“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

6/1/13

Jean-François Billeter vs. François Jullien

Luis Roca Jusmet

Especial para La Página
Hay un debate, por cierto muy interesante, de Jullien con un filósofo y sinólogo suizo, Jean François Billeter (1939). Éste critica a Jullien por su planteamiento global, al que llega a considerar nefasto (Contre François Jullien, Editions Allia, 2007). ¿Cuales son los aspectos que critica Billeter?

En primer lugar el utilizar cuando habla de China una falsa identidad cultural. Hablar de China y de los chinos significa dar a entender que hay una esencia inmutable que pertenece en el tiempo y esa común a todo el colectivo. Implica negar la historicidad de China y la heterogeneidad de los chinos. Lo más grave, continua Billeter, es que esta supuesta identidad
se establece a partir de la ideología imperial. Esta sería por tanto una consecuencia política
nefasta. Billeter considera que esta fascinación de Jullien y de sus seguidores se debe a que el elitismo de la intelectualidad francesa, con su elitismo republicano, comulga bien con el de los letrados del Imperio. Jullien contribuye a dar una justificación académica a este Mito del Otro (de la Alteridad) que hemos heredado de los jesuitas, ocultando su significado político. Se presenta como natural lo que forma parte de un orden social donde unos ganan y otros muchos pierden: esta es la función ideológica del saber dominante, ocultar las relaciones de domino contingentes para no tener la opción de cambiarlas. Lo que no nos explica Jullien es la diferencia de posiciones entre los chinos a partir de la decadencia del Imperio, a partir de los inicios del siglo XX. Unos cuestionan totalmente la tradición, como los comunistas. En el otro extremos los tradicionalistas defienden el retorno a las raíces. Entre ellos los críticos que defienden la libertada individual y la democracia y los que quieren defender una identidad china diferente de Occidente pero abierto a él. El debate es complejo y las posiciones ambiguas.


Concretando más para Billeter Lao Zi y Zhuangzi, que para Jullien formaría parte de este pensar chino tiene planteamientos totalmente diferentes. Mientras el primero defiende las formas invisibles de poder y la sumisión del pueblo el segundo es un rebelde, un crítico con el sistema. El budismo es la corriente más crítica con las jerarquías sociales. El confucionismo es incompatible con la democracia. Jullien elude la cuestión problemática de la democracia en China, como si la pregunta por los fines formara parte de un pensamiento extraño (trascendencia frente a la supuesta idea china de la inmanencia china).
No hay que preguntarse, como dice Jullien, porqué la monarquía es el único sistema político chino como si tuviera una lógica. Es un hecho objetivo que no todos los chinos han defendido, ya que algunos de ellos han visto la necesidad de una primacía de la autonomía del individuo, de la capacidad de autodeterminación y de las libertades políticas. Justamente estos son ignorados por Jullien, que se inspira en filósofos chinos que no cita ni critica para reconstruir el Mito del Otro. Se uniformiza artificialmente el discurso chino y el europeo para plantearlos como dos caminos homogéneos del pensar. Se elimina las disidencias, los conflictos y la heterogeneidad interna. Jullien niega la experiencia común de la filosofía, propia de cualquier humano que quiere construir una práctica ética e intelectual singular. No hay diálogo entre Jullien y los pensadores chinos actuales, ya que no le interesan sus debates sino construir un discurso artificial, ficticio al servicio de la restauración ideológica china.

Entramos aquí en la segunda crítica. Jullien se defiende de la crítica anterior diciendo que no es un sinólogo sino un filósofo. China es para él un pretexto para la reflexión filosófica. Va al camino del pensar más ajeno para experimentarlo y volver luego sobre el propio. El problema dice Billeter es que de entrada Jullien no puede salir de su pensar europeo, ni tan solo de un discurso cerrado del pensamiento francés, que para Billeter está ligado a Foucault y a Deleuze. Lo que hace es presentar desde su óptica textos acabados y cerrados, sin aclararlos, ni comentarlos, ni situados en su contexto. Lo que ocurre es que no hay la supuesta confrontación entre dos maneras de pensar sino un monólogo de un pensador francés que utiliza unos conceptos supuestamente chinos de la manera que le interesa. Aquí ya es cuestionable la traducción francesa única que realiza de los caracteres chinos. A partir de aquí hay una ilusión filosófica de falsa profundidad generada por una retórica confusa. Confunde lo que pensamos con lo que decimos sin acabar de entenderlo, Si no hay una experiencia común no hay diálogo posible.

El método que defiende Billeter es buscar la unidad de la experiencia humana, entender a partir de lo particular lo común, que es la palabra y la razón, compartida por todos los humanos.

La crítica de Billeter levanta todo un movimiento en su defensa que acaba cristalizando en un libro colectivo llamadoPour François Jullien. El libro es interesante por varias cuestiones.

La primera es para conocer el impacto de la filosofía de François Jullien dentro y fuera de Francia. Este dentro de Francia incluye miembros de su misma generación (Bruno Latour) o de generaciones anteriores como Alain Badiou o indirectamente Paul Ricouer en un texto cedido por sus herederos intelectuales (Ricouer muere el año 2005 y el libro se publica el 2007). Pero en esta obra colectiva participan pensadores alemanes (Wolfang Kubin) y estadounidenses (Ramona Naddaff). Pero sobre todo destaca la presencia de dos filósofos chinos (Lin Chi-Ming y Du Xiaozhen).

La segunda es comprobar cómo el trabajo de Jullien abre la filosofía al diálogo con múltiples disciplinas, como la sociología ( Philippe d'Iribarne), la lingüística comparada (Philippe Jousset), la historia (León Vandermeersch) y el psicoanálisi (Jean Allouch). Me parece que es una magnífica expresión de lo que podemos llamar una concepción abierta de la filosofía, que es la que tiene más futuro actualmente.

¿Es justa la crítica de Billeter a Jullien? No lo es, lo cual no quiere decir que no haya elementos valiosos en ella. En estos escritos apologéticos de Jullien, en el que algunos más interesantes que otros, comparten el error de descalificar a Billeter. Me parece un error.

Vayamos a la crítica en cuestión. Por un lado la crítica es interesante y la suscribiría en su crítica a la trampa de plantear China como una identidad cultural. En este sentido podemos aprender de la crítica de Billeter para matizar lo que dice Jullien. Pero me parece que la posición de Billeter es excesivamente hipercrítica y nos coloca en el falso dilema de estar a favor o en contra de Jullien.

François Jullien tiene un valor fundamental en el panorama filosófico actual que hay que reconocerle. Su trabajo filosófico de nociones chinas que, aunque no sean tan homogéneas como nos presenta el filósofo francés existen y son dominantes en la tradición china, es muy interesante. Los trabajos de Jullien son filosóficamente fecundos y nos posibilita una reflexión renovada en un panorama poco creativo.

Nota

1Un libro extraordinario de Jean François Billeter es ‘Cuatro lecturas sobre Zhuangzi’ ( Siruela,2003)