Si vis pacem, para
bellum —que significa “si quieres la
paz, prepárate para la guerra”— es una máxima de la antigua Roma atribuida
a Vegecio. O quizás prefiera usted la célebre frase de Marx, aquello de que “la violencia es la partera de la historia”.
Esto de citarse a sí mismo es, sin duda, de mal gusto,
además de bochornoso. Pero no tengo mucho a donde recurrir cuando la sola
mención de la palabrita “violencia” provoca en muchos sectores una alergia
urticariante para lo cual no hay antihistamínico que valga.
El párrafo citado
encabezó un artículo propio que bajo el nombre de “El dilema shakesperiano y la
violencia en Chile” se publicara en este mismo sitio en agosto del 2011. Ahí me
atreví a defender la violencia con la cual respondían los estudiantes a la
represión policial en los momentos más álgidos de la rebelión juvenil del año
pasado, un tema que, quizás de manera más descarnada, vuelvo a abordar ahora.
Parto entonces con una seguidilla de citas elegidas entre
variados autores que bien pueden avalar mi osadía de saltar por segunda vez a
la palestra en defensa de la violencia. La primera viene de un filósofo un
tanto “demodé”, pero que en su tiempo movilizó en Europa a grandes contingentes
de jóvenes que soñaron con alcanzar lo imposible en la medida de lo posible,
don Herbert Marcuse. Dijo:
Por muy pacíficas que sean o vayan a ser nuestras manifestaciones, hemos de contar con que se les opone la violencia de las instituciones.
¿No le gusta Marcuse por su color escarlata? Bueno, citemos
mejor a Brecht que dijo una verdad elefantiásica:
“Sólo la violencia ayuda donde la violencia impera.”
¿También encuentra muy colorado a don Bertold? Recurramos
entonces a un ciudadano fuera de toda sospecha, Mahatma Gandhi:
“Si hay violencia en nuestros corazones es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la impotencia.”
Si usted se fija, todas estas citas, en especial la última,
apuntan al legítimo derecho de los pueblos, al legítimo derecho del hombre, a
responder con la violencia a los ataques violentos con los cuales se aplastan
los derechos ciudadanos. Don Mahatma agrega un aditamento que es la base de lo
que hoy se extiende como incendio incontrolable por la larga geografía
nacional: la impotencia de la ciudadanía de golpear y golpear puertas cerradas
a machote por una institución, el gobierno, que no tiene otra forma de
responder más que con la violencia.
Un hecho que tocaba el artículo de marras autocitado, era
lamentar que los estudiantes —en el punto álgido de sus manifestaciones— hayan
caído en el garlito tendido por el gobierno de hacer creer al país que la
respuesta legítima de las masas a la represión, a los golpes, al gaseo, a los
balines de goma y de acero, no sólo es ilegal, sino que moralmente repudiable.
La monserga presidencial de que el único método es sentarse a conversar cuando
ha sido precisamente ese camino el que ha fracasado una y otra vez al carecer
las masas de cualquier otra forma de presión que no sean las protestas, la toma
de las calles, de los centros de trabajo, de colegios y universidades, es una
falaz manera de cargar al pueblo la responsabilidad de las derivaciones
extremas a las que se llega cuando el diálogo es sólo un monólogo acompañado
con la amenaza permanente de la represión.
Dijimos en esa ocasión que el mes de agosto marcó el antes y
el después en el destino del movimiento estudiantil. Fallas en la dirección de
los estudiantes que transaron en traspasar al mundo político la búsqueda de la
solución, además de caer en la maniobra hábil del gobierno de imponer a las
protestas recorridos que evitaban la visibilidad del movimiento, establecer
días y lugares de concentración en los extramuros, y, por sobre todo, castrar
la respuesta a la violencia de la represión con el complejo de no parecer violentistas,
llevaron a un fracaso que actualmente se reconoce y que redujera todo el
esfuerzo y sacrificio prácticamente a fojas cero.
Aysén es, hasta ahora, otra cosa. No hay ahí sólo
estudiantes, sino que principalmente trabajadores, pobladores, campesinos, un
pueblo cansado de ser postergado por décadas, menospreciado, olvidado en sus
derechos, salvo para extraer de ahí los intereses y las ganancias de los
poderosos aposentados en el centro de la riqueza. Entre ellos están los
pescadores que muy bien alguien definía como hombres acostumbrados al rigor de
un trabajo duro, siempre al borde de la muerte, el cuero curtido de mar y sal,
de escaso sol y de escasa esperanza.
Estos hombres son mucho más difíciles de amedrentar con
golpes y amenazas que hicieran a los estudiantes perder la batalla por Plaza
Italia y la Alameda. A los aiseninos encabezados por los hombres de mar, no les
asustan “las balas ni policías” para parodiar a Violeta. De ahí que la batalla
por el puente Ibáñez de acceso a Aysén, hasta el momento que esto escribo, ha
sido ganada por ellos, con escudos artesanales de planchas de zinc, con tapas
de ollas que la última noche hicieron estériles las balas de goma y acero,
luego que varios de ellos cayeran heridos por la cobardía de las armas policiales.
La estrategia de los gobernantes, que enfrentan la rebelión
creciente de las masas que, sin duda, se intensificará en los próximos meses,
es descalificar la respuesta violenta de los agredidos haciendo absoluta
abstracción de los ataques arteros que la policía inicia siempre contra los
manifestantes, utilizando de la forma más feroz que se conoce de todos los
implementos represivos de los cuales los dota el propio estado.
Pero fueron derrotados en el propio terreno de la violencia
que el gobierno quiso imponer. Sin embargo, en una demostración de grandeza
desmintiendo las falacias del régimen, a estas horas han levantado el bloqueo
de manera parcial para permitir la entrada a Aysén y Puerto Chacabuco de
alimentos y combustibles, a pesar de haber ganado la batalla expulsando los
carabineros muchas cuadras lejos del centro álgido de los enfrentamientos.
Al respecto el dirigente Iván Fuentes señaló que con esto
dan una señal al gobierno para que se siente a conversar, recalcando que los
aiseninos:
“son pujantes en su movilización, pero son gente racional y esperaran con tranquilidad el tiempo que se tome el gobierno en responder la propuesta de los movilizados… no obstante la enorme represión desatada y el dolor por los compañeros heridos, algunos de los cuales han quedado ciegos como consecuencia de la violencia institucional”
Sé, estimado lector, que para muchos es difícil digerir este
verdadero panegírico a la violencia del pueblo, más aún si durante años le han
machacado que la violencia represiva de los aparatos del gobierno es legítima,
legal y moralmente aceptable, y que la respuesta de los reprimidos en
delincuencial, destructiva y repudiable. Sin embargo ahí están los hechos. Para
la dirigencia política sin excepción, la rebelión en Medio Oriente, en
Venezuela, en Ecuador, en Bolivia y otros lugares instigada desde Washington,
es moralmente válida, sus gobiernos son represivos, antidemocráticos, y quienes
protestan, muchas veces incluso armados, son héroes, ídolos, no importa si
interpretan o no a la mayoría ciudadana.
Le toca, entonces, a usted la reflexión. Hemos puesto
infinidad de veces la otra mejilla, palmoteada hasta el cansancio por los
inmorales de la “no violencia”. No hemos logrado nada. Es por eso que este
articulista, compelido a tener que elegir entre las frases insertadas más
arriba, con el pensamiento y el corazón puesto en los helados caminos de Aysén,
me quedo con el siempre vigente Bertold Brecht: “Solo la violencia ayuda donde la violencia impera.”
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