¿Cuáles son las peculiaridades del
neoliberalismo en América Latina? ¿Alcanzó mayor penetración que en los países
centrales? ¿Registra un declive superior al resto del mundo? Es sabido que esta
modalidad reaccionaria fue introducida en la región con cierta antelación. Las
dictaduras del Cono Sur anticiparon en los años 70 la oleada derechista, que
posteriormente se afianzó en el grueso del planeta. Pero Latinoamérica ha sido
también el epicentro de grandes resistencias populares, que propinaron
significativas derrotas a ese aluvión conservador. Una revisión de la
trayectoria e ideología del neoliberalismo permite explicar muchas
especificidades de la región.
Caracterizaciones
generales
Las primeras discusiones internacionales sobre
el neoliberalismo destacaron las raíces teóricas de esta corriente en el
pensamiento económico neoclásico. También explicaron su aparición por el
agotamiento del crecimiento keynesiano de pos-guerra y resaltaron sus objetivos
políticos regresivos. El neoliberalismo fue definido en los años 80, como una
ofensiva del capital sobre el trabajo para recomponer la tasa de ganancia [1].
En la década siguiente se constató la hegemonía ideológica mundial alcanzada por esta vertiente. A pesar de los magros resultados económicos logrados durante ese decenio, la derecha se reforzó aprovechando el debilitamiento de los sindicatos y el desasosiego creado por la fractura social. El neoliberalismo expandió su influencia e implementó una drástica reconversión de la economía.
En la década siguiente se constató la hegemonía ideológica mundial alcanzada por esta vertiente. A pesar de los magros resultados económicos logrados durante ese decenio, la derecha se reforzó aprovechando el debilitamiento de los sindicatos y el desasosiego creado por la fractura social. El neoliberalismo expandió su influencia e implementó una drástica reconversión de la economía.
La expectativa en un rápido declive de esta
corriente fue disipada por la implosión de la URSS y la crisis del horizonte
socialista. Las tendencias conservadoras obtuvieron un impulso adicional con la
anexión de Alemania Oriental, el amoldamiento de la Unión Europea a la
globalización y la demolición del estado de bienestar[2].
La crisis económica iniciada en el 2008 abrió
grandes interrogantes sobre la continuidad del modelo privatista. Esta convulsión
superó las conmociones financieras precedentes e ilustró la magnitud de los
desequilibrios creados por el neoliberalismo. Pero la preeminencia de este
ciclo se mantuvo[3].
Su persistencia se ha verificado en todos los
acontecimientos de la coyuntura 2008-2014. La etapa que comenzó con el thatcherismo transformó el funcionamiento del
capitalismo mediante privatizaciones, aperturas comerciales y
flexibilizaciones laborales. Este esquema intensificó la competencia global por
aumentos de la productividad desgajados del salario, que amplifican todas las
tensiones de la producción, el consumo y las finanzas.
En los últimos años este modelo profundizó los
atropellos contra los trabajadores en contextos recesivos que potencian el temor
a la miseria. La desigualdad social alcanzó niveles sin precedentes, la pobreza
se expandió en las economías centrales y la precarización laboral se masificó
en todo el planeta.
El neoliberalismo converge con la
internacionalización de la economía. La fragmentación mundial de los procesos
de fabricación, el desplazamiento de la industria hacia al Oriente consolidan
la primacía de las empresas transnacionales. Las grandes firmas utilizan las normas
del libre-comercio y los bajos aranceles para desenvolver intercambios entre sus
filiales. Estos movimientos apuntalan, además, la globalización financiera y el
vertiginoso flujo de capitales entre los distintos países.
Las transformaciones neoliberales han
generando un modelo que opera con parámetros muy distintos al keynesiano de posguerra.
Ese esquema desencadena crisis muy específicas, que ya no irrumpen como
arrastres de viejos desequilibrios de los años 70. Al cabo de tres décadas de reorganización
capitalista se han creado nuevas contradicciones en múltiples esferas.
El neoliberalismo contrajo los ingresos
populares, afectó la capacidad de consumo, incrementó la sobreproducción de
mercancías y agravó varias modalidades de sobre-acumulación de capital.
Acentuó, además, un deterioro del medio ambiente que amenaza desatar inéditos desastres
ecológicos.
En el plano geopolítico este curso ha
precipitado un rediseño de fronteras que contrasta con el congelado mapa de la
guerra fría. Ya transitó por fases diferenciadas de bipolaridad, unipolaridad y
multipolaridad en las relaciones que mantienen las grandes potencias. Pero
todos los conflictos entre las clases dominantes se procesan en un nuevo marco
de negocios globalizados.
El neoliberalismo perdura por el retroceso que
impuso a los trabajadores. Se sostiene en el cansancio político que genera la
alternancia de conservadores y socialdemócratas en la administración del mismo modelo.
Todo indica que la reversión de esta etapa exigirá grandes victorias populares
impuestas desde abajo[4].
En este escenario: ¿cuáles son las
peculiaridades de América Latina?
Justificaciones
y períodos
A mitad de los años 70 el neoliberalismo
latinoamericano anticipó todas las tendencias de los países desarrollados. Ese
paradigma se forjó en Chile bajo Pinochet, con el asesoramiento económico
ortodoxo de Hayek y Milton Friedman. Allí se experimentó la doctrina que
posteriormente aplicaron otras dictaduras de la región.
Estos ensayos no se extinguieron con el fin de
los gobiernos militares. El neoliberalismo fue convalidado por los regímenes constitucionales que sucedieron a las
tiranías del Cono Sur. Esta continuidad afianzó las transformaciones estructurales
introducidas por el modelo derechista.
La prioridad del
neoliberalismo en la región fue desterrar la influencia alcanzada por la
izquierda y el nacionalismo radical al calor de la revolución cubana. También
arremetió contra la heterodoxia keynesiana de varios pensadores de la CEPAL.
Su cruzada contra las reformas sociales, la
redistribución del ingreso y la defensa del patrimonio nacional signó todo el período
de transición post-dictatorial. Con algunos cambios de formato fueron
convalidadas las principales mutaciones regresivas impuestas por los militares.
En el plano económico el neoliberalismo
latinoamericano atravesó por dos etapas diferenciadas. En los 80 prevalecieron
las “reformas de primera generación” con prioridades de ajuste
anti-inflacionario. En el decenio siguiente predominó el “Consenso de
Washington” con transformaciones complementarias de apertura comercial,
privatizaciones y flexibilización laboral.
En el primer período se
introdujeron políticas de shock para recortar el gasto público social y elevar
las tasas de interés. Estas medidas fueron justificadas con criterios
neoclásicos de equilibrio, que realzaban la primacía del mercado en la
asignación de los recursos[5].
Estos postulados walrasianos fueron esgrimidos para exaltar el reinado
de la oferta y la demanda y cuestionar la injerencia estatal. Todos los debates
fueron encapsulados en conceptos neoliberales. Abundaron los estudios para mensurar el aporte de cada “factor” (tecnología,
recursos naturales, capital humano) al crecimiento. Las evaluaciones de los
procesos productivos fueron despojadas de sus fundamentos sociales y la
enseñanza de economía quedó reducida a una indagación de relaciones funcionales
entre variables inexplicadas[6].
La ideología neoliberal incentivó esa
fascinación con la formalización y el tratamiento de la economía como un
sistema mecánico, sujeto a los ajustes aconsejados por los técnicos
neoclásicos. Toda la tradición latinoamericana de estudios históricos-sociales
quedó sepultada por el aluvión de especialistas llegados desde Washington y
Chicago. El análisis de las contradicciones, desequilibrios o límites de la
economía latinoamericana fue reemplazado por espejismos tecnocráticos.
En este clima se gestó la segunda fase neoliberal. Se afirmó que el
saneamiento del escenario macroeconómico regional ya permitía abrir las
compuertas de la eficiencia, desmantelando empresas estatales y eliminando
protecciones arancelarias.
A partir de ese momento cobró más relevancia
la vertiente austríaca de la teoría neoclásica. Las supersticiones en la mano
invisible fueron complementadas con propuestas de darwinismo social
competitivo. Se incentivó el remate de las propiedades del estado y la apertura
masiva a las importaciones. Con el pretexto de restaurar patrones de riesgo,
esfuerzo y productividad se propició la reducción de los ingresos populares y
el aumento de la desigualdad.
El establishment transformó estos principios
en un libreto de toda la sociedad. El mismo relato fue expuesto por los
gobernantes, transmitido en las escuelas, enaltecido en las universidad y
popularizado por los medios de comunicación. La organización ultra-liberal Mont
Pelerin Society y sus Centros de Estudios de la Libertad (CDEL) introdujeron
muchas ideas para esta contrarreforma.
Crisis
y fracasos
Al comienzo del nuevo siglo irrumpió la crisis
del neoliberalismo latinoamericano. Los desequilibrios generados por ese modelo
salieron a flote en toda la región, junto a la creciente primacía del sector exportador en
desmedro del desenvolvimiento interno. Aumentó la heterogeneidad estructural de
la economía y se concentraron las actividades más rentables en un puñado de
empresas. La capacidad del estado para priorizar las decisiones de inversión
quedó muy debilitada [7].
Las dos
etapas neoliberales de ajuste y apertura no sólo deterioraron los ingresos
populares. También provocaron la desintegración de la vieja industria local
gestada durante la sustitución de importaciones. Se acentuó la vulnerabilidad
de todas las economías ante la descontrolada afluencia o salida de capitales
externos. También se intensificó la dependencia del vaivén internacional de los
precios de las materias primas.
Las
economías latinoamericanas volvieron a soportar la carencia estructural de
divisas. No pudieron respaldar las reservas, ni mantener bajo control el tipo
de cambio, la tasa de interés o el nivel de inflación. Cuando estos
desequilibrios emergieron, los ministros pro-mercado abandonaron sus doctrinas
y recurrieron al mismo endeudamiento que caracterizó a sus antecesores.
Todas las
prédicas de ortodoxia fiscal, cuidado monetario y prudencia en la expansión de
la deuda pública fueron archivadas. Se optó por el costoso crédito externo para
lidiar con las asfixias generadas por el propio modelo. En muy poco tiempo los
mitos del rigor neoliberal en el gerenciamiento del estado quedaron
desmentidos. Esta política desembocó en la misma asfixia de pagos que ha
jaqueado repetidamente a la región[8].
Varios años
de privatizaciones y flexibilidad laboral recrearon las crisis financieras, los
quebrantos fiscales, las fugas de capital y los colapsos cambiario-monetarios
del pasado. El desplome de la Argentina en el 2001 fue la expresión más
dramática de esta repetición de viejas convulsiones.
El
neoliberalismo mantuvo un bajo nivel de actividad económica. La ilusión en un
repentino despegue por el simple efecto de políticas conservadoras quedó
desmentida. El recorte de los salarios y del gasto social no incentivó la
inversión. Tampoco las privatizaciones encendieron la mecha del crecimiento.
En todo el
período estuvo ausente el esperado derrame de bienestar desde los acaudalados
hacia el resto de la población. Sólo resurgieron los breves ciclos de mayor
consumo de la clase media. Fue muy visible el acaparamiento de ingresos de los
poderosos a costa de los trabajadores.
El balance del neoliberalismo es contundente
en los propios términos de ese esquema. Pretendía revertir el bajo crecimiento
y mantuvo un reducido nivel de expansión de la economía. Esperaba eliminar las
crisis financiero-cambiarias y agravó esos desmoronamientos. Prometía erigir
una plataforma duradera de inversión y acentuó la distancia de la región con
los países que incrementaron su desarrollo.
Los intentos de remontar estos fallidos con
alguna dosis de la misma medicina terminaron precipitando las crisis mayúsculas
de principio de siglo XXI. Estas convulsiones confirmaron que las clases
dominantes atropellaron las conquistas populares, sin convertir esos éxitos capitalistas
en procesos sostenidos de acumulación[9].
Los propios impulsores del liberalismo extremo
quedaron defraudados por un retroceso económico que deterioró la incidencia de
América Latina en el mercado mundial. La cohesión política inicial del proyecto
derechista se diluyó y el modelo afrontó su desafío más directo a partir de las
sublevaciones populares de 1999-2005.
Rebeliones
y virajes
El neoliberalismo latinoamericano fue socavado
por levantamientos sociales parcialmente exitosos. Este resultado determinó la
principal singularidad de este proyecto
en la región. Las protestas pusieron un límite a la ofensiva del capital,
especialmente luego de cuatro alzamientos victoriosos (Argentina, Bolivia, Ecuador
y Venezuela) que tumbaron a los artífices del ajuste.
Las rebeliones no alcanzaron la envergadura de
las revoluciones del siglo XX, pero modificaron las relaciones de fuerza y forzaron concesiones sociales que
contradicen el programa de Thtacher-Hayek. Estas
conquistas erosionaron el plan de la reacción y generaron un escenario que
diferencia a Sudamérica de otras zonas con predominio neoliberal continuado[10].
En este nuevo marco la derecha ajustó su
estrategia e introdujo una variante más moderada del mismo modelo. Este curso
incluye discursos éticos, cierta intervención del estado y
alguna sintonía con la síntesis neoclásico-keynesiana de posguerra[11].
La retórica que adoptó el Banco Mundial es muy
representativa de este cambio. Los promotores del ajuste han edulcorado sus
recetas y esgrimen una hipócrita preocupación por la pobreza. Reconocen las
“fallas de mercado” y promueven alguna regulación del estado parar corregir los
excesos de la concurrencia[12].
Los informes de los organismos internacionales ya no presentan la
radicalidad neoclásica de los años 80 o 90. Reconocen las imperfecciones
mercantiles y destacan la primacía de la acción estatal en ciertas áreas (medio
ambiente, capital humano, infraestructura). Estos mensajes combinan el acervo
ortodoxo con la intervención pública y proponen nuevos remedios para las rigideces
de los precios y las trabas en la circulación de la información.
Este neoliberalismo más atenuado también remarca la importancia del
asistencialismo. Acepta el gasto público para contener la explosión de pobreza,
como un precio a pagar durante la transición en curso. Supone que esa erogación
será pasajera y se extinguirá cuando el modelo genere más empleo. En los hechos
registra el enorme impacto de grandes sublevaciones que atemorizaron a los capitalistas.
El neoliberalismo del siglo XXI ha morigerado su entusiasmo inicial con la globalización. Ya no transmite el espíritu triunfalista
de “fin de la historia” que anunciaba
Fukuyama, ni se vanagloria por las “victorias de Occidente”. Acepta la
existencia de una mayor variedad de caminos al bienestar que la
simple imitación de Estados Unidos o Europa.
También destaca la incidencia de los valores
imperantes en Oriente que facilitaron los despegues de China y el Sudeste Asiático.
Resalta la centralidad cultural de la comunicación global y subraya su novedosa
influencia para incentivar el desenvolvimiento de la periferia.
El neoliberalismo actual ha incorporado además
varias teorías de crecimiento endógeno, que realzan la necesidad de inversiones
públicas para financiar los procesos de innovación. La tecnología ya no
es vista como un bien público, neutral y exógeno, que puede ser absorbida por
cualquier concurrente atento a la señales del mercado.
Pero ninguno de estos agregados, sutilezas o complementos ha modificado
las conclusiones regresivas del neoliberalismo. Estos corolarios se mantienen
tan invariables, como las convocatorias a garantizar los negocios de los
poderosos. La prioridad de políticas “amigables” hacia el
capital mediante aperturas comerciales, privatizaciones y flexibilidad laboral
no ha cambiado. El mismo recetario persiste con un nuevo envase de
presentación.
Variedad
de sentidos
Al comienzo del siglo XXI el neoliberalismo
perdió la homogeneidad que caracterizó a su debut. El término adoptó múltiples
connotaciones y la definición previa de ofensiva del capital sobre el trabajo
quedó referida a cuatro problemas específicos.
En primer lugar existe una interpretación de
este fenómeno como nueva etapa del capitalismo. Esta acepción alude al período
transcurrido desde los años los 80 hasta la actualidad a escala global. La
peculiaridad de América Latina en esta fase ha sido su inserción internacional
como proveedora de materias primas.
El neoliberalismo aporta la justificación de
este modelo exportador con primacía agro-minera, pilares extractivistas,
fabricación maquiladora y servicios transnacionalizados. Todos los gobiernos de
la región comparten este patrón de reproducción primario-exportador.
Un segundo sentido del neoliberalismo reúne a
los países que han optado por estrategias de libre-comercio. México lidera este
pelotón desde la suscripción del NAFTA con Estados Unidos y Canadá hace 20 años.
Su economía ha quedado moldeada por las consecuencias de un tratado que reforzó
la integración del país a la potencia del norte, como proveedor de petróleo y
mano de obra barata.
Pero el
ambicioso proyecto estadounidense de forjar un mercado hemisférico para las
grandes empresas (ALCA) se frustró. Las resistencias populares, la
disconformidad de ciertos sectores empresarios y el rechazo de los gobiernos
más autónomos alineados con el MERCOSUR neutralizaron ese intentó en el 2005
(Cumbre de Mar del Plata).
Desde ese
momento la promoción imperial de un gran tratado de libre comercio ha quedado
sustituida por convenios bilaterales suscriptos con los gobiernos más afines.
Varios TLC se consolidaron, otros se demoraron y algunos quedaron bloqueados.
Pero un enjambre de acuerdos ya enlaza a Estados Unidos con el grueso de la
región centroamericana y con varios países del sur (Chile, Colombia o Perú).
En los últimos años Obama
retomó la ofensiva para introducir un convenio general de libre-comercio
(Tratado del Pacífico), tendiente a gestar cierta triangulación
mundial con Europa y Asia. También las firmas europeas
impulsaron sus propias negociaciones e intentan erosionar el
MERCOSUR forjando acuerdos unilaterales con Brasil[13].
Las mismas tratativas de Europa con Ecuador
apuntan a extender el sometimiento comercial que ya impera en Perú o Colombia.
En el caso de Uruguay las negociaciones incluyen
un drástico compromiso de apertura comercial y equiparación de los proveedores
nacionales del Estado con sus competidores externos[14].
Esta
oleada de presiones no sólo recrea las rivalidades entre
europeos, estadounidenses y chinos por el control de los recursos naturales de
la región. El libre comercio es un mecanismo de la mundialización que promueven
todas las potencias. Cuanto más elevado sea el número de convenios suscriptos
por la región, mayor será su subordinación a un modelo que bloquea el
desarrollo latinoamericano.
La tercera acepción del neoliberalismo alude a una política económica de
ortodoxia monetaria, fiscal y cambiaria con variantes monetaristas y
ofertistas. Pero la crisis global del 2008 ha generado
importantes cambios en esta práctica. Muchos neoliberales olvidaron los
principios de riesgo y competitividad y justifican los auxilios estatales a los
bancos.
Esta adaptación pragmática al temblor
financiero no presenta hasta el momento la magnitud observada en las economías
centrales. La región no padeció desmoronamientos bancarios, ni explosiones de
endeudamiento. Persiste el ascenso de los precios
de las commodities (en forma
atenuada) y también la afluencia de
inversiones extranjeras. Por esta razón se implementan políticas
contra-cíclicas de gasto público e impulso al consumo. Los ministros
neoliberales han recurrido a estas recetas con el mismo fervor que sus
adversarios heterodoxos, especialmente en Chile, Colombia, México o Perú.
Ciertamente existe un tipo de política
económica singular del neoliberalismo que se contrapone al patrón keynesiano.
El signo determinante de esta orientación no es la gravitación del Estado, sino
la jerarquía asignada a las privatizaciones, la apertura comercial y la
flexibilización laboral. También se prioriza el gerenciamiento privado y las
inversiones extranjeras como sustitutos del ahorro interno.
¿Cuáles son los intereses sociales favorecidos
por esa política? Es evidente que beneficia a los capitalistas en desmedro de
los trabajadores, pero no es tan nítido su apuntalamiento de sectores burgueses
específicos. Algunos autores subrayan las ventajas obtenidas por los rentistas
financieros y otros resaltan el sostén general de los grupos concentrados[15].
Es evidente que el neoliberalismo mejoró
inicialmente el perfil de los sectores financieros y afianzó posteriormente los
negocios agro-mineros volcados a la exportación. Ha obstruido, en cambio, los
procesos de acumulación de las fracciones industriales más dependientes del
mercado interno.
Evaluaciones
combinadas
El cuarto sentido del neoliberalismo es su
dimensión política. En este plano se identifica con los gobiernos derechistas subordinados
a Estados Unidos, que recurren a la represión para apalear la protesta
popular. Es la estrategia elegida por el
PAN y el PRI que ensangrentaron a México en una guerra social bajo la cobertura
de “erradicar el narcotráfico”. También aquí se ubican los mandatarios de
Colombia que acumulan un récord de persecuciones y asesinatos de luchadores
sociales.
En ese
mismo campo deben ser situados los presidentes de
Perú que privilegian la respuesta represiva frente a las resistencias al
extractivismo. Es la misma política que han seguido en Chile los líderes de la
Concertación, manteniendo los pilares de la Constitución pinochetista. El uso
de la fuerza es también un rasgo compartido por los presidentes privatistas de
Centroamérica.
Todos estos gobiernos desarrollan agendas
reaccionarias apuntaladas por los medios de comunicación. Priorizan
especialmente la difusión de valores conservadores, para oponer a las clases
medias con los sectores más empobrecidos.
Pero este neoliberalismo político ha perdido
el empuje triunfalista que exhibía en los años 90. Sólo mantiene una gran
capacidad para lanzar contraofensivas. En los últimos años recurrió al golpismo
con disfraz institucional, para derrocar a un presidente tibiamente reformista en
Paraguay y para tumbar un mandatario aliado del chavismo en Honduras.
La derecha igualmente fracasó en las acciones
destituyentes para desplazar a los presidentes de Venezuela y Bolivia. Esta
incapacidad para imponerse en los principales países en disputa ilustra los límites
de la reacción. Habrá que ver como impacta el reciente afianzamiento electoral
de la derecha en Colombia, el giro conservador de varios gobiernos de
centroizquierda y el resultado de importantes elecciones en curso.
El rumbo estadounidense es el principal
condicionante de cualquier acción significativa del neoliberalismo regional. La
primera potencia mantiene su influencia en la zona desplegando fuerzas
militares en Colombia. El margen de intervención directa de los marines ha
quedado recortado, pero la función geopolítica de América Latina para el
imperio no ha cambiado. En la nueva realidad de UNASUR y CELAC el imperio
ensaya distintos caminos para restablecer su injerencia.
El neoliberalismo regional debe ser analizado
evaluando esta variedad de procesos. Presenta cuatro dimensiones diferenciadas
como etapa, estrategia de libre-comercio, política económica y gobiernos
derechistas. Es muy importante distinguir esos niveles a la hora de establecer
un balance.
A diferencia de otras regiones no hay
respuesta simple para definir si el modelo derechista se encuentra a la ofensiva
o en repliegue. Existen varios gobiernos en conflicto con este curso y se han
obtenido triunfos populares que limitaron su predominio. Pero todas las
administraciones actuales comparten el mismo patrón primario exportador de
inserción en la mundialización neoliberal.
Un gobierno derechista se amolda por completo
al rumbo neoliberal, otro de centroizquierda no se aviene fácilmente a ese
sendero y los procesos radicales chocan con sus fundamentos. En un caso
prevalece la sintonía, en otro la convivencia y en un tercero la
contraposición.
Esta desincronización deriva en última
instancia del impacto generado por rebeliones populares victoriosas, que
limitaron el alcance regresivo del neoliberalismo sin sepultarlo. Introdujeron grandes
transformaciones políticas que incidieron en forma muy limitada sobre la esfera
económica. Por esta razón es erróneo suponer que América Latina ha ingresado en
una fase “pos-liberal”. Ese giro supondría que toda la etapa de las últimas
tres décadas ha quedado atrás y hasta ahora ese viraje no se consumó.
Libre-comercio
y globalización
Los
neoliberales contemporáneos retoman la vieja caracterización del libre-comercio
como llave maestra del desarrollo. Afirman que es la manera
más directa de reducir la pobreza y la inequidad.
Pero olvidan que la implementación de este
principio en América Latina desembocó en la primacía de exportaciones
agro-mineras e importaciones industriales. Esa asimetría condujo al subdesarrollo
y a la inserción dependiente en el mercado mundial.
Los defensores del libre-comercio ignoran esta
trayectoria histórica. Olvidan que Inglaterra optó por esa estrategia cuando
ya era dominante a escala mundial. Tampoco recuerdan que el comercio
irrestricto fue evitado por Estados Unidos, Japón o Alemania en el debut de su
desenvolvimiento industrial. Sólo aceptaron parcialmente esa orientación cuando
lograron alta productividad en los sectores sujetos a la competencia global[16].
Todas las economías desarrolladas impusieron normas de libre-comercio a
la periferia para asegurar la colocación de sus exportaciones industriales. Lejos de constituir un
instrumento de prosperidad para las naciones atrasadas, esa apertura introdujo
obstáculos a la diversificación económica y al crecimiento de la periferia.
América Latina padeció el fortalecimiento de las oligarquías rentistas y el
bloqueo a la acumulación sostenida de capital.
Los
neoliberales contemporáneos retoman las viejas críticas al proteccionismo,
señalando que impide aprovechar las ventajas comparativas de cada país. Sitúan
esas conveniencias en la agricultura o en la minería, como si América Latina
cargara con un mandato divino de provisión de materias primas a los países
desarrollados.
No
registran el evidente beneficio que aportó ese status internacional a las economías
ya industrializadas y la adversidad que impuso a las naciones periféricas.
Mientras que el primer tipo de países pudo desenvolver intensos procesos de
expansión fabril, el segundo grupo quedó relegado a un estadio básico de
exportador primario.
Es absurdo suponer que cualquier economía
puede mejorar su perfil, reforzando su colocación “natural” en la división
internacional del trabajo. El desarrollo exige lo contrario: lidiar con la
adversidad de los condicionamientos externos.
Ningún país latinoamericano puede convertirse
espontáneamente en una economía avanzada, sin modificar la matriz histórica que
obstruyó su desenvolvimiento productivo. Esa estructura genera transferencias de
recursos hacia los países desarrollados y reproduce distintas modalidades del
atraso[17].
Las ingenuidades librecambistas perdieron influencia durante la segunda
mitad del siglo pasado con la industrialización de México, Brasil y Argentina.
Pero las limitaciones y fracasos de los modelos de sustitución de importaciones
reavivaron las creencias previas en los beneficios de la apertura comercial.
Esas
ilusiones han encontrado un nuevo techo. Los efectos devastadores de la
desprotección padecida por América Latina en las últimas dos
décadas afectaron seriamente la credibilidad de los mitos libre-cambistas. Salta a la vista cómo la
disminución de las tarifas aduaneras desmorona a las industrias locales, frente
al aluvión de importaciones fabricadas en el exterior.
Los
neoliberales igualmente realzan los beneficios de la globalización. Afirman que
la apertura de las fronteras para la circulación del capital favorecerá a las
economías relegadas, al inducir una traslación de fondos desde los países con
altas dotaciones de capital hacia las economías subdesarrolladas.
Pero
si esa tendencia fuera tan dominante ya habría irrumpido en el pasado. La
existencia de un mercado mundial no es una novedad del siglo XX. Arrastra
varias centurias de experiencias que nunca derivaron en equilibrios de la
acumulación.
Teorías de la convergencia
El
desenvolvimiento capitalista no está regulado por sencillos movimientos de
capitales excedentes hacia los países empobrecidos. Es pura ensoñación suponer
que las empresas transfieren espontáneamente fondos de Suiza hacia el Congo o
de Alemania hacia Ceylán, en escenarios de capitales sobrantes en un polo y
faltantes en el otro.
El
sistema se reproduce siguiendo otros patrones de rentabilidad determinados por
múltiples factores. La localización del capital es definida por los costos, los
mercados y las expectativas en el comportamiento de las monedas, las tarifas o
los salarios.
La
fantasía globalista supone que esa compleja estructura histórica del
capitalismo ha quedado abruptamente disuelta por el afianzamiento de idearios
neoclásicos. Transforman esos imaginarios en realidades normativas que nadie
logra corroborar[18].
Es
cierto que la liquidez global fluye con más rapidez e intensidad que en el
pasado, pero de la mano de empresas transnacionales que relocalizan su
producción en ciertas regiones ya enlazadas con el capital global. Sólo en esas
condiciones usufructúan de la baratura, el adiestramiento o el sometimiento de
la fuerza de trabajo.
Pero
tampoco esos movimientos equiparan los acervos nacionales de capital. Generan
fracturas y polarizaciones que segmentan al capitalismo en un nuevo orden de
perdedores y ganadores, con centros, semiperiferias y periferias.
El
esquema de las ventajas comparativas desconoce la existencia de obstáculos
elementales al logro de equilibrios mundiales. Ignora la nueva secuencia de
polaridades que caracteriza a cualquier reorganización del mercado global. Un
hipotético curso de aproximación de África Sub-sahariana con Europa del Norte o
de Centroamérica con Estados Unidos generaría fracturas de mayor alcance que
las brechas a reducir. Estos desniveles serían propios de la acumulación y
obstruirían los empalmes que imagina la teoría neoclásica.
El
librecambismo neoliberal promueve políticas reaccionarias con supuestos
banales. Reivindica la desigualdad social, celebra la
mercantilización de la acción humana, glorifica el consumismo e incentiva un
ejercicio despiadado de la competencia individualista.
También afirma que la revolución de las
comunicaciones achicó el planeta, facilitando la concreción del ideal
neoclásico de un mercado perfecto. Supone que una vez reducidas las barreras interpuestas
por los estados nacionales, nada impedirá la plena circulación del capital, la
transparencia total y la asignación óptima de los recursos a escala mundial.
En estas condiciones el libre-comercio
aseguraría el desarrollo, al erradicar las trabas que en el pasado obstruyeron
la movilidad del capital y del trabajo. Los economistas más ortodoxos (Barro,
Sala I Martin, Williamson) y sus instituciones (FMI, Banco Mundial) recurren a
esa teoría de la convergencia global, para justificar su promoción de políticas
de apertura.
Pero esas afirmaciones no aportan ninguna
novedad al conocido libreto de los rendimientos decrecientes en el centro, que
deberían incentivar el despegue de la periferia. En esta hipótesis de
convergencias entre economías atrasadas y adelantadas se inspiraron todas las
teorías metropolitanas del desarrollo[19].
Durante décadas los neoclásicos ensayaron una
“econometría de la convergencia”, para intentar corroborar el achicamiento de
las brechas estructurales entre el centro y la periferia. Pero con gran
frecuencia esos estudios confundieron movimientos financieros coyunturales con
tendencias de largo plazo.
Además construyeron modelos muy arbitrarios,
atribuyendo el secreto del empalme global al comportamiento virtuoso de cierto
factor (educación, tecnología, gestión). Aislaban ese elemento de la dinámica
general de la acumulación buscando demostrar la preeminencia de tendencias
hacia la equivalencia global. Pero estos procesos sólo se verificaban en la
nebulosa de un razonamiento abstracto.
Frente
a las inconsistencias de ese procedimiento algunos teóricos neoclásicos optaron
por introducir una tesis sustituta de “convergencia condicional”. Postularon
únicamente el empalme entre países con parámetros tecnológicos, institucionales
o legales similares.
Pero con esta enmienda diluyeron los interrogantes a dilucidar. Ya no se
supo quién converge y cuál sería la explicación de ese proceso. Al introducir
una restricción más acotada abandonaron de hecho el presupuesto previo.
Recurrieron a una hipótesis de “segundo mejor”, para exponer tautologías de
convergencias entre economías que ya empalmaban previamente[20].
Raíces ideológicas
regionales
El
pensamiento neoliberal contemporáneo combina fundamentos económicos neoclásicos
con actualizaciones de la historiografía liberal. Esta concepción nutrió la
ideología de las clases dominantes latinoamericanas desde la Independencia
hasta la crisis de 1930. Recreó los mitos del colonialismo y retomó todos los
supuestos de superioridad del colonizador europeo sobre los indígenas y los
esclavos.
Las
versiones más básicas de esa teoría repitieron los prejuicios iniciales
propagados por los conquistadores de América. Esos enfoques concebían al nuevo
continente como una región estructuralmente atrasada por la gravitación de
imperativos climáticos adversos. Suponían que esos condicionamientos impedían a
los nativos desenvolver la agricultura y el comercio. Por eso postulaban
superar la barbarie regional con un padrinazgo externo.
Durante
tres siglos esta concepción difundió creencias de supremacía occidental. Divulgó
la imagen de un nuevo continente dotado de excepcionales riquezas y pobladores
incapacitados para aprovecharlas. Europa quedó identificada con la introducción
de la civilización en un continente previamente divorciado de la historia
humana.
Con estas ideas colonialistas se justificó la explotación impuesta a los
pueblos originarios. El indio era sinónimo de salvajismo y su evangelización era
presentada como un correctivo de ese primitivismo. Esa redención incluía el
trabajo servil en las minas y en todas las haciendas creadas a partir de la
usurpación de las tierras comunales.
Estos mismos preceptos fueron utilizados para introducir esclavos
africanos en las regiones con poblaciones originarias diezmadas. La brutalidad
de estas prácticas era maquillada con mensajes de padrinazgo tutelar sobre las
razas inferiores[21].
El pensamiento radical del siglo XIX confrontó con estas teorías de
glorificación colonial. Pero el liberalismo conservador de las oligarquías
criollas retomó todos los diagnósticos de incapacidad de los nativos. Estos
principios fueron utilizados por los terratenientes y comerciantes locales para
afianzar su dominación. Con esos pilares gestaron naciones formalmente
soberanas y económicamente dependientes del capitalismo británico.
La derrota de las corrientes democrático-radicales al concluir las
guerras de la Independencia facilitó la consolidación de los prejuicios
euro-centristas Aparecieron nuevas explicaciones que atribuían el subdesarrollo no sólo a la gravitación previa de culturas indígenas.
También fue impugnado el débil liberalismo de la tradición española.
En ese contexto el desprecio por al retraso
indígena fue combinado con cuestionamientos al proteccionismo hispánico. La
fascinación por la cultura inglesa (y francesa) condujo al repudio de lo
identitario y al rechazo de la propia singularidad mestiza de la región[22].
La idealización del Viejo Continente se reforzó en todos los planos.
Europa fue identificada con la racionalidad y el desarrollo de la ciencia. Con
este bagaje de creencias se promovió la incorporación de los países
latinoamericanos a un desenvolvimiento guiado por la locomotora europea. Estos
mismos principios alimentaron la ideología positivista de la modernización.
El liberalismo se amoldó a las necesidades de las oligarquías
agro-mineras. Justificó el incremento de sus fortunas y la instrumentación de
un esquema de exportación de materias primas, a cambio de manufacturas
provistas por la industria británica.
Las teorías librecambistas convalidaron el ahogo de la estructura
productiva local y facilitaron la apropiación oligárquica de las rentas de la
región. Fueron ideas muy persistentes
hasta las primeras décadas del siglo XX. Presentaban los intereses de las
minorías privilegiadas como conveniencias comunes de toda la sociedad
latinoamericana.
Estas miradas perdieron influencia a partir de la gran depresión, pero
resurgieron en los años 50-60 a través de nuevas teorías del desarrollo. La
fascinación con el ejemplo europeo fue sucedida por el deslumbramiento con el
modelo norteamericano. Mediante grandilocuentes llamados a la modernización se
convocó a sustituir los patrones rutinarios de conducta por nuevos valores de
riesgo, inversión y competencia. Se afirmó que ese cambio de costumbres
encarrilaría a Latinoamérica por la senda del desarrollo[23].
El salto de la pobreza hacia el bienestar, el consumo en gran escala y
el trabajo especializado solamente requería insertar a la región en el despegue
modernizador. El teórico estadounidense Rostow aportó los fundamentos de este
guión. Utilizó también ese mensaje para contener la amenaza revolucionaria. El
nuevo programa era motorizado por asesores del Departamento de Estado que
intervenían activamente en la guerra fría y difundían sus concepciones como
antídotos del comunismo[24].
Contradicciones de
todo tipo
Desde los años 70-80 el neoliberalismo latinoamericano amalgamó viejas
tradiciones de elitismo regional con un proyecto de ofensiva thatcherista. La
hostilidad al estatismo (pre-colombino, colonial, pos-independentista o
nacionalista) reapareció con nuevos discursos de demonización del estado.
La crítica al intervencionismo hispánico y a la idiosincrasia pasiva de
los pueblos originarios se transformó en objeciones a la ausencia de
competencia, en sociedades subordinadas al despotismo de los funcionarios.
Resurgieron los cuestionamientos al agobio que impone la burocracia a la vida
de los ciudadanos.
Estos mensajes resumen el libreto neoliberal
contemporáneo. Despotrican contra el estado omnipresente, que impide
desenvolver los negocios creados por los individuos. Convocan a eliminar esa
opresión estimulando a las personas a valerse por sí mismas, con el mismo ingenio
e individualismo que florecen en los países exitosos.
Pero esta visión omite que el Estado no es tan
adverso a los capitalistas. Solventa activamente el enriquecimiento de los
poderosos y convalida el desamparo de los desprotegidos. Nunca abandona a los dominadores
a su propia suerte, ni asegura la subsistencia de los desamparados.
Los neoliberales atribuyen el atraso
latinoamericano a ciertas estructuras culturales internas. Explican siglos de
estancamiento regional y resignación frente al paternalismo estatal por la
ausencia de un talante competitivo anglo-sajón.
Pero olvidan mencionar que el liberalismo fue
la ideología constitutiva de las naciones latinoamericanas y que sus parámetros
definieron el modelo agro-exportador prevaleciente desde mediados del siglo
XIX. Al atribuir la falta de progreso a la inferioridad cultural de la zona, no
explican como persistió esa tara en sociedades regidas por principios
liberales. Suponen que las elites encarnaron ese espíritu mercantil frente a
mayorías populares afectadas por el atontamiento estatista.
La versión actual de esa mirada aristocrática
se concentra en la crítica al virus del populismo. La influencia de esta
enfermedad es explicada por la conducta facilista que adoptan los funcionarios,
para asegurarse el sostén de sus clientelas electorales. Imponen una
dependencia de los votantes hacia el estado que frustra la preeminencia del
mercado y recrea el estancamiento.
Pero también aquí omiten recordar a los grupos
capitalistas beneficiados por este tipo de administración. En ese ocultamiento
se fundamenta el hipócrita palabrerío que despliegan contra el gigantismo
estatal. Proponen erradicar esa atrofia mediante la instalación de un “estado
mínimo”, que se desenvolvería mejorando la eficiencia del gasto y la eficacia
de los funcionarios[25].
Este mensaje suele olvidar que el
neoliberalismo ya arrastra varias décadas de administración estatal y que en
ningún lado ha logrado alcanzar esa meta de eficacia. A veces justifican este
fracaso afirmando que la mayoría de las experiencias gubernamentales “no han
sido genuinamente liberales”. Contrastan lo vivido con un ideal de pureza
mercantil-competitiva que no existe en ninguna parte del mundo.
Pero lo más curioso de ese argumento es su
complementaria impugnación del socialismo. Afirman que este proyecto es una
“utopía irrealizable” cuando su propio modelo navega en la fantasía.
El neoliberalismo actual retoma también la
teoría de la modernización como explicación de las dificultades afrontadas por
el empresariado latinoamericano para desplegar sus potencialidades. Atribuye
esa frustración a la preeminencia de patrones culturales
tradicionales, que obstruyen el surgimiento de los valores característicos del emprendedor
contemporáneo. Estiman que esas capacidades empresariales están presentes,
pero no logran emerger en el agobiante clima de estatismo latinoamericano[26].
Una idealización extrema de este
individualismo empresario fue introducida en las últimas décadas por talibanes
del neoliberalismo como Carlos Alberto Montaner, Martín Krause y especialmente Hernando
de Soto. Presentan a los empobrecidos cuentapropistas como ejemplos de resurrección
de la iniciativa privada. Afirman que los comerciantes precarizados del
circuito informal han comenzado a liberar a la economía del estatismo, con
acciones de racionalidad mercantil en universos de genuina competencia.
Pero esta exaltación de los desamparados como
exponentes del ideal capitalista constituye una verdadera confesión de los
resultados del neoliberalismo. Este esquema expropia a los trabajadores,
expulsa a los campesinos de sus tierras y empobrece a las clases medias hasta
desembocar en la miseria que padece América Latina.
Lo más insólito de la argumentación neoliberal
es su enaltecimiento de estos efectos. Aunque atribuye la precarización al
intervencionismo estatal, es evidente que la informalidad es consecuencia
directa de un modelo que destruye empleos, mediante privatizaciones y aperturas
comerciales. Sus artífices idealizan las desgracias causadas por la flexibilización
laboral.
Las caricaturas de los empobrecidos como
agentes transmisores de la mano invisible tuvieron cierto eco en el debut del
neoliberalismo. Pero han perdido influencia en la última década, a medida que
el empobrecimiento potenció la fractura social, masificó la delincuencia y
acrecentó las tensiones de la marginalidad.
Este terrible escenario induce a la mayoría de
los neoliberales a sustituir los elogios de la informalidad por la promoción de
programas masivos de asistencialismo. Con teorías de auxilios transitorios
(“hasta que el mercado genere empleo privado”) han incluido este tipo de gastos
sociales en sus políticas de gobierno. Las administraciones derechistas
destinan importantes erogaciones presupuestarias a contener la rebeldía que
genera su modelo.
Una ideología de la
dominación
La idealización del empresario es un pilar de
la vertiente austríaca de la economía neoclásica, que se gestó con Menger y
Bohm Bawerk y se afianzó con Von Mises y Hayek. Sus voceros propician la
ampliación de las desigualdades sociales, la subordinación de la democracia a la
propiedad y el reforzamiento de la supremacía irrestricta del mercado.
Reivindican modalidades extremas de competencia, argumentando que aleccionan al
consumidor y alientan la innovación del empresario.
A diferencia de la corriente walrasiana reconocen
el carácter incierto de la inversión, la imperfección de la racionalidad
individual y la fragilidad de las preferencias de los consumidores. Pero no
deducen de estas dificultades ninguna propuesta de regulación de los mercados.
Al contrario, proponen liberar el juego de la oferta y la demanda de cualquier
interferencia, subrayando el carácter benéfico del orden mercantil y el efecto
positivo del darwinismo social.
Con este tipo de concepciones, el neoliberalismo ha desenvuelto una
influyente ideología en todos los sentidos del término.
Aporta ideas que naturalizan la opresión para orientar la acción de los
dominadores. Como creencia, cosmovisión o legitimación del grupo dominante, el
neoliberalismo constituye un credo de gran peso para el funcionamiento actual
del capitalismo[27].
Es una ideología con fundamentos racionales
que a su vez propaga sistemáticos engaños. Promueve ilusiones en el reinado del
mercado y en la existencia de oportunidades para todos los individuos. Oculta
la apabullante preeminencia de las grandes empresas y el estructural
afianzamiento de la explotación. Difunde el mito de la obstrucción estatista
del desarrollo latinoamericano, omitiendo la dependencia y la inserción
primarizada de la región en el mercado mundial.
El neoliberalismo expande estas ideas al
servicio de las clases dominantes. Sintetiza las conveniencias de los grupos
privilegiados de América Latina. En el pasado expresaba los programas de los
terratenientes exportadores y en la actualidad canaliza las demandas de los
grandes bancos y las corporaciones agro-industriales con negocios
internacionalizados.
Las ideas liberales son creencias colectivas
propagadas por las clases capitalistas. Forman parte del pensamiento latinoamericano
desde que esa cosmovisión emergió para cohesionar a las minorías opresoras. En
las últimas décadas provee todos los argumentos que utiliza al establishment
para justificar su primacía. Los pilares de esas creencias (modernización,
progreso, imitación de Occidente) inciden en la subjetividad de los individuos
educados en las reglas de la mitología liberal.
El grado de penetración de esas ideas entre
los oprimidos es un tema de gran controversia. Aunque el liberalismo tuvo
momentos de gran influencia social, siempre fue una concepción explícitamente
hostil a los intereses, tradiciones y deseos de los explotados. Por esta razón
nunca fue plenamente interiorizada por este sector. Logró cierta incidencia entre
fines del siglo XIX y 1930, pero quedó estructuralmente relegada con la
industrialización de posguerra y la expansión del nacionalismo.
Ha retornado en las últimas décadas de oleada
neoliberal pero sin echar raíces en la mayoría de la población. Las
resistencias y victorias parciales logradas contra la ofensiva derechista han
limitado la gravitación de sus conceptos, abonando las teorías que remarcan la
acotada penetración de las ideologías dominantes entre los sectores populares[28].
Pero el liberalismo tradicional no es el único
formato de esa concepción. También existen otras modalidades más sofisticadas
que requieren evaluaciones específicas. Estas vertientes conforman el
social-liberalismo que analizamos a continuación.
Resumen
En América Latina el neoliberalismo comenzó
antes y ha enfrentado mayores resistencias. Es una práctica reaccionaria, un
pensamiento conservador y un modelo de acumulación basado en agresiones a los
trabajadores, en un marco de mayor internacionalización del capital.
Hubo una etapa inicial del ajuste y otra fase
posterior de privatizaciones durante las dictaduras y las transiciones
posteriores. La aplicación del esquema neoclásico acentuó los desequilibrios
financieros, cambiarios y productivos tradicionales y repitió los socorros
estatales a los capitalistas a costa del erario público.
A diferencia de otras regiones el
neoliberalismo latinoamericano quedó afectado por el impacto de las
sublevaciones populares. Mantiene el programa derechista, pero redujo su
triunfalismo, atenuó sus ambiciones y acepta cierta intervención estatal. Puede
ser visto como etapa del capitalismo, estrategia de libre-comercio, política
económica o gobierno derechista. Para definir si se encuentra a la ofensiva o
en repliegue hay que distinguir esas cuatro acepciones.
El librecambismo postula una imaginaria
inserción natural en el mercado mundial y reproduce el subdesarrollo que genera
la exportación primaria. Las brechas internacionales de productividad
desmienten las fantasías de convergencia entre economías avanzadas y
periféricas.
El neoliberalismo hereda viejas teorías de
inferioridad de los nativos, atraso cultural hispanoamericano y supremacía de
Occidente. Retoma los mitos positivistas de la modernización basados en la
copia del capitalismo avanzado. Despotrica contra la injerencia estatal,
ocultando los beneficios que obtienen los capitalistas y no explica la
continuidad de esa intervención al cabo de tantos gobiernos pro-mercado. Es
absurda su presentación de la informalidad laboral como una resurrección de la
competencia empresaria.
Como creencia, programa o cosmovisión el
neoliberalismo es la principal ideología actual de las clases dominantes. No ha
sido internalizada por los oprimidos.
Notas
[1]Ver: Hirsch, Joachim. “Globalización del
capital y la transformación de los sistemas de estado”. Cuadernos del Sur, n
28, mayo 1999.
[2]Ver balance en: Anderson, Perry.
"Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda". El
Rodaballo n 3, verano 1995-96, Buenos Aires. Anderson Perry,
“Neoliberalismo: un balance provisorio”, La trama del neoliberalismo. Mercado,
crisis y exclusión social, CLACSO, Buenos Aires, Argentina. 2003. Anderson,
Perry. The New Old World, Verso, London, 2009, (pag 47-79).
[3]Ver: Harvey, David. “El neoliberalismo como
proyecto de clase” vientosur.info/ 08/04/2013. Harvey, David A brief history of Neoliberalism,
Oxford University Press, New York, 2005 (pag 1-39, 152-183).
[4] Nuestra visión de la etapa en: Katz
Claudio, “Transformaciones de la era neoliberal”, Realidad Económica, n 284,
mayo-junio 2014, Buenos Aires,
[5]Ver: Nahon, Cecilia; Rodríguez Enríquez,
Corina; Schorr, Martín. “El pensamiento latinoamericano en el campo del
desarrollo del subdesarrollo: trayectorias, rupturas y continuidades”, 2006, www.idaes.edu.ar/papelesdetrabajo/paginas
[1][6]Ver: Olivera, Margarita. “Las teorías del desarrollo desde la
posguerra al nuevo milenio”, en Globalización, dependencia y crisis económica,
FIM, Málaga, 2010, (pp 26-27).
[7]Ver: Vidal, Gregorio; Guillen, Arturo. “La
necesidad de construir el desarrollo en América Latina”, Repensar la teoría del
desarrollo en un contexto de globalización. CLACSO, 2007, Buenos Aires.
[8]Ver: Guillen, Arturo. “La teoría
latinoamericana del desarrollo”, Repensar la teoría del desarrollo en un
contexto de globalización, CLACSO, 2007, Buenos Aires.
[9]Nuestro balance en: Katz, Claudio. El
rediseño de América Latina, Alca, Mercosur y Alba. Ediciones Luxemburg, Buenos
Aires, 2008 (pag 9-35).
[10] Nuestra visión en: Katz, Claudio. Las
disyuntivas de la izquierda en América Latina, Ediciones Luxemburg, Buenos
Aires, 2008 (pag-9-27)
[11]Ver: Herrera, Remy. “El renacimiento
neoliberal de la economía del desarrollo”, Globalización, dependencia y crisis
económica, FIM, Málaga, 2010, (pp 23-24)
[12]Ver:
Burkett, P; Hart-Landsberg, M, “A critique of catch-up theories of
development”, Journal of Contemporary Asia, 33(3), 2003.
[13]Ver: Hagman, Itai. “Un nuevo Alca se
negocia en silencio”, disponible en: ww.rcci.net/globalizacion/ 13/6/2014.
[14]Ver: León, Magdalena. “Ecuador: Acuerdo
con la Unión Europea: ¿Una capitulación inevitable?” alainet.org/active, 11/7/2014.
Elías, Antonio. “Por qué Uruguay solicitó integrarse al TISA”,
alainet.org/active, 11/7/2014
[15]Ver: Salama, Pierre. “Las nuevas causas de
la pobreza en América Latina”, Ciclos n 16, 2do semestre 1998, Buenos Aires. Martins,
Carlos Alberto. “Neoliberalismo e desenvolvimento na America Latina”, en La
economía mundial y América Latina, CLACSO, 2005, Buenos Aires.
[16]Ver: Bairoch, Paul. Mythes et paradoxes de
l´histoire economique. La découverte, 1999, (pp 7, 227-228, 234)
[17]Ver: Osorio, Jaime. Explotación
redoblada y actualidad de la revolución. ITACA-UAM, México, 2009, (pag 37-40).
[18]Ver: Lipietz, Alain. “Pour un
protectionnisme universaliste”, fevrier 2013, lipietz.net [19]Ver: Weeks, John.
“The expansión of capital and uneven Develpment on world Scale”, Capital and
Class, n 74, 2001. También:
Arrighi, Giovanni; Korzeniewicz, Roberto; Consiglio, David; Moran, Timothy,
“Modeling zones of the world economy”, Annual Meeting of the American
Sociological Association, 1996.
[20]Ver: Moncayo Jiménez, Edgard. “El debate
sobre la convergencia económica internacional e interregional: enfoques
teóricos y evidencia empírica”, Economía y Desarrollo, V 3 N 2 septiembre 2004.
[21]Ver: Chavolla, Arturo. La imagen de
América en el marxismo, Buenos Aires, 2005, Prometeo (pag 42-53, 55-66,
72-74).
[22]Ver: Devés Valdés, Eduardo. El pensamiento
latinoamericano en el siglo XX: entre la modernización y la identidad, Tomo
III, Biblios. Buenos Aires, 2005, (pag 47-53).
[23]Ver: Marini, Ruy Mauro. “La sociología
latinoamericana: origen y perspectivas”. Proceso y tendencias de la
globalización capitalista, CLACSO-Prometeo, Buenos Aires, 2007.
[24]Ver Bustelo, Pablo. Teorías contemporáneas
del desarrollo económico, Síntesis, Madrid, 1998. (pp 139-143)
[25]Un ejemplo en: Mols, Manfred. “Sobre el
estado en América Latina”, El estado en América Latina, Ciedla, Buenos Aires,
1995.
[26]Ver descripción en: Reyes Giovanni, E,
“Principales teorías sobre desarrollo económico y social”, www.ucm.es/info/nomadas, 2001
[27]Ver: Eagleton, Terry. Ideología,
Paidos, Barcelona, 1997, (pag 19-57, 275-279).
[28]
Ver: Abercrombie, Nicholas; Hill, Stephen; Turner
Bryan, S. La tesis de la ideología
dominante, siglo XXI, Madrid, 1987 (cap 6). También: Therborn, Goran. La ideología del poder y el poder de la
ideología. Siglo XXI, Madrid, 1987, (cap 4, 5).