Estamos en guerra, pero las acciones bélicas ocurren en
países lejanos y apenas nos afectan; por eso son fáciles de disfrazar bajo
nombres bonitos como ‘guerra humanitaria’, ‘guerra de civilizaciones’, ‘guerra
contra el terrorismo’ o ‘guerra preventiva’.
En los medios de comunicación europeos se nos presenta como una guerra defensiva
en nombre de los derechos humanos: el agresor se disfraza de víctima. Y ni puede ser declarada abiertamente como
conflicto entre seres humanos, ni tampoco puede generalizarse porque el
armamento atómico garantiza la ‘destrucción mutua asegurada’ de los
contendientes. Es una guerrade baja
intensidad, contenida y discreta, que debe mantenerse dentro de los límites
tolerables; una guerra que se desarrolla en los países pobres y para los
pobres, y no puede molestar demasiado a los ricos. A veces nos lo recuerdan esos atentados que
se suceden para justificar las intervenciones de los ejércitos imperiales:
París 13.11, Madrid 14M, Londres 7 de julio, Nueva York 11S,…
La guerra se desarrolla lejos; y de vez en cuando salpica
también a los ricos. Pero lo peor es que esas guerras han sido creadas por los
ricos para mantener su dominio sobre los pobres; pues ¿de dónde podría nacer la
barbarie sino del egoísmo satisfecho de los poderosos? Los comandos islamistas son una creación de
la inteligencia americana -¿inteligencia?…Decía Heráclito hace 2500 años: los
muchos conocimientos no dan la sabiduría)-.
Utilizaron a los fanáticos musulmanes para combatir una República laica
apoyada por la URSS;en Afganistán en los años 80 cuando las mujeres afganas
iban a la universidad, la inteligencia americana (¿inteligencia?) financió,
entrenó y armó una guerrilla de musulmanes integristas que no ha dejado de crecer desde entonces. De allí salió Ben Laden. Ahora en Afganistán esos integristas asesinan
a la niñas que van a la escuela, en un país que lucha contra su ocupación por
las fuerzas de la OTAN y sus aliados.
Los integristas viven y se desarrollan con el dinero del
petróleo que compran sus aliados occidentales, bajo cobertura de las monarquías
feudales del Golfo Pérsico. En Irak, Libia
y Siria, los comandos integristas han sido directamente apoyados por la
aviación de la OTAN en sus combates contra estados legítimos, laicos y
modernizantes. No, no era por principios
morales o políticos, que se atacaron esas repúblicas; estas guerras imperialistas
se hacen para controlar los recursos naturales que los ricos necesitan para
mantener sus altos niveles de bienestar.
Claro que todo eso no aparece en los medios de
(des)información: la posición oficial de la OTAN afirma luchar contra los
grupos terroristas. Pero es demasiado tarde, la infección del fanatismo se ha
extendido ya demasiado; y además tenemos la sospecha bien fundada de que los
mayores terroristas son los propios ejércitos de la OTAN. Pues ¿realmente se ha hecho alguna vez algún
esfuerzo para combatir el integrismo violento desde la OTAN? Las evidencias no
corroboran esas saludables intenciones que manifiestan los políticos. ¿No es
verdad que, como afirma Lavrov–el ministro de asuntos exteriores ruso-, la
mayor parte de los soldados entrenados por la OTAN para combatir a Bachar
el-Assad en Siria están ahora luchando juntoal ISIS (Estado Islámico), o bien
con al-Nusra (el brazo sirio de al-Qaeda)?
Y lo mismo con el armamento cedido por la OTAN al Ejército Libre Sirio
de la oposición moderada: está en manos de los integristas. Parece que Hillary
Clinton está desesperada al constatar esa realidad. La opinión pública de los
países occidentales debería informarse al respecto: las promesas de luchar contra los comandos islámicos son
meras excusas sin efectividad práctica; las acciones emprendidas para cumplir
esas promesas han resultado contraproducentes, o bien se han diseñado para que
tengan un resultado contraproducente. Sin embargo, ha bastado con el esfuerzo
diplomático ruso y algunas pequeñas maniobras de los ejércitos de este país,
para que la situación en Oriente Medio esté empezando a cambiar.
La extrema derecha de occidente está encantada: los
acontecimientos se desarrollan a pedir de boca. Más combustible para el odio
étnico. Cada vez que sucede un atentado de este tipo aumenta el número de votos
de los conservadores radicales: Republicanos en los EE.UU., UKIP en Inglaterra,
Front National en Francia, por no hablar de la proliferación de partidos
fascistas y nazis en Europa nórdica, central y oriental. Da tan buenos resultados, que muchos se
preguntan si no son los propios líderes de la extrema derecha los que provocan
esos atentados. ¿No es cierto que la familia Bush y la familia Ben Laden tienen
estrechas relaciones económicas en los negocios del petróleo, lo que ha dado
origen a una sólida amistad?
Pero no hace falta llegar a las teorías de la conspiración,
para concluir que la causa de estas guerras está en las decisiones de los
líderes de la OTAN. En los años 80 Huntington estableció el programa de la
guerra de civilizaciones como estrategia del Pentágono para conservar la
hegemonía americana en el siglo XXI. Ese programa se ha desarrollado en los últimos
30 años según estaba planificado. Con un pequeño defecto: la guerra en Oriente
Medio se estanca y no parece posible progresar: la terca oposición de Irán y la
creación de un frente chiíta anti-imperialista, la firme resolución de la
Federación Rusa para oponerse al mundo unipolar, el discreto apoyo chino a una
alternativa militar a la hegemonía de la OTAN,… Por cierto, las relaciones económicas
Chino-americanas están deshilachándose, al tiempo que el cerco militar estadounidense
a la República Popular China se estrecha en el Pacífico con la alianza de los
países liberales del Lejano Oriente.
La solución para resolver ese contratiempo está ya clara
para nuestra oligarquía dominante;el rearme moral-belicista está ya preparado:
la fascistización de las sociedades democráticas liberales es una realidad cada
vez más palpable a lo largo y ancho del globo terráqueo. No es la primera vez que pasa. Como decía
Marx recordando a Hegel, la historia se repite dos veces, y ojalá que lo que
ahora nos toca vivir no sea más que una farsa, un vulgar remedo de las
tragedias del siglo pasado. Tal vez
entonces el posmodernismo haya servido para algo, suavizando la tragedia que
nos espera.
En conclusión: por todo lo anteriormente dicho, las víctimas
francesas del viernes 13 de noviembre son también víctimas de la política de la
OTAN y sus aliados integristas, como los son las de Beirut en el día anterior y
las de Ankara en el mes pasado. Y también las víctimas de Charlie Hebdo, y las
del atentado de Atocha, y las de Nueva York y Londres, y…
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