialistas del chavismo. Sus campañas apuntan a generar un giro de la política
exterior. Rechazan el anti-golpismo regional del oficialismo (en los casos de
Paraguay y Honduras), el sostén latinoamericano de la demanda por Malvinas y la
negociación directa con Irán por el atentado en la AMIA.
Entre
el 2009 y el 2011 los conservadores fantasearon con el declive del ciclo K. La
reciente irrupción de los caceroleros reavivó esta expectativa, creando el
mundo invertido de aristócratas que ponderan la movilización callejera. Los
adalides de la pasividad política y la representación indirecta han descubierto
el valor de llenar una plaza, cuando las demandas son regresivas.
Los
fanáticos voceros de la mano dura ahora solicitan “diálogo” y objetan las
confrontaciones que “dividen a la sociedad”. Pero ni siquiera consideran la
posibilidad de atenuar estas fracturas reduciendo la brecha entre ricos y
pobres. Se lamentan de la polarización que ellos mismos alientan, al incentivar
políticas de creciente desigualdad social.
Algunos
exponentes extremos de la derecha identifican al gobierno con el fascismo
(Carrió, Aguinis) y acusan al oficialismo de propiciar saqueos con sus
prácticas de violación de la propiedad privada (Pagni, Morales Solá). Como
estos delirios tienen escasa receptividad, los conservadores apuestan a
extender la despolitización que encarna Macri. Con ideologías de consumo,
estéticas de festejo y figuras de la farándula, el PRO ha logrado cuatro
victorias electorales consecutivas en la Capital Federal.
Los
derechistas también retoman el libreto tradicional del liberalismo para
denigrar al populismo. Alertan contra los líderes carismáticos que hipnotizan
al pueblo, violan el orden, prolongan mandatos, aplastan las minorías y
desconocen los valores del Centenario[14].
Son
las mismas quejas que la elite dominante exhibió frente a cada desafío a su
poder. Suponen que el rumbo del país debe ser invariablemente dictado por los
editoriales de La Nación, las pastorales de la Iglesia, los estilos de la
Recoleta y las ferias de la Sociedad Rural. Ejercieron esa supremacía desde el
siglo XIX con sus socios militares, se reciclaron con los conservadores de la
UCR y recobraron influencia con Menem. Ahora reclutan figuras para restaurar
esa primacía.
Hipocresías republicanas
Los
políticos de la UCR quedaron traumatizados por el colapso del 2001 y no
asomaron la cabeza durante el debut del kirchnerismo. Volvieron en los últimos
años con críticas al populismo muy semejantes al recitado derechista.
Despotrican contra “las restricciones a la libertad de prensa”, como si el país
estuviera acosado por una persecución totalitaria, o sometido a la oleada de
asesinatos de periodistas, que se registra en México u Honduras. Acompañan
desde Parlamento todas las campañas que promueve Clarín y apoyan a los
caceroleros.
Algunos
intelectuales objetan especialmente la renovada reivindicación de las Malvinas.
Propician la conveniencia de negociar con los Kelpers reconociendo su derecho a
la auto-determinación[15].
Repiten exactamente el planteo que esgrime Gran Bretaña para justificar su
ocupación colonial. El menemismo ya intentó transitar ese camino de renuncia a
la soberanía, buscando compartir la explotación de los recursos isleños.
Los
cuestionamientos al gobierno se desarrollan ensalzando el ideal republicano, la
división de poderes y la independencia de la justicia. Estas banderas son
flameadas por escritores provenientes del radicalismo (Gregorich), del Club
Socialista (Sarlo, Romero), de las Ciencias Políticas Convencionales (Palermo,
Novaro) y del periodismo liberal (Eliashev). A veces logran sumar también a
demócratas de izquierda (como Gargarella).
Pero
no es fácil impugnar al oficialismo rescatando trayectorias anti-peronistas. La
historia de la UCR es un almacén de complicidades con los oligarcas y
dictadores que gobernaron mediante la represión y la proscripción. Basta
recordar los crímenes de la Patagonia, la presidencia de Alvear o las matanzas
de la Libertadora. La idolatría del constitucionalismo también propicia la
amnesia con el desastre ocurrido hace pocos años con De la Rúa.
Hay
mucha hipocresía en las objeciones al corporativismo, al clientelismo y a los
punteros, que se formulan desde la tradición radical[16]. Todos los
presidentes, gobernadores e intendentes de esa vertiente amoldaron sus
formalismos republicanos a las restricciones impuestas por el poder militar,
empresario o mediático de turno. También es falso responsabilizar
exclusivamente a la doctrina peronista de la comunidad organizada por las
experiencias reaccionarias vividas por el país[17]. Las teorías
liberales tuvieron mayor gravitación en esas pesadillas.
Estos
encubrimientos se exponen idealizando la figura de Alfonsín, como si el Punto
Final, la Obediencia Debida, el sometimiento al FMI y los ajustes para pagar la
deuda fueran acciones de otro presidente. Los críticos del relato oficial
construyen una epopeya menos creíble de lo ocurrido durante los años 80.
Los
cultores de la república comparten con la derecha la aversión a cualquier forma
de participación popular activa. Conciben el funcionamiento de las
instituciones republicanas como un antídoto de la democracia efectiva. Por eso
realzan el manejo minoritario y cerrado del poder en la justicia o el Banco
Central.
Últimamente
también recelan del propio sufragio, sugiriendo que el condicionamiento estatal
quita legitimidad a los comicios bajo los regímenes populistas[18].
Pero los condicionamientos que denuncian siempre se limitan a las acciones del
estado. Nunca incluyen influencias más significativas, como el financiamiento
privado de los partidos por parte de grandes empresas. Estas firmas siempre
distribuyeron su chequera entre el PJ y la UCR.
Las
afinidades de los ex alfonsinistas con la derecha se consolidaron en la última
década. La desintegración del Club Socialista, el declive del FREPASO y el
estallido de la Alianza indujo al abandono de los proyectos de modernización
socialdemócrata y al reencuentro con todos los mitos del elitismo liberal[19].
En
ese ambiente predomina actualmente un clima de fastidio y desmoralización ante
la continuidad del ciclo K. Este período se ha extendido con escasas
probabilidades de retorno a la vieja alternancia bipartidista. Por eso
despotrican amargamente contra una idiosincrasia nacional teñida de
autoritarismo y contaminada de populismo[20].
Para
superar esos atavismos los amantes de la República han montado una campaña
contra la re-reelección, junto a sus aliados del reconstituido Grupo A.
Defienden con fervor la Constitución actual, como si no hubiera brotado del
espurio pacto de la UCR con el PJ que habilitó la reelección de Menem.
Ese
contubernio se ubicó en las antípodas de los cambios constituyentes
progresistas implementados en América Latina en la última década. Al país no le
vendría mal sumarse a esta oleada, introduciendo modificaciones que
renacionalicen la propiedad del subsuelo, amplíen los derechos sociales e
introduzcan normas de democracia semidirecta y protección al medio ambiente.
Como
se demostró además en el caso de Chávez, una sucesión de mandatos puede cumplir
un papel muy progresivo para lucha social y antiimperialista. Pero los
liberal-republicanos no sólo repudian ese antecedente. Presentan al presidente
que más reafirmó su legitimidad en incontables comicios, como un prototipo de
déspota autoritario.
Las
reelecciones presidenciales deben juzgarse como problemas políticos concretos y
no como dilemas de formalismo constitucional. Sólo desde esta óptica es válida la
crítica a un nuevo mandato de CFK que no favorecería el desarrollo de un
proceso progresista.
Institucionalidad
conservadora
La
centroizquierda anti-K conforma un heterogéneo conglomerado que tomó partido
por los agro-sojeros en el 2008, presentando ese paro patronal como una
resistencia de “pequeños productores”. Omitió que el grueso de esa franja no ha
sido despojada -como los campesinos del MOCASE- por el avance de soja. Al
contrario, son mayoritariamente segmentos capitalistas que han prosperado con
ese cultivo y defienden sus privilegios impositivos junto a la Sociedad Rural,
demandando la reducción de las retenciones.
La
centroizquierda opositora absorbió posteriormente a sectores que se
distanciaron del oficialismo, imaginando que los giros regresivos del gobierno
comenzaron con su alejamiento de esa gestión. De esta variedad de procesos
surgió un bloque político (Stolbizer, Milman, De Genaro, Donda, Tumini), que
tiene eco intelectual en el grupo Plataforma[21].
Todos
los exponentes de este alineamiento pregonan alguna versión del republicanismo
en boga. Ensalzan la institucionalidad denunciando el autoritarismo
presidencial y tienden a vislumbrar al gobierno como una formación derechista,
continuadora del neoliberalismo. Contraponen esta administración con el genuino
progresismo que vislumbran en el PT de Brasil o el Frente Amplio de Uruguay.
Consideran
que el gobierno es el enemigo principal a enfrentar con los aliados de la UCR y
la Coalición Cívica. Por eso desarrollaron una campaña común contra la
re-reelección. También brindaron su espaldarazo al cacerolazo, que
reivindicaron como “parte de nuestra lucha” por su integración con “gente tan
valiosa como otras gentes” [22].
Ignoraron los propósitos derechistas de esa manifestación, como si repudiar el
control de cambios fuera equivalente a objetar los impuestos al salario.
Trazaron incluso analogías entre las cacerolas del 2001 y del 2012, cuando la
actitud solidaria que exhibía ese sector hace diez años con los desocupados, no
se extiende en la actualidad hacia el grueso de los empobrecidos.
La
misma ceguera anti-oficialista se verificó en el apoyo al planteo salarial de
la gendarmería. Al ponderar la “legitimidad” de esa demanda olvidaron la
diferencia existente entre los reclamos de los represores y los trabajadores.
El primer grupo defiende a palos el orden capitalista contra las protestas
sociales y cuando se insubordinan crean situaciones potencialmente
destituyentes (como se verificó en Bolivia o Ecuador).
El
derecho a la sindicalización de estos sectores sólo sería positivo en
situaciones de excepcional convergencia práctica con luchas populares. Este
empalme requeriría, además, explícitas negativas a continuar la labor
represiva. Ninguna de estas condiciones estuvo presente en el ultimátum de los gendarmes.
La
estrategia centroizquierdista de confluir con la CC y la UCR preanuncia una
reproducción de la fallida Alianza que sucedió al menemismo. Alientan una
candidatura presidencial, que se ubica en casi todos los terrenos a la derecha
del gobierno. Binner propone garantizar la estabilidad de las inversiones,
propugna acordar con los Fondos Buitres y acompaña las peticiones de
reconciliación de la Iglesia. Tampoco es casual su participación en las
reuniones socialdemócratas internacionales que respaldaron el brutal ajuste de
Grecia[23].
Binner
recuerda a De la Rúa no sólo por el tono aburrido y conservador de sus
discursos. Ha demostrado su impotencia en el reciente escándalo de
narco-tráfico policial en Santa Fe. El blanqueo de su gestión mediante contrapuntos
con el modelo nacional es un artificio insostenible. Una provincia favorecida
por los ingresos de la soja reproduce niveles de desigualdad social superiores
al promedio.
La
centro-izquierda anti-K desenvuelve también campañas positivas contra la mega-minería
y la criminalización de la protesta. Pero estas acciones se promueven
difundiendo verdades a medias. Las críticas habituales a la extranjerización,
al pago de la deuda o la depredación del subsuelo omiten que los mismos
cuestionamientos valen para el proyecto de Binner[24].
El
trasfondo de estos equívocos es la falsa presentación del gobierno de
Brasil y Uruguay, como modelos de
superación progresista del Cristinismo. Es la misma idealización que
previamente expusieron los partidarios de imitar la Concertación de Chile[25].
No
es casual que las administraciones de Lula-Rousseff y Vásquez-Mujica sean tan
elogiadas por el establishment. Se comportan como buenos alumnos del capital
financiero y se han negado a implementar medidas democratizadoras. Por eso los
neoliberales convocan al re-endeudamiento ejemplificando el curso seguido por
esos gobiernos. En cualquier terreno de conquistas sociales o democráticas de
la última década, Argentina se ubica muy por delante de sus vecinos.
En
esos países se estabilizaron presidentes que defraudaron a la militancia,
creando un clima de frustración, desmovilización y despolitización que no
existe en nuestro país. Esta diferencia -registrada por todos los visitantes
extranjeros de izquierda- es ignorada por el progresismo local.
Para
eludir este reconocimiento se ha vuelto muy común objetar cualquier tipo de
comparaciones regionales, resaltando las particularidades de cada país o
gobierno. Pero estas especificidades nunca invalidaron los contrastes,
especialmente cuando se utilizan las viejas nociones de izquierda, centro y
derecha para ordenar el análisis. Estas categorías son indispensables para
clarificar ubicaciones básicas. Los pragmáticos que declaran la obsolescencia
de esos fundamentos -con apelaciones al “fin de las ideologías”- no han podido
aportar ningún criterio sustituto.
Una
formación más crítica de la centroizquierda anti-K como Proyecto Sur se
distanció durante buena parte del 2012 de la ceguera de ese espacio y de su
convergencia con sectores regresivos. Las acertadas posturas frente a YPF, la
ley de Medios o el caso Ciccone indicaron, además, una estrategia de puentes
hacia sectores críticos dentro del oficialismo, que podrían resistir la
candidatura de Scioli. Pero estas inteligentes posturas se están diluyendo en
una agenda de empalme con Binner, que conduciría a repetir conocidas
decepciones.
Luchadores sin brújula
La
izquierda partidaria mantiene la implantación que recuperó a partir del 2001 en
los movimientos sociales, las universidades y los sindicatos. La tónica
política de este sector tiene gran proximidad con el trotskismo tradicional de
las corrientes agrupadas en el FIT (PO, PTS, IS), en Proyecto Sur (MST) o en
espacios propios (MAS). El viejo maoísmo (PCR) no exhibe una fisonomía
diferenciada de la centroizquierda opositora y las dos vertientes comunistas
(PC-CE y PC) se sumaron al kirchnerismo.
Las
visiones trotskistas denuncian el carácter capitalista del gobierno. Pero como
todas las administraciones nacionales precedentes y del grueso del planeta
comparten ese perfil, esa constatación no esclarece las singularidades del
kirchnerismo. Los conceptos de izquierda, centro y derecha o las comparaciones
con Piñera, Rouseff y Chávez no son tampoco utilizados para esa clarificación.
Se las considera nociones prescindibles o encubridoras de la opresión burguesa
que caracteriza a todos los gobiernos.
Por
el contrario el término bonapartismo ha sido muy rescatado, para retratar cómo
Cristina intenta colocarse por encima de las clases, manejando arbitrajes desde
la cúspide del estado[26].
En cierta medida esa mirada se asemeja a la caracterización de un régimen
populista. Pero el primer concepto resalta más el estilo de gestión centrado en
el protagonismo del líder y el segundo la gravitación de elementos para-institucionales,
dentro de un sistema constitucional.
El
bonapartismo era un concepto muy utilizado en el pasado para describir cierto
manejo militar del estado, en situaciones de continuada catástrofe económica,
empate social o disgregación política. Estos contextos –que desbordaban el
marco clásico de gestión de la democracia burguesa- están ausentes de la
actualidad argentina, luego de la marginación del ejército de la vida política.
Una noción que permitía entender los contextos extra-parlamentarios perdió
gravitación en el escenario constitucional.
Pero
el principal problema radica en el sentido asignado al bonapartismo
kirchnerista. Para la derecha implica caudillismo, manipulación asistencial de
los votantes y otorgamiento de dádivas a las multitudes incultas[27].
¿Para la izquierda partidaria tiene otro significado?
Tradicionalmente
se establecía una categórica distinción entre variantes progresistas y
regresivas del arbitraje bonapartista. Los líderes que introducían reformas
sociales en choque en el imperialismo (Perón, Cárdenas, Vargas) eran ubicados
en el polo opuesto de los dictadores que emulaban a Luis Bonaparte. ¿En cuál de
los campos se ubicaría al kirchnerismo?
Al
hablar de bonapartismo a secas, los utilizadores del concepto no aclaran si esa
modalidad es actualmente utilizada para promover políticas nacionalistas,
reformistas, contrarrevolucionarias o conservadoras. Esta indefinición le quita
utilidad al término.
Frecuentemente
se sugiere que el bonapartismo de Cristina es decadente y se desenvuelve como
una caricatura de Perón. Esta visión supone el inminente agotamiento del ciclo
K, ante la “situación terminal” de un gobierno acosado por los efectos de la
crisis mundial[28].
Pero
ese diagnóstico ha sido tantas veces repetido como desmentido en la última
década. Su reiteración tiene poca credibilidad en el clima de presagios
apocalípticos que difunde Carrió. Lo más desubicado es presentar al
kirchnerismo como un “gobierno del ajuste” semejante a Menem o De la Rúa,
cuando el dato dominante de la última década ha sido la recuperación limitada
de conquistas perdidas.
La
incapacidad para distinguir situaciones impide comprender los datos básicos de
la realidad y en el mejor de los casos induce a caracterizaciones elusivas. No
se reconocen los logros obtenidos y tampoco se los niega. Simplemente se navega
en la ambivalencia de interminables denuncias.
El
desconocimiento del carácter centroizquierdista del kirchernismo condujo en
algunos casos (MST) a marchar junto a la Sociedad Rural y los caceroleros. Pero
el grueso de la izquierda partidaria optó por la neutralidad en los conflictos
que enfrentaron al gobierno con la derecha. Interpretó los choques por la 125 o
la ley de medios como pugnas inter-burguesas, como si el aumento de las
retenciones o la desinversión de Clarín fueran acontecimientos ajenos al
interés popular. Al ubicar al kirchnerismo en el mismo campo que la reacción
desecharon estrategias para superar al oficialismo por la izquierda.
Esta
equivocación pareció amainar frente a la estatización de las AFJP que la
izquierda aprobó en forma crítica. Cuando reapareció una situación semejante
con la expropiación de YPF volvió a predominar el criterio de neutralidad. Para
objetar la progresividad de esta medida, las interpretaciones más extremas
construyeron un mundo al revés: denunciaron reprivatizaciones donde hubo
nacionalizaciones y vaciamientos donde se registró una recuperación[29].
Es
la miopía que no tuvo Trotsky en México ante un proceso semejante bajo el
gobierno de Cárdenas. Lo ocurrido es muy revelador de la actitud que asumirían
en el Parlamento los eventuales diputados del FIT.
Esta
misma conducta tiene consecuencias más negativas en temas de mayor exposición
como la ley de medios. Algunos dirigentes (del PO) formalmente se oponen por
igual a Clarín y al gobierno, postulando el tipo de prensa que surgiría en una
sociedad pos-capitalista. Pero en los hechos celebraron con Gelburg y
defendieron las provocaciones de Lanata en Venezuela, con la misma muletilla
(“violación a la libertad de prensa”) que utiliza todo el espectro
pro-imperialista.
¿Suponen
que su batalla por un gobierno de trabajadores no incluiría una oposición
frontal a las campañas de la SIP, la CIA o los emporios mediáticos? Resulta
difícil conocer su opinión real sobre el tema, puesto que desenvuelven un doble
parámetro de posturas amigables hacia el establishment televisivo junto a
furibundas convocatorias a la dictadura del proletariado en la prensa militante[30].
El
sectarismo tradicional de la izquierda partidaria persiste luego de la
formación del FIT. Se afianzó un bloque cerrado, que no busca mejorar los
ensayos de construcción ampliada de alianzas anteriores (como Izquierda Unida o
el Frente del Pueblo).
Esta
dificultad para salir del propio círculo es más visible frente a los
acontecimientos internacionales. El apoyo a la insignificante candidatura de
Chirino en la elección venezolana fue un papelón registrado por toda la
militancia, que sigue atentamente el proceso bolivariano.
Otro
ejemplo del mismo encierro ha sido el dogmático rechazo de la coalición griega
SYRIZA, que tiene la posibilidad de introducir un giro radical en el escenario
europeo. La vieja izquierda es combativa y gana adhesiones por su coraje. Pero
es totalmente incapaz de traducir esa simpatía en una construcción real.
Esperanzas,
posibilidades y sorpresas
La
izquierda independiente (o nueva izquierda) reúne agrupaciones surgidas al
calor del 2001. Conforma un espacio de organizaciones (Santillán, Mella,
Juventud Rebelde, Socialismo Libertario), intelectuales (Cultura Compañera),
coordinadoras (COMPA) e iniciativas de unificación (La Marea). Estas
convergencias constituyen la principal novedad del último período.
Las
distintas formaciones comparten caracterizaciones compatibles con nuestra mirada
del kirchnerismo. Cuestionan la reconstrucción del estado burgués que se
consumó aislando piqueteros, debilitando asambleas y hostilizando luchas
sociales independientes del oficialismo. La nueva izquierda no equipara al
gobierno con sus adversarios derechistas. Retoma la diferenciación establecida
por el pronunciamiento “otro camino para superar la crisis” durante el
conflicto con los agro-sojeros [31].
Se
han desarrollado posicionamientos convergentes de sostén crítico a la
expropiación de YPF, de oposición al 8 N y acompañamiento del 20 N. El rechazo
a los cacerolazos se expone con la misma contundencia que los cuestionamientos
a la impronta conservadora de Binner. También se ha exigido la aplicación de la
ley de Medios, especialmente contra el retaceo oficial de licencias a las
experiencias comunicacionales alternativas[32].
La
nueva izquierda emerge como reacción al sectarismo. Propone otro tipo de
prácticas militantes y explicita su apoyo a la revolución cubana y el proceso
bolivariano. Subraya, además, la continuada gravitación de las demandas
nacionales y antiimperialistas, en la batalla por el socialismo del nuevo
siglo.
Pero
un gran problema de la izquierda independiente ha sido la persistente
gravitación del anti-electoralismo autonomista. Esta influencia limitó la
proyección del espacio y el trabajo político en gran escala. No se comprendió
cuán importante es la participación actual en los ámbitos institucionales.
Las
confrontaciones electorales han sido un campo central de disputa en todos los
países sudamericanos. Eludir esta intervención equivale a auto-condenarse a la
marginalidad. Este error tiende a quedar superado, pero resulta indispensable
sintonizar con el acelerado ritmo de la vida política argentina.
Ninguna
estrategia de la izquierda logró hasta ahora torcer el liderazgo del peronismo
y de sus herederos sobre la clase trabajadora. Esta frustración comenzó con el
suicidio político cometido por los socialistas y comunistas que apoyaron a la
Unión Democrática contra el primer justicialismo. Durante la resistencia de los
años 60 hubo convergencias que no maduraron y el clasismo no pudo lidiar
posteriormente con las expectativas creadas por el retorno de Perón.
Esta
vieja pulseada ha reaparecido con nuevas oportunidades para la izquierda, dado
el carácter incierto del futuro kirchnerista. En Argentina predomina un
contexto político intermedio. La demanda para “que se vayan todos” no se tradujo en el cambio de régimen
consumado en Venezuela, Ecuador o Bolivia. Pero tampoco se restauró el viejo peronismo,
siguiendo el molde del PRI mexicano.
Resulta
imperioso avanzar en la caracterización del kirchnerismo. Ya no alcanzan las
descripciones, las consignas o las definiciones escuetas. Las redes
intelectuales que emergen a partir de cierta afinidad política (Carta Abierta,
Plataforma, Argumentos) buscan comprender el significado del ciclo K. En la
izquierda independiente ya existen también revistas, foros y promisorias
producciones para explicar este proceso[33].
Argentina
procesa una impactante mutación generacional en un marco de gran politización, democratización
y conciencia latinoamericana. La juventud reingresa a la militancia,
compartiendo experiencias, sensibilidades y anhelos. Hay un escenario muy
distinto al período de ilusiones constitucionalistas (Alfonsín), desengaños
(Menemismo) y angustias colectivas (Alianza). En el país de las sorpresas el
2013 augura nuevos virajes.
11-1-2013
Lecturas adicionales
-Almeyra
Guillermo, “De los piqueteros al kirchnerismo” www.cubaencuentro.com, 6-10-2011.
-Argumedo
Alcira, "Estalló una serie de malas políticas delkirchnerismo".
www.radiolared.multimediosamerica.com.ar/,
26-11-2012.
-Azcurra
Martin, La izquierda ante el desafío electoral www.revistasudestada.com, julio 2011.
-Bonasso
Miguel, “Este modelo va contra nuestros pueblos” www.comambiental.com.ar,15-1-2012.
-Boron
Atilio, “Cristina Recargada”, www.atilioboron.com.ar/ 20-8-11
-Brienza
Hernán, “La etapa superior del kirchnerismo”, amingaenmovimiento.wordpress.com/,16-3-2011.
-Campione
Daniel. “2001-2011: una década interesante” www.argenpress.info,
21-12-2011.
-Casas
Aldo Andrés, Hacia la construcción de nuevas herramientas políticas de la
izquierda, 2012
-Castillo
Christian “El gobierno va a chocar contra su propia base social” www.aimdigital.com.ar/, 13-10-2011
-Castillo
José, “Sobre el nuevo documento del EDI” asambleadeintelectualesfit.wordpress,
26-4-2012.
-De
Sanctis, Daniel, Y la izquierda Qué”, Revista Sudestada, Buenos Aires,
diciembre 2012.
-Foster
Ricardo, “La anomalía kirchnerista” www.revista2010.com.ar/
-Galasso
Norberto, “Peronismo y Kirchnerismo” www.movimientodorrego.com,
27-5-2012
-Gambina
Julio, “Los movimientos sociales. Algunas reflexiones sobre el movimiento
popular argentino”, fisyp.codigosur.net/author08/07/2009.
-García
Sergio, “Plataforma 2012: Una iniciativa positiva y necesaria”, Alternativa
Socialista, 2-2-2012.
-Gargarella
Roberto “Las
dictaduras nos han malacostumbrado” www.politicargentina.com, 7-2-2012
-Gonzalez
Horacio, “Néstor Kirchner, la política”, Pagina12, 28-10-2011
-Grunner
Eduardo, “Balance del 2012”, artemuros.wordpress.com/2012, 28-12- 2012.
-Katz
Claudio “Certezas e incógnitas de la política argentina”, Herramienta web 7,
diciembre 2010,, www.herramienta.com.ar
-Lucita
Eduardo, “Diez años de kirchnerismo” www.elecodelospasos.net/,
7-12-2012.
-Mazzeo
Miguel, “Y la izquierda Qué”, Revista Sudestada, Buenos Aires, diciembre
2012.
-Natanson
José “El riesgo de La Cámpora es terminar como la Coordinadora”, Miradas
al Sur sur.infonews.com, 13-10-2012.
-Novaro
Marcos "Los Kirchner destruyeron su propia herencia”, La Nación,
1-7-2009.
-Ogando
Martín, "Nueva izquierda y disputa institucional”, Batalla de Ideas 2,
noviembre 2011.
-Palermo
Vicente, “Una sofisticada legitimación para democracias polémicas”, La Nación,
28-11-2012
-Piva
Adrián, “¿Cuánto hay de nuevo y cuánto de populismo? Kirchnerismo y populismo
en la Argentina post-2001”.
-Sáenz
Roberto, “La gran herencia del Argentinazo es la recomposición obrera”,
Socialismo o Barbarie n 216, 23-12-2011.
-Sanmartino
Orovitz Jorge, “Kirchnerismo y quiasmo: A propósito del debate de los
intelectuales”, www.argenpress.info/2012,
3-2-2012
-Svampa
Maristella, “La brecha urbana en tiempos de kirchnerismo”, maristellasvampa.net/blog,
3-9-2012 www.pensamientodelsur, diciembre
2012.
Título:
Anatomía del kirchnerismo
Autor: Claudio Katz
Resumen
El
kirchnerismo reconstruyó el estado idealizando al capitalismo regulado,
subsidiando a la burguesía y esperando el surgimiento de un funcionariado
eficiente. Ha forjado un régimen con pilares para-institucionales y las
semejanzas de contexto con el primer peronismo no se extienden a la relación
con los trabajadores.
El
gobierno tiene un perfil centroizquierdista y desarrolla contradictorias
políticas de regimentación y democratización en torno a los derechos humanos,
los medios y la justicia. Retoma los intentos de fusión del peronismo con el
progresismo, en choque con los caceroleros de la derecha y el protagonismo
sindical.
La
perpetuación de la desigualdad y el rechazo oficial de horizontes socialistas
conspira contra las metas imaginadas por el progresismo K. Este sector actúa
con escasa autonomía y reduce las opciones actuales a la simple elección entre
dos campos.
La
derecha trabaja por una restauración neoliberal. El marco democrático y las
expresiones de soberanía desatan sus enojos elitistas. Promueve el revanchismo
gorila mediante hipócritas convocatorias al dialogo y en su cruzada contra el
populismo alienta la despolitización.
El
formalismo republicano oculta viejas complicidades con dictaduras y una
persistente aversión a la democracia real. Esta duplicidad se verifica en la
apología de la Constitución vigente. La centroizquierda anti-K comparte estas
estrategias de institucionalidad conservadora, apuntalando campañas y
candidaturas regresivas. Postula repetir la experiencia de gobiernos vecinos,
que resisten los avances democráticos y sociales logrados en nuestro país.
La
izquierda partidaria constata la naturaleza capitalista del gobierno, sin
clarificar las singularidades del kirchnerismo. Tampoco especifica el carácter
progresivo o regresivo del bonapartismo oficial. Su neutralidad en los
conflictos oficiales con la derecha ilustra una carencia de brújula.
La izquierda independiente propone prácticas
militantes inspiradas en la tradición revolucionaria latinoamericana. Cuestiona
al gobierno sin aceptar puentes con la derecha, pero afronta el
desafío de superar los resabios del autonomismo anti-electoral. El 2013
confirmará el excepcional momento que vive Argentina.
Notas
[1] Hemos desarrollo este tema en “Contrasentidos del neo-desarrollismo”, 8-8-2012, Herramienta web 11, Septiembre de 2012 Ver también: “Afloran los límites del modelo: Un balance
de los Economistas de Izquierda”, http://www.argenpress.info, 3-4-2012.
[2]Abordamos este
problema en: Katz Claudio Las disyuntivas de la izquierda en América
Latina. Ediciones Luxemburg, Buenos
Aires, 2008, (cap 2)
[3] Para una comparación con el contexto de los
años 50 ver: Rappaport Mario, Historia económica, política y social de la
Argentina, Ariel, Buenos Aires, 2006, (cap 4).
[4] La sindicalización es masiva en el sector
público y muy importante en las ramas estratégicas del sector privado. Uno de
cada dos nuevos empleados se agremió, consolidando un escenario muy diferente a
Estados Unidos o Europa. También se reactivaron las comisiones internas,
inexistentes en el grueso de América Latina.
[5] Coscia Jorge, “El kirchnerismo expresa lo mejor del peronismo”tn.com.ar/6-11-2012 O´Donnel Pacho. “La historia rescatará al actual gobierno” www.elsolquilmes.com.ar, 8-10-2012
[6] Felleti Roberto, “El abandono de la
dependencia” La Nación 26-2-2012.
[7] Laclau Ernesto, “La real izquierda es el
kirchnerismo”, Página 12, 2-10-2011.
[8] Feinmann José Pablo, “La
más habilitada para que el peronismo deje de ser peronismo es Cristina”,
Clarín, 27-12-2011. Laclau Ernesto, “Los medios se han transformado en el
principal partido opositor”, Página 12, 14-10-2012. Laclau
Ernesto, “Discurso, antagonismo y hegemonía en la construcción de identidades
políticas”, Tres pensamientos políticos, UBA Sociales publicaciones, Buenos
Aires 2010, (pag 41-70)
[9]Jozami Eduardo, “Bajo el signo de la igualdad”,
Página 12, 15-1-2012.
[10]Estas tesis son postuladas por Martín
Sabatella, Carlos Heller y Luis D´Elia. Algunos intelectuales de este espacio
se han reunido en torno al grupo Argumentos. Grimson Alejandro, “Más argumentos
para el debate” argumentos12.blogspot.com/2012,
16-1-2012.
[11] Anguita Eduardo, “Izquierda y peronismo: los 70 y el presente”, tiempo.infonews.com, 22-2-2012.
[12] Por ejemplo: Szewach Enrique, “El verdadero
milagro argentino” La Nación, 28-8-2012.
[13] Oppenheimer Andrés La
Argentina: ¿a contramano del mundo?, La Nación, 24-4-2012. Fernández Díaz
Jorge, “El peligro de caer en un nacionalismo infantil” La Nación, 6-5-2012.
Morales Sola Joaquín, “Kirchnerismo y chavismo”, La Nación, 9-10-2012.
[14] Krauze Enrique,
“Decálogo del populismo”, La Nación, 1-11-2012. Poli Gonzalvo Alejandro, “Los
males del nacionalismo”, La Nación 2-5-2012. Sebrelli Juan José, “En Argentina son todos populistas”,www.iberoamerica.net/argentina/prensa 21-12-2012. Grondona
Mariano, “¿Estamos los argentinos al final de un ciclo?”, La Nación 7-10-2012.
Fraga Rosendo, “Gobiernos de doce años en América Latina”, La Nación 15-1-2012.
Sirven Pablo, La Nación 27-12-201. Kovadloff Santiago, “La dramática
encrucijada de la oposición” La Nación, 3-10-2012.
[15] “Malvinas, una visión alternativa", Documento de 17 Intelectuales, La Nación, 21-2-2012.
[16] Romero Luis Alberto, “En Argentina el estado
funciona cada vez peor”, Clarín, 3-9-2012. También Sarlo Beatriz, “La filosofía
del lenguaje K”, La Nación, 16-3-2012. Gregorich Luis, “La sombra del partido
único”, La Nación, 11-10-2011.
[17] Romero Luis Alberto, “La historia no se
repite dos veces”, www.iberoamerica.net, 1-11-2011
[18] Romero Luis Alberto, “La
máquina de producir votos”, La Nación, 22-8-2012 Romero Luis Alberto, “Nuestra
larga transición al autoritarismo”, Clarín, 6-12-2012.
[19] Ver: “Club
Socialista, En su vigésimo cuarto aniversario 1984-2008”, 26-02-2005 www.clubsocialista.com.ar
[20] Fidanza Eduardo, “El destino circular de
Argentina” La Nación, 29-12-2012. Fidanza Eduardo, “Un triunfo que
sigue asombrando” La Nación, 19-8-2011. Romero Luis Alberto, “Democrático pero
no republicano”, La Nación, 29-12-2011
[21]Ver: Kordon Diana, Edelman Lucila, “Un debate
necesario”, La Nación, 21-1-2012.
[22] Tumini Humberto, “Para derrotar el objetivo
de la re-elección”, Clarín 26-10-2012. De Genaro Víctor, “Distintas gentes pero
un solo pueblo”, Clarín 22-9-2012.
[23] Binner Hermes, “Todavía nos debemos una
democracia adulta”, Clarín 12-12-2012
[24] Un ejemplo Kordon Diana, Edelman Lucila, “Estrategias de dominación”, La Nación
30-8-2012.
[25] Rodil Rodolfo, “Frente
Amplio uruguayo: un ejemplo no K”, Clarín, 19-6-2012.
[26] Rosso Fernando, “Cristinismo,
restauración y bonapartismo”, elviolentooficio.blogspot.com 2012
[27] Así lo define: Sebrelli Juan José, “El
populismo rechaza la democracia,” La
Nación, 4-11-2012
[28] Altamira Jorge “Otro voto no
positivo”, CorrientesNoticias.com.ar, 2-7-09, “Viva el XXI Congreso del Partido
Obrero”, po.org.ar/po1229/2012/, 5-7-2012
[29] Altamira Jorge, “Después de una década de
vaciamiento petrolero, los vaciadores anuncian un nuevo vaciamiento” Prensa
Obrera 26-4-2012.
[30]Ver la crítica de Boron Atilio, “Chávez o
Lanata: respuesta a mis críticos” www.atilioboron.com.ar, 17-10-2012.
[31]“Otro camino para superar
la crisis”ww.anred.org/spip.php?article2602
29-6-2008.
[32] Un compendio en “Ideas, arte
y comunicación para una nueva izquierda”,
Cultura,Compañera www.editorialelcolectivo.org/ed/index.php?option, 11-5-2012
[33] Algunos ejemplos de
revistas (Herramienta, Batalla de Ideas) y una lista muy incompleta de autores
incluye Atilio Boron, Eduardo Lucita, Aldo Romero, Jorge Marchini, Jorge
Sanmartino,
Guillermo Almeyra,
Martín Ogando, José Seoane, Pablo Solana, Mabel Twaites Rey, Hernan Ouviña,
Martin Azcurra, Miguel Mazzeo, Daniel De Sanctis, Adrián Piva, Iati Hagman. Una
interesante síntesis de opiniones en el Dossier “Y la izquierda Qué”, Revista Sudestada, Buenos Aires, diciembre
2012.