“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

20/4/13

Los años bellos de Alain Badiou / La filosofía y la libertad son posibles en medio del brote reaccionario

Alain Badiou ✆ Daniel Paz
Verónica Gago
  • Publicamos parte de una entrevista a Alain Badiou, quien reconstruye su paso por la universidad y el origen de sus ideas.
Me gustaría empezar por una suerte de relato de sus años de formación en la universidad, tratar de reconstruir el clima, los debates de esa época y la influencia de sus maestros Sartre y Althusser.

–Terminé mis estudios secundarios en Provence. Nací en Marruecos y luego mi infancia transcurrió en Toulouse, al sur de Francia. Cuando estaba terminando mis estudios hubo dos acontecimientos importantes en mi vida. El primero, efectivamente, fue leer a Sartre desde muy joven, y el segundo fue el comienzo de la guerra de Argelia. Creo que hay algo como el destino, pues desde el principio hubo una relación entre el problema político, muy grave, entre la lucha anticolonialista y la filosofía. Esta relación entre política y filosofía se constituyó en mi vida cuando todavía era un joven.
Luego fui a París, a la Escuela Normal Superior, donde Althusser era profesor de filosofía. El reforzó esta relación natural entre la filosofía y la política, ya que se proponía, primero, transformar el marxismo de manera filosófica, para luego influir en la política del Partido Comunista Francés. Entonces, para las primeras influencias, están Sartre y luego Althusser, las dos se dirigieron hacia un compromiso, pero estrechamente vinculado con la filosofía.

–¿Cómo irrumpe el acontecimiento de 1968?

–Hay que considerar también el período de los años intermedios, pues durante todo el tiempo que estuve en la Escuela Normal Superior estaba la guerra de Argelia. Esta guerra fue algo terrible, lo hemos olvidado un poco. Fue de una violencia extrema, centenares de miles de jóvenes franceses participan. Hubo torturas y violencia en las mismas comisarías parisienses (...) Fue un período en el que asistí a la política en su forma violenta. Me comprometí contra todo eso, ocupó mucho mi tiempo. En esos años me volví una suerte de rebelde, de militante (...) Cuando termino de estudiar, me nombran profesor en una ciudad de Provence, y se produce Mayo del ’68. Y va a ser un cambio radical de mi vida, de mis concepciones y mi filosofía. Por dos razones: la primera es que participaba por primera vez en un acontecimiento positivo. Había un vínculo que se establecía entre los militantes populares y los militantes obreros; y había ideas de liberación, de emancipación, que se discutían en toda Francia. No era como la lucha contra la guerra de Argelia que era una resistencia difícil y negativa. En cambio, en este caso, era como un nacimiento, como algo que surgía, era un poco como una primavera de la vida y de la acción. La guerra de Argelia era como un invierno. Esta es entonces la primera razón, y me dio la convicción de que lo que realmente cambia la vida de la gente es cuando se produce algo que es afirmativo, aquello que propone realmente algo nuevo. Más tarde llamaré a eso un acontecimiento. En esa época lo vivía, aún no lo había nombrado. La segunda razón es que me di cuenta de que todo esto tenía también una resonancia mundial (...) Entonces intenté, filosóficamente, pensar la relación entre la acción local, Mayo del ’68, parisiense y francés, y los grandes procesos históricos, el escenario mundial. Me di cuenta de que la filosofía es también un medio para pensar al mismo tiempo lo que está a la vista, lo que se experimenta. Esto me dio una nueva idea de la relación entre filosofía y política.

–Entonces fue también una experiencia de internacionalismo.

–Fue una experiencia concreta de dos cosas fundamentales. La primera, como usted dice, la del internacionalismo, la necesidad de pensar las cosas en la mayor escala posible; y la segunda fue la relación muy estrecha entre personas de origen social muy diferente. Es decir, la barrera que existe entre los intelectuales y los trabajadores manuales, entre los obreros y los empleados, los funcionarios y el resto de la población. Todo eso se borró un poco, se demolió (...)

–¿En ese mismo período usted empieza también a discutir las ideas de Lacan?

–Sí. Todo eso empezó en el mismo momento. Lacan es muy importante por una razón que sigue siendo hoy fundamental. Filosóficamente todo eso sucede en el momento en que existe lo que se llama estructuralismo. El estructuralismo es una visión del pensamiento y de la filosofía muy vinculada con la ciencia. Es la afirmación de que es posible analizar objetivamente la situación, descubrir las estructuras; y también es la idea de que nosotros somos el resultado de estructuras; que la vida humana está estructurada, a menudo de manera inconsciente, pero son las estructuras las que le dan su sentido de estabilidad. Lacan interviene, en el ámbito del psicoanálisis, desde ese punto de vista, pero mantiene la categoría de sujeto. Y eso es decisivo. Intenta hacer una suerte de síntesis entre el pensamiento de las estructuras y la vida del sujeto. Va a decir: por supuesto, hay estructuras, pero el sujeto no se reduce a las estructuras, hay un margen de libertad, de deseo, que hace que todo no se pueda reducir a las estructuras. Y nos apasionó Lacan porque teníamos el mismo problema en política. ¿Acaso la economía, las relaciones sociales, de clase, son estructuras que determinan la acción o es posible ser un sujeto activo, práctico, que no se reduce a las estructuras sociales y económicas? Lacan nos daba herramientas para luchar contra el economicismo en política, es decir, a la idea de que la economía decide todo.

–Me imagino que esa discusión era especialmente dramática en los años ’80, en el período de la reacción y de la polémica con los nuevos filósofos.

–Por supuesto, eran los años bellos rojos, como los llamábamos. Después llegó la gran reacción de los ’80, y en esta reacción el problema fue organizar una suerte de resistencia, que era también intelectual, filosófica, en contra de las ideas reaccionarias que vuelven con fuerza. Y ése es un período de resistencia, un período difícil, de aislamiento también, porque muchos jóvenes intelectuales que se habían comprometido con el movimiento posterior a Mayo del ’68 se retiraron con posiciones totalmente reaccionarias (...) Fue necesario trabajar mucho para mostrar que una filosofía de la emancipación, de la creación de la libertad humana era posible, incluso en medio del brote reaccionario.