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Foto: Costa Gavras |
Costa-Gavras se inició como bailarín antes de viajar a Francia para estudiar la carrera universitaria de Filología en la Sorbonne, pero poco después ingresó en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos, algo que en Francia se tomaban muy en serio. “Loco por el cine”, trabajó durante cerca de diez años como ayudante de directores del prestigio de Yves Allègret (uno de los animadores del grupo “Octubre” en los años treinta, compuesto por surrealistas-trotskistas), el ya arcaico René Clair o de Jacques Demy… Nacionalizado francés en 1956, a mediados de los sesenta debutó como director con Los raíles del crimen (1965), gracias a la ayuda prestada por algunos amigos actores que accedieron a intervenir en la película sin cobrar sueldo. Basada en una novela de Sebastien Japrisot, este largometraje se articularía como un thriller opresivo que mostraba los aspectos más siniestros del entorno cotidiano, un “noir” de los buenos interpretado con convicción por el clan familiar compuesto por Simona Signoret, Ives Montand y Catherine Allègret, fruto del matrimonio entre Simona e Ives Allègret.
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Devorado por esa etiqueta del “cine político”, cualquier
intento de huida por parte de Costa Gavras hacia otros territorios ha sido
sistemáticamente rechazada por la crítica y los espectadores. Clair de femme (1977), sobre la
crisis existencial de una mujer afectada por la muerte de su hijo, o Mad City (1997), thriller protagonizado
por John Travolta y Dustin Hoffman, han marcado los grandes fracasos de
taquilla, pero que convendría redescubrir. En ese sentido, Le Petite Apocalypse (1993) aparece
como un punto de inflexión en su trayectoria cinematográfica: se trata de una
dura sátira en torno a los revolucionarios de Mayo de 1968 y su progresivo
ascenso en la escala social capitalista gracias al poder propagandístico de los
medios de comunicación de masas.
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Durante los sesenta-setenta, Costa-Gravas se erigió en el
principal referente del cine de denuncia, un género tan apasionante como lo
pueda ser cualquier otro, solamente que exigía estar a la contra del cine
político dominante, o sea, del que era del agrado de los Reagan-Thatcher-Wotyla
-de Felipe no, porque decía que él no iba al cine-. Su compromiso no era
partidario ni maniqueo, se movía por terrenos muy diversos. Así, de la mano de
un guión de Jorge Semprún y en compañía de Ives Montand y Simona Signoret
realizó La confesión (L’aveu, Francia, 1970), que adoptaba la
obra de Arthur London, antiguo comunista y brigadista que había sufrido en sus
propias carnes el acoso y el terror del estalinismo en su Checoslovaquia
natal 2/. Costa ya había trabajado con Semprún en Sección especial (Francia, 1975)
que ofrecía un retrato despiadado de la judicatura del colaboracionismo del
gobierno de Vichy con los invasores nazis, pero su obra más controvertida y
“maldita” es Hanna K (1974), por
la que fue acusado de antisemita, de manera que la película apenas sí fue
vista. Creo que pasarla por algunos sitios resultará “como un estreno”.
En cierto momento Costa-Gavras fue reclamado por los estudios
de Hollywood y, una vez allí, no se olvidó de hablarles de sus miserias. Al
regresar a Europa tropezó con el Vaticano en una película –Amén– que yo obligaría a ver cada día al cardenal Cañizares y al
ministro Fernández Díaz en programa doble con otra que denuncia las angustias
de los emigrantes. Pero como estas cosas no se pueden hacer, las incluiría en
un ciclo junto a otras como Arcadia, que
nos ayudaría a tratar del paro o El
capital que nos permitiría estudiar los mecanismos de la
democracia realmente existente.
En definitiva, su cine compone una crónica política de la
segunda mitad del siglo XX y principios del XXI Con 82 años, Gavras, como
nuestro Ken Loach –con el que le unen tantos vasos comunicantes- mantiene un
combativo espíritu joven que ha asombrado a los jóvenes que en el festival de
Lyon se han encontrado con la obra de uno del 68 que solamente se arrepiente de
los pecados que no ha cometido.
Notas
1/ De traidores y héroes El
cine de Costa-Gavras obra de Esteve Riambau Paperback
(2003) Semana Internacional del Cine de Valladolid, Valladolid.
2/ Cuando se estrenó esta película, el magnífico poeta e
indecente estalinista Louis Aragón salió en defensa de London, y dijo cosas
como que no todos los trotskistas y militantes del POUM eran quintacolumnistas,
rectificando lo que el propio London había llegado a creer en 1937. Este mismo
argumento –no todo…-, fue el que reprodujo Federico Melchor en el acto que
desde el Mundo Obrero organizó sobre esta película, que acababa con el famoso
“affiche” de Lenin llorando ante el desfile de los tanques del Pacto de
Varsovia que estaban arruinando el propio concepto de “socialismo”.
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