“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

16/7/15

Grecia – Un acuerdo forzado que no hay que apoyar

Jean-Luc Mélenchon   |   «Una pistola en la sien», según sus propias palabras. Tsipras firmó un «compromiso». Enseguida las trompetas elogiosas lanzaron la tradicional propaganda gubernamental para celebrar el papel de facilitador de Hollande, la fuerza de la «pareja franco-alemana» y para repetir los tópicos, los mantras y los chascarrillos habituales de los «euroidólatras».

La cruda realidad está, una vez más, a años luz de los pseudoanálisis de comentaristas que no entienden lo que ven, hablan de textos que no han leído y hacen reaccionar a los «responsables políticos» sin otras informaciones que las que dan esos más que dudosos intermediarios. En todas las pantallas la misma imagen: Angela Merkel frente a Alexis Tsipras flanqueada por Donald Tusk y François Hollande. Un espectáculo inaceptable. No solo para un francés, al cual es lamentable ver a ese lado de la mesa ¡Y por añadidura sentado al final del banco! Pero sobre todo para un europeo. Porque esa reunión se convirtió, sin ninguna crítica de los comentaristas, en una «instancia» sin ninguna legitimidad.

Existen un Consejo de Gobierno y un Eurogrupo. ¡No un tándem de auditores! Por lo tanto la propuesta de esta reunión no tiene ninguna legitimidad. Por otra parte los italianos (tercera economía del continente) protestaron con dureza. Y el Gobierno finlandés, donde gobierna una coalición de la derecha y la extrema derecha, declaró que este no es su acuerdo. Esto debería, por lo menos, hacer reflexionar a los «euroidólatras» franceses. ¿Qué Europa es esta?

Foto: Jean-Luc Mélenchon
¿Qué valor tiene una negociación en ese marco? La parte griega no era libre, ¡el país estaba bloqueado económicamente desde hacía quince días! Ya habían empezado a asfixiarle. ¿Qué pretende en esas condiciones una negociación de trece horas ininterrumpidas? ¿Y cómo aceptar la presión de la presencia a un lado de los expertos de las dos primeras economías apoyados por los asesores del presidente del Consejo frente a un solo gobierno? ¿Así se trata a los socios en Europa? ¿Asfixia económica del país y asfixia física de los negociadores como marco de las conversaciones?

También me resulta incómodo el apoyo prestado por nuestra izquierda, aquí o allá, a ese «acuerdo». Quiero creer que no lo han leído o lo han leído muy deprisa… Porque el texto prevé, por ejemplo, derogar todas las leyes aprobadas desde el pasado mes de febrero, revisar la ley laboral hasta en detalles como el trabajo en días festivos, restablecer en todos los ministerios la vigilancia de la troika y que ésta de su aprobación previa a cualquier proposición de ley. Con respecto a la reestructuración de la deuda, un asunto prioritario, por una parte está condicionada y por otro lado ¡Subordinada a que el Parlamento griego apruebe previamente todo lo anterior!

Algunos periódicos alemanes, como Der Spiegel, califican al acuerdo de «catálogo de crueldades». El diario L’Humanité, en palabras de su director Patrick Apel Muller, habla de «la fría dictadura alemana»: «Angela Merkel, escribe, acompañada de algunos gobiernos serviles, exige una rendición incondicional so pena de exclusión». La víspera, el presidente del Consejo italiano, Mateo Renzi, acabó explotando frente al Gobierno alemán: «¡Ya basta!». Por todas partes crece la indignación. Le Monde informa de que incluso los altos funcionarios europeos están indignados y muestra a Tsipras derrotado y humillado.

Así que esta es desde ahora la Unión Europea. El Gobierno de Alexis Tsipras ha resistido de pie como ningún otro en Europa. Ahora tiene que aceptar una tregua en la guerra que está librando. Le debemos solidaridad. Pero nada puede obligarnos a participar en la violencia que le están infligiendo. Si yo fuera diputado no votaría ese acuerdo en París. Sería mi manera de condenar la guerra contra Grecia. Sería mi manera de condenar a los que la libran y los objetivos que persiguen.

En Francia debemos condenar de todas las formas posibles los sacrificios que exigen a los griegos y la violencia que les imponen. Pero como siempre eso debe empezar con la sangre fría frente a la jauría mediática y su rodillo compresor de falsas evidencias. No perdamos nunca de vista que ellos ponen en palabras la realidad adaptándola a sus formatos de difusión y que la verdad no es su primera exigencia, aunque caigan en el absurdo. En este ambiente es imposible revertir la tendencia del comentario, porque dicha tendencia es una locura gregaria. Pero si se alerta de esto y se ponen en circulación análisis documentados, se impide la desbandada intelectual y se brindan puntos de apoyo. En cuarenta y ocho horas desaparecerá la borrachera. Todo tipo de personas intelectualmente exigentes leerán el texto y se reconstituirá la resistencia. Algunos no darán las gracias a los que estuvieron en primera línea de fuego, pero no importa, se conseguirá lo fundamental, que exista la resistencia.

Las personas de buena fe que quieren formarse una opinión libre en realidad no entienden nada debido a la acumulación de habladurías que han transformado todo el asunto en «ruido». Se dan cuenta de que quieren inducir su pensamiento y no se dejan. Nuestro deber es aclarar la situación encajando los trozos del problema que se plantean. Hay que apoyar a Tsipras y no unirse a la jauría de los que quieren despedazarlo y se hacen cómplices del golpe de Estado contra él y los griegos. Pero no hay que apoyar el acuerdo para no avalar la violencia que impone y prolonga.

Sabemos que el mejor triunfo del pueblo griego sería la victoria de Podemos en España y la nuestra en Francia (Frente de Izquierdas, N. de T.) ¡Estamos trabajando! Por eso no debemos cometer el error de aprobar los métodos que van a aplicar a los griegos y cuya aplicación no soportaríamos en Francia. Al dejar que se perpetrase el golpe contra Chipre Francia validó él método que después se ha extendido a Grecia. A nosotros nos arrastraron por el lodo por denunciarlo e incluso fuimos acusados de antisemitas por Harlem Désir, entonces primer secretario del Partido Socialista y ahora totalmente ausente de la partida europea que se acaba de jugar, a pesar de que es el ministro de Asuntos Europeos de Francia.

Movilizados en equipo y con ayuda de los traductores, mis amigos y yo nos hemos lanzado al deber de hacer un análisis frío y a la «solidaridad razonada», que es nuestra regla ética y política. Esta disciplina la practicamos desde la época en que acompañamos y apoyamos las revoluciones ciudadanas de América Latina. Estas ya plantearon en cada momento la cuestión de combinar el apoyo necesario frente al enemigo y el derecho a no compartir una posición tomada por los nuestros sobre el terreno. Precisamente para mantener la posibilidad de esa actitud rechazamos a Chávez la construcción de una «Quinta Internacional» que propuso previniéndonos, con razón, de que el rechazo a su propuesta nos dejaría sin alternativa colectiva. Pusimos en sordina nuestras críticas a François Hollande aunque nuestra actitud se utilizó sin escrúpulos, como de costumbre, para hacer creer en nuestra adhesión.

Nuestra actitud es la de la responsabilidad ante nuestro país y ante nuestros amigos griegos. Una vez más, sin sorpresa, hemos visto al Gobierno francés, claramente superado por los acontecimientos, volviendo de Bruselas como antes de Múnich, con la sonrisa en los labios y flores en la solapa, aclamado por las jaurías alucinadas. Aclaro que mi comparación solo es para ilustrar una escena. Nunca comparo la Alemania actual con la de los nazis. Jamás lo he hecho. La frase se me ha reprochado para despolitizar todas las demás. He dicho que Alemania, por tercera vez, destruirá Europa. Es el titular de esta mañana del periódico cercano a Syriza. Y ya hubo un comentario en ese sentido de Joska Ficher, el exministro ecologista de Asuntos Exteriores de Alemania de los tiempos de Schröder.

Traducido del francés por Caty R.
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