Cecilio Acosta ✆ Francisco Maduro |
Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue
cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan
varonil y tan gallarda; y yerta junto a la pared del ataúd, aquella mano que
fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde. Ha muerto
un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes
e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de
ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo,
ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran trabajador!
Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de
crearlos. Para él el universo fue casa; su patria aposento; la historia, madre;
y los hombres hermanos, y sus dolores, cosas de familia, que le piden llanto.
Él lo dio a mares. Todo el que posee en demasía una cualidad extraordinaria,
lastima con tenerla a los que no la poseen: y se le tenía a mal que amase
tanto. En cosas de cariño, su culpa era el exceso. Una frase suya da idea de su
modo de querer: «oprimir a agasajos.» Él, que pensaba como profeta, amaba como
mujer.