Jean-Paul Sartre ✆ Luca del Baldo |
Seguramente ningún otro filósofo ha representado mejor que
Jean-Paul Sartre los anhelos y esperanzas del intelectual europeo del siglo XX
comprometido con la causa de la libertad. Él no fue un político profesional ni
un politólogo. Tampoco fue, hablando con propiedad, un analista de la política
en el sentido en que eso se entiende hoy, aunque en los diez tomos de
Situations hay mucho material interesantísimo para el análisis de las ideas
políticas en el siglo XX. Más allá de sus equivocaciones en tal o cual
situación, de su fracaso político o de sus excesos en tal o cual polémica
particular con otros grandes de la época, su pasión por la libertad no fue una
pasión inútil. Sartre fue un escritor y
filósofo que pasó la mayor parte de su vida dividido entre la ética de las
convicciones fuertes (a las que no quería llamar verdades) y la ética de la
responsabilidad en la cosa pública, responsabilidad que no consideraba
exclusiva de los políticos. Cargó con esa cruz, reflexionó sobre ella, rechazó
cireneos (aunque estos, a veces, eran amigos),
hizo a los demás mirarse en el espejo en que él se miraba y obligó a
algunos de los políticos contemporáneos a cargar con otra cruz: la de los
límites morales de la política que se atiene exclusivamente a lo que cree
posible aquí y ahora con olvido de los fines.