El término “privatería”, que combina las palabras
privatización y piratería, fue acuñado por un gran periodista brasileño, Elio
Gaspari, y popularizado por uno de los mejores periodistas de investigación de
Brasil, Amaury Ribeiro Jr. El libro de este último, ‘La privatería tucana’ (Sâo
Paulo, Geraçao Editorial 2011), un best
seller, relata con gran solidez documental el ruinoso proceso de
privatizaciones llevado a cabo en Brasil durante la década de 1990. La
investigación, que duró diez años, no sólo denuncia el “salvajismo neoliberal
de los ’90” que diezmó el patrimonio público brasileño, dejando al país más
pobre y a los ricos más ricos, sino que también establece de manera convincente
la conexión entre la corriente privatizadora y la apertura de cuentas secretas
y sociedades fantasma en paraísos fiscales del Caribe, donde se lava el dinero
sucio de la corrupción, las comisiones ilegales y los sobornos recaudados por
intermediarios y facilitadores de
negocios. Aconsejo la lectura del libro a quienes no se conforman con el argumento del “interés nacional” para legitimar el despilfarro de la riqueza de Portugal que está en curso, a todos los dirigentes políticos que se sienten perplejos ante la rapidez y la opacidad con que se producen las privatizaciones, y a los miembros del Ministerio Público y a los investigadores judiciales, por sospechar que van a tener mucho trabajo por delante si tienen los medios y el coraje.
negocios. Aconsejo la lectura del libro a quienes no se conforman con el argumento del “interés nacional” para legitimar el despilfarro de la riqueza de Portugal que está en curso, a todos los dirigentes políticos que se sienten perplejos ante la rapidez y la opacidad con que se producen las privatizaciones, y a los miembros del Ministerio Público y a los investigadores judiciales, por sospechar que van a tener mucho trabajo por delante si tienen los medios y el coraje.
Las privatizaciones no son necesariamente “privatería”. Sólo
lo son cuando los intereses nacionales son dolosamente perjudicados para
permitir el enriquecimiento ilícito de quienes, en posiciones de autoridad o
favor político, comandan o influyen en las negociaciones y las decisiones en
favor de intereses privados. Las privatizaciones no tienen nada que ver con la
racionalidad económica. Son el resultado de opciones ideológicas ofrecidas por
discursos que esconden sus verdaderas motivaciones. En Brasil, el discurso fue
el de transformar las privatizaciones en una “condición para que el país
entrara en la modernidad”. En Portugal, el discurso es el del interés nacional
–tutelado por la troika– por reducir la deuda y mejorar la competitividad. En
ambos países, la motivación real es crear nuevas zonas de acumulación y lucro
para el capital. En el caso portugués, esto pasa por la destrucción tanto del
sector empresario del Estado como del Estado social. En este último caso, sobre
todo, se trata de una opción ideológica de quienes utilizan la crisis para
imponer medidas que nunca podrían legitimar por la vía electoral. Para tener
una idea de la carga ideológica detrás de las privatizaciones en Portugal,
supuestamente necesarias para reducir la deuda pública, basta leer el
presupuesto para 2013: los ingresos totales por privatizaciones, de 2011 a
2013, serán 3700 millones de euros, es decir, menos del 2 por ciento de la
deuda pública...
La “privatería” tiende a ocurrir cuando se trata de procesos
masivos de privatizaciones. Joseph Stiglitz acuñó un ácido neologismo para
definir la ola privatista que avasalló las economías del tercer mundo en los
años ’80 y ’90: “briberization” (del inglés bribery, “soborno”), un término
cuyo significado se aproxima al de “privatería”. En el caso portugués, la
tutela externa, que obliga a privatizar lo más rápido posible, favorece las
ventas con rebajas y, con ello, las oportunidades de compensación especial en
ganancias ilícitas para quienes las hacen posibles. Como la corrupción no tiene
una infinita capacidad de innovación, es previsible que mucho de lo que ocurrió
en Brasil esté pasando en Portugal. Es preocupante que algunos nombres
relacionados con la corrupción en Brasil, algunos ya condenados, aparezcan en
las noticias de las privatizaciones en Portugal.
La “privatería” se produce a través de la articulación entre
dos mundos: el mundo de las privatizaciones (conseguir condiciones
particularmente favorables para los inversores) y el submundo de la corrupción
(lavar dinero de las comisiones ilegales recibidas). En lo que respecta al
primer mundo, algunas de las estratagemas de “privatería” incluyen crear en la
opinión pública una imagen negativa de la gestión o el valor de las empresas
estatales; hacer inversiones o subir los precios de los servicios antes de
subastarlos; absorber deudas para volver más atractivas a las empresas o
permitir que las deudas sean contabilizadas sin una cuidadosa definición de su
monto y sus condiciones; definir parámetros que beneficien al candidato que se
pretende privilegiar y que, idealmente, lo transformen en candidato único;
pasar ilegalmente información estratégica con el mismo objetivo; confiar en
servicios de consultoría, haciendo la vista gorda ante posibles conflictos de
intereses; permitir que los compradores, en lugar de aportar capital propio,
asuman préstamos en el exterior que terminarán incrementando la deuda externa;
permitir que los fondos públicos sean usados para alienar el patrimonio público
en favor de intereses privados.
El submundo de la corrupción reside en el lavado de dinero.
Se trata de la transferencia de dinero de las comisiones a los paraísos
fiscales, mediante la creación de empresas offshore (de hecho, nada más que
cajas postales), donde los verdaderos titulares de las cuentas desaparecen bajo
el nombre de sus apoderados. Allí llega el dinero, reposa y, después del
lavado, es repatriado para inversiones personales o financiamiento de los
partidos.
Boaventura de Sousa Santos es
doctor en Sociología del Derecho. Profesor de las universidades de Coímbra
(Portugal) y Wisconsin (Estados Unidos).