Alain Badiou ✆ Daniel Paz |
- Publicamos parte de una entrevista a Alain Badiou, quien reconstruye su paso por la universidad y el origen de sus ideas.
–Me gustaría empezar por una suerte de relato de sus años de formación
en la universidad, tratar de reconstruir el clima, los debates de esa época y
la influencia de sus maestros Sartre y Althusser.
–Terminé mis estudios secundarios en Provence. Nací en
Marruecos y luego mi infancia transcurrió en Toulouse, al sur de Francia.
Cuando estaba terminando mis estudios hubo dos acontecimientos importantes en
mi vida. El primero, efectivamente, fue leer a Sartre desde muy joven, y el
segundo fue el comienzo de la guerra de Argelia. Creo que hay algo como el
destino, pues desde el principio hubo una relación entre el problema político,
muy grave, entre la lucha anticolonialista y la filosofía. Esta relación entre
política y filosofía se constituyó en mi vida cuando todavía era un joven.
Luego fui a París, a la Escuela Normal Superior, donde Althusser era profesor de filosofía. El reforzó esta relación natural entre la filosofía y la política, ya que se proponía, primero, transformar el marxismo de manera filosófica, para luego influir en la política del Partido Comunista Francés. Entonces, para las primeras influencias, están Sartre y luego Althusser, las dos se dirigieron hacia un compromiso, pero estrechamente vinculado con la filosofía.
Luego fui a París, a la Escuela Normal Superior, donde Althusser era profesor de filosofía. El reforzó esta relación natural entre la filosofía y la política, ya que se proponía, primero, transformar el marxismo de manera filosófica, para luego influir en la política del Partido Comunista Francés. Entonces, para las primeras influencias, están Sartre y luego Althusser, las dos se dirigieron hacia un compromiso, pero estrechamente vinculado con la filosofía.
–¿Cómo irrumpe el acontecimiento de 1968?
–Hay que considerar también el período de los años
intermedios, pues durante todo el tiempo que estuve en la Escuela Normal
Superior estaba la guerra de Argelia. Esta guerra fue algo terrible, lo hemos
olvidado un poco. Fue de una violencia extrema, centenares de miles de jóvenes
franceses participan. Hubo torturas y violencia en las mismas comisarías
parisienses (...) Fue un período en el que asistí a la política en su forma
violenta. Me comprometí contra todo eso, ocupó mucho mi tiempo. En esos años me
volví una suerte de rebelde, de militante (...) Cuando termino de estudiar, me
nombran profesor en una ciudad de Provence, y se produce Mayo del ’68. Y va a
ser un cambio radical de mi vida, de mis concepciones y mi filosofía. Por dos
razones: la primera es que participaba por primera vez en un acontecimiento
positivo. Había un vínculo que se establecía entre los militantes populares y
los militantes obreros; y había ideas de liberación, de emancipación, que se
discutían en toda Francia. No era como la lucha contra la guerra de Argelia que
era una resistencia difícil y negativa. En cambio, en este caso, era como un
nacimiento, como algo que surgía, era un poco como una primavera de la vida y
de la acción. La guerra de Argelia era como un invierno. Esta es entonces la
primera razón, y me dio la convicción de que lo que realmente cambia la vida de
la gente es cuando se produce algo que es afirmativo, aquello que propone
realmente algo nuevo. Más tarde llamaré a eso un acontecimiento. En esa época
lo vivía, aún no lo había nombrado. La segunda razón es que me di cuenta de que
todo esto tenía también una resonancia mundial (...) Entonces intenté,
filosóficamente, pensar la relación entre la acción local, Mayo del ’68,
parisiense y francés, y los grandes procesos históricos, el escenario mundial.
Me di cuenta de que la filosofía es también un medio para pensar al mismo
tiempo lo que está a la vista, lo que se experimenta. Esto me dio una nueva
idea de la relación entre filosofía y política.
–Entonces fue también una experiencia de internacionalismo.
–Fue una experiencia concreta de dos cosas fundamentales. La
primera, como usted dice, la del internacionalismo, la necesidad de pensar las
cosas en la mayor escala posible; y la segunda fue la relación muy estrecha
entre personas de origen social muy diferente. Es decir, la barrera que existe
entre los intelectuales y los trabajadores manuales, entre los obreros y los
empleados, los funcionarios y el resto de la población. Todo eso se borró un
poco, se demolió (...)
–¿En ese mismo período usted empieza también a discutir las ideas de
Lacan?
–Sí. Todo eso empezó en el mismo momento. Lacan es muy
importante por una razón que sigue siendo hoy fundamental. Filosóficamente todo
eso sucede en el momento en que existe lo que se llama estructuralismo. El
estructuralismo es una visión del pensamiento y de la filosofía muy vinculada
con la ciencia. Es la afirmación de que es posible analizar objetivamente la
situación, descubrir las estructuras; y también es la idea de que nosotros
somos el resultado de estructuras; que la vida humana está estructurada, a
menudo de manera inconsciente, pero son las estructuras las que le dan su
sentido de estabilidad. Lacan interviene, en el ámbito del psicoanálisis, desde
ese punto de vista, pero mantiene la categoría de sujeto. Y eso es decisivo.
Intenta hacer una suerte de síntesis entre el pensamiento de las estructuras y
la vida del sujeto. Va a decir: por supuesto, hay estructuras, pero el sujeto
no se reduce a las estructuras, hay un margen de libertad, de deseo, que hace
que todo no se pueda reducir a las estructuras. Y nos apasionó Lacan porque
teníamos el mismo problema en política. ¿Acaso la economía, las relaciones
sociales, de clase, son estructuras que determinan la acción o es posible ser
un sujeto activo, práctico, que no se reduce a las estructuras sociales y
económicas? Lacan nos daba herramientas para luchar contra el economicismo en
política, es decir, a la idea de que la economía decide todo.
–Me imagino que esa discusión era especialmente dramática en los años
’80, en el período de la reacción y de la polémica con los nuevos filósofos.
–Por supuesto, eran los años bellos rojos, como los
llamábamos. Después llegó la gran reacción de los ’80, y en esta reacción el
problema fue organizar una suerte de resistencia, que era también intelectual,
filosófica, en contra de las ideas reaccionarias que vuelven con fuerza. Y ése
es un período de resistencia, un período difícil, de aislamiento también,
porque muchos jóvenes intelectuales que se habían comprometido con el
movimiento posterior a Mayo del ’68 se retiraron con posiciones totalmente
reaccionarias (...) Fue necesario trabajar mucho para mostrar que una filosofía
de la emancipación, de la creación de la libertad humana era posible, incluso
en medio del brote reaccionario.