“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

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19/9/17

Sobre el referéndum catalán y la división de la izquierda

Miguel Manzanera Salavert

Hace unos días durante una tertulia de terraza veraniega, un conocido criticaba a los catalanes por llevarnos a una guerra con su afán separatista.  Me consta que ese amigo no es un fascista defensor de la unidad de la patria, sino una persona de talante liberal simpatizante con las posiciones sociales progresistas; estaba expresando, por tanto, un punto de vista más o menos generalizado en la opinión pública española, según la cual el separatismo catalán tiende a dificultar la salida de la crisis social que atravesamos, agrava y no resuelve los problemas de la sociedad española.  Lo alarmante en ese planteamiento es que se vuelva cada vez más agresivo, según el argumento de que la secesión catalana ‘nos lleva a una guerra’ -civil evidentemente-; lo que expresa una inquietud plausible a tenor de la experiencia histórica tanto pasada como reciente, que incluye al mismo tiempo las connotaciones integristas de una cultura española teñida de intolerancia y autoritarismo.

En el trasfondo de esa argumentación subyace el miedo a la reacción de las clases dominantes españolas; el mismo terror a la violencia genocida del ejército y las mesnadas fascistas, que paralizó a las clases populares en la transición desde la dictadura franquista a la monarquía liberal y en los primeros años del periodo constitucional.  Pero también anida aquí un anticatalanismo de raíces históricas, ampliamente extendido entre la población española y exacerbado por la política del Estado español. 

11/1/16

Cataluña: un modelo de democracia

Miguel Manzanera Salavert   /   En el último minuto, tras tres meses de negociaciones, las fuerzas soberanistas catalanas han llegado a un acuerdo para investir al nuevo Presidente de la Generalitat, el alcalde convergente de Gerona, Carles Puigdemont.  Este acuerdo permite estabilizar la frágil situación política en Cataluña, con consecuencias decisivas en el Estado español; es por tanto una buena noticia para la izquierda, que hubiera tenido dificultades para repetir sus resultados de las últimas elecciones, caso que las autonómicas tuvieran que repetirse, arrastrando probablemente a las elecciones generales en el Estado español. 

14/10/13

Catalunya-España | Datos de una encuesta. Unas observaciones de urgencia

Salvador López Arnal  |  Algún amigo, consejero o asesor habrá hecho llegar a Rosa Díez -que firma su nota como “portavoz de Unión Progreso y Democracia y diputada nacional”- el fragmento de Albert Camus con el que abre un artículo sobre “¿Quién defienda España?” [1]. La cita:”Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”. Díez, por lo que parece, no debe amar demasiado a su país. El nacionalismo debe estar circulando por sus venas y arterias.
 
Debe ser así porque no hay otra forma posible de entender las palabras iniciales de su escrito. Cualquier nacionalista vasco o catalán, señala, “tacharía de traidor a todo vasco o catalán que no proclamara su voluntad de defender a Cataluña o al País Vasco” (“Botifler” es la expresión usada por los nacionalistas catalanes para el caso). Pero esos mismos ciudadanos que veneran los símbolos y las banderas de su comunidad, prosigue la “diputada nacional” pareciendo aceptar sin