El avance de
las renovables…
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En los medios de comunicación proliferan informaciones
optimistas sobre los avances de las energías renovables. El progreso, en
efecto, es impresionante: en 2013, las energías renovables (sin incluir las
grandes presas hidroeléctricas) representaban el 41,3 % de la nueva capacidad
de producción instalada a escala mundial. De este modo, la parte de la
electricidad generada a partir de fuentes verdes pasó del 7,8 % en 2012 al 8,5
% en 2013. Estas inversiones han permitido reducir un 12 % la diferencia
proyectada para 2020 entre las emisiones reales y las que corresponden a un
calentamiento inferior a 2 °C.
Estos avances son fruto del descenso de los precios y del
aumento de la eficiencia derivados del constante progreso tecnológico. El
precio de las células fotovoltaicas ha disminuido un 80 % desde 2008. En las
condiciones actuales, sin subsidios, si en la proximidad no hay carbón o gas
baratos, y si hace viento y mucho sol, la energía eólica terrestre y la solar
fotovoltaica son competitivas frente a las energías fósiles. No es extraño que
las inversiones se centren en estos dos sectores. En los llamados países
“emergentes” han crecido un 36 % en 2014, alcanzando un importe total de 131
300 millones de dólares (China 83,3; Brasil 7,6; India 7,4 y Sudáfrica 5,5).
… no implica
un descenso de las emisiones
Sin embargo, el avance de las energías renovables no
comporta de por sí un descenso de las emisiones de CO2. Es cierto que algunos
países las han reducido de un modo espectacular o se plantean seriamente
hacerlo. Alemania va en cabeza con su Energiewende (cambio energético), que
pretende rebajar las emisiones un 70 % hasta 2040 y del 80 al 95% para 2050
(con respecto al nivel de 1990). También es cierto que las emisiones mundiales
de CO2 del sector eléctrico tocaron techo en 2014, lo que constituye un primer
éxito en el intento de desvincular las emisiones del crecimiento económico.
No obstante, lo que interesa no es que las emisiones “toquen
techo”, sino de que de aquí a 2050 disminuyan del 50 al 80 % a escala mundial
–del 80 al 95 % en los países desarrollados– y que lo hagan en todos los
sectores (no solo en el de la generación eléctrica), y esta reducción ha de comenzar
a más tardar en 2015, según el Grupo intergubernamental de expertos sobre el
cambio climático (GIEC). Estamos lejos de esta meta. En 2013, las emisiones
derivadas de la quema de combustibles fósiles y de los procesos industriales
(acero y cemento) aumentaron un 2 % con respecto al año anterior. El aumento es
menor que el crecimiento económico (por tanto, también en este terreno se
produce una desvinculación incipiente entre emisiones y crecimiento) e inferior
al que hubo en la década de1990 (un 3 % de aumento anual), pero es dos veces
mayor que el de la década de 1980…
La contradicción aparente entre el avance de las energías
renovables y el alza de las emisiones se explica principalmente por el hecho de
que las inversiones en energías renovables no sustituyen a las fósiles, sino
que se suman a ellas (en su totalidad o en parte), de modo que ambos tipos de
energía se combinan para aportar las cantidades que exige el crecimiento
capitalista neoliberal y globalizado. Destacar el hecho de que en 2013 se hayan
invertido 230 000 millones de dólares en nuevas capacidades de electricidad
verde refleja una imagen sesgada de la realidad, pues en el transcurso de ese
mismo año se invirtió una suma todavía mayor en nuevas capacidades de
generación de electricidad sucia, especialmente en centrales térmicas de carbón
que está previsto que funcionen durante 40 años…
El caso
alemán y el “mix energético”
Se cita a Alemania como modelo porque abandona la energía nuclear y favorece las fuentes renovables. El paso, en efecto, es notable, pero ello no impide que de momento las emisiones alemanas vuelvan a aumentar. En primer lugar por la misma razón que acabamos de señalar: las renovables no sustituyen completamente a las energías fósiles. Pero también porque dado que las renovables son competitivas (gracias a los subsidios), los capitales se retiran de las centrales de gas para afluir a las centrales de carbón o de lignito, que generan una electricidad más barata… si bien emiten el doble de CO2.
Se cita a Alemania como modelo porque abandona la energía nuclear y favorece las fuentes renovables. El paso, en efecto, es notable, pero ello no impide que de momento las emisiones alemanas vuelvan a aumentar. En primer lugar por la misma razón que acabamos de señalar: las renovables no sustituyen completamente a las energías fósiles. Pero también porque dado que las renovables son competitivas (gracias a los subsidios), los capitales se retiran de las centrales de gas para afluir a las centrales de carbón o de lignito, que generan una electricidad más barata… si bien emiten el doble de CO2.
Muchos comentaristas consideran que el avance exponencial de
las renovables refleja una tendencia que se prolongará y eliminará las energías
fósiles a corto o medio plazo. Sin embargo, las cosas son más complejas. El
hecho de que las energías renovables resulten competitivas gracias a los
subsidios hace que las empresas del sector fósil reclamen la supresión de los
mecanismos de apoyo al precio de la energía eólica o fotovoltaica. En la UE,
estas empresas han visto satisfecha en parte su demanda. Si se mantiene la
misma política, de aquí a 2020 se prevé la continuación de las inversiones
verdes a un ritmo elevado (unos 230 000 millones de dólares al año), pero no un
flujo torrencial que se lleve por delante las energías fósiles.
“Si se mantiene la misma política”, decimos. Precisamente,
es poco probable que la política actual cambie. Los ministros de energía –en
particular la ministra belga Marghem– han hecho declaraciones optimistas sobre
el texto preparatorio de la cumbre de París. No obstante, este documento no
hace más que enumerar las posiciones existentes, que a fin de cuentas vienen
dictadas todas por intereses capitalistas productivistas y enfrentados entre sí
y no por imperativos climáticos. Al final, entre Alemania que apuesta por la
renovables, Francia que opta por la energía nuclear, Australia que se inclina
por el carbón, Arabia Saudita que propugna el petróleo, Canadá que insiste en
las arenas bituminosas, Rusia que defiende el gas, EE UU que propone el gas de
esquisto y China que juega con todas las cartas a la vez… habrá un compromiso
insuficiente para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, por
no hablar ya de 1,5 °C, que sería un objetivo infinitamente más prudente.
El “mix” del que tanto se habla es por así decir la
traducción técnica de este compromiso en ciernes. En él, el sector de las
energías renovables tiene necesidades específicas. En particular, dada su
elevada intensidad en capital, la prensa patronal subraya que exige un contexto
de mercado que asegure una rentabilidad de la inversión “razonable y
previsible”. Dicho en plata: una política neoliberal sin tacha, basada sobre
todo en la reducción del coste salarial.
Mecanismos
antiigualitarios
Los grandes de este mundo preparan un acuerdo totalmente
insuficiente para detener la catástrofe climática que se avecina. Un acuerdo
del que los explotados y oprimidos sufrirán graves consecuencias. De hecho, la
política climática capitalista ya está agravando las desigualdades sociales. So
pretexto de conservar la capacidad de los bosques de absorber el CO2 de la
atmósfera, las comunidades indígenas se ven atacadas y sus bosques convertidos
en plantaciones industriales. So pretexto de producir suficientes alimentos en
el contexto del calentamiento global, se incautan los recursos acuáticos, se
saquean las reservas haliéuticas, se expanden los OGM, se expulsa a los
campesinos de sus tierras y se condena a los pequeños pescadores a la ruina.
Los países desarrollados no escapan de esta dinámica
antiigualitaria. En este terreno, el ejemplo alemán también es revelador. La Energiewende
cuesta mucho dinero. ¿Quién paga la cuenta? Los consumidores, claro, mediante
un suplemento (Umlage) incluido en las facturas de electricidad. Un hogar medio
paga 260 euros al año. Es cierto que numerosos hogares han invertido en parques
eólicos gestionados por cooperativas. En 2010, el 51 % de la capacidad de
generación de energía renovable pertenecía a particulares, para quienes los
beneficios de las cooperativas compensan la Umlage. Sin embargo, son sobre todo
los sectores acomodados de la población los que invierten en estas
cooperativas. Los demás, en particular los ocho millones de precarizados que
ganan 5 euros a la hora, pagan así por los ricos… y por las 3000 empresas
grandes consumidoras de electricidad que están exentas de la Umlage para seguir
siendo competitivas…
Los mecanismos antiigualitarios de la política climática
capitalista ya están haciendo estragos en el Sur. En Europa, lo peor todavía
está por venir. A este respecto, conviene saber que cuatro quintos de las
reservas fósiles deben permanecer en el subsuelo si queremos salvar el clima.
El problema es que dichas reservas pertenecen a empresas, y por tanto existe
una “burbuja del carbono”, análoga a la “burbuja del ladrillo” que estalló con
las “hipotecas basura” en 2008, pero mucho más grande. Cuando estalle, que
nadie dude de que los gobiernos se apresurarán a salvar al sector de la energía
como han salvado al de las finanzas: a costa de la colectividad.
Los
sindicatos en la encrucijada
La lucha por el clima es una cuestión social de suma importancia. De momento, a escala internacional, las fuerzas que encabezan esta lucha son el movimiento campesino y los pueblos indígenas. Esto se debe a una razón evidente: la agricultura campesina y el modo de vida de las comunidades indígenas contribuyen a salvar el clima. El mundo del trabajo se halla en una situación más difícil porque la mayoría de los asalariados trabajan en el complejo industrial basado en la energía fósil, qua habrá que desmantelar.
La lucha por el clima es una cuestión social de suma importancia. De momento, a escala internacional, las fuerzas que encabezan esta lucha son el movimiento campesino y los pueblos indígenas. Esto se debe a una razón evidente: la agricultura campesina y el modo de vida de las comunidades indígenas contribuyen a salvar el clima. El mundo del trabajo se halla en una situación más difícil porque la mayoría de los asalariados trabajan en el complejo industrial basado en la energía fósil, qua habrá que desmantelar.
Por consiguiente, los sindicatos tendrán que optar: si se
mantienen dentro de la lógica y la temporalidad de la transición capitalista
(contentándose con la vaga exigencia de una “transición justa”), serán
cómplices de las consecuencias ecológicas y sociales cuya factura pagarán sus
afiliados. La única estrategia posible pasa por una transición anticapitalista:
un plan de reconversión de los sectores sucios y de desarrollo de los sectores
limpios, financiada mediante la socialización de las finanzas y de la energía,
con una ampliación radical del sector público, creación masiva de puestos de
trabajo útiles, reducción radical del tiempo de trabajo sin pérdida de salario
y desmantelamiento de la agricultura industrial.
Título original en francés: “Le mouvement ouvrier à la traîne dans la
lutte pour le climat – S’inscrire dans la transition énergétique capitaliste?”
http://www.vientosur.info/ |
http://www.europe-solidaire.org/ |