Esto se aproxima tal vez más a nuestras preocupaciones en el
mundo actual. Lo más
relevante para nosotros en el pensamiento de Maquiavelo es no solo su nueva ciencia del arte de gobernar, sino lo que podríamos llamar el “Maquiavelo antimaquiavélico”. Precisamente ahí es donde debería comenzar una lectura no maquiavélica de Maquiavelo. Maquiavelo no era maquiavélico, y los maquiavélicos no son lectores intensos ni perspicaces de Maquiavelo. Por supuesto, es difícil no juzgar su figura a través de la obra de una larga línea de comentaristas o atribuirle las teorías a las que se ha recurrido posteriormente para explicar su pensamiento. Es esencial descubrir en qué consiste exactamente su genio y en qué se asemeja su actitud a la nuestra en relación con nuestras pasiones políticas. Maquiavelo es nuestro, sin duda. Sus palabras no pasan de largo, ni proceden de otra época y otra cultura. Nos desafía desde nuestro propio mundo, y ese reto que plantea es total.
relevante para nosotros en el pensamiento de Maquiavelo es no solo su nueva ciencia del arte de gobernar, sino lo que podríamos llamar el “Maquiavelo antimaquiavélico”. Precisamente ahí es donde debería comenzar una lectura no maquiavélica de Maquiavelo. Maquiavelo no era maquiavélico, y los maquiavélicos no son lectores intensos ni perspicaces de Maquiavelo. Por supuesto, es difícil no juzgar su figura a través de la obra de una larga línea de comentaristas o atribuirle las teorías a las que se ha recurrido posteriormente para explicar su pensamiento. Es esencial descubrir en qué consiste exactamente su genio y en qué se asemeja su actitud a la nuestra en relación con nuestras pasiones políticas. Maquiavelo es nuestro, sin duda. Sus palabras no pasan de largo, ni proceden de otra época y otra cultura. Nos desafía desde nuestro propio mundo, y ese reto que plantea es total.
En realidad, lo que pone de relieve el análisis de Maquiavelo
es la condición política en sí misma. Si los seres humanos dejaran de ignorar
el papel de la Fortuna en sus asuntos y reconocieran sus limitaciones a la hora
de establecer instituciones políticas y blindarse contra los caprichos del
tiempo y el azar, podrían entrar en la vida política animados por un espíritu
cívico. La política se orienta hacia la acción, y, para que la acción sea
posible, los hombres deben desempeñar su papel. Es posible empezar de nuevo
siempre que los seres humanos actúen unidos y en política, y esa es la
convicción más profunda de Maquiavelo.
El pensamiento
político se emancipa con él de la autoridad religiosa y la idea medieval del
hombre
Evidentemente, la política así concebida está sujeta a todas
las ambigüedades de la acción política. Hoy, en una época en la que las
ideologías están desacreditadas y la globalización ha provocado el deshielo de
sistemas políticos anquilosados, muchos consideran que la acción política es
una carga desagradable. Otros, a través de ella, tratan de inculcar en los
ciudadanos un sentido unívoco y monolítico del bien público. Por eso “lo
público” está en constante peligro de ser aplastado por los enemigos de la
libertad o por los ciudadanos que se olvidan de sus responsabilidades. La
primera posibilidad es el destino político de los fundamentalismos religiosos,
y la segunda, se puede ejemplificar en la experiencia occidental de la política
“irresponsable”, desarrollada con arreglo a una definición cada vez más privada
y materialista de la búsqueda de la felicidad.
Lo que distingue a Maquiavelo de los políticos de nuestro
tiempo es que no se presenta al frente de un partido que representa a una clase
o una raza universal ni en nombre de la humanidad. Para él, no existen
criterios por encima de la política. En otras palabras, el pensamiento político
de Maquiavelo, en principio, es hostil a las declaraciones partidistas, que
engañan a cualquier político o ciudadano que se las tome en serio. Maquiavelo
considera que el dato fundamental no está en la pregunta “¿Quién gobierna?”,
sino en “¿Cómo gobierna?”. Cuando un gobernante funda un régimen totalmente
nuevo a mayor gloria de sí mismo, de paso cree que así prevalecen “la verdadera
forma de vida y la auténtica calma de una ciudad”.
El argumento de Maquiavelo es que las cosas humanas se
mueven y, por tanto, los asuntos humanos sufren altibajos. No se puede evitar
el cambio, pero los hombres deben dedicar su talento político a mantenerse
seguros dentro de él. Sin embargo, añade Maquiavelo, “los hombres no pueden
estar seguros sin el poder”. Por eso sugiere una expansión del poder humano.
En vez de usar el modelo de los seis gobiernos clásicos para
referirse al ciclo inevitable de bien y mal en la política, Maquiavelo pide una
“república perpetua” como condición para el progreso de toda la humanidad. Al
decir “república perpetua”, se refiere a la expansión del poder de actuar. Como
la naturaleza otorga a los hombres el conocimiento, pero no la facultad de
actuar, los hombres deben actuar por su cuenta, sin esperar la ayuda ni de Dios
ni de la naturaleza. Dios y la naturaleza no ayudan a los hombres a ejercer el
poder, por lo que no existe ninguna ley natural ni ningún derecho natural que
sean el fundamento de la política. En otras palabras, la doctrina moderna de la
soberanía comienza cuando Maquiavelo se apropia del poder que antes los hombres
ejercían, en teoría, para cumplir la voluntad de Dios.
Su convicción era que, para empezar de nuevo, los hombres
deben actuar unidos y en política
El Estado, pues, debe ser el dominio de la estabilidad en la
caótica esfera de los cambios naturales y las pasiones humanas. Por eso, a
diferencia de los clásicos, Maquiavelo cree que la política es una entidad
artificial creada por el talento humano. Para comprender este punto, hay que
recordar que la teoría política de Maquiavelo se presenta como una teoría
“laica” y mundana, y su aplicación práctica, además, entraña una nueva
dimensión ontológica. Esa nueva ontología política inaugurada por Maquiavelo,
por tanto, se puede considerar un momento de transición hacia la modernidad.
Al reflexionar sobre el establecimiento de lo político desde
el horizonte final, Maquiavelo busca la forma de superar los dos límites teóricos
fundamentales de la lógica de lo teológico y lo político: la falta de una
teoría de lo político y que no se basa en una historia de hechos ocurridos.
Maquiavelo vuelve a los paganos, más allá de lo ontoteológico, para hallar una
manera de concebir la historia en función de una teoría política de los
acontecimientos, en la que dichos acontecimientos se vean como el encuentro
entre lo político y el movimiento real de la sociedad.
No es ninguna exageración decir que, con Maquiavelo, el
pensamiento político europeo alcanza en ciertos aspectos una extraordinaria
emancipación de la autoridad religiosa y la concepción medieval del hombre.
Ahora bien, para liberar su mundo de la tiranía del pasado y del dominio de los
textos medievales, Maquiavelo acude al mundo antiguo. Más aún, que Maquiavelo
consulte a los clásicos no solo representa una gran aventura intelectual, sino
también una forma de igualar tal vez los logros políticos y las hazañas
filosóficas de los tiempos antiguos.
Estas ideas sobre el mundo clásico y el proceso histórico
son el trasfondo filosófico que da auténtica originalidad a la obra de
Maquiavelo. En vista de ellos y de las conclusiones a las que llega Maquiavelo,
resulta todavía más extraordinario que la lectura de sus escritos nos pueda ayudar
a comprender la idea maquiavélica de “entrar en política” como forma de dejar
atrás nuestro maquiavelismo.
No podemos entender el verdadero carácter del pensamiento de
Maquiavelo si no nos liberamos de la influencia del maquiavelismo en nuestra
propia historia. Para hacer justicia hoy a Maquiavelo y entender mejor sus
opiniones, debemos considerarle mucho más que un pensador sobre la razón de
Estado. Si lo hacemos, veremos que su interpretación de la política y su
insistencia en que es autónoma forman la aportación más original a la historia
de las ideas políticas.
Ramin Jahanbegloo es un
filósofo iraní, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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