“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

20/12/14

Piezas de ajedrez | Nunca hubiera pensado que yo tuviera cualidades de artesano

Rolando “El Negro” Gómez
El Senador Enrique Erro vino a mi celda la tarde en que le avisaron de su supuesta libertad (luego supimos que no era tal, sino sólo un traslado a Buenos Aires).  Vino a reclamar por adelantado lo que yo había prometido: regalarle el juego de ajedrez que yo hacía a mano con migas de pan, y que a él tanto le había gustado al verme ir haciéndolo con paciencia y tiempo de más.

El juego no estaba todavía completo.  Había comenzado yo por los fáciles peones, los cuales tenían la cabeza redonda, un peinado con flequillo, y unas polleras con flecos que le daban un supuesto aspecto de pajes medievales.  Los alfiles eran en realidad mi orgullo: un casco puntiagudo, blasón de armas medieval al pecho, y una lanza vertical lograda al insertar un palillo escarbadientes en la miga de pan antes de secarse.  

Las piezas negras estaban coloreadas con café; las blancas a pura saliva y prolongado amasado, lo que les daba un color amarillento.  Las piezas combinaban insertos del color contrario.  Por ejemplo, el escudo de los alfiles negros tenía incrustada una cruz blanca; el escudo de los alfiles blancos un caballo negro.  Contaba yo en ese momento con tiempo de sobra para probar diferentes estilos y técnicas, lo cual me permitía desechar aquellas que no me satisfacían.  Los caballos tenían un aspecto bastante realista.  El rey blanco, que es el único que tenía hecho entonces, tenía una larga barba en relieve y blandía una espada color café.  El conjunto que se iba armando era de alguna manera impresionante.  Nunca hubiera pensado hasta ese momento que yo tuviera cualidades de artesano.

El anciano uruguayo valoraba mi obra, y en una de las tantas mateadas compartidas me sacó el compromiso de regalarle el juego completo cuando a él le dieran la libertad, cosa que esperaba en cualquier momento en su tórrida celda del penal de la ciudad de Resistencia, provincia del Chaco, República Argentina.

Yo había sido trasladado a ese penal, junto con varios otros presos políticos, luego de Rawson y la reprimida huelga de hambre.  Al llegar nos percatamos todos de que las condiciones de Resistencia eran muy buenas: libertad de reunión, régimen de visitas, buen clima y buena comida.

La población de presos políticos estaba rígidamente compartimentada entre las organizaciones mayoritarias en ese momento: PRT-ERP y Montoneros.  Había algunos presos del Partido Comunista, quienes naturalmente se juntaron con los chilenos de la Unidad Popular.

Ante la realidad de este pabellón de presos muy definido, y para evitar inútiles y acaloradas discusiones políticas que no me llevarían a ninguna parte, les pedí a los uruguayos formar parte de su grupo, y me aceptaron.  Eran casi todos militantes del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, tanto de su ala política como de su brazo militar.  Pancho, un cuadro intelectual montevideano que fungía como su líder.  Un moreno canario, cuyo nombre no recuerdo, era un cuadro militar que había hecho una tatusera en su verdulería y lo descubrieron; nunca contó a quién tuvieron en esa tatusera.  De todos, el anciano Enrique Erro, quien nunca fue miembro de Tupamaros, era sin duda su faro; su ejemplo y referencia.

Aprendí mucho en las varias semanas que compartí con ellos.  Pancho, cuyo nombre en realidad era François -hijo de franceses- me enseñó el poco francés que todavía chamullo.  Junto con las mejores lecciones de historia de la República Oriental del Uruguay, aprendí a ensillar el mate como se debe, sin desperdiciar yerba, moviendo la bombilla con paciencia hacia el lado seco del mate.  Me familiaricé con folclore, música y humor orientales.  Aprendí de memoria las letras de las canciones de Viglietti y Zitarrosa.  Conservo todavía el mate forrado en bola de toro que me regaló el canario cuando me tocó a mí ser trasladado para mi libertad.

Eran gente linda.  Maravillosa, diría yo.  Patriotas pequeño-burgueses uruguayos honestos y desinteresados.  Pude compartir con ellos la vida cotidiana y los grupos de estudio debido a que a ellos poco y nada les importaba la discusión política sobre la lucha de clases en Argentina, y yo trataba de guardar distancia diplomática de sus discusiones sobre Uruguay, en las que entre ellos nunca había verdadera polémica.

Constaté personalmente que a esta gente maravillosa, que accidentalmente hoy tiene una segunda oportunidad en la historia, la ideología, los métodos y la tradición del marxismo revolucionario les eran totalmente ajenas.  Seguramente hoy lo sigue siendo, y por lo tanto seguramente van a desperdiciar esta nueva oportunidad.
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