“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

24/5/13

Walter Benjamin y su visión del tiempo

Rafael Castaño Rendón

Desde la ilustración, existe el tiempo homogéneo del progreso. Ya Walter Benjamin, en el período de entreguerras, nos mostró como la idea de tiempo había hecho que no se entendieran los movimientos fascistas y les permitió la victoria. Fueron considerados hechos pasajeros en el continuum del tiempo de la historia. Se ha dicho que nada ha perjudicado tanto a la izquierda como el hecho de pensar que tenemos el progreso y la historia de nuestra parte. Esta concepción ha sido criticada tanto por Benjamin como por el Lukács de “Historia y Consciencia de clase”.

Como antes había hecho Lenin en la práctica, en los años sucesivos, Gramsci, Lukács, Korsch, Benjamin, trataron de romper con este tiempo homogéneo y que avanza, para permitir que en él pueda aparecer el hecho de la revolución, que es la ruptura de su continuidad, acabando con la cotidianeidad (me llega al vuelo aquella magnífica definición de Lenin: "La Revolución es el día de  fiesta del oprimido"). En la revolución, el tiempo se hace coágulo, aparece un punto de discontinuidad y hace posible lo imposible. El tiempo progresivo, continuo, mecánico, el del reloj y antibiológico,  nos mata.

Luchamos contra el futuro porque, ni ontológica, ni epistemológicamente, existe. “El ángel de la historia” de Walter Benjamin, en una imagen que recoge a partir del pintor Paul Klee, “mira hacia atrás”.

Individualmente, sólo cuando nos apropiamos momentos de nuestro pasado, cuando nuestra mente los rehace y revive, podemos vivir otra vez, continuar. Recuperar aquel momento de  nuestra vida que vivimos y donde se nos dio la posibilidad de actuar, la luz que un día se encendió en nuestras vidas, nos alumbró y se volvió a apagar.  En un impresionante artículo sobre Benjamin, Stefan Gandler nos cuenta esta reveladora escena de una película de Lanzmann:

“En Shoah, Lanzmann hace regresar por un momento a un entrevistado a su antigua profesión de peluquero, sólo para entrevistarlo en esta situación, mientras corta el pelo a un señor. Lanzmann le pregunta sobre los recuerdos de su estancia en un campo de exterminio nacionalsocialista. Le hace recordar y contar, cómo cortó el pelo de las mujeres, instantes antes de que entraran a la cámara de gas, a veces incluso dentro de la misma, antes de que cerraran las puertas. Le hace recordar esto, justo cuando repite el acto de cortar el pelo a un humano, y él cuenta cómo fue, cuando otro estilista a su lado tenía que cortar el pelo a mujeres muy cercanas y quiso morir con ellas. Esta interrupción del continuum de la historia, abarca incluso al espectador, que pierde por un instante, aunque sea mínimo, la sensación del tiempo como homogéneo e infrenable, y se le abre un espacio para ver algo en el pasado como si fuera hoy, en este momento.”