- Lectura histórica y fina de una marcha donde se dieron cita el legado de Gaitán, la variopinta coalición por la paz, las víctimas de la guerra, el ingreso eventual de las FARC a la política y los intereses particulares de los convocantes.
Marcha con muchos
colores
Especial para La Página |
La multitudinaria movilización del pasado 9 de abril
representa una amplia convergencia entre movimientos y organizaciones sociales,
grupos políticos, funcionarios públicos y personalidades destacadas de la vida
nacional. Aunque se haya hecho
publicidad a la participación del gobierno nacional — más bien tímida y
tempranera, por demás — o a la más entusiasta de la Alcaldía Distrital, la
marcha del 9 de abril no fue una manifestación de respaldo a Santos ni menos a
su reelección, o de apoyo a Petro, pero tampoco fue contra ellos: la consignas
convocantes fueron la paz, los derechos de las víctimas y la defensa de lo
público.
Si bien por las calles de Bogotá desfilaron defensores de
derechos humanos, grupos de víctimas, sindicatos, asociaciones campesinas,
comunidades indígenas y negras, estudiantes, funcionarios públicos — entre
ellos el Fiscal —, grupos de gays y lesbianas, animalistas, y se vio una que
otra bandera del M19 o de Progresistas, del Partido Conservador o del MIRA, y
también alguna figura liberal rodeada de guardaespaldas, el tono dominante lo
dieron los integrantes de Marcha Patriótica y, en forma menos visible, otros
movimientos sociopolíticos como el Congreso de los Pueblos.
Esta movilización encierra varios significados con
profundidades distintas, que vale la pena desmenuzar. Y nada mejor que usar la
metáfora de pelar la cebolla, utilizada por Günter Grass en su autobiografía:
cada nivel de significación corresponde a una capa que va recubriendo la cebolla.
Propongo comenzar desde el núcleo, para luego salir a las capas más
superficiales.
Foto: Marcha Patriotica, vía Flickr |
Gaitán, o la unidad popular
Un primer significado gira en torno al simbolismo de la
fecha misma: este 9 de abril se cumplían 65 años del asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán. Ello remite al imaginario gaitanista, que se ha tratado de revivir
insistentemente para legitimar proyectos de izquierda, liberales, populistas y
hasta de derecha.
Así, hemos visto cómo desde sectores liberales como el
Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) hasta el populismo de la Alianza
Nacional Popular (ANAPO) — pasando por la insurgencia y por otros movimientos
como el Frente Unido de Camilo Torres — ha habido intentos de reapropiarse de
la imagen y del legado de Gaitán.
No sobra recordar que en las primeras jornadas electorales
donde participó el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), sus
activistas llenaron las paredes de las ciudades con la consigna “¡A la carga!”.
Y no ha faltado el intento de asociar a Álvaro Uribe con Gaitán, dizque por los
rasgos “populistas” comunes. Salvo este último — que se cae de su peso por
grotesco — de los otros intentos de reapropiación de su legado se rescata el
llamado a la unidad del movimiento popular. Y eso se vio el pasado 9 de abril,
especialmente desde la convocatoria de Marcha Patriótica, a la cual se sumaron
el gobierno nacional y el distrital, además de un sinnúmero de organizaciones
sociales y políticas.
Foto: Marcha Patriotica, vía Flickr |
Coalición por la paz
El segundo nivel de significación — la siguiente capa de la
cebolla — consiste en interpretar la marcha como la expresión de una extraña
coalición entre tradiciones políticas de izquierda y de derecha, pocas veces
vista en nuestro pasado. Si dejamos de
lado las muchas coaliciones bipartidistas — que no eran más que acuerdos de
caballeros por arriba, sin incorporación del pueblo — y la parcial
participación del ospino–pastranismo en el Paro Cívico de 1977, el antecedente
más cercano es el Mandato por la Paz.
En 1997, la coalición promovida por la Red Nacional de
Iniciativas por la Paz y contra la Guerra (REDEPAZ) y País Libre, obtuvo más de
diez millones de votos en las elecciones regionales. Un par de años después, en
octubre de 1999, esta coalición convocó a una multitudinaria marcha bajo la
consigna del “¡No Más!”.
Los frustrados diálogos de paz en El Caguán dieron al traste
con esta convergencia de izquierdas y derechas, y cada cual volvió a sus
trincheras ideológicas. Esto se puso en evidencia en 2008, cuando hubo dos
marchas que demostraron la polarización de la sociedad en torno a la paz y la
guerra: El 4 de febrero se dio una
movilización masiva contra las FARC, con múltiples puntos de encuentro, aunque
el grueso de los manifestantes en Bogotá llegó a la Plaza de Bolívar.
Un mes después, el 6 de marzo, se presentó otra marcha,
menos nutrida pero más cohesionada, contra los paramilitares. Aunque hubo gente
que participó en ambas, era evidente la polarización, propiciada desde altas
esferas gubernamentales. No falta quien señale el aparente giro político que se
dio en estos cinco años. Pero es solo una apariencia, porque los motivos no son
intercambiables: las movilizaciones de 2008 eran contra las FARC o contra los
paramilitares, pero no necesariamente a favor de la guerra.
La del pasado martes era por la paz y no a favor de las
FARC. Pero más allá de esta asimetría, lo que ha cambiado es el contexto
institucional y político donde nos movemos, pues algo va del gobierno de Uribe
al gobierno de Santos.
Las víctimas se hacen
visibles
Un tercer significado de la marcha se enmarca en la
trayectoria reciente de las protestas en Colombia. Como señala la Base de Datos
de Luchas Sociales del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP),
desde los años 90 hay una visibilidad creciente de las víctimas del conflicto
armado: entre 1975 y 2012, sus protestas representaron el 4 por ciento del
total nacional.
Se destacan especialmente los grupos de mujeres como
ASFAMIPAZ — Asociación Colombiana de Familiares de Miembros de la Fuerza
Pública retenidos y liberados por grupos guerrilleros — y Madres de La
Candelaria. A la histórica presencia de ASFADES — Asociación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos — se suma en 2000 el MOVICE — Movimiento de Víctimas de
Crímenes de Estado — y en 2005 el Movimiento Hijos e Hijas por la Memoria y
contra la Impunidad, todos ellos convocantes de la marcha.
Pues bien, las víctimas han librado durante todos estos años
una importante lucha por hacerse visibles: el año pasado lograron que se
aprobara una ley que, entre otras cosas, designó el 9 de abril como su día
conmemorativo. Este 2013 era el primer año en que se conmemoraba. Tristemente
ese día fue asesinado su vocero en Córdoba, Éver Cordero.
Convergencia política
en torno a la paz
Un cuarto nivel de significación — otra capa más de la
cebolla — es la coyuntura actual de un proceso de paz entre las FARC y el
gobierno, por ahora, aunque pronto se sumará el ELN. Aquí es justo reconocer
que ha habido un cambio institucional: del gobierno anterior -que le mostraba
los dientes a la insurgencia mientras le tendía la mano a los paramilitares -
al gobierno actual, que de entrada reconoció el conflicto armado y entabló
negociaciones con las FARC, sin bajar la guardia en su despliegue militar. Y
esa misma voluntad de cambio también hay que reconocérsela a la insurgencia
que, si bien ha sido golpeada en su aparato militar, se encuentra lejos de
haber sido derrotada.
Con la marcha del 9 de abril se refrenda el retorno de la
paz a la política. Dejó de ser el deseo aislado de unos cuantos políticos,
curas, artistas, defensores de derechos humanos y voceros de las víctimas para
tomarse las plazas públicas. La paz fue el catalizador de la gran coalición
entre la izquierda y la centroderecha del pasado 9 de abril, que durará si los
diálogos de paz fructifican. Y el apoyo de la jerarquía católica y de muchos
pastores de otras congregaciones religiosas fue muy importante para legitimar
esta convergencia.
La futura
participación política de las FARC
Pero más allá del contexto general de los diálogos de paz,
hay otra capa significativa que se superpone: la propia agenda de discusión en
La Habana. La sociedad se ha ido enterando a cuentagotas de los avances de la
negociación. Y si bien aún no hay humo blanco en ninguno de los puntos de
discusión, se dice que se ha avanzado en todos y especialmente en el más
difícil: el problema agrario.
La pasada movilización fue un impulso definitivo para otro
de los puntos que cubre la futura participación política de la insurgencia y la
necesidad más inmediata de refrendar dichos acuerdos con algún tipo de consulta
popular.
Digámoslo claramente: el fenómeno del martes pasado puede
ser interpretado como un ensayo de esa participación. Este ensayo, a mi juicio,
resultó exitoso. En eso dieron en el clavo los convocantes y a todos les va a
dar réditos.
Intereses
particulares
En la última capa de significados están las motivaciones
particulares, por no decir personales, de los convocantes. Aunque aparentemente
no son tan nobles como las anteriores, y por ello tal vez no fueron las
principales razones que explican la gran movilización, no se pueden desconocer:
Se trata de la reelección de Santos, a la que sin duda le apostará si sale bien
del proceso de paz.
También está el afán de Petro por legitimar los pasos
necesarios, pero torpes, para garantizar la prestación de los servicios
públicos y un hábitat digno en la capital.
Marcha Patriótica quería mostrar su capacidad de
movilización y algo similar pretendían otras organizaciones convocantes. Por su
parte, a las FARC — que no fue un convocante abierto — les convenía que mucha
gente saliera a las calles.
Así todos aportaron su cuota de particularismo legitimado
bajo el discurso del bien común. A esos intereses particulares, no
necesariamente mezquinos, la opinión pública no les hizo mucho caso.
La capa podrida
Por esto resulta tan miope — por decir lo menos — haberse
negado a apoyar la marcha con el argumento de que era a favor de la reelección
de Santos o de mero respaldo a Petro o que era en apoyo a las FARC. Razonar así
es negarse a ver todas las capas de significados que sugerí más arriba, arriba
y pensar que la gente es estúpida cuando sale a hacer política en las calles.
Es bueno aclarar que entre quienes usaron estos retorcidos
argumentos se encuentran algunos miembros de la cúpula del Polo Democrático Alternativo,
aunque me resisto a creer que la razón de esta negativa radique en viejas
pugnas que ya pensábamos superadas, entre el MOIR, el Partido Comunista y la
CGT (Confederación General del Trabajo). Aquí también hay motivo de suspicacia,
pues se sabe de la cercanía entre el vicepresidente Angelino Garzón y esta
central sindical.
Por fortuna las bases no les hicieron caso y salieron a las
calles a marchar a favor de la paz. Y con ello, estos personajes terminaron
aliándose con la otra orilla del espectro político: el uribismo y sus allegados
como el Procurador.
La extrema derecha podría considerarse como la capa podrida
de la cebolla, pero esto no sería justo con la cebolla. En efecto, estas voces
quedaron aisladas en sus trinos contra la paz y a favor de la guerra.
Aun Andrés Pastrana, que se había sumado a este tren de la
muerte en las últimas semanas, se bajó apresuradamente de él sin cejar en su
terquedad, al sostener que tenía razón al dar voces de alerta sobre el proceso
de paz en La Habana.
Ahora si hay un
mandato por la paz
Pero en honor de la verdad, la marcha del 9 de abril mostró
gran madurez política: no solo porque no hubo enfrentamientos con la fuerza
pública y los comerciantes pudieron dejar abiertos sus establecimientos, sino
porque las consignas no fueron contra ninguna ave de mal agüero, sino a favor
de la paz.
Mauricio Archila |
Como tituló El Espectador al día siguiente: a partir de esta
marcha, ahora sí hay un “mandato por la paz”. Seguramente, Gaitán descansaría
más tranquilamente sabiendo que su legado de paz y justicia social ha sido
retomado por la vía que soñó.
Mauricio Archila es historiador,
profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia, Investigador de CINEP
(Centro de Investigación y Educación Popular/ Programa por la Paz).