“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

23/4/13

Según Margaret Thatcher / No existe el llamado individuo

Francesco Raparelli
  • Revertir un aforismo de la Dama de Hierro y declarar la guerra a los propietarios
Italiano
Nada mejor que los aforismos de Margaret Thatcher ejemplifican la violencia ideológica, la ofensiva patronal que, desde los años 80, nos ha llevado a donde estamos hoy. Sí, La Dama de Hierro era la voz y la protagonista política más obstinada de la feroz respuesta capitalista a la crisis de los años 60 y 70. Aforismos, que en su simplicidad (la simplificación era y es un arma), están cargados de instancias éticas, no sólo de indicaciones políticas contingentes.

Partamos del más famoso: "No existe la llamada sociedad: sólo hay individuos". Y los individuos son propietarios y productores, pero sobre todo propietarios. Nos encontramos en el origen de la ofensiva neoliberal que del Reino Unido a los EE.UU. de Reagan invade el mundo y encuentra la complacencia, la corrupción y la debilidad de las fuerzas políticas socialdemócratas y laboristas (desde Mitterand a Blair y sus epígonos italianos), derriba el muro de Berlín y compite, combinándose a veces, con aquel ultraliberalismo nacido en Alemania en 1948. La guerra a la sociedad en nombre del individuo/shareholder es, antes que nada, guerra de clases: se combate a la sociedad que se organiza coletivamente y mediante la huelga impone la reducción del horario de trabajo, rechaza las tareas repetitivas, conquista el tiempo libre y hace del salario una variable indipendente. No es casual que, tras desplegarse en las Malvinas y retomar, gracias a la shockterapia bélica, el consenso perdido en los primeros tres años de gobierno ('79-'82), la Thatcher definiese a los mineros en huelga como «enemigos internos y un peligro para la libertad».

Por tanto, libres sólo son los propietarios, libres porque desligados de todo vínculo social, competidores en libertad (bien sin leyes o sin la rigidez impuesta por las luchas proletarias). Observemos los desplazamiento que se estaban produciendo en el mundo: liberalización de los tipos de cambio (a partir de Nixon, 1971) y de los tipos de interés (a partir de Volcker, presidente de la Reserva Federal, 1979); expansión desmesurada de los mercados financieros (que significa en Londres el boom de la City); externalización de la fabricación y progresiva desindustrialización de Occidente; destrucción de los sindicatos y precarización salvaje del mercado de trabajo. Margaret Thatcher condensa en pocas palabras el cambio de época: «la igualdad es una ilusión»; aún más, «las oportunidades no significan nada si no incluyen el derecho a ser desiguales y la libertad a ser diferentes». Entones la libertad, que es la libertad de los propietarios, sólo es posible mediante la desigualdad entre ricos y pobres: el núcleo duro, sanguinario en su sinceridad, de las insensible fórmulas que hoy nos presenta la jerga de la tecnocracia.

Dos ideologías se han combinado bien con la guerra neoliberal: el pensamiento débil, que, al eliminar el sujeto de la Modernidad, no ha cesado de proponer un carnaval de diferencias sin relaciones de producción, y por tanto sin conflicto de clase; la neurociencia, que ha hecho del individuo con sus institntos (en primer lugar el lenguaje y su gramática generativa) el centro absoluto de la escena, persiguiendo, un gen tras otro, la causa natural de toda contingencia histórico-social. Es cierto que la Thatcher simplificaba pero simplificando iba dejando muertos en el camino, porque la simplificación, como decíamos, la misma que ha hecho de la Historia, en las escuelas medias y superiores inglesas, materia facultativa, se ha convertido en un arma implacable.

Con la muerte de la Dama de Hierro resulta sensato replantearse la máquina asesina neoliberal. Más hoy que esta máquina asesina, a pesar de la crisis económica impuesta al mundo entero a partir de 2007, continua actuando sin parar. Y si en los años 80 y 90 se acompañaba con la utopía del «capital humano» y el autoemprendimiento, en la catástrofe en que estamos inmersos el dispositivo neoliberal ha reconquistado, materialmente y en el léxico, la violencia de la «acumulación originaria». No existe un renovado keynesismo que consiga mantener a raya la violencia de la guerra capitalista contra la sociedad, la cooperación inteligente, las fuerzas productivas. En la Europa ultraliberal, en particular en los PIIGS, esta guerra se da diariamente ante nuestra mirada, consume nuestras vidas precarias, mileuristas, en el miedo a no llegar a fin de mes, en el horror del paro.

Volviendo al principio, revertir el aforismo thatcheriano: no existe el llamado individuo. Ocuparse seriamente, materialistamente, de la ontogénesis significa comprender que somos ante todo sociales, inmersos de inmediato en una densa trama de relaciones afectivas sin las cuales no sobreviviríamos. Lo que importa, realmente lo único que importa, es el común, la dimensiónpreindividual, emotiva y linguística, dentro de la cual el individuo, como emergencia temporal y siempre cambiante, hace su aparición de vez en cuando. El nuestro es un pensamiento verbal, la lengua histórico-natural que lo organiza viene de fuera, no es fruto de nuestra genial invención. Nuestros afectos testimonian que las relaciones nos preceden, nos constituyen. Y el común son las formas de cooperación social, hitóricamente determinadas, que hacen posible la reproducción de nuestra vida. No existe el individuo, existen concatenaciones colectivas y variaciones singulares.

La propiedad capitalista, en este sentido, es un robo, es siempre destrucción del común, mando parasitario de la cooperación productiva, hoy resultado inteligente de las máquinas linguísticas. Mando que, a la altura de la crisis global, expresa y ejecuta su fuerza cada vez más a través de las finanzas y el endeudamiento, mejor dicho, a través de la potencia de fuego de la renta, redefine la medida de la explotación, renovando la pobreza y la desigualdad. La guerra que, en la catástrofe, el capital ha puesto en marcha contra los pobres será todavía muy larga y sanguinaria. Resistir a la guerra de clase significa, en primer lugar, reconquistar el común, como premisa y puesta en juego de la praxis, contra el individuo, el merito, la competición, la desigualdad. La potencia de los pobres es su capacidad común de producir el mundo mediante la cooperación, en el uso libre de los conocimientos, de los espacios y de las actividades, en la igualdad.

Los movimientos que están luchando contra la barbarie neoliberal han puesto en el centro de su práctica el común; en la reapropiación de la ciudad y de los saberes, ahora se trata de apropiarse de la riqueza. Ejercicio del común quiere decir ofensiva precaria contra la explotación y por la renta social.