Gustav Klimt ✆ Fabricio Manohead |
En pleno 150 aniversario del nacimiento del pintor austriaco
Gustav Klimt, nos sumergimos en las entrañas de una obra labrada en tonos
dorados y plata que bordean la sensualidad y las fantasías estilizadas. Obras
como «El beso» han decorado durante años infinidad de habitaciones y han
abierto ventanas hacia paisajes en los que se intuyen ninfas y ensueños.
Las pinceladas de Gustav Klimt adquieren una dimensión
especial y detallan con precisión la evolución del arte en Viena desde el
Historicismo caduco que se intuía en sus primeros coqueteos con el arte hasta
un estilo más evolucionado y que derivaría hacia un espacio creativo propio y
personal. Siempre se le ha considerado como un pintor muy particular, dotado de
un estilo muy definido. Sin embargo, en su obra topamos con influencias muy
claras provenientes de otros movimientos lindantes con el impresionismo y el
simbolismo.
Nació en los suburbios de Viena el 14 de julio de 1862, en
el entorno de una familia de origen modesto. Su padre, Ernst Klimt, era un
orfebre de origen checo cuyos padres habían emigrado a Viena. Su madre era Anna
Finster, cantante aunque su vocación era llegar a ser actriz, sueño que nunca
cumplió lo cual le sumió en depresiones profundas. Era el segundo de siete
hermanos: Klara, Ernst, Hermine, Georg, Anna y Johanna. En 1867 inició sus
estudios en la Bürgerschule donde no tardó en mostrar sus precoces dotes para
el arte lo que propició que su familia espoleara su afición por los pinceles.
En 1876 se escenifica una etapa fundamental de su vida cuando ingresa en la
Escuela de Artes y Oficios (Kunstgewerbeschule). Esta institución de nueva
creación, tenía como objetivo fundamental crear una nueva camada de maestros,
artesanos o proyectistas. La base de esta enseñanza se asentaba en subrayar las
nociones del dibujo, y fue en este espacio donde el carboncillo se enfrentaba
al papel, donde Klimt destacó rápidamente por su dominio del naturalismo. Fruto
de ese talento reflejado en infinidad de bocetos, varios de sus profesores lo
instaron a asistir a clases avanzadas, que fueron impartidos por grandes
pintores del Historicismo: Ferdinand Laufberger y Julios Viktor Berger.
Primeras pinceladas
A finales de la década de los setenta y principios de los
ochenta, su profesor Laufberger consigue para él y su amigo Franz Matsch una
serie de trabajos que les ayuda a cimentar su reputación y obtener algo de
dinero y en 1883, finaliza sus estudios y junto a Matsch, funda la Compañía de
Artistas (Künstlercompagnie); una pequeña cooperativa centrada en la decoración
de teatros y museos, continuando la tradición historicista y realista que
aprendieron en la escuela de arte y oficios.
El siguiente periodo de Klimt será el de su apogeo como
pintor historicista y abarca desde 1886 a 1892. Dentro de esta etapa, comienza
a asentar definitivamente las bases de su estilo con la creación de varias
series dedicadas al Arte Griego y el Renacimiento Italiano. En estas obras, sus
pinceladas adquieren un estilo mucho más maduro e independiente y se anima a
introducir elementos contemporáneos. En el retrato del pianista Joseph
Pembauer, comienza a atisbarse el futuro estilo de Klimt, al unir un retrato
muy realista a una decoración estilizada y exuberante, con abundante uso del
dorado. En los dos últimos años de este periodo, Klimt se une a la Asociación
de Pintores Vieneses (Künstelerhausgenossenschaft o Künstlerhaus), de corte
historicista, académico y conservador que monopoliza las salas de exposición
vienesas.
Ruptura de códigos
creativos
En el periodo que abarca de 1893 a 1897, inicia las pinturas
de la sala de música del palacio Nikolaus Dumba por las que recibirá una de las
mejores críticas de toda su obra. Pincelada a pincelada y mientras comparte
experiencias con otros artistas de la época -como el arquitecto Hoffman-, anida
en él una discrepancia creativa con la Künstlerhaus, rompe con ella en 1897, y
forma la llamada Secesión de la que será elegido presidente. Este movimiento
expone las obras nuevas de varios autores, otras provenientes del extranjero y
de diversos estilos, abogando por la igualdad de las artes y en clara oposición
a las academias tradicionales. El primer punto de esplendor de la Secesión
tendrá lugar al año siguiente, con su primera exposición y la publicación de la
revista que expresa la ideología del movimiento, la denominada «Ver Sacrum»
(Primavera Sagrada). Se distancia más aún del Historicismo, en obras como Palas
Atenea y el primer cartel para la exposición de la Secesión, y los primeros
retratos de damas de la burguesía vienesa, como el retrato de Sonja Knips.
La segunda exposición de la Secesión, entre 1899 y 1900, se
ubicará en el edificio oficial de este movimiento, diseñado por Olbrich, y será
tan exitosa como la primera y popularizará la obra de Klimt. Una muestra del
espíritu de la Secesión, consistirá en la creación de la obra «Nuda Veritas»,
en la que iba incluida una cita de Schiller: «Si no puedes agradar a todos con tus actos y tu arte, procura agradar
a pocos. Agradar a muchos es malo».
Se asoman los dorados
El esplendor de Klimt continúa en los cuatro primeros años
del siglo XX, aún dentro del movimiento Secesión, y su obra llama la atención
de Rodin. Viaja por Italia y queda profundamente influenciado por los mosaicos
bizantinos de la Iglesia de San Vital de Rávena. Así, empezará a usar la
técnica del mosaico y materiales suntuosos como el pan de oro, plata... lo que
dará inicio a su «Periodo dorado» con obras como «Esperanza I». En esta época
de esplendor creativo viaja a Londres, Berlín, Florencia... inicia las pinturas
del Palacio Stoclet en Bruselas y pinta «Vida y Muerte». Entre 1907 y 1908
asistimos al apogeo de su estilo dorado con su obra más famosa, «El Beso», el
primer retrato de «Adele Bloch-Bauer», «Dánae» y «La Esperanza II». En todas
usa plata, oro y otros materiales. Afianzado en su estilo, da rienda suelta a
su vertiente erótica a través de una serie de dibujos y bocetos. En esta época
conoce al artista Egon Schile, al que protege y ayuda. Durante esta época,
Klimt es el centro de la Gran Exposición de Arte Austriaco y su obra alterna
las críticas positivas y mucha controversia. En 1909 y 1910 decide dar por
terminado su estilo dorado y se adentra en la senda de las denominadas
«Pinturas oscuras»: «Judit II», «El Sombrero Negro» y «Madre con Hijos».
De 1911 a 1913, inicia su periodo colorista en oposición al
oscuro y realiza otras exposiciones en Roma, Berlín y Munich. Durante su última
etapa vital, de 1914 a 1917, adquieren especial relevancia su interés por
finalizar la decoración del Palacio Stoclet y sus ultimas obras: los retratos
de Charlotte Pulitzar, Barbara Flögue, Leda, Adán y Eva, «El bebe» y «La
Novia».
En 1917, durante un viaje a Rumanía, Klimt fallece como consecuencia
de una apoplejía agravada por la neumonía.
Un artista «normal»
Tal y como se puede intuir en lo relatado, su vida apenas se
asemeja a la de otros artistas atormentados. Su manera de ser, su carácter
introspectivo y tímido no han propiciado grandes testimonios propios. Todo lo
que se sabe de Klimt se encuentra en su obra, en sus anotaciones y en escritos
de otros autores. Sus fotografías, lo describen como un hombre corpulento y
según afirman diversos testimonios su carácter podía ser considerado en muchas
ocasiones como «grosero». Su rutina cotidiana era metódica y apacible y rara
vez abandonada los pinceles. Vivió la mayor parte de su vida con su madre y sus
dos hermanas solteras. Su vida sentimental podría ser catalogada como muy
agitada e inspirada por las nuevas ideas que apostaban por el «amor libre» lo
que provocó que se le señalara como mujeriego empedernido. Entre sus relaciones
cabe destacar la que mantuvo con su cuñada Emile Flöge. Una relación muy
singular y cimentada en una amistad profunda que compartieron durante toda su
vida.
En este sentido, merece la pena recordar la tienda de ropa
de las hermanas Flöge en la que participó Klimt como diseñador; un negocio
fructífero que duró hasta la irrupción de la Segunda Guerra Mundial. Esta tienda
fue considerada como una de las máximas expresiones del novedoso ideario
feminista y se concretó en la creación de ropa amplia, cómoda y que permitía
una gran libertad de movimientos frente a los tradicionales corsés de la época.
El encanto que emana y siempre prevalece cuando se visiona
«El beso» de Klimt es una de esas incógnitas maravillosas. Si nos atenemos a
sus datos técnicos se trata de un beso atrapado en unas dimensiones de 180 x
180. También se sabe que Klimt lo pintó fuertemente impresionado e influenciado
por los iconos bizantinos que descubrió durante su estancia en Ravena y no es
menos obvio que el color oro predomina en su conjunto.
Hay quien argumenta el significado del cuadro y donde unos
ven un autorretrato del propio pintor y su amante Emile Flöge, otros encuentran
un significado mitológico que representa el momento en que Apolo besa a la
ninfa Dafne que se está convirtiendo en laurel. El espectador siempre se fija
en el detalle que señala que la mujer está de rodillas en lo que parece el
borde de un precipicio y cierra los ojos en escorzo hacia el espectador.
Si nos concentramos en su estilo, este guarda una relación
con el Simbolismo al tiempo que estaría anticipando el Art Nouveau,
especialmente por la tonalidad y el diseño de los ropajes netamente
diferenciados y que el crítico Schorske atribuye a una simbología netamente
sexual tanto en el caso de los rectángulos del manto masculino como en las
sinuosas curvas y espirales que decoran el de la mujer. Todo puede sonar a
retórica academicista y quizás, para descubrir su misterio, nos hemos olvidado
de lo más obvio y sencillo. Simple y llanamente se trata de algo tan efímero
como un beso que, por obra de un pintor, se ha transformado en algo que altera
el tiempo y se transforma en algo infinito. Un hermoso y pronunciado beso
infinito.