“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

25/7/12

Filosofía, la nueva mentora del mundo

A cualquier costo: Leer a Karl Marx
Eduardo Zeind Palafox
Especial para La Página

-Artículo especializado. Recomiendo que muchas empresas declaren que su razón social es la siguiente: "Entretener al Dueño de la Empresa". Los consumidores "cuentan" con las empresas. Uno "cuenta" con la carretera, con el agua, con la luz y con la Iglesia, cosas que siempre estarán ahí, cosas en las que no tenemos que estar pensando. Bueno, pues las empresas son cosas con las que "contamos".

Carecer de un artículo, de un buen servicio, de personal o de información puede provocar problemas o catástrofes. ¿Qué pasa cuando en una farmacia no encontramos un medicamento? ¿Qué pasa cuando un médico nos atiende con mala cara y nos dice que nos pudriremos más tarde o más temprano? ¿Qué pasa cuando en una emergencia no hay médico que nos opere? ¿Qué pasa cuando no sabemos a ciencia cierta qué y cómo es nuestra enfermedad? Pues pasan cosas bastante tristes.

He puesto el ejemplo de la medicina para mejorar la intelección, solamente por eso. Todos estos factores construyen, poco a poco, la Economía, es decir, el mundo en el que vivimos. ¿Es la Economía nuestro mundo? Sí, las prácticas y las relaciones económicas forjan la sociedad, dijo Marx.

Muchas empresas ignoran lo que pasa por la cabeza de la gente, pues creen que la gente es una masa, una turba sin nombre, sin rostro y sin sentimientos. Viajemos al interior del consumidor, como Verne lo hizo al penetrar en el centro de la tierra, para entender qué siente y qué piensa sobre el mundo. Y usemos como guía a la Señora Filosofía, nativa de la Psicología Humana.

Todas las personas, sean creyentes o no, están tocadas por la religión. ¿Qué es una religión? No busquemos definiciones complicadas o metafísicas, y digamos que una religión es una "concepción del mundo". Así de fácil. Pero, ¿qué es una concepción del mundo? Una "concepción del mundo" es un mecanismo o un instructivo, uno que usamos para alcanzar nuestros objetivos. El seguir diez reglas, el ir a misa, el confesarnos, el dar limosnas y el repetir las oraciones, forja una "concepción del mundo".

Estas concepciones se vuelven con el tiempo "filosofías", maneras de enfrentar el mundo. "Tómalo con filosofía", dicen los amigos. Pero el problema con estas concepciones es que nunca en la Historia se habían fundamentado en la ciencia, como dijo el filósofo marxista Louis Althusser. ¿Cuál es la diferencia entre una "concepción del mundo" religiosa y una científica? La "concepción" religiosa es, digámoslo en una palabra, "divina", "eterna", "firme", mientras que la otra, no.

Nuestros abuelos siempre supieron lo que tenían que hacer porque sus concepciones eran estables. No robar, no cometer adulterio, no desear los bienes del prójimo y practicar la honestidad, el trabajo duro y la constancia, eran valores que hacían de nuestros abuelos duros robles, robles que no se doblegaban ante los vientos y las mareas.

En contraste, hoy nos topamos con que el mundo cambia sus "principios" con demasiada velocidad. Decir que los "principios" cambian con demasiada velocidad es un decir "metafísico", "mágico", "ambiguo". Los "principios" no son entes con patas, no son fantasmas, no son dioses. Lo que está pasando es que estamos entrando en contacto con muchos hombres al mismo tiempo, con muchas "concepciones del mundo" al mismo tiempo. Y esta simultaneidad nos está superando, está rebasando nuestra capacidad de almacenamiento y de procesamiento. 

Hay quienes viven en el pasado, hay quienes practican los valores del pasado, y hay quienes viven en el presente y en el futuro, hombres que aún no encuentran sus prácticas morales. El pasado lo podemos encontrar casi siempre en las instituciones, tales como la Iglesia o la Universidad. El presente lo podemos encontrar en el lenguaje de las personas. Y el futuro está en la tecnología, que es un instrumento constructor del porvenir, o al menos así debería de ser en teoría.

Cuando una institución, o mejor dicho, un "pasado" compra "tecnologías" o un poco de futuro, confunde a las personas, al presente. ¿Cómo es posible, se pregunta un joven, que una vieja institución me exija sudar y sufrir si hoy puedo ganar mucho dinero en Monterrey para gastarlo en mi pobre estado sureño?

Como podemos ver, las instituciones del pasado pueden sobrevivir sin tener que depender de las personas que las crearon. Un consumidor queda paralizado cuando enfrenta estas situaciones, y se ve obligado a decidir buscando información. Y la busca, y al encontrarla se estrella contra un "relativismo" mundial. Ya no hay "Saber Absoluto", ya no hay lugares privilegiados, pues la información a la que se expone un neoyorquino es casi idéntica a la información a la que se expone un puertorriqueño.

¿Cómo elegir? El consumidor tiene tres opciones: elegir con su intuición, elegir con información en la mano o "quedarse quieto" y esperar a que alguien le recomiende qué hacer. A esto Althusser le llama "invertir la problemática". Muy bien, decimos, "haciendo tiempo" haré que la novedad se transforme en certeza. Pero mientras pasa el tiempo el mundo cambia. Al consumidor no le queda más que agarrarse de sus viejas creencias y sobrevivir. La información en el planeta es uniforme, pero las estructuras económicas y psicológicas no lo son.

En “Lire le Capital”, de Althusser, leemos que Sartre pensaba que las filosofías de Marx, de Hegel y de Kant todavía son útiles, que lo son porque todavía sirven para interpretar el mundo. Mientras no solucionemos el problema de los enunciados sintéticos "a priori", mientras no entendamos a fondo qué es la dialéctica y mientras sigamos sufriendo el robo de la "plusvalía", estos autores seguirán vigentes. Pero no nos pongamos filosóficos. O mejor sí, pues filosofando penetramos en las apariencias. 

Las empresas, en su afán de modernidad, olvidan estos fenómenos, olvidan que la "tecnología" es una carcaza, y que tal carcaza representa las formas del futuro, pero también las formas del pasado y del presente. En la anatomía del burgués podemos comprender la anatomía del mono, sostuvo Marx (y no fue Groucho). Entonces, ¿mi empresa debe usar los viejos valores para anunciarse? Sí y no. Lo que está cambiando en la actualidad son los modos de expresión, y lo están haciendo más rápido que las "concepciones del mundo".

El amor, la paz, la honestidad y la felicidad son cosas que seguimos buscando, pero por otros caminos. Por ejemplo, hace siglos Loyola dijo que la Iglesia tenía que entrar por los cinco sentidos, dijo que tenía que llegar a los corazones de los hombres rápida y efectivamente. En la época moderna buscamos lo mismo y creamos métodos de producción eficientes. Un ejemplo son las 5 S´s de la Calidad Total, a saber: Selección, Orden, Limpieza, Estandarización y Mantenimiento (son "eses" por sus orígenes japoneses).

¿Le parece muy moderno todo esto? Pues no lo es. El Cristianismo inició la construcción de sus rascacielos o iglesias en el siglo XI, e hizo que todas las pinturas de los templos se parecieran, según Sir Herbert Read, viejo profesor de poesía en Harvard. Así, inició eso a lo que llamamos Imagen Corporativa. Para lograrlo la Iglesia "seleccionó" a los mejores pintores, "ordenó" los valores primordiales (Caridad, Fe y Esperanza), "limpió" sus discursos escolásticos con toallas científicas, "estandarizó" la arquitectura gótica y románica y "mantuvo" su credo con el pasar del tiempo.

Los consumidores de religiones o de zapatillas deportivas aprenden las conductas de las instituciones para después imitarlas. Por ejemplo, un joven que comprará un nuevo ordenador "transfiere" sus saberes políticos a sus actos económicos. Con democracia, dice el joven, elegiré mis zapatillas. ¿Cómo? Llevando a cabo una votación con mis amigos.

Otro ejemplo: un diplomático "transfiere" sus saberes económicos a sus conductas políticas, e insiste e insiste (en México le decimos a alguien así "chingaquedito", término estudiado por Octavio Paz), y lo hace para que le den una entrevista en cierta embajada. ¿Resultado? El hartazgo de sus análogos y el vituperio subsiguiente, vituperio emitido en un ardiente boletín por la diplomacia mundial.

No podemos transferir saberes específicos a cualquier área de la vida sin antes hacer ciertos "ajustes semánticos". El diplomático que piensa que actuando como comerciante logrará ascender en el mundo de la política tiene que reajustar sus conceptos y preguntarse: ¿qué significa la palabra "perseverancia" en el mundo en el que me muevo? Significa, claro, "voluntarismo", es decir, "demostrar buena voluntad"  y no "estar chingando a toda hora".

Comprender estos "juegos del lenguaje" es comprender cómo impera la vieja Historia sobre la moza Modernidad, es practicar una "filosofía de la praxis", una "metodología histórica", en palabras de Antonio Gramsci (ver `Materialismo storico´). El hombre todavía no es un médico que se cuida a sí mismo, según el ideal de Aristóteles. El consumidor es un hombre, no se olvide.

¿Qué hace este hombre-consumidor para tomar buenas decisiones? Se convierte en un vigilante constante, en un monitor, en un inspector. Pensemos en la "monitory democracy", teoría política del profesor John Keane. Según este profesor de la Universidad de Westminster, cada vez hay más organismos encargados de vigilar y de castigar a las instituciones que se portan mal.

Las Redes Sociales o las nuevas comunicaciones en general, el veloz transporte y el intercambio de información entre las empresas son fenómenos que impiden que la información se deteriore o se haga asimétrica, o dicho en palabras sencillas, "deforme". Una mala formación educativa equivale a una mala información impresa, dicen los periodistas norteamericanos.

Tener un millón de ojos encima de las instituciones hace posible que la gente comparta opiniones y que haga consensos. Sin embargo, los viejos valores son resistentes al escrutinio social. De hecho, mientras más personas participen en un asunto, más imperarán los viejos valores, que son cosas compartidas, fáciles de interpretar para todos y que viven en la consciencia de las masas.

La "transición de Rusia", dice Krauze en Letras Libres, no ha logrado eliminar las viejas instituciones socialistas. Las costumbres aristocráticas no se borran de un golpe con la nueva sociedad burguesa, dijo Lenin a su vez y a su debido tiempo. Para mejorar nuestra comprensión pensemos en Grecia. Este país fue la cuna de la civilización europea, y resulta que está a punto de salirse de tal civilización o comunidad.

¿Cómo afrontará Europa este "shock filosófico", citando a la hermosa Hannah Arendt? ¿Qué repercusión tendrá esta salida en todas las "concepciones del mundo" del Viejo Continente? No especularé. Y para evitar el castigo de los dioses griegos pensaré en España. España vivió en los últimos años una fiesta, una opulencia no merecida. ¿Resultados? La catástrofe actual. Por dejarse guiar por la técnica, o mejor aún, por el brillante desarrollo inmobiliario, los españoles pensaron que estaban sumergiéndose en la modernidad.

Las apariencias engañan, y en específico son los transportes, los celulares ultramodernos y los aviones los que engañan. Como no había "percepción de riesgo" (se me permitirá hablar como economista o como charlatán letrado), los españoles olvidaron sus viejos valores, olvidaron ahorrar, estudiar, trabajar duro y vivir modestamente. ¿Qué pasó? Que los viejos valores todavía seguían operando, que la nueva situación sólo era un engaño técnico, teatral, pero no esencial.

A. Sen, el economista pensador de la justicia, estudió Filosofía en Cambridge, pues la Filosofía nos permite discernir entre lo real y lo ideal. Por no ponerse filosóficos ahora los hombres que viven en los países en crisis tienen que decidir qué hacer o adónde ir desde una postura "maximin". El hombre que no quiere viajar con el pensamiento o filosofar, tarde o temprano se ve obligado a mover el trasero.

¿Qué es todo esto? Esta postura fue inventada por Sen, y consiste en lo siguiente: cuando un hombre está en la peor condición imaginable, se ve obligado a elegir nuevas condiciones, condiciones en las cuales estará mejor que en donde está, aunque en el nuevo lugar se coloque en la parte más baja de la escala social. Traducción: prefiero ser un paria en Suecia que ser un paria en España. Duro, muy duro, pero es real.

Todos estos razonamientos tienen lugar en los consumidores, pero no de forma consciente. Y para elevar hasta la consciencia tales procesos intelectuales está la Filosofía, que es el estudio del Cosmos, del mundo. Me extraña que siendo amantes de la Globalización no nos interesemos por el Cosmos.

Es recomendable practicar la mesura, y sobre todo al analizar a nuestros consumidores, a los que estamos empujando bruscamente hacia el futuro. Cuando los valores de la nueva tecnología se instalen para siempre en la consciencia de los hombres, podremos decir que hemos dado un paso. ¿Cómo sabremos lo anterior? Lo sabremos cuando el tema de la "tecnología" deje de ser el tema principal en los Mass Media.

¿Quién habla hoy de la maravillosa combustión interna? Nadie, pues es algo que ya está en nosotros. Los economistas son los primeros responsables de toda esta situación, pues vislumbran con ardor, con furor, pero no con prudencia. Y es comprensible, pues en las universidades los educan para que sean intrépidos y arriesgados, pero jamás conservadores. Cito algo de Marco Aurelio: "Las faltas cometidas por concupiscencia son más graves que las cometidas por la ira".

Marco Aurelio aprendió esto de Teofrasto, que a su vez lo aprendió de Aristóteles, que a su vez lo aprendió de Platón. Todos estos hombres, griegos y latinos, están a punto de ser expulsados de la empresa que construyeron. Ojalá que aprendamos a leer la Historia, ojalá que no lo empecemos a hacer "cuando de la gloria no quede más que la bancarrota", como dijo mi estimado Karl Kraus en su `Die Fackel´.