Ya sé que hoy es día de lamentar el daño a la pluralidad
informativa, la pérdida de una voz crítica, la orfandad de tantos lectores o el
hueco que queda en el lado izquierdo del kiosco cuando más falta hace tenerlo
cubierto, en tiempos de ofensiva reaccionaria. Pero me permitirán que no gaste
mi última columna en repetir tópicos, pues ninguno de ellos ha salvado el
periódico, ni tampoco han sido esos lugares comunes y afectados los que han
hecho posible que el diario esté en la calle cuatro años y medio.
Yo prefiero despedirme de esta columna con un reconocimiento
a todos los que sí han mantenido en pie este periódico un día y otro durante
estos años: los trabajadores de Público. Los compañeros periodistas, los
compañeros de administración, así como los compañeros colaboradores,
fotógrafos, dibujantes, articulistas. Si Público ha sido esa voz crítica que
desde hoy echaremos de menos, ha sido por el trabajo de quienes hoy se quedan
sin trabajo, y de los que han pasado por aquí en algún momento desde 2007.
Ni la independencia, ni la voz crítica, ni la libertad ni la
valentía surgen espontáneamente por fundar una cabecera, ni aparecen de la nada
porque así lo quiera la empresa o porque figuren en una declaración de
principios. Hay que pelearlos día a día, dejándose horas, esfuerzo, nervios y
no poca salud, atreviéndose a mirar donde otros no miran y a preguntar donde
otros asienten; hay que dar la cara como la han dado todos estos trabajadores
hasta el último día, incluidos estos dos últimos meses tan difíciles en que
mantuvieron el periódico vivo, independiente, crítico, libre y valiente pese a
la incertidumbre con que iban cada día a la redacción, pese a no cobrar durante
semanas, pese a sentirse defraudados, y con razón.
Ya sé que el mundo no se acaba y, aunque no será fácil,
todos nos buscaremos la vida, otro sitio donde seguir escribiendo, aquí o en
Laponia. Seguramente costará mucho encontrar la libertad que aquí hemos tenido,
pero la seguiremos peleando donde nos dejen.
Pero aunque sea un día negro, más de rabia que de tristeza,
me resisto a pensar que ha sido en vano, que todo se perderá a la velocidad en
que amarilleará el papel del último ejemplar de hoy. Estoy seguro de que
Público deja huella, que no hemos fracasado, que todo este esfuerzo no ha sido
inútil, y vendrán otros que usen esas huellas para continuar, para averiguar
hasta dónde se puede llegar.
Hoy, además de lamentar lo que se pierde, toca seguir
comprometidos con el periódico, también los lectores, para exigir que la salida
de sus trabajadores sea en las mejores condiciones posibles, pues todo será
poco para lo que merecen.
Otro día, si quieren, discutimos sobre qué hay que hacer (y
qué no hay que hacer) para tener un medio crítico, y qué lecciones hay que
aprender de Público. Hoy, como comprenderán, no tengo humor para ello.
Gracias, un fuerte abrazo y hasta pronto.