Gustavo Márquez Marín | En diciembre próximo se realizará en
París la XXI Conferencia de los Estados Partes de la Convención de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático, para adelantar una nueva ronda de
negociaciones con el fin de renovar los compromisos de reducción de las
emisiones de gases con efecto invernadero (GEI). Se busca sustituir al fallido
Protocolo de Kioto (2005) -abandonado por Canadá (2011) y no ratificado
por EEUU el mayor emisor del planeta- con el fin de limitar el incremento
de la temperatura global a menos de 2 grados ¿Hasta dónde será posible
que el club de los grandes consumidores encabezado por EEUU cumplan el
compromiso de reducir sus emisiones y no evadirlas, a través de subterfugios
como el del “mercado de carbono” y la mercantilización de la naturaleza,
siempre buscando “echarle el muerto” a los países periféricos, eufemísticamente
llamados en “vía de desarrollo”?
En este encuentro se decide la continuidad de la
vida en el planeta y el futuro de la humanidad. La Agencia Internacional
de Energía (AIE), vocera de ese “club”, pronosticó (2011) que si no se
producía “un cambio de dirección absoluto” en la matriz energética
mundial a partir de 2017, se sobrepasaría el umbral para contener el
cambio climático. También advirtió que para 2035, las energías renovable
cubrirán apenas el 18% de la demanda mundial, lo que significa que por
varias décadas más seguirán prevaleciendo las fuentes de energía generadoras de
GEI. Pero, para que estos se reduzcan al nivel requerido, el consumo energético
tendría que decrecer de manera significativa y sostenida, a expensas del
decrecimiento de la economía mundial por un largo período. Un escenario de ese
tipo impactaría fuertemente la producción y el proceso de acumulación
capitalista, cuyo motor es la ganancia extraída de la sobreexplotación de la
naturaleza y los seres humanos, lo cual jamás será aceptado en paz por quienes
detentan el poder económico y político global. En el marco de esta catástrofe
en curso, el llamado a cuidar la “La Casa Común” que hizo el Papa
Francisco en su encíclica Laudato SI
y el pronunciamiento de la Cumbre de los Pueblos reunida recientemente en La
Paz, proféticamente anuncian el principio del fin de la civilización del
capital.
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