“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

12/9/14

Neoliberales en América Latina | 2. Pensamiento socio-liberal

Claudio Katz
El neoliberalismo de los años 80-90 sumó a varios mandatarios de la denominada Tercera Vía como Tony Blair o Felipe González. Provenían del keynesianismo de posguerra y del reformismo socialdemócrata, pero asumieron el discurso conformista que proclamó el ocaso de la ideología, la extinción de la era industrial y la obsolescen- cia de la lucha de clases. Postularon una mirada socio-liberal y repitieron los mensa- jes privatistas, silenciando los monumentales desequilibrios creados por la desregula- ción de la economía. Los teóricos de este giro asumieron una reivindicación pragmá- tica del capitalismo. Presentaron la globalización como un rumbo inexorable que exigía mayor apertura, eficiencia y competitividad. Pero ocultaron el atropello a las conquistas sociales que introducía este curso[1].
 
El escenario de la involución

En gran parte de América Latina este período correspondió a la transición de las dictaduras a los regímenes constitucionales. Este pasaje fue negociado por las cúpu- las militares y los partidos políticos tradicionales. Los autores que se aproximaron al social-liberalismo justificaron esos pactos, realzando su conveniencia para gestar procesos de soberanía y democratización. Eludieron analizar cómo esos compromisos generaban sistemas políticos maniatados y subordinados a los acreedores [2].

Esos condicionamientos afloraron en los años 80-90 cuando la crisis de la deuda masificó la miseria y pulverizó la estabilidad del constitucionalismo. Allí se verificó el carácter opresivo de las “democracias excluyentes” forjadas en los años previos. Esos regímenes convalidaron el empobrecimiento popular y consumaron una gran transferencia de ingresos a favor de los banqueros.

Estos regresivos efectos fueron minimizados por los autores que promovieron los acuerdos de transición pos-dictatorial. Suponían que el constitucionalismo abriría las compuertas del bienestar, desconociendo las consecuencias de perpetuar estructuras económico-sociales inequitativas y adversas al desarrollo. Concentraron sus estudios en la temática institucionalista evitando cualquier referencia a la desigualdad, a los intereses de clase o a la explotación capitalista. Sólo difundieron miradas conservadoras para apuntalar el orden vigente[3].

Inspirados en el modelo de la transición española, los dirigentes del Partido Socialista de Chile implementaron el esquema más acabado de esa estrategia. Pactaron el sostenimiento de la Constitución pinochetista y compartieron el gobierno de la Concertación. Ese curso se convirtió en el arquetipo de una administración socio-liberal. Promovieron el libre-comercio, la flexibilización laboral y la privatización de la educación.

El social-liberalismo fue también auspiciado por algunas versiones de origen euro-comunista. Recurrieron a la autoridad de Gramsci para destacar la conveniencia de forjar sociedades civiles cimentadas en la influencia cultural de los trabajadores. Sostuvieron que este proceso permitiría suavizar las normas coercitivas del estado y contrarrestar la preeminencia del mercado, a través de un consenso de largo plazo entre el proletariado y la burguesía.

Pero la experiencia posterior demostró que las clases dominantes no comparten el poder. Sólo cooptan a ciertas capas de origen popular utilizando las prebendas del estado. Se demostró que los espacios gestionados por los asalariados distan mucho de reproducir la paulatina conquista del poder que consumó la burguesía bajo el feudalismo. Los trabajadores no acumulan riquezas, no controlan empresas, ni administran bancos. Por estas razones tienen obstruida la reiteración del camino que históricamente transitaron los capitalistas. Antes de asumir el control del estado esa clase se convirtió en acreedora de los gobernantes y dueña del poder económico[4].

El socio-liberalismo hizo suyos todos los conceptos de la Tercera Vía, la transición pactada y el gramscismo social-demócrata. Con ese arsenal teórico escaló posiciones en los estados, la academia y los círculos de poder de América Latina. Varios autores provenientes del marxismo se transformaron en voceros de un enfoque complementario del neoliberalismo tradicional.

La defensa del modelo derechista ya no quedó restringida sólo a Mario Vargas Llosa, Carlos Rangel o Alberto Montaner. Tres figuras de la izquierda intelectual como Fernando Henrique Cardoso, Jorge Castañeda y Juan José Sebreli sumaron su voz a este campo.

Estos tres autores se embarcaron en el giro derechista fascinados por la globalización. Elogiaron las ventajas del mercado y exaltaron las virtudes del capitalismo. Cuestionaron frontalmente la Teoría de la Dependencia y rechazaron todos los resabios culturales del “setentismo”. Esta involución sintonizó con una concepción afín a las tradiciones librecambistas de las elites latinoamericanas.

El itinerario de Cardoso

Fernando Henrique Cardoso ha sido el principal exponente de las mutaciones socio-liberales en América Latina. Se consagró como inspirador de la Teoría de la Dependencia y terminó como instrumentador de las grandes reformas reaccionarias de las últimas décadas.

Comenzó su gestión presidencial (1995-2002) anunciando que “olvidaba todo lo escrito en el pasado”. Posteriormente argumentó que un “político no puede actuar como intelectual”. Con este viraje el afamado crítico a la dependencia puso en marcha el mayor proceso de desnacionalización económica de Brasil [5].

Cardoso fue un importante artífice de la transición pos-dictatorial. Durante ese período anticipó el pragmatismo que signaría su gestión neoliberal. La concertación con los gobiernos militares preparó su resignación frente al capitalismo globalizado. Difundió la creencia que ese tipo de amoldamientos conducía al bienestar social.

Este intelectual trabajó en un conocido centro de estudios (CEPBRAP) y en el partido político que negoció los pactos con la dictadura (MDB). En esa época postuló que el desarrollo de Brasil requería una estrecha asociación con grandes empresas extranjeras. Propiciaba “internacionalizar el mercado interno” mediante la apertura comercial al mundo. Fue muy hostil al proteccionismo y al modelo de CEPAL de industrialización basada en el intervencionismo estatal. Encabezó una escuela sociológica en Sao Paulo con raíces cosmopolitas muy próximas al liberalismo [6].

Posteriormente Cardoso coronó su regresión adoptando posiciones explícitamente derechistas. Encubrió esta conducta con argumentos de defensa de las administraciones “republicanas” frente a los gobiernos “populistas”. Ubicó en el primer campo a los mandatarios conservadores y en el segundo a los presidentes en conflicto con el establishment.

Esta actitud actualmente incluye un giro pro-norteamericano y una furibunda oposición a cualquier manifestación de lucha popular. Cardoso participa en todas las campañas regionales “contra el autoritarismo”. Advierte especialmente esta desgracia en Venezuela, Bolivia o Cuba y enaltece el rumbo opuesto de Colombia o México.

Este contraste ilustra hasta qué punto asimila el denostado populismo con las reformas sociales, la participación popular o la resistencia antiimperialista. También confirma que su ideal republicano presupone la represión de la protesta.

Su mensaje es propagado por los medios de comunicación dominantes que propician acciones golpistas contra Venezuela, embargos contra Cuba o provocaciones contra Bolivia. Cardoso es un promotor activo de esas medidas desde el lobby belicista que comparte con otros 55 ex jefes de estado (“Club de Madrid”). Un intelectual que inició su carrera analizando la dependencia cierra su ciclo vital en un reducto de la reacción [7].

Una dependencia invertida

Cardoso abjuró de todas la visiones críticas que expuso en un difundido libro sobre la dependencia. En su viraje neoliberal reinterpretó ese texto como una polémica con las teorías del subdesarrollo, que sobre-dimensionan los efectos de la inserción periférica de América Latina. Señaló que esa restricción no impedía el crecimiento y pulió su viejo texto de cualquier connotación antiimperialista [8].

En los años 80 divulgó una versión más conservadora de esa teoría en frontal oposición a las vertientes marxistas de la dependencia (Marini, Frank, Dos Santos). Esta mirada se amoldó al liderazgo que asumió en los procesos de transición pactada con las dictaduras [9].

Mediante la revisión de su propia teoría Cardoso edificó el puente con el neoliberalismo. Estimó que su versión inicial de la dependencia sólo implicaba caracterizaciones del desarrollo, como sucesivos procesos de asociación de los capitalistas locales con las empresas foráneas. Contrapuso ese enfoque con las visiones más corrientes, que resaltaban los obstáculos al desenvolvimiento latinoamericano generados por esos acuerdos.

En esta reelaboración Cardoso transformó su descripción inicial de un modelo burgués asociativo en una reivindicación de ese curso. Ya no se limitó a trazar un retrato histórico del desarrollo regional impulsado por el capital extranjero, sino que tomó partido por ese camino. Una interpretación confusamente afín al ideario liberal se transformó en un proyecto favorable a ese rumbo.

En el clima contestatario de los años 60 Cardoso había quedado erróneamente identificado como un crítico de la dependencia, cuando en realidad ya exponía una tesis opuesta a esa visión. No sólo rechazaba la interpretación del atraso regional como resultado de la dominación colonial-imperialista, sino que sugería exactamente lo contrario.

Cardoso destacaba la existencia de un desarrollo resultante de esa dependencia, como consecuencia del ingreso de empresas foráneas a los mercados latinoamericanos. En la década del 80 dejó atrás el tono confuso de sus postulados y explicitó la conveniencia de profundizar la extranjerización de la economía mediante políticas neoliberales.

La ambigüedad inicial de Cardoso sintonizaba con su resistencia a explicitar alguna teoría de la dependencia. Prefería encarar un análisis acotado a “situaciones concretas de dependencia”. También objetaba los diagnósticos de CEPAL que proponían emerger del subdesarrollo mediante modelos de sustitución de importaciones.

Cardoso realzaba la existencia de una vía opuesta hacia el crecimiento, basada en entrelazamientos con inversores externos y en la gestación de una clase media con creciente poder de compra. Presentaba el despunte el Sudeste Asiático como un ejemplo de ese sendero [10].

Estas ideas fueron ponderadas por muchos analistas como correctivos del enfoque estructuralista sin advertir su estrecha conexión con el credo neoliberal. Ese vínculo estaba opacado por el léxico crítico que utilizaba Cardoso, para presentar una teoría de la no dependencia bajo el rótulo de la dependencia.

Sus planteos iniciales tampoco quedaron esclarecidos en la polémica que encaró contra las vertientes marxistas. Se enredó en una maraña de acusaciones contra un “estancacionismo” económico que jamás exhibieron sus adversarios. En este flanco la real discrepancia giraba en torno a la definición de la dependencia, como una condición estructural de la jerarquía imperialista mundial o como una situación meramente pasajera, en el fluido escenario del capitalismo global. Cardoso postulaba este segundo enfoque anticipando su posterior deslumbramiento por la globalización[11].

La trayectoria de este personaje es un ejemplo extremo de las paradojas que han rodeado a muchos intelectuales latinoamericanos. Un adversario acérrimo de la soberanía nacional y de las luchas sociales mantuvo durante décadas una aureola de pensador crítico y sorprendió a muchos con su opción por el neoliberalismo.

Pero esta involución no expresó sólo una adaptación a las vientos regresivos de la era thatcherista. Las teorías de Cardoso siempre estuvieron imbuidas de razonamientos próximos al liberalismo. Esta familiaridad quedó explicitada cuando el contexto externo permitió transparentar esos vínculos.

La mutación de Castañeda

El mexicano Castañeda ingresó en la vida política como militante comunista, postulando una estricta defensa de los puntos de vista de clase en las discusiones teóricas sobre la dependencia. Esa trayectoria quedó abruptamente modificada por un viraje conservador que lo condujo al gobierno derechista de Fox. Como secretario de Relaciones Exteriores asumió una fanática defensa del libre-comercio y reivindicó las virtudes de una alianza con Estados Unidos[12].

Esta involución se consumó con furibundos cuestionamientos a toda la izquierda. Abjuró de la revolución y propuso abandonar el proyecto socialista. Auguró el éxito del capitalismo, previó el declive de la rebelión popular, pronosticó un “futuro sin marxistas” y consideró agotada la trayectoria de la revolución cubana[13].

Este réquiem a la rebeldía social fue curiosamente expuesto al comienzo de la crisis del neoliberalismo, en pleno retroceso de los gobiernos conservadores y en el debut de grandes levantamientos. Sus elogios al libre-comercio contrastaron con el fracaso del ALCA y su fascinación por Estados Unidos chocó con la pérdida de iniciativa del Departamento de Estado.

Castañeda anunció el fin de la protesta popular en coincidencia con el “caracazo” y poco antes de la sublevación zapatista. Detectó gran pasividad entre los oprimidos cuando se preparaban las grandes rebeliones de Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. También su celebración de las ideas conservadoras chocó con la reactivación del pensamiento de izquierda.

El intelectual mexicano no sólo postuló el carácter inmutable del modelo neoliberal en contraposición a los horizontes anticapitalistas. Rechazó toda posibilidad de cambio del orden vigente y concentró sus expectativas de desarrollo latinoamericano en los Tratados de Libre Comercio. Por eso propuso perfeccionar esos convenios mediante una diplomacia de presión, en el universo de lobbies que rodean al Congreso estadounidense[14].

Castañeda se desempeñó como ministro del gobierno más pro-imperialista de la historia mexicana reciente. Al igual que Cardoso arremetió contra la influencia del “populismo nacionalista” (Venezuela) y ponderó la benéfica acción de la “izquierda moderada, globalizada y pragmática” (Chile)[15].

Este contrapunto ha sido un repetido argumento de la prensa conservadora. Castañeda retomó la misma prédica subrayando el carácter intrascendente de la ideología contemporánea. Estimó que un voto de izquierda carece de significado distintivo frente a su equivalente de derecha. Señaló que ambas posturas han perdido relevancia ante las conductas prácticas que asumen los individuos[16].

Pero esta visión es incompatible con su continuada actividad como escritor y propagandista de los valores del status quo. Si esos mensajes ya no cuentan; ¿Por qué tanto empeño en su difusión? Declarando el fin de las ideologías, Castañeda postuló la muerte del pensamiento crítico y la vigencia de las teorías que convalidan el orden vigente. Supuso que su propia involución política era un rasgo compartido por toda la sociedad.

Por eso imaginó un futuro contemplativo de clases medias ascendentes y satisfechas con el escenario latinoamericano. Esta mirada refleja su distanciamiento de los padecimientos populares que periódicamente desatan rebeliones sociales. Esos levantamientos sorprenden y desmienten al ex marxista.

Uniformidad global continuada

Al igual que Cardoso, Castañeda afianzó su concepción neoliberal a través de una dura polémica con la Teoría de la Dependencia. Primero expuso su rechazo con severos argumentos marxistas de preeminencia del razonamiento de clase. Posteriormente mantuvo la misma objeción con fundamentos neoliberales. En ambos períodos recurrió a planteos muy simplificados.

Castañeda cuestionó inicialmente la familiaridad de la Teoría de la Dependencia con la ideología burguesa y la problemática desarrollista. Criticó su alejamiento de la temática de la explotación y consideró que el dependentismo divorciaba el análisis de las sociedades latinoamericanas de la extracción de plusvalía, mediante estudios altamente concentrados en las deformaciones del capitalismo periférico. Destacó que los mecanismos de expropiación del trabajo debían ser realzados como los únicos patrones explicativos de la dinámica socio-económica. Señaló que al enfatizar la sujeción externa de la región, el dependentismo perdía de vista la primacía analítica de la explotación[17].

Pero estos planteos ya indicaron una mirada reductiva, que en cierta medida explica la atracción posterior que ejerció el reduccionismo neoliberal sobre su pensamiento. El capitalismo no se limita a operar como un sistema de extracción de plusvalía. Esa confiscación es el eje de numerosas contradicciones, que enlazan la explotación económica con mecanismos de dominación política, racial o nacional. Para comprender este complejo funcionamiento del sistema es necesario jerarquizar el análisis de esta variedad de desequilibrios sin oponerlos entre sí.

Castañeda no sólo optó por esa contraposición. Objetó cualquier indagación complementaria de la apropiación general de plusvalía y criticó a los teóricos como Marini, que estudiaban las formas específicas de superexplotación en la periferia. Los acusó de omitir la centralidad de la confrontación clasista[18].

Pero desconoció que las investigaciones impugnadas apuntaban a clarificar la complejidad que asumen las formas de explotación en las regiones subdesarrolladas. Los teóricos marxistas de la dependencia percibían la existencia de modalidades de sujeción diferenciadas entre economías centrales y periféricas, en oposición al principio de uniformidad postulado por su crítico. Posteriormente Castañeda transformó esta idea de equivalencia entre los distintos países en una justificación de la globalización.

En su etapa inicial de ultra-marxismo el intelectual mexicano también cuestionó el “economicismo” de la Teoría de la Dependencia. Consideró que ese defecto conducía a desvalorizar las caracterizaciones políticas y la intervención en la lucha de clases.

Con el paso del tiempo Castañeda eliminó esta significación de las batallas clasistas, pero mantuvo la primacía asignada a la esfera política, como excluyente instrumento para mejorar el funcionamiento de la sociedad. Consideró que esa órbita de acción es auto-suficiente y permite prescindir de complementos radicales en el plano económico-social. Dedujo que el mantenimiento del sistema capitalista no obstruye los cambios progresistas, si se acierta en el camino político para lograr esos avances.

Al igual que Cardoso, Castañeda objetó un inexistente “estancacionismo” económico entre sus adversarios (Marini, Dos Santos) y a partir de esa crítica resaltó las grandes potencialidades del capitalismo. Aunque inicialmente pretendía destacar las múltiples contradicciones de este sistema, en los hechos desatendió esos desequilibrios para ponderar la pujanza de este modo de producción. Siguiendo esa pista se deslizó hacia el elogio de la mundialización neoliberal[19].

Castañeda desechó todas las obstrucciones al desarrollo latinoamericano que la Teoría de la Dependencia observaba en la sujeción financiera, tecnológica o comercial. Remarcó la irrelevancia de esos lazos de subordinación.

También relativizó las diferencias entre potencias y países periféricos e incluso postuló que el imperialismo es un rasgo compartido por múltiples países. Supuso que opera por igual en economías centrales (Estados Unidos, Francia, Inglaterra) y en formaciones intermedias (como México, Brasil, Irán o Corea del Sur)[20].

Partiendo de esta equivalencia objetó cualquier demanda antiimperialista, planteo de soberanía o crítica a la expoliación de los recursos latinoamericanos por parte de las empresas transnacionales. Esta descalificación expuesta en nombre de un socialismo planetario se transformó luego en globalismo neoliberal.

La reconversión de Sebreli

A diferencia de Cardoso y Castañeda, el argentino Sebreli adoptó el neoliberalismo como proyecto exclusivamente intelectual. Absorbió paulatinamente este planteo junto a otros ex marxistas, que redescubrieron las virtudes de la democracia burguesa durante la transición pos-dictatorial que lideró Alfonsín. Su visión se distingue por la descarnada exposición de las tesis socio-liberales. No ensaya ningún atenuante para justificar su adscripción a estas propuestas.

Sebreli nunca alcanzó la influencia lograda por el ex presidente brasileño o el ex ministro mexicano. Pero expuso la concepción socio-liberal con mayor amplitud que sus colegas. Incursionó en todas las esferas de ese pensamiento e intentó una ambiciosa exposición de sus fundamentos. Por esta razón conviene evaluar con atención todas las aristas de su enfoque.

Al igual que Castañeda, el escritor argentino sustituyó la defensa inicial de formas incontaminadas de socialismo por un crudo extremismo liberal. Reemplazó sus críticas a las desviaciones populistas de la izquierda por una reivindicación del mercado y un apasionado elogio de Occidente[21].

El rechazo de Sebreli a la insuficiente radicalidad del tercermundismo se convirtió en explícita defensa de la mundialización neoliberal. Este giro cuenta con numerosos antecedentes en la historia latinoamericana. Ha sido una regresión repetida por distintos intelectuales desde la revolución mexicana hasta la actualidad[22].

Ese tránsito fue particularmente intenso entre los dirigentes socialistas afines a la tradición librecambista que inauguró el argentino Juan B. Justo. Se distanciaron de la protesta popular y sólo conservaron las referencias al socialismo en el campo de la cultura. Esta evolución estuvo signada por la adopción de una extraña variedad del marxismo, tan reacia a la beligerancia popular como hostil a cualquier convergencia con el nacionalismo revolucionario.

El devenir de Sebreli se inscribe en este legado y actualmente incluye intensas cruzadas a favor de los gobiernos derechistas. Ha transformado su disgusto con el caudillismo en una diatriba contra el populismo. Identifica ese tipo de acción política con el fascismo de masas. Mediante ese paralelo reaviva la vieja idealización de la democracia (equivalente a Estados Unidos) y de la república (equiparada con gobiernos conservadores)[23].

Pero esa mirada invierte la realidad de América Latina al detectar fascismo en Chávez o en Evo y no en Uribe o en los golpistas de Honduras y Paraguay. Los militantes que resisten las provocaciones mafiosas son acusados de promover la violencia y los causantes de repetidas sangrías son exculpados de sus crímenes.

Sebreli ya no logra distinguir lo más básico del posicionamiento político. Confunde al agresor con el agredido y al fascista con el antiimperialista. Padece una fuerte alergia a cualquier indicio de intervención popular. Se irrita especialmente con las “multitudes”, olvidando que las masas son protagonistas centrales de cualquier transformación social.

El pensador argentino ha dejado atrás el socialismo de salón para expresar su enemistad con el populacho, desde los diarios tradicionales de la oligarquía. Al igual que Cardoso y Castañeda recuperó su matriz liberal, sepultó su incursión por el marxismo y retomó los valores de la intelectualidad conformista.

Dependencias diluidas

El recorrido seguido por Sebreli desde el purismo marxista hasta el social-liberalismo extremo incluyó una crítica virulenta a la Teoría de la Dependencia. Consideró que esa concepción carecía de sustento político por su estrecha ligazón con planteos emotivos. Estimó que todas las demandas de liberación nacional habían perdido sentido en un escenario de países con independencia política ya consumada[24].

Pero ese cambio de status derivado de victorias anticoloniales nunca fue desconocido por el marxismo antiimperialista. Esta visión simplemente evitó la fantasía de colocar en un mismo plano a todos los países que comparten el atributo de la soberanía formal.

Esta igualdad es cotidianamente violada por las potencias imperialistas que dominan el tablero mundial. Basta observar como la independencia de Grecia es mancillada por los acreedores alemanes o de qué forma la soberanía de Honduras ha sido desconocida por los golpistas de la embajada estadounidense. La misma violación instrumentan las tropas francesas que se despliegan por Costa de Marfil. Este desconocimiento de soberanías se verifica justamente en países que ya dejaron atrás su condición colonial.

Ignorando estas realidades Sebreli estimó que el propio concepto de subdesarrollo había perdido sentido en un mundo diversificado y signado por distintas situaciones de crecimiento en la periferia o estancamiento en el centro[25].

Con esta mirada tendió a uniformar al planeta por la simple complejidad de contextos, sugiriendo que en la intrincada red de conexiones actuales “todos dependen de todos”. Como no aportó ningún criterio para definir jerarquías, tampoco introdujo conceptos para explicar por qué razón Estados Unidos goza de un status tan diferente a Honduras. Simplemente retomó la mitología de la equivalencia que difunde el neoliberalismo contemporáneo.

Sebreli invalidó también la dependencia con argumentos históricos, afirmando que el desarrollo desigual nunca obedeció a la explotación de las colonias. Destacó que hubo imperios que decayeron (España, Portugal, Turquía) y países que se desarrollaron luego de haber sido colonias (Estados Unidos, Australia, Canadá). Señaló que otras naciones no tuvieron posesiones externas (Suiza) y muchas se desarrollaron con sujeción política (Noruega, Nueva Zelandia) [26].

Con esta presentación de especificidades históricas sugirió que el crecimiento de las distintas economías, siempre estuvo divorciado de su relación con otros países y dependió por completo de méritos o desaciertos internos.

Pero esa interpretación confunde trayectorias iniciales específicas de cada país con el devenir del sistema mundial. Lo ocurrido en las etapas de menor desarrollo del capitalismo resulta insuficiente para entender el entrelazamiento internacional posterior de todas las economías. La variedad de cursos seguidos por los distintos países no desmiente la consolidación contemporánea de una estructura imperial polarizada.

Las fuerzas productivas como justificación

La hostilidad de Sebreli hacia la Teoría de la Dependencia se basa en una concepción del desarrollo histórico muy afín al positivismo de la vieja socialdemocracia. Los teóricos de la II Internacional identificaban el progreso de la sociedad con la maduración de las fuerzas productivas. Suponían que ese desarrollo conduciría a cierto bienestar bajo el impulso de la competencia capitalista. Observaban esa pujanza como una condición insoslayable para el futuro socialista[27].

Sebreli compartió plenamente ese enfoque, remarcando que los países subdesarrollados debían alcanzar un desenvolvimiento equiparable a los avanzados, antes de embarcarse en proyectos de igualdad social. Estimó que las economías centrales precedían a las periféricas, definiendo el curso a seguir durante un largo período previo al intento socialista[28].

Esa mirada utilizaba la terminología del materialismo histórico para exponer una teoría del progreso muy semejante a la visión liberal. Afirmaba que ciertos motores económico-sociales empujan a la sociedad hacia estadios más provechosos, siguiendo una direccionalidad preestablecida.

Ese enfoque sólo actualizaba el generador del impulso progresista. En lugar del espíritu hegeliano, la clarividencia de la razón o la mano invisible de Adam Smith subrayaba el impulso de las fuerzas productivas. Esta categoría era observada como un instrumento de gran potencialidad autónoma para modernizar los modos de producción.

Frecuentemente esta visión objetivista era presentada con una norma auto-evidente, que no que requería mayores evaluaciones. Se soslayaba la inconsistencia de un planteo que reduce todo el movimiento histórico al comportamiento de cierta variable. Omitía la enorme complejidad de la evolución social y su estrecha dependencia de acciones humanas. Desconocía que los antagonismos sociales y las luchas políticas han jalonado el curso efectivo de la historia.

La fascinación con las fuerzas productivas retrató el deslumbramiento del marxismo liberal con el desarrollo capitalista. Elogiaba el crecimiento y evaluaba los sufrimientos de los oprimidos como un precio a pagar por las mejoras del futuro. La explotación era vista como una desventura que el propio sistema tendía a morigerar, a través de reformas sociales.

Este razonamiento fatalista conducía a propiciar modelos de crecimiento acelerado, para permitir la aproximación de América Latina a los países avanzadas. Convergía con la teoría metropolitana del desarrollo y con sus recetas para afianzar la maduración del capitalismo regional.

El principal corolario de este esquema era la desvalorización o el explícito rechazo de la lucha social. Sebreli oscilaba entre cuestionar la irrelevancia y la nocividad de esa acción. Consideraba inútiles las luchas zapatistas durante la revolución mexicana, señalando la inviabilidad de sus metas agrario-comunales. Con el mismo razonamiento descalificaba a todos los movimientos guerrilleros posteriores de la región, objetando su afinidad con utopías ruralistas[29].

Esta mirada era el calco de las posturas conservadoras que siempre despreciaron la intervención de las masas, identificándolas con la ignorancia o la obstrucción del progreso. En las visiones más benévolas, esas resistencias sociales eran observadas como actos motivados por creencias primitivas.

Pero este enfoque implícitamente supone que la historia se desenvuelve mediante un proceso dual de avance de las fuerzas productivas y sometimiento de los pueblos. No registra que este patrón de opresión contradice cualquier esperanza de emancipación. Si se progresa con desgracias para las mayorías y beneficios para las minorías: ¿Cuál es el saldo positivo del pasaje hacia estadios sociales más avanzados?

La respuesta del marxismo liberal era muy semejante a un comodín repetido por todos los opresores: los sufrimientos de hoy permitirán gozar de los beneficios del mañana. Pero en la mirada del positivismo socialdemócrata ese porvenir tampoco era imaginable, puesto que el mandato de las fuerzas productivas exigía siglos de capitalismo antes de cualquier desemboque igualitarista. Estos irresolubles enredos condujeron a un abandono de todas las referencias al socialismo y a una explícita reivindicación del capitalismo liberal.

El enfoque de Sebreli desconoce que la progresividad de los acontecimientos históricos no debe evaluarse con parámetros de crecimiento, inversión o innovación tecnológica. Este avance radica en la experiencia de lucha acumulada por los oprimidos. Ese legado sedimenta la memoria de sucesivas generaciones que heredan tradiciones de resistencia, afianzando los niveles de conciencia requeridos para los proyectos de emancipación[30].

Sólo este proceso permite generar idearios pos-capitalistas. El motor de la historia es una búsqueda de caminos para erradicar los sufrimientos de los explotados y se ubica en las batallas encaradas por todos los artífices de la acción popular: plebeyos, campesinos, desamparados, obreros.

Es cierto que la efectividad inmediata de esta resistencia es superior cuando es asumida por sectores con mayor gravitación económico-social (como la clase obrera). Pero las esperanzas de emancipación son comunes y la gestación de ideas para alcanzar ese objetivo es un proceso nutrido por todas las experiencias de lucha.

Por estas razones los socialistas consecuentes siempre se han ubicado junto a los desposeídos. Optaron por ese lugar antes de elucubrar cualquier razonamiento sobre el rol de las fuerzas productivas. Sólo esta actitud es congruente con un proyecto anticapitalista. Al desechar este terreno Sebreli sembró las semillas de su propia evolución hacia el derechismo neoliberal.

Tradiciones de resistencia

Con sus tesis fatalistas de las fuerzas productivas Sebreli definió cuales eran las sociedades que merecían sobrevivir y desaparecer en el curso de la historia. Sitúo a las sociedades pre-colombinas en el destino de extinción y estimó que las rebeliones indígenas del siglo XVI estaban condenadas al fracaso[31].

Con esta caracterización repitió las leyendas difundidas por todos los vencedores, para presentar sus victorias como desemboques inexorables. Ese argumento fue utilizado para justificar las masacres perpetradas de los pueblos originarios. Siempre se resaltó la inviabilidad de los sistemas caídos y la progresividad de sus reemplazantes. Pero este planteo contradice igualmente las centurias de estancamiento que sufrió la región. La destrucción de sociedades pre-colombinas nunca fue sinónimo de despegue económico.

Como el social-liberalismo se ubica en un campo adverso a los oprimidos, no puede registrar el legado que dejaron las batallas de los pueblos originarios por su supervivencia. Esa resistencia perduró, forjó una tradición y terminó pavimentado, por ejemplo, las conquistas democráticas actualmente logradas en Bolivia.

La valoración de la historia con el patrón objetivista de las fuerzas productivas, simplemente supone que el ganador estaba predestinado a vencer. Con ese criterio de finales predefinidos, Sebreli presenta a las civilizaciones precolombinas como un terreno baldío y administrado por teocracias sanguinarias. Afirma que su declive era inevitable frente a la superioridad de los conquistadores. Considera que en el conflicto entre dos sistemas sociales siempre triunfa el más avanzado[32].

Pero esta mirada no aporta interpretaciones sino simples convalidaciones de lo ocurrido. Cortes era mejor que Moctezuma, los piratas británicos dejaron atrás a los virreyes españoles, los terratenientes criollos superaban a los gauchos y los financistas estadounidenses eran más virtuosos que los campesinos centroamericanos.

En función de resultados conocidos a posteriori se supone que los triunfadores eran los portadores del progreso. Este esquema olvida los incontables ejemplos históricos de causas avanzadas que fueron derrotadas por regímenes más regresivos de esclavistas, oligarcas o colonialistas. Un ejemplo clásico de ese resultado fue la destrucción del Paraguay durante la guerra de la Triple Alianza.

El social-liberalismo desconoce estas evidencias porque reproduce los mitos del capitalismo europeo. Ensalza la modernidad y supone que el avance de Occidente permitió el triunfo del cambio sobre la tradición, del trabajo sobre el reposo, de la razón sobre la emoción y de la ciencia sobre la magia[33].

Este mismo contraste difundió el liberalismo para contraponer la inferioridad de las culturas autóctonas con la superioridad del legado europeo. Sebreli retoma esa mitología para burlarse de todas las herencias culturales inspiradas en realismos mágicos, serpientes emplumadas y divinidades telúricas[34].

Postula una burda contraposición que desconoce el enriquecimiento generado por el contacto entre tradiciones disimiles. La tradición latinoamericanista contribuyó a la cultura universal con conocimientos y prácticas originales que sus descalificadores elitistas nunca comprendieron.

Los mitos del euro-centrismo

Sebreli enaltece el patrón unívoco de Europa exaltando la modernidad y el racionalismo frente al relativismo cultural y la primacía de lo particular. Supone que el occidentalismo enriquece a todos los individuos con la difusión de reglas universales, en una batalla contra los particularismos étnicos, regionales y nacionales[35].

Con estos términos retoma el clásico antagonismo entre civilización y barbarie, que postularon las elites librecambistas para descalificar las tradiciones autóctonas de América Latina. Mediante una distinción entre iluministas y retrógrados presuponían la total primacía cultural de una civilización frente a otra.

El escritor argentino recrea esas polaridades sin notar que sólo pueden contrastarse con cierta lógica en el terreno político y social, en función de posicionamientos favorables u opuestos al colonialismo, el imperialismo o el capitalismo. Y en este plano el liberalismo conservador siempre se ubicó en el campo adverso a la emancipación. El abanderado de la modernidad sustituye este análisis político por consideraciones filosóficas.

Su mirada reproduce todos los defectos de los enfoques euro-centristas de las ciencias sociales. Esa tradición recurrió inicialmente a criterios de la antropología convencional, para observar el comportamiento de los pueblos primitivos y evaluar su grado de lejanía con la sociedad occidental. El mismo parámetro era aplicado para descifrar los textos de las civilizaciones orientales y para indagar su nivel de distanciamiento de la modernidad.

Este abordaje forjó un esquema de interpretación de la historia que colocaba a Europa en un status prominente de modelo a seguir y pensamiento a copiar. El Viejo Continente era presentado como el rostro general de la sociedad futura. En este razonamiento se basó la idea de progreso, asociada a un devenir inevitable o una cualidad de la civilización occidental[36].

En su estadio marxista Sebreli asumió esos presupuestos contradiciendo los principios básicos del materialismo histórico. Olvidó que Marx forjó su concepción en una crítica a la exaltación del capitalismo europeo. El pensador alemán destacó la incompatibilidad de este sistema con la realización del individuo y subrayó la transitoriedad histórica de un modo de producción basado en la explotación.

En su madurez intelectual, Marx polemizó también con el mito smithiano de Europa como transmisora de un modelo comercial de desarrollo. Remarcó que el epicentro de este sistema no se ubica en el intercambio, sino en las relaciones sociales de propiedad. Explicó cómo el propio surgimiento del capitalismo se consumó mediante la expropiación de los campesinos y la creación del trabajo asalariado[37].

Las mitologías euro-centristas sustituyeron estas caracterizaciones por alabanzas al origen del capitalismo en el viejo continente. Atribuyeron ese nacimiento a ciertas virtudes de la civilización occidental como la liberad del comercio, los incentivos a la propiedad, la austeridad de los inversores o el rigor en el trabajo. Postularon que esos méritos permitieron la expansión de las ciudades y el avance de la ciencia.

Pero esas idealizaciones no registran que Europa fue agraciada por una dinámica de desarrollo desigual, que premió más su retraso que su anticipada modernidad. Las flaquezas de una estructura feudal frente a los sistemas tributarios más avanzados de otras regiones, aportaron la flexibilidad requerida para el despegue de los procesos de acumulación originaria. En otras zonas estados centralizados y más poderosos se apropiaban de todo el excedente bloqueando esa gestación inicial del capital[38].

La comprensión de estos procesos exige indagar la historia sin los presupuestos de superioridad previa que inspiran al euro-centrismo.

Convergencias con los neoclásicos

Al incorporarse al universo teórico del liberalismo, Cardoso, Castañeda y Sebreli terminaron repitiendo las banalidades de la ortodoxia económica. Estos lugares comunes incluyeron la vigencia de un mundo inter-dependiente, el aporte del capital extranjero al desarrollo y la responsabilidad de las economías atrasadas en su propio estancamiento.

Con descalificaciones al pensamiento crítico latinoamericano, el social-liberalismo retomó todos los cuestionamientos neoclásicos a la Teoría de la Dependencia. Recogió especialmente las visiones económicas ortodoxas de los años 70, que presentaban la dependencia como un rasgo compartido por el centro y la periferia. Esas miradas descartaban cualquier influencia de esa subordinación en el subdesarrollo latinoamericano. Afirmaban que ningún país es pobre por ser dependiente y rechazaban la existencia de jerarquías imperiales. Además, exaltaban al capitalismo como un sistema global flexible que siempre mejora la situación de sus integrantes[39].

Los social-liberales reflotaron estos enfoques. También recogieron los cuestionamientos que planteó el economista ortodoxo Lall al concepto de dependencia. Esta noción fue objetada por su incapacidad para aportar criterios de distinción entre las distintas economías del planeta. Lall afirmó que todos los países mantienen entre sí relaciones de dependencia, en un contexto de inserciones centrales, subordinadas o hegemónicas en el mercado mundial[40].

Con este diagnóstico objetó y al mismo tiempo aceptó la existencia de relaciones internacionales diferenciadas. Su postura ilustró la actitud del pensamiento económico convencional frente a las desigualdades internacionales. Este enfoque siempre ha oscilado entre la negación abstracta y el reconocimiento pragmático de esos desniveles. Por un lado desconoce esas brechas, recurriendo a un imaginario de mercado global perfecto. Por otra parte constata esas asimetrías, a la hora de abordar el problema con alguna pizca de realismo.

En oposición a esas inconsistencias la Teoría de la Dependencia resaltó la existencia de una gran fractura mundial y ensayó ciertas explicaciones de esa brecha. Cualquiera sean las insuficiencias de su respuesta, buscó interpretaciones para un problema clave del capitalismo contemporáneo. Los neoclásicos nunca pudieron siquiera ubicarse en la discusión de este tema.

Lall impugnó la vigencia de relaciones de dependencia, señalando que los capitales extranjeros no generan mecanismos de subordinación. También cuestionó la inconveniencia de exportar sólo materias primas y rechazó la existencia de tendencias al deterioro de los términos de intercambio.

Pero si ninguno de estos procesos induce a la polarización económica global: ¿A qué obedece la estabilización de enormes desigualdades entre el centro y la periferia en la historia del capitalismo? Si todos compiten en condiciones semejantes: ¿Por qué razón Francia o Inglaterra siempre mantuvieron un lugar estable como países desarrollados? ¿Cómo se explica el afianzamiento del retraso estructural de Nicaragua o Somalia?

Lall simplemente sugirió que la respuesta debía ser investigada en terrenos opuestos a la Teoría de la Dependencia, pero no aportó ninguna pista para esa indagación. Como atribuyó un carácter pasajero a las desigualdades mundiales se limitó a postular que la expansión del capitalismo resolvería en algún momento esas asimetrías. En esta cancelación del enigma fue acompañado por todos los teóricos del social-liberalismo.

Con la misma actitud negadora Lall evaluó los bloqueos a la acumulación en la periferia o los cuellos de botella a la industrialización. Estimó que esas obstrucciones desaparecerían una vez superados los obstáculos naturales que enfrenta cualquier despegue económico.

También aquí fue seguido por los social-liberales. Actualizaron la vieja caracterización del desarrollo como un recorrido transitado por todos los países. Postularon la existencia de una secuencia biológica de maduración anticipada por las economías adelantadas.

Pero esta trayectoria no se ha verificado en ningún lado. El capitalismo global reproduce las polaridades entre economías prósperas y relegadas, sin universalizar las ventajas del crecimiento. Abre ciertos campos de acumulación obstruyendo otros y multiplica los sufrimientos de las víctimas en que se apoya el avance de los ganadores.  

Es cierto que estas fracturas presentan una diversidad y complejidad muy superior a la simple dualización centro-periferia, que concibieron los primeros teóricos de la dependencia. Pero estas insuficiencias fueron corregidas por otros estudios que incorporaron conceptos suplementarios al enfoque inicial. Esta nueva secuencia de nociones (semiperiferia, sub-imperialismo, variedad de centros, situaciones de suma cero) contribuyó a esclarecer la dinámica de las desigualdades nacionales y regionales. El social-liberalismo quedó al margen de esta clarificación porque profundizó su afinidad con la visión neoclásica, hasta converger plenamente con sus ilusiones de prosperidad capitalista global. Estas fantasías también incluyen insólitos supuestos de cosmopolitismo que abordamos en el próximo texto.

Resumen

El social-liberalismo adoptó los postulados de la Tercera Vía y motorizó las transiciones pactadas con las dictaduras, siguiendo el modelo de la Concertación chilena. FH Cardoso fue un artífice de estos procesos. Comenzó en el progresismo y concluyó como abanderado del ajuste. Transparentó su visión del desarrollo como un proceso de asociación con el capital extranjero y eliminó todos los resabios de la Teoría de Dependencia.

Castañeda abandonó la izquierda para sumarse a un gobierno derechista, convalidando el orden capitalista y cuestionando la rebeldía popular. Sustituyó caracterizaciones dogmáticas de la plusvalía por elogios a la uniformidad globalista. Transformó su crítica al economicismo en una idealización de la política y convirtió su tesis de múltiples imperialismos en aprobaciones del status quo.

También Sebreli reemplazó su defensa inicial de un socialismo puro por adscripciones al neoliberalismo. Sus viejos cuestionamientos a la subsistencia de brechas entre el centro y la periferia devinieron en una aceptación de la globalización. Enalteció el desarrollo de las fuerzas productivas estableciendo una falsa identificación del progreso con el capitalismo. Desconoció que el motor la historia es la búsqueda de la emancipación social, a partir de legados de resistencia aportados por todos los sectores oprimidos.

El social-liberalismo repite los mitos del eurocentrismo. Avala la destrucción de las civilizaciones pre-capitalistas, desvaloriza las culturas autóctonas y justifica la expansión colonial. Ha incorporado las simplificaciones de la teoría neoclásica, relativiza las desigualdades internacionales e imagina que los países atrasados reproducirán el desarrollo de los avanzados.

Notas


[1]Una justificación de ese enfoque en: Giddens, Anthony. La tercera vía, Taurus, Buenos Aires, 2000, (pag 39-80, 85-107, 119-140). 

[2]Varios ejemplos en: O’Donnell, Guillermo y Schmitter, Philippe 1988 Transiciones desde un gobierno autoritario: conclusiones tentativas, tomo 4, Buenos Aires, Paidós.

[3]Una crítica en: Osorio, Jaime. Explotación  redoblada y actualidad de la revolución. ITACA- UAM, México, 2009, (pag 145-168, 237-239, 197-209).

[4]Nuestro enfoque en: Katz Claudio, “Las disyuntivas de la izquierda en América Latina”, Edición cubana: Editorial Ciencias Sociales La Habana, 2010, (pag 135-136).

[5] Ver: Kay, Cristóbal. “Teorías estructuralistas e teoría da dependencia na era da globalizacao neoliberal”, A América Latina e os desafíos da globalizacao, Boitempo, Rio, 2009. López Hernández, Roberto. “La dependencia a debate”, Latinoamérica 40, enero 2005, México.

[6]Ver: Martins Carlos Eduardo, Globalizacao, Dependencia e Neoliberalismo na América Latina, Boitempo, Sao Paulo, 2011, (pag 249-250, 253). Bresser Pereira, Luiz Carlos. “From the National-Bourgeoisie to the Dependency Interpretation of Latin America”, Latin American Perspectives, May 2011 vol. 38 n 3.

[7] Cardoso Fernando, Henrique. A Suma e o resto, Editorial Civilización Brasileira, 2012, Rio de Janeiro, (pag 120-133, 154-156).

[8] Cardoso Fernando, Henrique; Faletto, Enzo. Desarrollo y dependencia en América Latina. Ensayo de interpretación sociológica, Siglo XXI, Buenos Aires, 1969. Cardoso Fernando, Henrique. A Suma e o resto, Editorial Civilización Brasileira, 2012, Rio de Janeiro, (pag 31).

[9]Ver: Correa Prado, Fernando. “História de um não-debate: a trajetória da teoria marxista da dependência no Brasil”, Comunicao Politica, vol 29, n 2, maio-agosto 2011.

[10]Ver: Vernengo, Matías. “Technology, Finance and Dependency: Latin American Radical Political Economy in Retrospect”, Review of Radical Political Economics, vol 38, n 4, fall 2006. Palma, Gabriel. “Dependencia y desarrollo: una visión crítica”, en Dudley Seers, La teoría de la dependencia: una evaluación crítica, FCE, México, 1987 

[11]Ver: Sotelo Valencia, Adrián. “Dependencia y sistema mundial: ¿convergencia o divergencia?”, Rebelión, www.rebelion.org/noticia, 4-9-2005.

[12]Castañeda, Jorge; Morales Marco. Lo que queda de la izquierda, Taurus, 2010, México, (pag 33).

[13] Castañeda, Jorge G. La utopía desarmada, Ariel, Buenos Aires, 1993, (pag 7-29, 145-195). Nuestra crítica en Katz, Claudio. Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Edición cubana, Editorial Ciencias Sociales La Habana, 2010, (pag 195-196).

[14]Castañeda, Jorge; Morales Marco. Lo que queda de la izquierda, Taurus, 2010, México, (pag 294-298). Castañeda, Jorge G, La utopía desarmada, Buenos Aires, Ariel,1993, (pag 331-361).

[15]Castañeda, Jorge; Morales, Marco. Lo que queda de la izquierda, Taurus, 2010, México, (pag 287-292).

[16]Op. Cit. (pag 30-31). 

[17] Castañeda, Jorge; Hett, Enrique. El economicismo dependentista, Siglo XXI, 1991, (pag 10-11, 28-44, 85, 95, 187, 191).

[18] Op. Cit. (pag 14-27, 51-66, 105, 131).

[19] Op. Cit. (pag 75, 79, 135).

[20] Op. Cit. (pag 14-27, 28-44, 44-50, 67, 188-191).

[21]Sebreli, Juan José. Tercer Mundo mito burgués, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975, (pag 11-19, 33-34, 197). Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 321).

[22]Ver: Fernández Retamar, Roberto. Pensamiento de Nuestra América, CLACSO, Buenos Aires, 2006.

[23] Sebreli, Juan José. “El populismo rechaza la democracia”, La Nación, 4-11-2012.

[24] Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 318-320).

[25] Op. Cit. (pag 320-321).

[26] Op. Cit. (pag 321-323).

[27] Ver: Day, Richard B; Gaido, Daniel. Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I, Brill, 2011.

[28] Sebreli, Juan José. Tercer Mundo mito burgués, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975,

(pag 215-242).

[29] Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 130-139).

[30]Hemos expuesto varios lineamientos de este enfoque en Katz Claudio, “Necesitamos pensar la unidad de América Latina desde abajo y desde la lucha social”, 3/12/2013, www.rebelion.org/noticia  

[31] Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad, Sudamericana, Buenos Aires, 1992, (pag 263-266, 276-278, 287).

[32] Op. Cit. (pag 263-266, 276-278, 287).

[33] Op. Cit. (pag 205-239).

[34]Op. Cit. (pag 291-312).

[35] Op. Cit.  (pag13-18,  25-40).

[36] Una crítica en: Wallerstein. Immanuel Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas- mundo, 2004, Akal, Madrid, (pag 11-20, 326-345).

[37] Ver: Wood, Ellen Meiskins, “Eurocentric anti-eurocentrism”, Against the current, 92, may-june 2001.

[38]Ver: Amin, Samir. Modernité, religion et démocratie, Critique de l´eurocentrisme, Parangon, Lyon, 2008, (pag 198-213, 216-217, 218-222).

[39] Una descripción en: Blomstrom, Magnus; Hettne Bjorn. La teoría del desarrollo económico en transición, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, (pag 105-108

[40] Lall, Sanya. Is dependence a useful concept in analysing underdevelopment?, World Development, 1975,  Vol. 3, n 11-12, Pergamon Press.