El neoliberalismo de los años 80-90 sumó a
varios mandatarios de la
denominada Tercera Vía como Tony Blair o Felipe González. Provenían del keynesianismo de posguerra y del reformismo socialdemócrata, pero
asumieron el discurso conformista que proclamó el ocaso de la ideología, la
extinción de la era industrial y la obsolescen- cia de la lucha de clases.
Postularon una mirada socio-liberal y repitieron los mensa- jes privatistas, silenciando
los monumentales desequilibrios creados por la desregula- ción de la economía. Los teóricos de este giro asumieron una
reivindicación pragmá- tica del capitalismo. Presentaron la globalización como un
rumbo inexorable que exigía mayor apertura, eficiencia y competitividad. Pero ocultaron
el atropello a las conquistas sociales que introducía este curso[1].
El
escenario de la involución
En gran parte de América Latina este período
correspondió a la transición de las dictaduras a los regímenes constitucionales.
Este pasaje fue negociado por las cúpu- las militares y los partidos políticos
tradicionales. Los autores que se aproximaron al social-liberalismo justificaron esos pactos, realzando su conveniencia para gestar procesos de soberanía y
democratización. Eludieron analizar cómo esos compromisos generaban sistemas
políticos maniatados y subordinados a los acreedores [2].
Esos condicionamientos afloraron en los años
80-90 cuando la crisis de la deuda masificó la miseria y pulverizó la estabilidad del constitucionalismo. Allí
se verificó el carácter opresivo de las “democracias
excluyentes” forjadas en los años previos. Esos regímenes convalidaron el
empobrecimiento popular y consumaron una gran transferencia de ingresos a favor
de los banqueros.
Estos regresivos efectos fueron minimizados
por los autores que promovieron los acuerdos de transición pos-dictatorial.
Suponían que el constitucionalismo abriría las compuertas del bienestar,
desconociendo las consecuencias de perpetuar estructuras económico-sociales
inequitativas y adversas al desarrollo. Concentraron sus estudios en la
temática institucionalista evitando cualquier referencia a la desigualdad, a
los intereses de clase o a la explotación capitalista. Sólo difundieron miradas
conservadoras para apuntalar el orden vigente[3].
Inspirados en el modelo de la transición
española, los dirigentes del Partido Socialista de Chile implementaron el esquema
más acabado de esa estrategia. Pactaron el sostenimiento de la Constitución pinochetista
y compartieron el gobierno de la Concertación. Ese curso se convirtió en el
arquetipo de una administración socio-liberal. Promovieron el libre-comercio,
la flexibilización laboral y la privatización de la educación.
El social-liberalismo fue también auspiciado
por algunas versiones de origen euro-comunista. Recurrieron a la autoridad de
Gramsci para destacar la conveniencia de forjar sociedades civiles cimentadas
en la influencia cultural de los trabajadores. Sostuvieron que este proceso
permitiría suavizar las normas coercitivas del estado y contrarrestar la
preeminencia del mercado, a través de un consenso de largo plazo entre el
proletariado y la burguesía.
Pero la experiencia posterior demostró que las
clases dominantes no comparten el poder. Sólo cooptan a ciertas capas de origen
popular utilizando las prebendas del estado. Se demostró que los espacios
gestionados por los asalariados distan mucho de reproducir la paulatina
conquista del poder que consumó la burguesía bajo el feudalismo. Los
trabajadores no acumulan riquezas, no controlan empresas, ni administran
bancos. Por estas razones tienen obstruida la reiteración del camino que históricamente
transitaron los capitalistas. Antes de asumir el control del estado esa clase
se convirtió en acreedora de los gobernantes y dueña del poder económico[4].
El socio-liberalismo hizo suyos todos los conceptos de la Tercera Vía,
la transición pactada y el gramscismo social-demócrata. Con ese arsenal teórico
escaló posiciones en los estados, la academia y los círculos de poder de
América Latina. Varios autores provenientes del marxismo
se transformaron en voceros de un enfoque complementario del neoliberalismo
tradicional.
La defensa del modelo derechista ya no quedó
restringida sólo a Mario Vargas Llosa, Carlos Rangel o Alberto Montaner. Tres
figuras de la izquierda intelectual como Fernando Henrique Cardoso, Jorge
Castañeda y Juan José Sebreli sumaron su voz a este campo.
Estos tres autores se embarcaron en el giro
derechista fascinados por la globalización. Elogiaron las ventajas del mercado
y exaltaron las virtudes del capitalismo. Cuestionaron frontalmente la Teoría
de la Dependencia y rechazaron todos los resabios culturales del “setentismo”.
Esta involución sintonizó con una concepción afín a las tradiciones librecambistas
de las elites latinoamericanas.
El
itinerario de Cardoso
Fernando
Henrique Cardoso ha sido el principal exponente de las mutaciones
socio-liberales en América Latina. Se consagró como inspirador de la Teoría de
la Dependencia y terminó como instrumentador de las grandes reformas
reaccionarias de las últimas décadas.
Comenzó su gestión presidencial (1995-2002) anunciando
que “olvidaba todo lo escrito en el pasado”. Posteriormente argumentó que un
“político no puede actuar como intelectual”. Con este viraje el afamado crítico
a la dependencia puso en marcha el mayor proceso de desnacionalización
económica de Brasil [5].
Cardoso fue
un importante artífice de la transición pos-dictatorial. Durante ese período
anticipó el pragmatismo que signaría su gestión neoliberal. La concertación con
los gobiernos militares preparó su resignación frente al capitalismo
globalizado. Difundió la creencia que ese tipo de amoldamientos conducía al
bienestar social.
Este intelectual trabajó en un conocido centro
de estudios (CEPBRAP) y en el partido político que negoció los pactos con la
dictadura (MDB). En esa época postuló que el desarrollo de Brasil requería una
estrecha asociación con grandes empresas extranjeras. Propiciaba
“internacionalizar el mercado interno” mediante la apertura comercial al mundo.
Fue muy hostil al proteccionismo y al modelo de CEPAL de industrialización
basada en el intervencionismo estatal. Encabezó una escuela sociológica en Sao
Paulo con raíces cosmopolitas muy próximas al liberalismo [6].
Posteriormente Cardoso coronó su regresión
adoptando posiciones explícitamente derechistas. Encubrió esta conducta con
argumentos de defensa de las administraciones “republicanas” frente a los
gobiernos “populistas”. Ubicó en el primer campo a los mandatarios conservadores
y en el segundo a los presidentes en conflicto con el establishment.
Esta actitud actualmente incluye un giro
pro-norteamericano y una furibunda oposición a cualquier manifestación de lucha
popular. Cardoso participa en todas las campañas regionales “contra el
autoritarismo”. Advierte especialmente esta desgracia en Venezuela, Bolivia o
Cuba y enaltece el rumbo opuesto de Colombia o México.
Este contraste ilustra hasta qué punto asimila
el denostado populismo con las reformas sociales, la participación popular o la
resistencia antiimperialista. También confirma que su ideal republicano presupone
la represión de la protesta.
Su mensaje es propagado por los medios de
comunicación dominantes que propician acciones golpistas contra Venezuela,
embargos contra Cuba o provocaciones contra Bolivia. Cardoso es un promotor
activo de esas medidas desde el lobby belicista que comparte con otros 55 ex
jefes de estado (“Club de Madrid”). Un intelectual que inició su carrera
analizando la dependencia cierra su ciclo vital en un reducto de la reacción [7].
Una
dependencia invertida
Cardoso abjuró de todas la visiones críticas que
expuso en un difundido libro sobre la dependencia. En su viraje neoliberal
reinterpretó ese texto como una polémica con las teorías del subdesarrollo, que
sobre-dimensionan los efectos de la inserción periférica de América Latina.
Señaló que esa restricción no impedía el crecimiento y pulió su viejo texto de
cualquier connotación antiimperialista [8].
En los años 80 divulgó una versión más conservadora
de esa teoría en frontal oposición a las vertientes marxistas de la dependencia
(Marini, Frank, Dos Santos). Esta mirada se amoldó al liderazgo que asumió en
los procesos de transición pactada con las dictaduras [9].
Mediante la revisión de su propia teoría Cardoso edificó el puente con
el neoliberalismo. Estimó que su versión inicial de la dependencia sólo
implicaba caracterizaciones del desarrollo, como sucesivos procesos de
asociación de los capitalistas locales con las empresas foráneas. Contrapuso
ese enfoque con las visiones más corrientes, que resaltaban los obstáculos al
desenvolvimiento latinoamericano generados por esos acuerdos.
En esta reelaboración Cardoso transformó su descripción inicial de un
modelo burgués asociativo en una reivindicación de ese curso. Ya no se limitó a
trazar un retrato histórico del desarrollo regional impulsado por el capital
extranjero, sino que tomó partido por ese camino. Una interpretación
confusamente afín al ideario liberal se transformó en un proyecto favorable a
ese rumbo.
En el clima contestatario de los años 60 Cardoso había quedado
erróneamente identificado como un crítico de la dependencia, cuando en realidad
ya exponía una tesis opuesta a esa visión. No sólo rechazaba la interpretación
del atraso regional como resultado de la dominación colonial-imperialista, sino
que sugería exactamente
lo contrario.
Cardoso
destacaba la existencia de un desarrollo resultante de esa dependencia, como
consecuencia del ingreso de empresas foráneas a los mercados latinoamericanos.
En la década del 80 dejó atrás el tono confuso de sus postulados y explicitó la
conveniencia de profundizar la extranjerización de la economía mediante
políticas neoliberales.
La
ambigüedad inicial de Cardoso sintonizaba con su resistencia a explicitar
alguna teoría de la dependencia. Prefería encarar un análisis acotado a
“situaciones concretas de dependencia”. También objetaba los diagnósticos de
CEPAL que proponían emerger del subdesarrollo mediante modelos de sustitución de
importaciones.
Cardoso
realzaba la existencia de una vía opuesta hacia el crecimiento, basada en entrelazamientos
con inversores externos y en la gestación de una clase media con creciente
poder de compra. Presentaba el despunte el Sudeste Asiático como un ejemplo de
ese sendero [10].
Estas ideas
fueron ponderadas por muchos analistas como correctivos del enfoque
estructuralista sin advertir su estrecha conexión con el credo neoliberal. Ese vínculo estaba opacado por el léxico crítico que utilizaba Cardoso, para presentar
una teoría de la no dependencia bajo el rótulo de la dependencia.
Sus
planteos iniciales tampoco quedaron esclarecidos en la polémica que encaró
contra las vertientes marxistas. Se enredó en una maraña de acusaciones contra un
“estancacionismo” económico que jamás exhibieron sus adversarios. En este
flanco la real discrepancia giraba en torno a la definición de la dependencia,
como una condición estructural de la jerarquía imperialista mundial o como una
situación meramente pasajera, en el fluido escenario del capitalismo global.
Cardoso postulaba este segundo enfoque anticipando su posterior deslumbramiento
por la globalización[11].
La trayectoria de este personaje es un ejemplo extremo de las paradojas
que han rodeado a muchos intelectuales latinoamericanos. Un adversario acérrimo
de la soberanía nacional y de las luchas sociales mantuvo durante décadas una
aureola de pensador crítico y sorprendió a muchos con su opción por el
neoliberalismo.
Pero esta involución no expresó sólo una adaptación a las vientos regresivos
de la era thatcherista. Las teorías de Cardoso siempre estuvieron imbuidas de
razonamientos próximos al liberalismo. Esta familiaridad quedó explicitada
cuando el contexto externo permitió transparentar esos vínculos.
La mutación de Castañeda
El mexicano Castañeda
ingresó en la vida política como militante comunista, postulando una estricta
defensa de los puntos de vista de clase en las discusiones teóricas sobre la
dependencia. Esa trayectoria quedó abruptamente modificada por un viraje
conservador que lo condujo al gobierno derechista de Fox. Como secretario de
Relaciones Exteriores asumió
una fanática defensa del libre-comercio y reivindicó las virtudes de una
alianza con Estados Unidos[12].
Esta involución se consumó con furibundos
cuestionamientos a toda la izquierda. Abjuró de la revolución y propuso
abandonar el proyecto socialista. Auguró el éxito del capitalismo, previó el
declive de la rebelión popular, pronosticó un “futuro sin marxistas” y
consideró agotada la trayectoria de la revolución cubana[13].
Este réquiem a la rebeldía social fue
curiosamente expuesto al comienzo de la crisis del neoliberalismo, en pleno
retroceso de los gobiernos conservadores y en el debut de grandes
levantamientos. Sus elogios al libre-comercio contrastaron con el fracaso del
ALCA y su fascinación por Estados Unidos chocó con la pérdida de iniciativa del
Departamento de Estado.
Castañeda anunció el fin de la protesta
popular en coincidencia con el “caracazo” y poco antes de la sublevación
zapatista. Detectó gran pasividad entre los oprimidos cuando se preparaban las
grandes rebeliones de Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. También su
celebración de las ideas conservadoras chocó con la reactivación del
pensamiento de izquierda.
El intelectual mexicano no sólo postuló el
carácter inmutable del modelo neoliberal en contraposición a los horizontes
anticapitalistas. Rechazó toda posibilidad de cambio del orden vigente y
concentró sus expectativas de desarrollo latinoamericano en los Tratados de
Libre Comercio. Por eso propuso perfeccionar esos convenios mediante una
diplomacia de presión, en el universo de lobbies que rodean al Congreso
estadounidense[14].
Castañeda se desempeñó como ministro del
gobierno más pro-imperialista de la historia mexicana reciente. Al igual que Cardoso
arremetió contra la influencia del “populismo nacionalista” (Venezuela) y
ponderó la benéfica acción de la “izquierda moderada, globalizada y pragmática”
(Chile)[15].
Este contrapunto ha sido un repetido argumento
de la prensa conservadora. Castañeda retomó la misma prédica subrayando el
carácter intrascendente de la ideología contemporánea. Estimó que un voto de
izquierda carece de significado distintivo frente a su equivalente de derecha.
Señaló que ambas posturas han perdido relevancia ante las conductas prácticas que
asumen los individuos[16].
Pero esta visión es incompatible con su
continuada actividad como escritor y propagandista de los valores del status
quo. Si esos mensajes ya no cuentan; ¿Por qué tanto empeño en su difusión?
Declarando el fin de las ideologías, Castañeda postuló la muerte del
pensamiento crítico y la vigencia de las teorías que convalidan el orden
vigente. Supuso que su propia involución política era un rasgo compartido por
toda la sociedad.
Por eso imaginó un futuro contemplativo de
clases medias ascendentes y satisfechas con el escenario latinoamericano. Esta
mirada refleja su distanciamiento de los padecimientos populares que
periódicamente desatan rebeliones sociales. Esos levantamientos sorprenden y
desmienten al ex marxista.
Uniformidad global
continuada
Al igual que Cardoso, Castañeda afianzó su concepción neoliberal a
través de una dura polémica con la Teoría de la Dependencia. Primero expuso su
rechazo con severos argumentos marxistas de preeminencia del razonamiento de
clase. Posteriormente mantuvo la misma objeción con fundamentos neoliberales.
En ambos períodos recurrió a planteos muy simplificados.
Castañeda
cuestionó inicialmente la familiaridad de la Teoría de la Dependencia con la ideología burguesa y la problemática desarrollista. Criticó su alejamiento
de la temática de la explotación y consideró que el dependentismo divorciaba el
análisis de las sociedades latinoamericanas de la extracción de plusvalía,
mediante estudios altamente concentrados en las deformaciones del capitalismo
periférico. Destacó que los mecanismos de expropiación del trabajo debían ser
realzados como los únicos patrones explicativos de la dinámica socio-económica.
Señaló que al enfatizar la sujeción externa de la región, el dependentismo perdía
de vista la primacía analítica de la explotación[17].
Pero
estos planteos ya indicaron una mirada reductiva, que en cierta medida explica
la atracción posterior que ejerció el reduccionismo neoliberal sobre su
pensamiento. El capitalismo no se limita a operar como un sistema de extracción
de plusvalía. Esa confiscación es el eje de numerosas
contradicciones, que enlazan la explotación económica con mecanismos de
dominación política, racial o nacional. Para comprender este complejo
funcionamiento del sistema es necesario jerarquizar el análisis de esta
variedad de desequilibrios sin oponerlos entre sí.
Castañeda no sólo optó por esa contraposición.
Objetó cualquier indagación complementaria de la apropiación general de
plusvalía y criticó a los teóricos como Marini, que estudiaban las formas
específicas de superexplotación en la periferia. Los acusó de omitir la
centralidad de la confrontación clasista[18].
Pero desconoció que las investigaciones
impugnadas apuntaban a clarificar la complejidad que asumen las formas de explotación
en las regiones subdesarrolladas. Los teóricos marxistas de la dependencia percibían
la existencia de modalidades de sujeción diferenciadas entre economías
centrales y periféricas, en oposición al principio de uniformidad postulado por
su crítico. Posteriormente Castañeda transformó esta idea de equivalencia entre
los distintos países en una justificación de la globalización.
En su etapa inicial de ultra-marxismo el
intelectual mexicano también cuestionó el “economicismo” de la Teoría de la
Dependencia. Consideró que ese defecto conducía a desvalorizar las
caracterizaciones políticas y la intervención en la lucha de clases.
Con el paso del tiempo Castañeda eliminó esta
significación de las batallas clasistas, pero mantuvo la primacía asignada a la
esfera política, como excluyente instrumento para mejorar el funcionamiento de la
sociedad. Consideró que esa órbita de acción es auto-suficiente y permite prescindir
de complementos radicales en el plano económico-social. Dedujo que el mantenimiento
del sistema capitalista no obstruye los cambios progresistas, si se acierta en
el camino político para lograr esos avances.
Al igual que Cardoso, Castañeda objetó un
inexistente “estancacionismo” económico entre sus adversarios (Marini, Dos Santos)
y a partir de esa crítica resaltó las grandes potencialidades del capitalismo.
Aunque inicialmente pretendía destacar las múltiples contradicciones de este
sistema, en los hechos desatendió esos desequilibrios para ponderar la pujanza
de este modo de producción. Siguiendo esa pista se deslizó hacia el elogio de la
mundialización neoliberal[19].
Castañeda desechó todas las obstrucciones al
desarrollo latinoamericano que la Teoría de la Dependencia observaba en la
sujeción financiera, tecnológica o comercial. Remarcó la irrelevancia de esos
lazos de subordinación.
También relativizó las diferencias entre
potencias y países periféricos e incluso postuló que el imperialismo es un rasgo
compartido por múltiples países. Supuso que opera por igual en economías centrales
(Estados Unidos, Francia, Inglaterra) y en formaciones intermedias (como
México, Brasil, Irán o Corea del Sur)[20].
Partiendo de esta equivalencia objetó
cualquier demanda antiimperialista, planteo de soberanía o crítica a la
expoliación de los recursos latinoamericanos por parte de las empresas
transnacionales. Esta descalificación expuesta en nombre de un socialismo
planetario se transformó luego en globalismo neoliberal.
La reconversión de Sebreli
A diferencia de Cardoso y Castañeda, el argentino
Sebreli adoptó el neoliberalismo como proyecto exclusivamente intelectual.
Absorbió paulatinamente este planteo junto a otros ex marxistas, que
redescubrieron las virtudes de la democracia burguesa durante la transición
pos-dictatorial que lideró Alfonsín. Su visión se distingue por la descarnada
exposición de las tesis socio-liberales. No ensaya ningún atenuante para
justificar su adscripción a estas propuestas.
Sebreli nunca alcanzó la influencia lograda
por el ex presidente brasileño o el ex ministro mexicano. Pero expuso la
concepción socio-liberal con mayor amplitud que sus colegas. Incursionó en
todas las esferas de ese pensamiento e intentó una ambiciosa exposición de sus
fundamentos. Por esta razón conviene evaluar con atención todas las aristas de
su enfoque.
Al igual que Castañeda, el escritor argentino
sustituyó la defensa inicial de formas incontaminadas de socialismo por un
crudo extremismo liberal. Reemplazó sus críticas a las desviaciones populistas de la izquierda por una reivindicación del
mercado y un apasionado elogio de Occidente[21].
El rechazo de Sebreli a la insuficiente
radicalidad del tercermundismo se convirtió en explícita defensa de la
mundialización neoliberal. Este giro cuenta con numerosos antecedentes en la
historia latinoamericana. Ha sido una regresión repetida por distintos
intelectuales desde la revolución mexicana hasta la actualidad[22].
Ese tránsito fue particularmente intenso entre
los dirigentes socialistas afines a la tradición librecambista que inauguró el
argentino Juan B. Justo. Se distanciaron de la protesta popular y sólo conservaron
las referencias al socialismo en el campo de la cultura. Esta evolución estuvo
signada por la adopción de una extraña variedad del marxismo, tan reacia a la beligerancia popular como hostil a cualquier convergencia
con el nacionalismo revolucionario.
El devenir de Sebreli se inscribe en este
legado y actualmente incluye intensas cruzadas a favor de los gobiernos
derechistas. Ha transformado su disgusto con el caudillismo en una diatriba
contra el populismo. Identifica ese tipo de acción política con el fascismo de
masas. Mediante ese paralelo reaviva la vieja idealización de la democracia (equivalente
a Estados Unidos) y de la república (equiparada con gobiernos conservadores)[23].
Pero esa mirada invierte la realidad de
América Latina al detectar fascismo en Chávez o en Evo y no en Uribe o en los
golpistas de Honduras y Paraguay. Los militantes que resisten las provocaciones
mafiosas son acusados de promover la violencia y los causantes de repetidas
sangrías son exculpados de sus crímenes.
Sebreli ya no logra distinguir lo más básico
del posicionamiento político. Confunde al agresor con el agredido y al fascista
con el antiimperialista. Padece una fuerte alergia a cualquier indicio de intervención
popular. Se irrita especialmente con las “multitudes”, olvidando que las masas
son protagonistas centrales de cualquier transformación social.
El pensador argentino ha dejado atrás el
socialismo de salón para expresar su enemistad con el populacho, desde los
diarios tradicionales de la oligarquía. Al igual que Cardoso y Castañeda
recuperó su matriz liberal, sepultó su incursión por el marxismo y retomó los
valores de la intelectualidad conformista.
Dependencias
diluidas
El recorrido seguido por Sebreli desde el
purismo marxista hasta el social-liberalismo extremo incluyó una crítica
virulenta a la Teoría de la Dependencia. Consideró que esa concepción carecía
de sustento político por su estrecha ligazón con planteos emotivos. Estimó que
todas las demandas de liberación nacional habían perdido sentido en un
escenario de países con independencia política ya consumada[24].
Pero ese cambio de status derivado de
victorias anticoloniales nunca fue desconocido por el marxismo
antiimperialista. Esta visión simplemente evitó la fantasía de colocar en un
mismo plano a todos los países que comparten el atributo de la soberanía formal.
Esta igualdad es cotidianamente violada por
las potencias imperialistas que dominan el tablero mundial. Basta observar como
la independencia de Grecia es mancillada por los acreedores alemanes o de qué
forma la soberanía de Honduras ha sido desconocida por los golpistas de la
embajada estadounidense. La misma violación instrumentan las tropas francesas
que se despliegan por Costa de Marfil. Este desconocimiento de soberanías se verifica
justamente en países que ya dejaron atrás su condición colonial.
Ignorando
estas realidades Sebreli estimó que el propio concepto de subdesarrollo había perdido sentido en un mundo diversificado y signado
por distintas situaciones de crecimiento en la periferia o estancamiento en el
centro[25].
Con esta mirada tendió a uniformar al planeta
por la simple complejidad de contextos, sugiriendo que en la intrincada red de
conexiones actuales “todos dependen de todos”. Como no aportó ningún criterio
para definir jerarquías, tampoco introdujo conceptos para explicar por qué
razón Estados Unidos goza de un status tan diferente a Honduras. Simplemente
retomó la mitología de la equivalencia que difunde el neoliberalismo
contemporáneo.
Sebreli invalidó también la dependencia con argumentos
históricos, afirmando que el desarrollo desigual nunca obedeció a la
explotación de las colonias. Destacó que hubo imperios que decayeron (España,
Portugal, Turquía) y países que se desarrollaron luego de haber sido colonias
(Estados Unidos, Australia, Canadá). Señaló que otras naciones no tuvieron posesiones
externas (Suiza) y muchas se desarrollaron con sujeción política (Noruega,
Nueva Zelandia) [26].
Con
esta presentación de especificidades históricas
sugirió que el crecimiento de las distintas economías, siempre estuvo divorciado
de su relación con otros países y dependió por completo de méritos o
desaciertos internos.
Pero esa interpretación confunde trayectorias
iniciales específicas de cada país con el devenir del sistema mundial. Lo
ocurrido en las etapas de menor desarrollo del capitalismo resulta insuficiente
para entender el entrelazamiento internacional posterior de todas las economías.
La variedad de cursos seguidos por los distintos países no desmiente la
consolidación contemporánea de una estructura imperial polarizada.
Las
fuerzas productivas como justificación
La hostilidad de Sebreli hacia la Teoría de la
Dependencia se basa en una concepción del desarrollo histórico muy afín al
positivismo de la vieja socialdemocracia. Los teóricos de la II Internacional
identificaban el progreso de la sociedad con la maduración de las fuerzas
productivas. Suponían que ese desarrollo conduciría a cierto bienestar bajo el
impulso de la competencia capitalista. Observaban esa pujanza como una
condición insoslayable para el futuro socialista[27].
Sebreli compartió plenamente ese enfoque,
remarcando que los países subdesarrollados debían alcanzar un desenvolvimiento equiparable
a los avanzados, antes de embarcarse en proyectos de igualdad social. Estimó
que las economías centrales precedían a las periféricas, definiendo el curso a
seguir durante un largo período previo al intento socialista[28].
Esa mirada utilizaba la terminología del
materialismo histórico para exponer una teoría del progreso muy semejante a la
visión liberal. Afirmaba que ciertos motores económico-sociales empujan a la
sociedad hacia estadios más provechosos, siguiendo una direccionalidad
preestablecida.
Ese enfoque sólo actualizaba el generador del
impulso progresista. En lugar del espíritu hegeliano, la clarividencia de la
razón o la mano invisible de Adam Smith subrayaba el impulso de las fuerzas
productivas. Esta categoría era observada como un instrumento de gran potencialidad
autónoma para modernizar los modos de producción.
Frecuentemente esta visión objetivista era
presentada con una norma auto-evidente, que no que requería mayores
evaluaciones. Se soslayaba la inconsistencia de un planteo que reduce todo el
movimiento histórico al comportamiento de cierta variable. Omitía la enorme
complejidad de la evolución social y su estrecha dependencia de acciones
humanas. Desconocía que los antagonismos sociales y las luchas políticas han
jalonado el curso efectivo de la historia.
La fascinación con las fuerzas productivas
retrató el deslumbramiento del marxismo liberal con el desarrollo capitalista. Elogiaba
el crecimiento y evaluaba los sufrimientos de los oprimidos como un precio a
pagar por las mejoras del futuro. La explotación era vista como una desventura
que el propio sistema tendía a morigerar, a través de reformas sociales.
Este razonamiento fatalista conducía a
propiciar modelos de crecimiento acelerado, para permitir la aproximación de
América Latina a los países avanzadas. Convergía con la teoría metropolitana
del desarrollo y con sus recetas para afianzar la maduración del capitalismo
regional.
El principal corolario de este esquema era la
desvalorización o el explícito rechazo de la lucha social. Sebreli oscilaba entre
cuestionar la irrelevancia y la nocividad de esa acción. Consideraba inútiles las
luchas zapatistas durante la revolución mexicana, señalando la inviabilidad de
sus metas agrario-comunales. Con el mismo razonamiento descalificaba a todos los
movimientos guerrilleros posteriores de la región, objetando su afinidad con
utopías ruralistas[29].
Esta mirada era el calco de las posturas conservadoras
que siempre despreciaron la intervención de las masas, identificándolas con la
ignorancia o la obstrucción del progreso. En las visiones más benévolas, esas
resistencias sociales eran observadas como actos motivados por creencias
primitivas.
Pero este enfoque implícitamente supone que la
historia se desenvuelve mediante un proceso dual de avance de las fuerzas productivas
y sometimiento de los pueblos. No registra que este patrón de opresión
contradice cualquier esperanza de emancipación. Si se progresa con desgracias
para las mayorías y beneficios para las minorías: ¿Cuál es el saldo positivo del
pasaje hacia estadios sociales más avanzados?
La respuesta del marxismo liberal era muy
semejante a un comodín repetido por todos los opresores: los sufrimientos de
hoy permitirán gozar de los beneficios del mañana. Pero en la mirada del
positivismo socialdemócrata ese porvenir tampoco era imaginable, puesto que el
mandato de las fuerzas productivas exigía siglos de capitalismo antes de cualquier
desemboque igualitarista. Estos irresolubles enredos condujeron a un abandono
de todas las referencias al socialismo y a una explícita reivindicación del capitalismo
liberal.
El enfoque de Sebreli desconoce que la
progresividad de los acontecimientos históricos no debe evaluarse con
parámetros de crecimiento, inversión o innovación tecnológica. Este avance
radica en la experiencia de lucha acumulada por los oprimidos. Ese legado
sedimenta la memoria de sucesivas generaciones que heredan tradiciones de
resistencia, afianzando los niveles de conciencia requeridos para los proyectos
de emancipación[30].
Sólo este proceso permite generar idearios
pos-capitalistas. El motor de la historia es una búsqueda de caminos para
erradicar los sufrimientos de los explotados y se ubica en las batallas
encaradas por todos los artífices de la acción popular: plebeyos, campesinos,
desamparados, obreros.
Es cierto que la efectividad inmediata de esta
resistencia es superior cuando es asumida por sectores con mayor gravitación
económico-social (como la clase obrera). Pero las esperanzas de emancipación
son comunes y la gestación de ideas para alcanzar ese objetivo es un proceso
nutrido por todas las experiencias de lucha.
Por estas razones los socialistas consecuentes
siempre se han ubicado junto a los desposeídos. Optaron por ese lugar antes de
elucubrar cualquier razonamiento sobre el rol de las fuerzas productivas. Sólo
esta actitud es congruente con un proyecto anticapitalista. Al desechar este
terreno Sebreli sembró las semillas de su propia evolución hacia el derechismo
neoliberal.
Tradiciones
de resistencia
Con sus tesis fatalistas de las fuerzas productivas
Sebreli definió cuales eran las sociedades que merecían sobrevivir y
desaparecer en el curso de la historia. Sitúo a las sociedades pre-colombinas
en el destino de extinción y estimó que las rebeliones indígenas del siglo XVI estaban
condenadas al fracaso[31].
Con esta caracterización repitió las leyendas difundidas
por todos los vencedores, para presentar sus victorias como desemboques inexorables.
Ese argumento fue utilizado para justificar las masacres perpetradas de los
pueblos originarios. Siempre se resaltó la inviabilidad de los sistemas caídos
y la progresividad de sus reemplazantes. Pero este planteo contradice igualmente
las centurias de estancamiento que sufrió la región. La destrucción de
sociedades pre-colombinas nunca fue sinónimo de despegue económico.
Como el social-liberalismo se ubica en un
campo adverso a los oprimidos, no puede registrar el legado que dejaron las
batallas de los pueblos originarios por su supervivencia. Esa resistencia
perduró, forjó una tradición y terminó pavimentado, por ejemplo, las conquistas
democráticas actualmente logradas en Bolivia.
La valoración de la historia con el patrón
objetivista de las fuerzas productivas, simplemente supone que el ganador
estaba predestinado a vencer. Con ese criterio de finales predefinidos, Sebreli
presenta a las civilizaciones precolombinas como un terreno baldío y
administrado por teocracias sanguinarias. Afirma que su declive era inevitable
frente a la superioridad de los conquistadores. Considera que en el conflicto
entre dos sistemas sociales siempre triunfa el más avanzado[32].
Pero esta mirada no aporta interpretaciones
sino simples convalidaciones de lo ocurrido. Cortes era mejor que Moctezuma,
los piratas británicos dejaron atrás a los virreyes españoles, los
terratenientes criollos superaban a los gauchos y los financistas
estadounidenses eran más virtuosos que los campesinos centroamericanos.
En función de resultados conocidos a
posteriori se supone que los triunfadores eran los portadores del progreso.
Este esquema olvida los incontables ejemplos históricos de causas avanzadas que
fueron derrotadas por regímenes más regresivos de esclavistas, oligarcas o
colonialistas. Un ejemplo clásico de ese resultado fue la destrucción del
Paraguay durante la guerra de la Triple Alianza.
El social-liberalismo desconoce estas
evidencias porque reproduce los mitos del capitalismo europeo. Ensalza la
modernidad y supone que el avance de Occidente permitió el triunfo del cambio
sobre la tradición, del trabajo sobre el reposo, de la razón sobre la emoción y
de la ciencia sobre la magia[33].
Este mismo contraste difundió el liberalismo
para contraponer la inferioridad de las culturas autóctonas con la superioridad
del legado europeo. Sebreli retoma esa mitología para burlarse de todas las herencias
culturales inspiradas en realismos mágicos, serpientes emplumadas y divinidades
telúricas[34].
Postula una burda contraposición que desconoce
el enriquecimiento generado por el contacto entre tradiciones disimiles. La
tradición latinoamericanista contribuyó a la cultura universal con
conocimientos y prácticas originales que sus descalificadores elitistas nunca
comprendieron.
Los mitos del
euro-centrismo
Sebreli enaltece el patrón unívoco de Europa exaltando
la modernidad y el racionalismo frente al relativismo cultural y la primacía de
lo particular. Supone que el occidentalismo enriquece a todos los individuos
con la difusión de reglas universales, en una batalla contra los
particularismos étnicos, regionales y nacionales[35].
Con estos términos retoma el clásico
antagonismo entre civilización y barbarie, que postularon las elites
librecambistas para descalificar las tradiciones autóctonas de América Latina. Mediante
una distinción entre iluministas y retrógrados presuponían la total primacía
cultural de una civilización frente a otra.
El escritor argentino recrea esas polaridades sin
notar que sólo pueden contrastarse con cierta lógica en el terreno político y
social, en función de posicionamientos favorables u opuestos al colonialismo,
el imperialismo o el capitalismo. Y en este plano el liberalismo conservador
siempre se ubicó en el campo adverso a la emancipación. El abanderado de la
modernidad sustituye este análisis político por consideraciones filosóficas.
Su mirada reproduce todos los defectos de los enfoques
euro-centristas de las ciencias sociales. Esa tradición recurrió inicialmente a
criterios de la antropología
convencional, para observar el comportamiento de los pueblos primitivos y evaluar
su grado de lejanía con la sociedad occidental. El mismo parámetro era aplicado
para descifrar los textos de las civilizaciones orientales y para indagar su nivel
de distanciamiento de la modernidad.
Este
abordaje forjó un esquema de interpretación de la historia que colocaba a Europa en un status prominente de modelo a seguir y
pensamiento a copiar. El Viejo Continente era presentado como el rostro general
de la sociedad futura. En este razonamiento se basó la idea de progreso,
asociada a un devenir inevitable o una cualidad de la civilización occidental[36].
En su estadio marxista Sebreli asumió esos
presupuestos contradiciendo los principios básicos del materialismo histórico.
Olvidó que Marx forjó su concepción en una crítica a la exaltación del capitalismo
europeo. El pensador alemán destacó la incompatibilidad de este sistema con la realización
del individuo y subrayó la transitoriedad histórica de un modo de producción
basado en la explotación.
En su madurez intelectual, Marx polemizó también
con el mito smithiano de Europa como
transmisora de un modelo comercial de desarrollo. Remarcó que el epicentro de
este sistema no se ubica en el intercambio, sino en las relaciones sociales de
propiedad. Explicó cómo el propio surgimiento del capitalismo se consumó
mediante la expropiación de los campesinos y la creación del trabajo asalariado[37].
Las mitologías euro-centristas sustituyeron estas
caracterizaciones por alabanzas al origen del capitalismo en el viejo
continente. Atribuyeron ese nacimiento a ciertas virtudes de la civilización
occidental como la liberad del comercio, los incentivos a la propiedad, la
austeridad de los inversores o el rigor en el trabajo. Postularon que esos
méritos permitieron la expansión de las ciudades y el avance de la ciencia.
Pero esas idealizaciones no registran que
Europa fue agraciada por una dinámica de desarrollo desigual, que premió más su
retraso que su anticipada modernidad. Las flaquezas de una estructura feudal
frente a los sistemas tributarios más avanzados de otras regiones, aportaron la
flexibilidad requerida para el despegue de los procesos de acumulación
originaria. En otras zonas estados centralizados y más poderosos se apropiaban
de todo el excedente bloqueando esa gestación inicial del capital[38].
La comprensión de estos procesos exige indagar
la historia sin los presupuestos de superioridad previa que inspiran al
euro-centrismo.
Convergencias
con los neoclásicos
Al incorporarse al universo teórico del
liberalismo, Cardoso, Castañeda y Sebreli terminaron repitiendo las banalidades
de la ortodoxia económica. Estos lugares comunes incluyeron la vigencia de un
mundo inter-dependiente, el aporte del capital extranjero al desarrollo y la
responsabilidad de las economías atrasadas en su propio estancamiento.
Con descalificaciones al pensamiento crítico
latinoamericano, el social-liberalismo retomó todos los cuestionamientos
neoclásicos a la Teoría de la Dependencia. Recogió especialmente las visiones
económicas ortodoxas de los años 70, que presentaban la dependencia como un
rasgo compartido por el centro y la periferia. Esas miradas descartaban
cualquier influencia de esa subordinación en el subdesarrollo latinoamericano.
Afirmaban que ningún país es pobre por ser dependiente y rechazaban la
existencia de jerarquías imperiales. Además, exaltaban al capitalismo como un
sistema global flexible que siempre mejora la situación de sus integrantes[39].
Los
social-liberales reflotaron estos enfoques. También recogieron los
cuestionamientos que planteó el economista ortodoxo Lall al concepto de
dependencia. Esta noción fue objetada por su incapacidad para aportar criterios
de distinción entre las distintas economías del
planeta. Lall afirmó que todos los países mantienen entre sí relaciones de
dependencia, en un contexto de inserciones centrales, subordinadas o hegemónicas
en el mercado mundial[40].
Con este diagnóstico objetó y al mismo tiempo
aceptó la existencia de relaciones internacionales diferenciadas. Su postura
ilustró la actitud del pensamiento económico convencional frente a las
desigualdades internacionales. Este enfoque siempre ha oscilado entre la
negación abstracta y el reconocimiento pragmático de esos desniveles. Por un
lado desconoce esas brechas, recurriendo a un imaginario de mercado global
perfecto. Por otra parte constata esas asimetrías, a la hora de abordar el
problema con alguna pizca de realismo.
En oposición a esas inconsistencias la Teoría
de la Dependencia resaltó la existencia de una gran fractura mundial y ensayó
ciertas explicaciones de esa brecha. Cualquiera sean las insuficiencias de su
respuesta, buscó interpretaciones para un problema clave del capitalismo
contemporáneo. Los neoclásicos nunca pudieron siquiera ubicarse en la discusión
de este tema.
Lall impugnó la vigencia de relaciones de
dependencia, señalando que los capitales extranjeros no generan mecanismos de
subordinación. También cuestionó la inconveniencia de exportar sólo materias
primas y rechazó la existencia de tendencias al deterioro de los términos de
intercambio.
Pero si ninguno de estos procesos induce a la
polarización económica global: ¿A qué obedece la estabilización de enormes
desigualdades entre el centro y la periferia en la historia del capitalismo? Si
todos compiten en condiciones semejantes: ¿Por qué razón Francia o Inglaterra
siempre mantuvieron un lugar estable como países desarrollados? ¿Cómo se
explica el afianzamiento del retraso estructural de Nicaragua o Somalia?
Lall simplemente sugirió que la respuesta
debía ser investigada en terrenos opuestos a la Teoría de la Dependencia, pero
no aportó ninguna pista para esa indagación. Como atribuyó un carácter pasajero
a las desigualdades mundiales se limitó a postular que la expansión del
capitalismo resolvería en algún momento esas asimetrías. En esta cancelación
del enigma fue acompañado por todos los teóricos del social-liberalismo.
Con la misma actitud negadora Lall evaluó los
bloqueos a la acumulación en la periferia o los cuellos de botella a la
industrialización. Estimó que esas obstrucciones desaparecerían una vez
superados los obstáculos naturales que enfrenta cualquier despegue económico.
También aquí fue seguido por los
social-liberales. Actualizaron la vieja caracterización del desarrollo como un
recorrido transitado por todos los países. Postularon la existencia de una secuencia
biológica de maduración anticipada por las economías adelantadas.
Pero esta trayectoria no se ha verificado en
ningún lado. El capitalismo global reproduce las polaridades entre economías
prósperas y relegadas, sin universalizar las ventajas del crecimiento. Abre
ciertos campos de acumulación obstruyendo otros y multiplica los sufrimientos
de las víctimas en que se apoya el avance de los ganadores.
Es cierto que estas fracturas presentan una
diversidad y complejidad muy superior a la simple dualización centro-periferia,
que concibieron los primeros teóricos de la dependencia. Pero estas
insuficiencias fueron corregidas por otros estudios que incorporaron conceptos
suplementarios al enfoque inicial. Esta nueva secuencia de nociones
(semiperiferia, sub-imperialismo, variedad de centros, situaciones de suma
cero) contribuyó a esclarecer la dinámica de las desigualdades nacionales y
regionales. El
social-liberalismo quedó al margen de esta clarificación porque profundizó su
afinidad con la visión neoclásica, hasta converger plenamente con sus ilusiones
de prosperidad capitalista global. Estas fantasías también incluyen insólitos
supuestos de cosmopolitismo que abordamos en el próximo texto.
Resumen
El social-liberalismo adoptó los postulados de
la Tercera Vía y motorizó las transiciones pactadas con las dictaduras,
siguiendo el modelo de la Concertación chilena. FH Cardoso fue un artífice de
estos procesos. Comenzó en el progresismo y concluyó como abanderado del
ajuste. Transparentó su visión del desarrollo como un proceso de asociación con
el capital extranjero y eliminó todos los resabios de la Teoría de Dependencia.
Castañeda abandonó la izquierda para sumarse a
un gobierno derechista, convalidando el orden capitalista y cuestionando la
rebeldía popular. Sustituyó caracterizaciones dogmáticas de la plusvalía por
elogios a la uniformidad globalista. Transformó su crítica al economicismo en
una idealización de la política y convirtió su tesis de múltiples imperialismos
en aprobaciones del status quo.
También Sebreli reemplazó su defensa inicial de
un socialismo puro por adscripciones al neoliberalismo. Sus viejos
cuestionamientos a la subsistencia de brechas entre el centro y la periferia
devinieron en una aceptación de la globalización. Enalteció el desarrollo de
las fuerzas productivas estableciendo una falsa identificación del progreso con
el capitalismo. Desconoció que el motor la historia es la búsqueda de la
emancipación social, a partir de legados de resistencia aportados por todos los
sectores oprimidos.
El social-liberalismo repite los mitos del
eurocentrismo. Avala la destrucción de las civilizaciones pre-capitalistas,
desvaloriza las culturas autóctonas y justifica la expansión colonial. Ha
incorporado las simplificaciones de la teoría neoclásica, relativiza las
desigualdades internacionales e imagina que los países atrasados reproducirán
el desarrollo de los avanzados.
Notas
[1]Una justificación de ese enfoque en: Giddens, Anthony. La tercera vía, Taurus, Buenos Aires,
2000, (pag 39-80, 85-107, 119-140).
[2]Varios ejemplos en: O’Donnell, Guillermo y Schmitter, Philippe 1988 Transiciones desde un gobierno autoritario:
conclusiones tentativas, tomo 4, Buenos Aires, Paidós.
[3]Una crítica en: Osorio, Jaime. Explotación
redoblada y actualidad de la revolución. ITACA- UAM, México, 2009, (pag
145-168, 237-239, 197-209).
[4]Nuestro enfoque en: Katz Claudio, “Las
disyuntivas de la izquierda en América Latina”, Edición cubana: Editorial
Ciencias Sociales La Habana, 2010, (pag 135-136).
[5] Ver: Kay, Cristóbal. “Teorías
estructuralistas e teoría da dependencia na era da globalizacao neoliberal”,
A América Latina e os desafíos da globalizacao,
Boitempo, Rio, 2009. López Hernández, Roberto. “La dependencia a debate”, Latinoamérica
40, enero 2005, México.
[6]Ver: Martins Carlos Eduardo, Globalizacao, Dependencia e Neoliberalismo na América Latina, Boitempo, Sao
Paulo, 2011, (pag 249-250, 253). Bresser Pereira, Luiz Carlos. “From the
National-Bourgeoisie to the Dependency Interpretation of Latin America”, Latin
American Perspectives, May 2011 vol. 38 n 3.
[7] Cardoso Fernando, Henrique. A
Suma e o resto, Editorial Civilización Brasileira, 2012, Rio de Janeiro,
(pag 120-133, 154-156).
[8] Cardoso Fernando, Henrique; Faletto, Enzo. Desarrollo y dependencia en América Latina. Ensayo de interpretación
sociológica, Siglo XXI, Buenos Aires, 1969. Cardoso Fernando, Henrique. A
Suma e o resto, Editorial Civilización Brasileira, 2012, Rio de Janeiro, (pag
31).
[9]Ver: Correa Prado, Fernando. “História
de um não-debate: a trajetória da teoria marxista da dependência no Brasil”,
Comunicao Politica, vol 29, n 2, maio-agosto 2011.
[10]Ver: Vernengo, Matías. “Technology,
Finance and Dependency: Latin American Radical Political Economy in
Retrospect”, Review of Radical Political Economics, vol 38, n 4, fall 2006.
Palma, Gabriel. “Dependencia y
desarrollo: una visión crítica”, en Dudley Seers, La teoría de la dependencia:
una evaluación crítica, FCE, México, 1987
[11]Ver: Sotelo Valencia, Adrián. “Dependencia
y sistema mundial: ¿convergencia o divergencia?”, Rebelión, www.rebelion.org/noticia, 4-9-2005.
[12]Castañeda, Jorge; Morales Marco. Lo que queda de la izquierda, Taurus,
2010, México, (pag 33).
[13] Castañeda, Jorge G. La utopía
desarmada, Ariel, Buenos Aires, 1993, (pag 7-29, 145-195). Nuestra crítica
en Katz, Claudio. Las disyuntivas de la
izquierda en América Latina, Edición cubana, Editorial Ciencias Sociales La
Habana, 2010, (pag 195-196).
[14]Castañeda, Jorge; Morales Marco.
Lo que queda de la izquierda, Taurus, 2010, México, (pag 294-298).
Castañeda, Jorge G, La utopía desarmada,
Buenos Aires, Ariel,1993, (pag 331-361).
[15]Castañeda, Jorge; Morales, Marco. Lo
que queda de la izquierda, Taurus, 2010, México, (pag 287-292).
[16]Op. Cit. (pag 30-31).
[17] Castañeda, Jorge; Hett, Enrique. El
economicismo dependentista, Siglo XXI, 1991, (pag 10-11, 28-44, 85, 95,
187, 191).
[18] Op. Cit. (pag 14-27, 51-66, 105, 131).
[19] Op. Cit. (pag 75, 79, 135).
[20] Op. Cit. (pag 14-27, 28-44, 44-50, 67, 188-191).
[21]Sebreli, Juan José. Tercer Mundo
mito burgués, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975, (pag 11-19,
33-34, 197). Sebreli, Juan José. El
asedio a la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 321).
[22]Ver: Fernández Retamar, Roberto. Pensamiento
de Nuestra América, CLACSO, Buenos Aires, 2006.
[23] Sebreli, Juan José. “El
populismo rechaza la democracia”, La Nación, 4-11-2012.
[24] Sebreli, Juan José. El asedio a
la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 318-320).
[25] Op. Cit. (pag 320-321).
[26] Op. Cit. (pag 321-323).
[27] Ver: Day, Richard B; Gaido, Daniel. Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I,
Brill, 2011.
[28] Sebreli, Juan José. Tercer Mundo
mito burgués, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975,
(pag 215-242).
[29] Sebreli, Juan José. El asedio a
la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 130-139).
[30]Hemos expuesto varios lineamientos de este enfoque en Katz Claudio,
“Necesitamos pensar la unidad de América Latina desde abajo y desde la lucha
social”, 3/12/2013, www.rebelion.org/noticia
[31] Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad, Sudamericana, Buenos
Aires, 1992, (pag 263-266, 276-278, 287).
[32] Op. Cit. (pag 263-266, 276-278, 287).
[33] Op. Cit. (pag 205-239).
[34]Op. Cit. (pag 291-312).
[35] Op. Cit. (pag13-18, 25-40).
[36] Una crítica en: Wallerstein. Immanuel Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de
sistemas- mundo, 2004, Akal, Madrid, (pag 11-20, 326-345).
[37] Ver: Wood, Ellen Meiskins, “Eurocentric
anti-eurocentrism”, Against the current, 92, may-june 2001.
[38]Ver: Amin, Samir. Modernité, religion et démocratie, Critique
de l´eurocentrisme, Parangon, Lyon, 2008, (pag 198-213, 216-217, 218-222).
[39] Una descripción en: Blomstrom, Magnus; Hettne Bjorn. La teoría del desarrollo económico en
transición, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, (pag 105-108
[40] Lall, Sanya. Is dependence a
useful concept in analysing underdevelopment?, World Development,
1975, Vol. 3, n 11-12, Pergamon Press.