“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

9/5/12

Francisco de Orellana, el Amazonas y la globalización

Esteban Mira Caballos

Especial para Gramscimanía
[…]  Gonzalo Pizarro, paisano de Orellana y hermano del conquistador del Perú, decidió organizar una expedición buscando el país de la Canela del que, al parecer, había escuchado hablar a los propios indios. En febrero de 1541 partió de la ciudad de Quito con poco más de dos centenares de españoles y 4.000 nativos auxiliares, incorporándose luego su paisano Francisco de Orellana con otro medio centenar de hombres. La travesía duró más de un año, hasta agosto de 1542, período en el que se completó por primera vez todo el curso del Amazonas, entonces llamado o conocido como río Marañón. Recorrieron más de 6.000 Km., bajando por el río Napo –o río de la Canela- y por el Amazonas hasta llegar a la desembocadura. Por falta de alimentos Gonzalo Pizarro acampó, enviando a Francisco de Orellana con dos navíos río abajo en busca de comida. Consiguió llegar al pueblo de Aparia donde el cacique se vio obligado a abastecerlo convenientemente. Sin embargo, aquél nunca regresó al encuentro con Gonzalo Pizarro por lo que éste decidió retroceder hasta Quito, acusando a su paisano de traición.


Francisco de Orellana esgrimió en su defensa dos argumentos: uno, que recorrió más de doscientas leguas en busca de los ansiados víveres y que no fue posible regresar río arriba con los barcos cargados. Y dos, que en cualquier caso sus hombres se amotinaron para evitar dicho retorno. Fray Gaspar de Carvajal escribió una pequeña crónica del viaje con la intención de eximirlo de las acusaciones de traición, ratificando estas explicaciones.

Lo cierto es que, con traición o sin ella, fue Orellana el que realizó el primer recorrido completo por el río más caudaloso del mundo. Sufrieron infinidad de ataques, especialmente en el río Napo, pues los nativos les arrojaban flechas y palos afilados desde las orillas, diezmando a la tripulación. Tras siete meses de navegación alcanzaron las aguas del Atlántico. Con posterioridad una tormenta dispersó a los dos buques que, por separado, terminaron arribando casualmente al mismo puerto, el de Nueva Cádiz, en la pequeña isla perlífera de Cubagua, situada en la costa de la actual Venezuela.

Obviamente, el trujillano ni encontró el país de la Canela -solo algunos arbustos dispersos del preciado condimento-, ni el matriarcado de las Amazonas, ni el Dorado sino tan sólo pequeños grupos tribales seminómadas. Pese a todo, regresó a toda prisa a la Península para conseguir una capitulación. En Valladolid, el 13 de febrero de 1544 pactó con el príncipe Felipe –el futuro Felipe II- el poblamiento de una nueva gobernación que fue bautizada con el nombre de Nueva Andalucía. Allí pretendía llevar trescientos españoles para fundar dos villas con sendas fortalezas. A cambio le otorgó los títulos de adelantado y alguacil mayor así como la doceava parte de las rentas de su Majestad. Aprovechó su estancia en Sevilla, desde marzo de 1544, para desposarse con la joven sevillana Ana de Ayala.

Esta segunda expedición partió de Sevilla en febrero de 1545, tras afrontar graves dificultades económicas que dificultaron el apresto de los cuatro navíos que debían componer la escuadra. De hecho, zarpó dejando numerosos acreedores y con los pertrechos más indispensables. Fue un viaje a ninguna parte porque, además de poblar en la selva, pretendía una quimera: remontar el río Amazonas. De hecho, meses antes había justificado el abandono a su suerte de su entonces jefe, Gonzalo Pizarro, en la imposibilidad de remontar río arriba con los navíos cargados. En noviembre de 1546 falleció víctima de una enfermedad, en medio de la selva ecuatorial, cuando sólo tenía 35 años. Aunque sus principales biógrafos afirman que se perdió toda la expedición, hubo algunos supervivientes, entre ellos su esposa, Ana de Ayala, que consiguió arribar junto a un puñado de hombres a la isla Margarita. De hecho, en una carta escrita por la audiencia de Santo Domingo a Su Majestad, fechada el 25 de enero de 1547 se decía lo siguiente:
Orellana y los que fueron con él al Marañón se perdieron, y él murió y algunos de ellos aunque pocos aportaron a la Margarita perdidos y en un pliego que va con ésta me dicen que va la relación de todo y por eso yo no la escribo. (AGI, Sto. D. 49, r. 17, n. 103) 
Remontar el río Amazonas y fundar dos colonias permanentes en medio de la selva era una empresa no sólo inviable sino también suicida. No había oro, ni canela, ni más civilizaciones que pequeños pueblos seminómadas. Nada que en aquella época pudiese satisfacer la voracidad insaciable de riquezas de conquistadores, adelantados y hasta de colonos que habían abandonado sus humildes oficios en Castilla para reconvertirse en cazadores de fortuna.

La pregunta clave que debemos plantearnos en estos momentos es: ¿sabemos exactamente lo que estamos conmemorando? Oficialmente el Centenario del nacimiento de Orellana, protagonista de lo que muchos eruditos describen como la gran proeza del descubrimiento del Amazonas. Y todo ello, con el apoyo del poder, pues existen oscuros intereses para ocultar la realidad pasada y presente. Pero lo cierto es que, detrás de esta supuesta hazaña, existen aspectos que desmontan el mito. Y aunque pese a los que todavía hoy, unos por crédulos y otros por interés, conciben la Conquista como una historia sagrada de titanes, héroes y santos conviene recordar cuatro cuestiones:

Primero, que dicho río era más que conocido por todas las civilizaciones, jefaturas, tribus y bandas de muy diversos rincones de Sudamérica. Desde los indios chibchas, a los quechuas, pasando por los jíbaros y hasta por los mapuches tenían noticias de su existencia y así se lo hicieron saber a los propios españoles. Por tanto, el descubrimiento hay que entenderlo siempre en relación a Occidente, para quien el océano Pacífico no existió antes de 1513, ni el Amazonas con anterioridad a 1542.

Segundo, aunque al trujillano no le faltó tesón –y hasta cabezonería-, hay que recordar que sus motivaciones fueron exclusivamente económicas; como todos los descubridores, conquistadores y adelantados de su época, su objetivo fue exclusivamente ganar fortuna, fama y honra para él y su estirpe. En ese sentido Orellana fue uno más, es decir, otro conquistador que buscaba su enriquecimiento a cualquier precio. Y es que el Nuevo Mundo se convirtió de la noche a la mañana, como bien ha escrito Jacques Le Goff, en el nuevo horizonte onírico de los europeos. Un mundo soñado, en el que la imaginación no tenía límites, desde la leyenda de Jauja al Dorado, pasando por las ciudades míticas de los Césares, de Cibola y de Quivira o la fuente de la eterna juventud. Y en la búsqueda suicida de esos mitos empeñaron sus vidas y las de los pobres indios que tuvieron la desventura de toparse con ellos.

Tercero, el trujillano se comportó como un verdadero demente, llevando a una muerte segura a una buena parte de los que le acompañaron. Tras bajar dramáticamente el Amazonas y a sabiendas de que no había más que selvas ecuatoriales, desprovistas no sólo de oro y de mano de obra útil, sino también de alimentos suficientes para su supervivencia, decidió emprender un segundo viaje. Está claro que empuje no le faltó pero tampoco altas dosis de insensatez y falta de serenidad para analizar las posibles consecuencias de una empresa que desde su génesis estaba predestinada al fracaso.

Y cuarto, aun atribuyéndole el dudoso mérito de haber descubierto el Amazonas, las consecuencias fueron nefastas para la Humanidad. La enorme cuenca figuró desde entonces en los libros de geografía e historia, incluyéndose en el mundo global. Desde ese justo momento dio comienzo un proceso de destrucción que actualmente se muestra más imparable que nunca. Aunque su error de apreciación le costara la vida, el trujillano fue el primer europeo que se fijó en el Amazonas desde un punto de vista económico, pretendiendo crear una gobernación donde se tributasen impuestos, obtenidos de la explotación intensiva de la mano de obra indígena y en la posible localización de canela y oro.

Probablemente el adelantado de Nueva Andalucía no fue más que otra víctima de la vorágine de la conquista que se llevó por delante no sólo a millones de indios, sino también a cientos de conquistadores, adelantados, descubridores, ambiciosos y visionarios. Toda una generación de guerreros, cegados por el ansia de honra y fortuna, que terminaron sus días de manera tan dramática como los amerindios a los que sometieron con la coartada de la civilización. Para colmo, como consecuencia de su descubrimiento se inició la depredación del hombre blanco sobre la mayor selva del planeta. Un proceso que hoy continúa a ritmo acelerado y que en breve plazo acabará con la destrucción de lo que todavía hoy se conoce como el pulmón del mundo. Mientras tanto, en esas mismas aguas que recorrió Orellana, se está desarrollando en estos momentos una silenciosa y limpia forma de exterminio. Cientos de nativos que viven en la ribera de la cuenca amazónica están pereciendo debido a la fuerte contaminación del río, provocada por los vertidos de mercurio de los buscadores de oro. Se trata de la última secuela de aquel descubrimiento de hace cinco siglos, que se cerrará probablemente en pocas décadas con la degradación total de uno de los espacios naturales más importantes del mundo.

Y mientras esto ocurre, el mundo académico se dedica a conmemorar efemérides huecas que sólo sirven para distraer el foco de atención de los genocidios y de las hecatombes ecológicas que actualmente están sucediendo en el Amazonas y en otros muchos lugares del planeta. Quizás sería más oportuno enfocar el Centenario a denunciar todo esto y a preservar la biodiversidad amazónica y sobre todo la vida de los pocos pueblos que todavía sobreviven allí desde hace milenios. Con total seguridad estos nativos de la amazonía, pese a su baja esperanza de vida, viven más felices que la mayoría de las personas del mundo civilizado.

Desgraciadamente, el conocimiento del pasado y del presente me hace ser pesimista con respecto al futuro, porque el ser humano lleva en sí mismo su propia autodestrucción, basada en una ambición ilimitada y en la rara habilidad de destruir todo lo que toca.

Bibliografía

ALBORNOZ, Miguel: Orellana, el caballero de las Amazonas. México, Editorial Herrero, 1965.
 BENÍTEZ VINUESA, Leopoldo: Los descubridores del Amazonas. La expedición de Orellana. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1976.
BUSTO DUTHURBURU, José Antonio del: Francisco de Orellana. Lima, 1965.
 CARVAJAL, fray Gaspar de: Descubrimiento del río de las Amazonas por el capitán Francisco de Orellana. Trujillo, Excmo. Ayuntamiento, 2011.
 LE GOFF, Jacques: Pensar la Historia. Modernidad, presente, progreso. Barcelona, Paidós, 1991.
 MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las Indias (1492-1573). Sevilla, Muñoz Moya Editor, 2009.
MUÑIZ, Mauro: Orellana, el tuerto del Amazonas. Madrid, Aldebarán, 1998.
 VAS MINGO, Milagros del: Las capitulaciones de Indias en el siglo XVI. Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986.