“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

12/2/14

El lenguaje y sus consecuencias

Vicente Battista  |  A mediados de los años 40 los alumnos de nuestras escuelas primarias vivían un conflicto diario: maestros y maestras insistían en que en lengua castellana (aún no se utilizaba “lengua española”) se tuteaba de “tú”, por lo que ese “vos” con los que ellos se comunicaban al finalizar la hora de clase era una manera incorrecta, deformada del idioma.

El conflicto trascendía el espacio de los colegios primarios: con idéntico desconcierto lo sufría el resto de los porteños, sin limitación de sexo o edad. En aquellos tiempos los personajes de las radionovelas y de las películas argentinas no hablaban como se hablaba en la calle, había un claro divorcio entre realidad y ficción. Entre 1957 y 1959 apareció “El Eternauta”, considerado con justicia un clásico contemporáneo. La historieta es colosal, un solo detalle la desmerece: sus personajes hablan de tu. Resulta incómodo sorprender a Favalli, a Juan, a Lucas Herbert y a Polsky en
medio de una partida de Truco y oír de qué modo Favalli se dirige a su compañero de mesa: “Al cuerno con la radio, a ti te toca dar, Juan”. Esta discordancia de lenguaje nos mortificó hasta mediados del pasado siglo.

El voseo, natural en el Río de la Plata y en otros rincones de América latina, nunca tuvo buena prensa. El colombiano Rufino José Cuervo, autor del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana (1886), lo consideraba de una "inaguantable vulgaridad". Un poco más cercano en el tiempo, nuestro Arturo Capdevila, obviaba las sutilezas y lo calificaba como "la viruela del idioma", "negra cosa", "verdadera mancha del lenguaje argentino" e "ignominiosa fealdad". Ambos se nutrían de lo postulado por Andrés Bello: “Es un anacronismo de la pluralidad imaginaria de segunda persona, que fue desconocida en la Antigüedad” ––sostenía el erudito venezolano––, si personajes de nuestros días y de países en que la lengua nativa es la castellana, lo propio en el diálogo familiar sería usted ó tú”. Poco le importaba el lenguaje popular: “En las lenguas, como en la política no sería menos ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes que autorizarlo en la formación del idioma", una concepción que se llevaba a los golpes con lo propuesto por Domingo Faustino Sarmiento.

A comienzos de 1842, en las páginas de El Mercurio de Santiago de Chile, ambos sostuvieron una enriquecedora polémica. En su particular estilo de escritura, Sarmiento señaló: "Si hai un cuerpo político que haga las leyes, no es porque sea ridículo confiar al pueblo la decisión de las leyes, como lo practicaban las ciudades antiguas, sino porque representando al pueblo i salido de su seno, se entiende que espresa su voluntad i su querer en las leyes que promulga. Decimos lo mismo con respecto a la lengua: si hai en España una academia que reúna en un diccionario las palabras que el uso jeneral del pueblo ya tiene sancionadas, no es porque ella autorice su uso, ni forme el lenguaje con sus decisiones, sino porque recoje como en un armario las palabras cuyo uso está autorizado unánimemente por el pueblo mismo i por los poetas".

No obstante la buena voluntad de Sarmiento, el divorcio persistía: el pueblo mismo continuaban utilizando el vos, mientras que los poetas insistían con el tu. Se hablaba de lengua popular y de lengua culta, los escritores que aspiraban a la Academia debían elegir la culta. Aunque no todo era desaliento, en 1928 Roberto Arlt publicó El juguete rabioso: fue un goce descubrir de qué modo se expresaban Silvio Astier, el Rengo, Hipólito, Enrique y el resto de los personajes, leerlo era escucharlos, oír nuestro acento.

Sin embargo, el conflicto continuaba vigente. En abril de 1964, Ernesto Sábato en la revista Leoplan dio a conocer la preocupación de una maestra de Ciudadela porque la Academia Argentina de Letras exigía prohibir el uso del voseo en todas las escuelas del país: "Soy lectora de buena literatura argentina, y verifico que en los diálogos de Lynch, de Güiraldes, de Arlt, de Marechal, de Cortázar y de usted mismo se emplea sistemáticamente igual modalidad (…) ¿Qué debo hacer? ¿Violar mis convicciones profundas, mentir y hacer mentir a mis alumnos, para cumplir con nuestra más alta autoridad lingüística? ¿O proceder de acuerdo con nuestra auténtica modalidad idiomática?". La respuesta de Sábato fue contundente: “le puedo decir que toda la lingüística moderna, tanto la sociologista de Saussure como la espiritualista de Vossier, quitan toda autoridad a los famosos cánones cristalizados en las gramáticas (…) Mientras tanto, señora, quédese tranquila en su voseo, y entre la verdad idiomática y la mistificación no dude un solo instante: tal como lo hacen los buenos escritores (que son los que, en definitiva, constituyen el modelo de la lengua en cada nación), elija la verdad.”

Hoy sería considerado una rara avis aquel escritor argentino que para narrar una historia que suceda ahora y aquí canjeara el voseo por el tuteo. Sin embargo, he notado que algunos compatriotas a la hora de hablarles o de escribirles a colegas españoles prescinden del voseo y recurren a un tuteo que fatalmente suena forzado. Las veces que pregunté por la razón de esa autocensura, argumentaron que lo hacían por respeto a la lengua del otro, una cortesía que, entre otras cosas, hace quedar como irrespetuosos a los colegas españoles: ellos para comunicarse con el resto de los hispano-parlantes jamás prescinden de su modo de expresarse, están orgullosos de ésa, su manera. Para nuestros compatriotas respetuosos, acaso valga la pena recordar otra definitiva conclusión de Sábato: “El único idioma general y universal es el de las matemáticas, porque se refiere a entes lógicos y helados, no a seres humanos calientes y contradictorios. Así como bien afirma Rosenblat, hay un castellano de Madrid otro de Bogotá y otro de Buenos Aires, y todos igualmente lícitos.”
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